Curso
sobre psicopatía 1, año 2004
Director Hugo Marietán
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Entrega 17: La repetición. Impulso y psicopatía.
Las descompensaciones por frustración.
La repetición:
En clases anteriores comenté que una necesidad impele a
ser satisfecha. Generada, tal vez, por algún desequilibrio
interno, siguiendo el modelo de la homeostasis, se
diagrama una acción tendiente a obtener del medido externo
el recurso que restablezca el equilibrio interno. Puse
como ejemplo cotidiano la señal hambre, que deriva de la
necesidad de alimento, que a su vez está motivada por la
falta de ciertos nutrientes (aminoácidos, hidratos de
carbono, lípidos, agua, sales, etcétera) que provocan el
desequilibrio homeostático. Incorporado el alimento se
reestablece el equilibrio interno, y en consecuencia la
señal hambre desaparece. Consumidos metabólicamente los
nutrientes se produce otro desequilibrio y el circuito se
repite. Si la necesidad no es satisfecha sus señales son
cada vez más intensas hasta ocupar todo el campo de
conciencia y el trabajo de la mente se monopoliza tras el
objetivo de conseguir el alimento, en el caso de grandes
hambrunas, aún a costa de quebrar los principios
culturales más elementales, como la antropofagia por
aislamiento. Este tipo de necesidad común es una necesidad
básica, típica, generalizada, es comprendida por todos sin
el recurso del razonamiento. A nadie llama la atención que
un individuo repita la acción de comer un par de veces
al día o más. A su vez, si prestamos mucha atención,
veremos que cada individuo se diferencia en su modo de
comer no sólo por el tipo de alimento que suele preferir
sino por la manera de realizar esta acción, tiene un
estilo; el comer está imbricado con una ceremonia, con
un rito, que no es notado en general por lo repetitivo,
por lo cotidiano. Así observaremos que Juan prefiere
consumir más carne que vegetales, que la carne debe ser
cocida en aceite más que asada, que gusta de acompañarla
con arroz, más que con papas, que come rápido, que
prefiere comer con una mesa bien preparada y a una hora
determinada, etcétera. Se sabe que Juan come así y estas
acciones están tan automatizadas por el hábito que pocos
tienen en cuenta que Juan tiene un perfil para comer,
que el qué (comer), debe ser acompañado por el cómo
(el rito) en una armonía sin estridencias. Toda mujer que
comienza a convivir con un hombre nota estas diferencias,
luego la repetición las convierte en automáticas y dejan
de notarse: se sabe como hay que prepararle la comida a
Juan.
Estos conceptos de desequilibrio, necesidad, repetición,
perfil, aplicados a hechos cotidianos parecen obvios,
fácilmente asimilables. Sin embargo aplicados a las
necesidades especiales de los psicópatas se vuelven
indigeribles para el intelecto común.
Si el lugar del verbo comer colocamos matar, violar,
estafar, dominar, como acciones tendientes a satisfacer
una necesidad, y si agregamos que esas acciones están
imbricadas en un rito, en un cómo, la incomprensión es
aún mayor.
Decir, simplemente, que la necesidad del Caníbal Alemán
consistía en comer carne humana, provoca desconcierto, sin
embargo, en esencia, es sólo eso.
Entonces, ¿cuál es la diferencia entre un psicópata y un
hombre común? Lo atípico de la necesidad y la manera
peculiar de satisfacerla. Cuantitativamente es una
diferencia, pero cualitativamente ¡qué diferencia!
Impulso y psicopatía:
Clásicamente entendemos como impulso al tipo de acción que
es ejecutada sin mediar razonamiento. Los actos impulsivos
suelen ser ejecutados en medio de un marco emocional
intenso. Podemos decir que a veces el individuo impregnado
de ira tiene un estrechamiento de conciencia y ejecuta
casi automáticamente acciones, por lo general agresivas.
Pasado el momento, cuando se reestablece el equilibrio la
persona se asombra de lo que ha sido capaz de hacer y, a
menudo, se arrepiente.
Recientemente me contaba la esposa de un colega que,
impregnada de celos, fue a buscar a su marido a una
guardia con el bebé en brazos para, en medio de pacientes,
médicos, enfermeros, gritarle a voz en cuello los insultos
más gruesos para que todos se enteraran de lo infiel que
era. Luego, en frío, me comentó que no sabía por qué lo
había hecho. Que había encontrado un par de teléfonos
sospechossos y que eso desencadenó la acción, que se
desconocía, que ella no era así, que sabía que debía
cuidar el trabajo de su esposo, pero que no pudo
controlarlo, que no podía parar y que, después de esto, se
tenía miedo.
Aquí se ve claramente el estrechamiento de conciencia en
este tipo de acto impulsivo, acompañado de un automatismo
de acciones y de la consiguiente intensidad afectiva.
Existen otros tipos de impulsos, menos complejos, y
parecidos a los reflejos, donde una acción sorpresiva
desencadena una reacción compleja. Así contaba una persona
que mientras manejaba su automóvil paró en un semáforo, a
la par se detuvo otro conductor que comenzó a insultarlo
desaforadamente por una maniobra brusca unas cuadras
atrás, una pavada. Esta persona cuenta que miraba esa cara
enrojecida que propalaba insultos y que, sin pensarlo,
salió de su coche, abrió el baúl, sacó la llave cruz que
se usa para cambiar una rueda, y procedió a golpear el
otro coche, rompiendo el parabrisas, la ventanilla,
abollando la chapa. Luego guardó la llave en el baúl, se
subió al auto y desapareció. Éste es habitualmente un
hombre pacífico y sereno y aún hoy no se explica cómo fue
capaz de hacer lo que hizo. Es un hecho aislado en la vida
de esta persona..
Dejamos, a propósito, sin describir los impulsos que
tienen una base orgánica manifiesta, como es el caso de
las epilepsias y otros trastornos psicomotores.
Ahora, si comparamos estas nociones de impulsos con el
mito aplicado a las psicopatías y tal como lo menciona,
entre otros, el DSM IV, falla en el control de los
impulsos, nos damos cuenta que este rasgo no
puede aplicarse a la mayoría de los psicópatas en sus
acciones psicopáticas.
Si pensamos en las acciones del Caníbal Alemán, todo el
tiempo de latencia que se toma para elegir al humano que
comerá, la ceremonia previa, la claridad de conciencia, el
trabajo que se toma en descuartizarlo y guardar carne en
el freezer, filmar por las dudas algunas escenas, no
creemos que esto pueda ser considerado como una falla en
el control de los impulsos.
Tampoco en el caso del abogado salteño que violaba
sistemáticamente a niñas, se puede
decir que poseía
falla en el control de sus impulsos.
Lo mismo en el de la joven auxiliar de medicina que,
sabiendo que su sobrinito de año y medio podía morir
intoxicado con la ingesta accidental de un antidepresivo,
decidió callar.
Y en los cientos de casos de asesinos seriales que
planifican pacientemente sus actos, que siguen con
meticulosidad de cazador a sus víctimas para, en el
momento en que ellos consideran oportuno, asestar su
acción psicopática.
Por todo lo expuesto creo que este rasgo, falla en el
control de los impulsos, no debe ser considerado como
importante para describir una psicopatía.
Desde luego esto no quiere decir que los psicópatas
carezcan de actos impulsivos en situaciones especiales
como las de cualquier otro humano, cuando lo emocional lo
impregna. Y esto se da, con mayor frecuencia, cuando no
puede conseguir su objetivo, cuando algo le sale mal, como
una reacción emocional ante la frustración.
Las descompensaciones por frustración
He aquí el talón de Aquiles de los psicópatas. Este es su
punto vulnerable. Aquí es donde sus máscaras se caen y no
pueden dejar de mostrarse como son y, por sobre todas las
cosas, pierden su poderoso control sobre sí mismo, y el
control sobre su entorno. Se desequilibran. Y ese
desequilibrio puede seguirse de una rápida recomposición o
profundizarse y derivar en un estado muy parecido a las
psicosis. Los clásicos llamaban, a este extremo, las
psicosis breves de los psicópatas.
Es en este estado de descompensación donde el psicópata
comete los actos más burdos, donde se descuida, donde se
delata, donde es presa fácil. Es por eso que, en muchas
ocasiones, los investigadores que han luchado mucho tiempo
por atrapar a un psicópata muy hábil, que les ha
impresionado por su inteligencia, por su estrategia, se
sorprenden cuando los capturan por realizar actos tan
torpes que hasta difícilmente un aficionado haría.
Esta es una de las paradojas que ha confundido a tantos,
hasta hacerlos pensar que el psicópata (supongamos un
asesino serial) quiere ser atrapado.
Saliendo del terreno de los asociales, muchos psicópatas
cotidianos, ante las frustraciones, caen en crisis muy
semejante a las depresivas y son traídos al consultorio
psiquiátrico por los familiares o , más raramente, son
ellos quienes consultan.
Sin embargo estas crisis no dejan de ser raras, atípicas,
fuera del patrón de las crisis depresivas comunes.
Un joven de 21 años, tras sufrir una frustración,
manifiesta una profunda depresión y una noche rompe parte
del mobiliario de la casa, amenaza con matarse con un
cuchillo Tramontina (esta marca de cuchillos hogareños va
a pasar a la historia del crimen). Llegan enfermeros y
médicos de emergencia pero él los mantiene a raya
amenazando con cortarlos y tirando puñaladas al aire.
Nadie se acerca. Pasa el tiempo de manera angustiosa. De
pronto la abuela, de casi 80 años, salta sobre él y se
traba en lucha hasta sacarle el cuchillo ante la mirada
asombrada de todos. Es internado. Pasan 4 días y organiza
entre los internados una protesta por el tipo de comida.
Al quinto día le dan el alta. No hay rastros de la
depresión. Rápidamente se dan cuenta ustedes que no se
trató de una depresión grave, sino una reacción depresiva
intensa y atípica (con gran carga de agresividad y
vitalidad) provocada por una frustración: la de no
conseguir el dinero para ir a un recital de un artista,
Charly García. Esto, que es una simpleza para el común,
era de una significativa importancia para él, fanático del
compositor, de acuerdo a sus códigos propios. También
supera una crisis histérica, diagnóstico que
razonablemente se puede tener en cuenta por la puesta en
escena, por el resultado magro de su amenaza (no se cortó
el cuello, ni hirió a nadie); pero sus antecedentes de
drogadicción, parasitismo, agresividad (en una ocasión
sacó una botella de cerveza de su casa y fue hasta la casa
de sus abuelos, a varias cuadras de distancia, y la arrojó
contra el ventanal haciéndolo añicos, porque no le habían
entregado un dinero que, a su entender, le correspondía),
y otros rasgos que se describen más adelante,
lo encuadran en la psicopatía. Como contrapartida
era tenido por muy buen amigo por sus compañeros.
El tema de la internación, inevitable en esos momentos
donde es peligroso para sí y para terceros, suele
mostrar otras característica de este tipo de psicópatas:
tras una resistencia inicial -caracterizada por la
rebeldía y una actitud reivindicatoria- luego, al verse
superado, cambia de táctica: al darse cuenta que de
persistir en esa conducta lo único que logra es prolongar
su estadía. Éstos son los pacientes que mejoran
milagrosamente en muy corto tiempo de una depresión
intensa, que al cabo de una semana hacen que nadie
entienda por qué está internado un tipo tan vital, de tan
buena conducta y colaborador. Esta metamorfosis se da
también en algunos psicópatas asociales que son
encarcelados cuando se dan cuenta que una buena conducta
como interno, muestras de arrepentimiento, ser un preso
modelo, etcétera, le acorta su tiempo de prisión. En
ambos casos, nuevamente en sus contextos, vuelven a las
andadas otra vez. Con estos ejemplos se vuelve a demostrar
el autocontrol, el control del los impulsos, el
egocentrismo, la manipulación, la seducción (es una
persona que convence que está para ser dado de alta…),
la actuación, y la paciencia, el esperar tras un objetivo.
En ocasiones pacientes psicópatas internados luego de una
crisis, son retirados por los familiares bajo su
responsabilidad, no por considerar que está superada la
crisis sino por el temor a las represalias una vez que
haya sido externado por los médicos y vuelva al hogar.
Recuerden que los psicópatas crean un sistema en la
familia nuclear basado en el temor, en cuyo centro está el
psicópata y el resto gira en rededor. Y muchas veces esta
situación permanece en secreto para la familia extensa y
los amigos.
Una señora de 48 años consulta por un síndrome depresivo
intenso, con fuerte ideación suicida, deja una carta
repartiendo sus bienes, manifestando en ella que no se
siente querida y no desea ser una carga para la familia, y
otros argumentos efectistas. Es internada. Batalla contra
médicos y enfermeros porque no está conforme con nada en
el lugar de internación. Ningún familiar se explica por
qué se deprimió, pero una larga conversación con el
psiquiatra fue revelando las claves. Ella era la persona
dominante en su núcleo familiar, hasta que su hijo mayor
se casa un una joven más dominante y astuta que ella y la
familia comenzó a girar sobre la nueva líder. Destronada,
frustrada y sin encontrar las armas para luchar contra la
nueva, cae en crisis. No puede decir los verdaderos
motivos por temor a perder a su hijo y a sus futuros
nietos. Al mes de internada se hizo amiga de todos los
médicos y enfermeros, conseguía los permisos de salida
cuando ella quería y lideraba un grupo de pacientes. No
manifiesta ningún apuro por salir del sanatorio. Encontró
un nuevo reino, y mantenía a su familia angustiada,
girando a su alrededor en pos de que recupere su salud.