Un duelo, por ejemplo, si se prolonga por seis meses no llama la atención, pero si dura
más de un año, es materia analizable.
Aquí la midriasis desentona, ya que indicaría una sobreestimulación
del simpático, mucha adrenalina, o podría el producto de una intoxicación por drogas.
Todo el resto daría un síndrome depresivo.
Le pregunto si hay más elementos, algún otro síntoma, y dice que no.
La impresión que da esta joven es la de una persona muy sensible,
insegura, melindrosa. La madre confirma estos rasgos de personalidad.
Así, la primera entrevista termina con una orientación diagnóstica
de síndrome depresivo y una contención psicofarmacológica prudente de espera:
ansiolíticos solamente para calmar la ansiedad y la angustia y permitir el sueño.
Mientras, se continúa el estudio semiológico de la paciente para sacar mayor
información que confirme la depresión, o nos reoriente hacia otro cuadro. El
diagnóstico no se hace en una sola entrevista: es necesario observar la evolución.
Las dos entrevistas siguientes transcurren con los mismos parámetros.
La paciente no mejora, aunque está menos ansiosa.
Se siente muy culpable, entonces le recuerdo los términos del contrato
terapéutico que se establece en la primer entrevista. Como se trabaja con información
que da la paciente, se insiste en que ésta no debe ser falsa ni se debe omitir
información, es decir, se espera sinceridad.
Le vuelvo a preguntar por los hechos, y en la cuarta entrevista dice lo
siguiente: "Lo que pasa es que yo unos días antes de este escándalo fui a
consultar a un «lugar malo», donde había una vidente que me dijo «cosas»".
(Es una católica practicante).
Frente a un discurso como éste hay que percatarse de que la paciente
está dando sólo los titulares de la noticia; es aconsejable entonces inquirir por los
detalles y no realizar una escucha pasiva.
La vidente le había dicho qué iba a pasar con cada uno de los
miembros de la empresa. La cuestión es que la paciente pensaba que la bruja había
incidido en el escándalo económico. Se produce el siguiente diálogo:
¿De qué manera incidió?
A través de la información que yo le di.
¿Qué información?.
Le di los nombres de los involucrados en el episodio
administrativo.
La vidente, ¿qué hizo con esos nombres?
Seguramente se los dio a los poderosos.
¿Poderosos en qué aspectos?
Altos ejecutivos.
¿Con qué objeto, con que fin la vidente iba a usar tu
información para dárselos a un superior jerárquico?
Para perjudicar al jefe, a mi familia, a mí. (Ideas de
perjuicio).
Le argumento que no era necesario que ella le informara a la vidente
quiénes eran los involucrados, ya que son figuras muy conocidas en el medio, y que el
escándalo al que se refería era público, entonces me dice enfáticamente:
"Sin embargo, es así."
A pesar de un intento suave de convencerla de un posible error, nos
encontramos con una marcada convicción (certeza).
¿Y por qué no creerle? ¿Se puede dar un caso así, donde se use
información para perjudicar a un personaje importante?
Pero ella sólo había mencionado a la vidente nombres muy conocidos,
el valor de la información era insignificante. No encontramos mucho sentido a la
relación que hace entre dar sólo nombres y el perjuicio a la empresa. A pesar de eso, la
paciente creía haber gravitado en el desencadenamiento del problema empresario (ideas
megalómanas).
Cuando comienza a hablar más libremente, cuando se rompe el cerco de
la reticencia, salen más elementos. Decía, por ejemplo, que cuando hablaban a su casa
por teléfono, las mismas personas le decían a la madre una cosa y a ella otra
(suspicacia).
Le pregunto en qué había consistido su error administrativo, y dice
que se había equivocado en un número de formulario. Le digo que eso tiene un recorrido:
de ella a su jefe, de su jefe al otro, etcétera, es decir que su error había sido visto
por varias personas. Pero la que se sentía culpable era ella. Esto constituye una
sobrevaloración de su papel en la empresa, es una idea megalómana.
A las ideas de persecución y perjuicio (la vidente, los de la
administración, los poderosos), se le agrega una sobrevaloración de su importancia en el
problema y una manera extraña, anómala, de relacionar hechos. La desconfianza, la
certeza acerca de sus conclusiones, que no modifica con la contraargumentación, y el
sentido autorreferencial, completan el cuadro.
En un primer análisis semiológico obtenemos una orientación
diagnóstica (síndrome depresivo), y luego, una investigación más fina agrega otra
presunción diagnóstica (síndrome delirante).
El tipo de contención psicofarmacológica de un síndrome delirante es
distinta a la de un síndrome depresivo.
Se comprende entonces la importancia de realizar un análisis
semiológico adecuado, el valor de la paciencia y el no quedarse con la primer etiqueta
diagnóstica.
Al preguntarles, tanto a la madre como a la hija, por qué no habían
comentado esto desde el principio, objetaron que era una cosa muy delicada, y temían que
si trascendía las podían perjudicar laboralmente.
La idea de certeza en sus convicciones delirantes les quita a estos
pacientes la noción de estar enfermos. Ella decía que veía claramente las cosas y que
no estaba enferma: en consecuencia trataba de boicotear el tratamiento, es decir, no
tomaba adecuadamente los comprimidos. Sí reconocía el síndrome depresivo, pero no su
síndrome delirante, ya que la cosa era "así", como ella lo pensaba.
La madre señaló que se pasaba horas explicándole a su hija que su
importancia en todo ese problema era ínfima, que en realidad todo se debía a una
maniobra de tipo gerencial. Después que terminaba toda su argumentación (de horas de
hablar), la hija mantenía su convicción inicial: la ideación era irreductible al
razonamiento.
Se instrumenta una terapéutica con neurolépticos con el fin de
neutralizar la idea delirante, ya que ocupa mucho del pensamiento de la persona: la
congoja va aumentando y le da la sensación a la paciente de que los demás no la
entienden. Como ella trata de explicar y la contrarrestan, concluye que no la interpretan,
entonces toma la actitud de aislarse. No le encontraba sentido a hablar o expresarse,
porque no iba a ser comprendida.
Luego de cuatro o cinco días seguía igual. Una de las
características de los neurolépticos es que, suministrados a dosis bajas, llegan a su
efecto completo al cabo de varios días. No así en el caso de los cuadros agudos,
tratados a dosis altas en la Guardia del hospital.
Pasada una semana más la paciente "amortigua" su cuadro
delirante: las ideas de perjuicio aminoran, habla más y se conecta más con sus amigas.
Para ella sus amigas habían participado de todo. Decía, por ejemplo, que hablaban de
cosas de siempre, pero en realidad estaban en "algo". Esto, en
semiología, lo tipificamos como la sensación de cosa artificial o preparada. Para
algunos delirantes lo que sucede está armado especialmente para él
(autorreferencia): no es producto de la casualidad, todo es causal.
A partir de que el síndrome delirante se debilita, la paciente está
activa, se ríe más, cuenta chistes, es decir, disminuye también su síndrome depresivo
sin haberla medicado con antidepresivos, ya que lo depresivo era causado por la ideación
delirante.
Un mes después realiza una crítica de su cuadro diciendo que había
estado mal, que era posible que las cosas no hubieran pasado como se las imaginaba: hace
una crítica de sus ideas delirantes.
Pero aun así hay que estar alerta para evaluar si la paciente está
mejorando o simplemente se siente mejor y hace otra coraza más, es decir, no da
información sobre sus certezas delirantes. Por eso es necesario realizar un seguimiento
expectante.
En esto consiste el trabajo semiológico. La persona que consulta es
una incógnita para nosotros, ya que no sabemos qué padece.
Emite un discurso que analizamos, observamos sus expresiones, y
tratamos de sacar la mayor información posible del paciente y/o de sus familiares.
Se debe tener paciencia, persistencia, y esperar: un diagnóstico no se
hace en una sola consulta.
Existen a veces esas intuiciones que permiten captar rápidamente el
cuadro, pero por lo general el diagnóstico psiquiátrico se realiza después de todo un
trabajo que incluye, además de lo observable, la consulta con otras especialidades, el
psicodiagnóstico, el pedido de análisis comunes y especiales, estudios específicos como
resonancia magnético nuclear, mapeo cerebral, etcétera.
Bibliografía
1. Mario Bunge, La ciencia, su
método y su filosofía, Buenos Aires, Siglo Veinte, 1981.