Curso
sobre psicopatía 1, año 2004
Director Hugo Marietán
marietanweb@gmail.com
www.marietan.com
Derechos internacionales reservados
Entrega 15: Caracterización y discusión de rasgos: Satisfacción de
necesidades distintas. Uso particular de la libertad:
Necesidades distintas. La repetición
SEGUNDA PARTE
Con este escrito comenzamos la
segunda parte del curso. En la primera hicimos un
recorrido histórico sobre el concepto y hemos visto
algunos casos de psicópatas. En la parte que se inicia hoy
veremos las características psicopáticas en una
descripción más detallada y siguiendo el Descriptor de
rasgos psicopáticos, oportunamente entregado. Los
conceptos que van a recibir son el fruto de largos años de
investigación sobre este tema en la teoría, pero por sobre
todas las cosas en la practica clínica: con la observación
de psicópatas, de complementarios, de hijos o parejas de
psicópatas, de padres, hermanos. Muchas ideas que leerán
no serán encontradas en la literatura sobre el tema,
precisamente porque es el resultado de concluir en base a
la observación en lugar de tratar de forzar un
conocimiento teórico a la realidad clínica. La idea es que
ustedes puedan detectar los psicópatas o sus efectos sobre
la familia. Y aquí mismo va algo que he concluido hace
poco tiempo sobre la familia y el psicópata y que les
puede ser de utilidad. En el grueso de los casos de
psicópatas, la psicopatía se ejerce fuera de la familia.
Puede resultar un padre particular o esposo distinto, pero
la mayor radiación psicopática es hacia afuera. Pero en un
porcentaje chico esa psicopatía se ejerce en la misma
familia. A veces este accionar es explícito, florido y no
hay mayores dificultades de detectarlo; otras es solapado
y se lo descubre por sus efectos siguiendo el siguiente
principio: cuando en una familia la mayoría de sus
miembros presentan trastornos psicopatológicos graves, hay
un psicópata
Por lo general es el padre, la madre
o un conviviente adulto (abuela, tía, etcétera). Va como
ejemplo el de una familia que consulta por una crisis
psicótica de la hija, el hermano está internado en una
clínica de recuperación de drogadictos, el padre en
permanente descompensación ansiosa pero se presenta
colaborador y preocupado, al igual que la madre, en el
tratamiento de su hija. La madre parecía llevar con
resignación semejante peso, hasta que poco a poco, a lo
largo de tres meses, se fueron detectando los rasgos
psicopáticos: jugadora compulsiva, manipuladora, mentirosa
pertinaz pero hábil, robaba dinero a la madre, a sus hijas
a su propia madre. Pero si no se estaba atento parecía
simplemente una madre sobrellevando un problema. Todos
giraban en torno a ella, nadie podía salir de esa órbita,
como un sol negro tomaba la energía de todos y no los
dejaba desarrollarse. Cuando tratemos los casos de familia
abundaremos sobre este caso y otros semejantes.
El otro principio es de gran utilidad
semiológica y lo descubrí tratando a algunos psicópatas
que me hicieron concluir que: los psicópatas pueden
presentar rasgos neuróticos. En la literatura se menciona
que los neuróticos pueden presentar rasgos psicopáticos,
esto en cierto sentido es real, en su momento discutiremos
que hay enormes diferencias cuali y cuantitativas en estos
rasgos en uno y otro. Pero el hecho que los psicópatas
presenten rasgos neuróticos es una fuente permanente de
confusión por dos motivos, primero porque hasta el momento
no hay un gran conocimiento sobre el psicópata que yo
llamo cotidiano, aquel que no es un delincuente, asesino
o violador, que no presenta una psicopatía como para salir
en los diarios. Puede ser un profesional, un empresario,
un empleado, una maestra, un ama de casa y ejerce su
psicopatía en un grupo reducido. Segundo, y como
consecuencia de lo primero, si presenta rasgos neuróticos,
es diagnosticado si o sí como neurótico y se tardan años
(a veces nunca se los descubre) en darse cuenta que están
frente a un psicópata detrás de una cortina de humo
neurótica.
Empezaremos con el tema de hoy que es
el siguiente:
Caracterización y
discusión de rasgos: Descriptor de psicopatía
1) Satisfacción de necesidades
distintas:
a) Uso particular de la libertad
Necesidades distintas
A principios del 2003 debía hacer
algunas reparaciones de albañilería en uno de mis
consultorios por lo que contraté a un recomendado de la
joven encargada de la limpieza. Vino al día siguiente, muy
temprano, un hombre de unos 35 años. La tarea era bastante
pesada y el hombre menudo, pero habilidoso. Pasado el
mediodía mandé a comparar un sándwich, de esos de pan
francés que desbordan milanesa, generoso en tomate y
lechuga. Se lo llevo, el hombre agradece y mientras lo
come muy lentamente y sin que yo se lo pidiera me cuenta
una historia: Yo, hasta hace tres meses, estuve preso
durante un año en una de las cárceles más bravas. El pan
de este sándwich es tres veces más grande de lo que comía
en la celda. Estaba en las celdas comunes junto a otros
veinticinco presos más, a la mañana temprano los guardias
dejaban un cesto con pedazos de pan y todos nos
abalanzábamos para agarrar un pedazo en medio de
empujones, codazos y trompadas. Si te tocaba algo, bien,
sino a esperar hasta el mediodía. A eso de las doce se
abría otra vez la puerta y dejaban una olla grande por lo
general con polenta aguachenta y allí íbamos todos sobre
la olla, como animales, tratando de meternos unos bocados.
A la cuchara común que teníamos provista le doblábamos el
mango para hacerla tipo cucharón, de esa manera se caía
menos polenta en medio de los forcejeos. Y eso se repetía
a las cinco y a la cena. Vivíamos con hambre. Pero con
mucho hambre; dolía el estómago, para calmarlo tomábamos
agua. Por un rato pasaba y luego otra vez. Sólo pensábamos
en comer y en defendernos de los otros y en cuidarnos del
capo (cada celda tenía su jefe, un preso, de los pesados,
que a su vez tenía su jefe en otras celdas, si algo andaba
mal en nuestra celda -mal según lo que consideraban mal
ellos- la ligaba nuestro capo). Pensábamos en comer,
soñábamos con comida, y hubiéramos hecho cualquier cosa
por comer. Ocupaba toda nuestra cabeza y esas cuatro a
cinco cucharadas de polenta pasaron a ser algo exquisito.
Había otras maneras de conseguirse comida, pero había que
tener plata o tarjetas para llamar por teléfono o
pastillas o cigarrillo o droga; con alguna de esas cosas
uno conseguía que el de la cocina te de un poco de comida
o un sándwich. Se escondía entre la ropa la comida y se la
comía a escondidas, sino te la sacaban a trompadas. Lo
mismo pasaba cuando te traían comida los familiares: el
capo elegía lo que a él le gustaba y después te daba la
encomienda que tenías que defenderla de los otros presos,
por lo general te quedabas con un pedazo de algo y el
resto lo comían los que arrebataban. De chico era pobre,
era escasa la comida, pero nunca pasé tanto hambre como en
la cárcel. Había otros sectores, estaba el sector VIP,
pero para estar allí hacía falta mucha plata y mantenerse
con plata, porque si se te acababa, te bajaban a las
celdas comunes y ahí no contabas el cuento. Odiaban a los
del VIP. El otro sector era el de los Testigos de Jehová,
los religiosos, allí estabas protegido (se cuidaban mucho
entre ellos), pero tenías que hacer buena letra, ellos te
elegían y te ponían a prueba un mes. En realidad te podían
echar en cualquier momento y cuando volvías a los comunes
te daban una paliza de aquellas. Con los Testigos tenías
que levantarte a las cinco de la mañana todos los días,
rezar una hora para agradecer el pan que veían una hora
después. A las seis llegaba la canasta con el pan y ellos
repartían pedazos iguales para todos, comías en silencio y
luego otra hora de rezos para agradecer lo que comiste. A
las once otra vez a rezar una hora por la polenta, que era
la misma cantidad, pero sin forcejeos. No había violencia,
pero teníamos que cuidarnos de no meter la pata porque nos
echaban. Si recibíamos una encomienda teníamos que
repartirla entre todos en partes iguales. O sea que nos
moríamos de hambre igual, pero sin trompadas. Mis
familiares contactaron con un abogado muy piola que me
sacó enseguida, ahora trabajo gratis para él, hasta
pagarle la deuda, creo que en dos años voy a estar a mano.
Tuve suerte, los que cayeron conmigo todavía están
presos.
A veces en las clases sobre
psicopatía es difícil transmitir la idea de necesidad. Yo
me valgo de narraciones como estas para dar un
acercamiento al concepto porque es muy raro que el
auditorio, estudiantes de medicina, médicos, psicólogos,
etcétera, puedan comprender, en sentido de Dilthey, lo que
es sentir una necesidad; en general para ellos hambre, por
ejemplo, es el apetito o tener ganas de comer algún tipo
de alimento y ambos son postergables hasta una hora
conveniente. Por otro lado, el hecho de que exista
suficiente cantidad de alimento a disposición es una idea
que tranquiliza. Muchos de los que escuchan o están
leyendo esto, comen porque es la hora de comer. El
hambre es una necesidad de alimento que cuanto más pasa el
tiempo sin satisfacerla más ocupa la mente. Llega un
momento, como contaba el preso, que es en lo único que se
piensa. Al pasar de los días el hambriento va dejando
atrás sus capas de civilización con tal de conseguir
llevarse algo comestible a la boca, hasta contactar con su
esencia animal, y allí no hay leyes comunes, sólo la de
sobrevivir.
Aún así hay diferencia entre un común
y un psicópata. La necesidad extrema de un común puede ser
entendida por otros, si alguien roba para comer y sus
circunstancias lo justifican, se puede llegar a la idea
de que robó porque no le quedaba otra; yo, en su lugar,
hubiese hecho lo mismo (empatía). Pero ocurre que el
psicópata tiene necesidades especiales, es decir, por
fuera de las necesidades compartidas por los comunes. Y
esa necesidad especial tiene la misma fuerza para
impeler a la acción que una necesidad común, el hambre por
ejemplo. Al ser distinta la necesidad pierde su capacidad
de empatía, los comunes, el grueso de la población, no
pueden comprenderla.
Pongamos un ejemplo: la necesidad de
matar. Todos tenemos la capacidad de matar si las
circunstancias especiales nos colocan en la alternativa:
él o yo, o mi familia o ellos, etcétera, si es una
cuestión de defensa extrema, de sobrevivencia. Pero no
tenemos la necesidad de matar. Hay un tipo de
manifestación de psicopatía, el asesino, que experimenta
esa necesidad. El debe cumplimentar esa necesidad, debe
matar.
En estos tiempos de inseguridad grave
en Argentina ocurren robos a mano armada muy
frecuentemente. Los robos a mano armada en Argentina, en
esta época de inseguridad grave, son frecuentes. La enorme
mayoría de ellos, si no hay resistencia de parte de la
víctima, se resuelve con la entrega del dinero. Hay casos
en que la victima es herida o muerta si el asaltante está
drogado o interpreta que hay resistencia, o que lo va a
reconocer, etcétera. Pero hay un pequeño porcentaje en que
la víctima no se resiste, entrega todo, e igual resulta
muerta, porque se topó no con un simple asaltante sino con
un asesino, alguien que necesita matar.
Este último caso es muy difícil de
entender para el común, y esto es así, porque evalúa con
códigos comunes, con una escala de valor compartida, un
hecho que tiene su raíz en algo especial, por fuera de su
rango de razonamiento.
La repetición
Evaluemos otra característica de la
necesidad: la repetición. Volvamos a nuestro ejemplo del
hambre. Hay una secuencia: tenemos hambre, ingerimos
alimento, pasa el hambre. Tiempo después, volvemos a tener
hambre y repetimos la secuencia. Es decir, el hambre no es
un hecho circunstancial o transitorio, sino que está
instalado en nosotros, es permanente. Al ser saciado
amaina, desocupa nuestra mente, pero está. Cuando los
parámetros fisiológicos así lo determinan, vuelve a ocupar
nuestra mente y accionamos en busca de alimento. Una y
otra vez. La necesidad se hace presente en nuestra mente y
repetimos las acciones para satisfacerlas. A cualquiera le
resulta sencillo asimilar así y con este ejemplo, el
concepto de repetición de un accionar. Pero si en lugar de
hambre colocamos como necesidad matar, ya no es
comprensible.
Yo era amigo de un compañero de
estudio de medicina. El era de esos pocos que desde primer
año ya sabía que iba a especializarse en cirugía.
Estudiaba anatomía con pasión, pedía permiso para quedarse
hasta tarde disecando cadáveres. Cuidaba sus manos con
esmero y, justo es decirlo, tiene un pulso envidiable. Nos
graduamos y hasta el día de hoy nunca me perdonó que me
dedicara a la psiquiatría, especialidad que le merecía un
calificativo que no repito para no ofender. Cierta vez lo
fui a visitar a una de sus guardias de cirugía. Lo
encontré pálido, sudoroso, muy inquieto, se veía muy mal.
Le pregunté qué le pasaba, se resistió un poco, pero en
honor a nuestra amistad, me tiró la planilla de
operaciones. Estaba vacía. Te das cuenta lo que me pasa,
no tengo a quién cortar, eso me tiene mal. Eso me dejó de
una pieza y recién hace pocos años, después de estudiar
estos temas, logré entender aquel episodio. Él tenía una
necesidad, tenía hambre de cortar y en esa guardia no
podía satisfacerla; sólo le quedaba la esperanza de una
emergencia. Él es un cirujano brillante, y sé que muchos
cirujanos no lo entenderán, pero sé también que algunos de
ellos se sentirán aliviados de saber que hay otros que
sienten, como ellos, estas necesidades.
Uso particular de la libertad
Existen distintos tipos de
acercamiento al concepto de Libertad, aquellos que la
consideran una facultad relacionada con la inteligencia y
la razón y otros que la asimilan a una capacidad para
decir sí o no (Sastre). De las posturas nihilistas
recortamos la de B. Spinoza: los hombres se engañan al
creerse libres; y el motivo de esta opinión es que tienen
conciencia de sus acciones, pero ignoran las causas por
las que son determinadas; por consiguiente lo que
constituye su idea de libertad, es que no conocen causa
alguna de sus acciones.(Ética, 2º parte, proposición XXXV).
Las personalidades psicopáticas
tienen un particular sentido de la libertad. Ser libre, en
sentido pragmático, es poder hacer sin impedimentos. Poder
optar. Las trabas a la expansión de la acción, pueden ser
internas o externas. A las primeras la llamamos inhibición
o represión a las segundas presión ya sea social o del
medio en sí.
Si seguimos el hilo de razonamiento
que nos trajo hasta aquí, el concepto de necesidad, y
sobre todo el de necesidades especiales, rápidamente
intuiremos que para las acciones comunes nos basta con un
rango acotado de libertad; no ejecutamos acciones
especiales para las tareas rutinarias y comunes, en
consecuencia no ampliamos nuestro concepto de libertad
para llevarlas a cabo, ni es necesario que nos reprimamos.
Cumplimentar una necesidad especial requiere a su vez del
ejercicio de una amplitud del sentido de libertad, de un
desapego de las inhibiciones comunes, un apartarse de las
represiones estándar. Un ampliar el accionar a tal
expansión que lleve a los actos útiles para satisfacer la
necesidad especial. Esta mente se abre paso sin los
escollos represivos que normalmente inhiben las acciones
de los comunes. Debe permitirse hacer más allá de lo
permitido. Debe ejercer una libertad particular que
abarque los confines de su necesidad especial. Y este
permitirse hacer debe estar a su vez libre del reproche
interno, de lo que llamamos culpa, de lo contrario no
sería libertad, sino penosa obligación, llegando al
absurdo de matar por necesidad y luego llorar sobre el
cadáver, derrumbado por la culpa. El psicópata debe
caminar sobre cadáveres con la tranquilidad interna, tal
vez con la satisfacción, de haber hecho lo que debía:
satisfacer su necesidad, ajeno al sentimiento de reproche
de los comunes.
El psicópata es una persona que se
atreve a cosas que el común no, la ley del psicópata es: todo
es posible.
Aquí debemos establecer una
diferencia esencial con el neurótico. El psicópata expande
su sentido de libertad, el neurótico lo acota. El
neurótico usa su neurosis para no hacer. Usa el dolor y el
temor al dolor para amansar a su esencia animal, para
ponerle freno y que no se manifieste. Usa la culpa para
intentar no repetir alguna falla en su represión. Tiene
terror a destrabar secuencias internas de acciones que no
pueda controlar. Y está en constante desarmonía consigo
mismo por intentar armonizar con los demás. El neurótico
armó con sus prejuicios un cerco pequeño a su libertad,
pero sueña que lo agrandará algún día, tal vez después de
un análisis o de algún pase mágico, de algo proveniente
del afuera, en un mañana, en otro lugar.
El psicótico no puede ni acotar ni
expandir su libertad por carecer de pragmatismo, de darle
un sentido útil a sus acciones en relación al exterior,
por no controlar las variables que le permitan un ajuste
aceptable a su medio. Por no poder controlarse a sí mismo,
comprenderse mínimamente y, en consecuencia, controlar sus
acciones.
El individuo normal negocia su
libertad. Es conciente que tiene ambiciones, necesidades,
deseos, y es conciente de la presión del medio a sus
proyectos. Y negocia, entrega una parte de su libertad a
cambio de conseguir objetivos armonizados con el medio.
Avanza hasta que encuentra el límite. Y ahí permanece. A
veces da unos saltitos más allá del borde, pero vuelve
enseguida. Envidia sanamente a aquellos que transgreden
sin mayores daños, como el caso del cajero del banco que
salió corriendo con tres millones debajo del brazo y dejó
una notita: no se preocupen, fui yo.