Carta
Gay engrampado
Estimado Dr. Marietan:
Me he tomado la licencia de ponerme en contacto con usted a raíz de los acontecimientos que han marcado mi vida en estos últimos meses y que, como es lógico, están relacionados con los contenidos de su página. Espero que encuentre un hueco para leer estas líneas, y, si es posible, le agradecería cualquier comentario que me pueda aportar.
Antes que nada me presentaré. Me llamo S, voy a cumplir en breve 34 años y soy profesional.
Lo cierto es que se hace difícil exponer de forma breve todos los sucesos acontecidos. Creo que lo más adecuado sería comenzar por el final, para, posteriormente, volver al principio. Por lo que he vivido, por como me he sentido, así como debido a la lectura de los artículos de su página, creo que he estado conviviendo con un individuo de los denominados psicópatas. Es curioso como al ir leyendo los rasgos que caracterizan a este tipo de personas, los veía perfectamente reflejados en este sujeto, al igual que las cuestiones relacionadas con el complementario me hacían pensar en mí.
Hace ya un poco más de dos años, mientras ejercía mi labor, trabé especial relación con un alumno que, en principio, me parecía que estaba falto de cariño y que buscaba un referente adulto. Esta “amistad” comenzó porque yo era el encargado del periódico escolar y este alumno poco a poco, se fue convirtiendo en mi mano derecha. Era, de entre el resto de alumnos que participaba en tal proyecto, el que trabajaba más horas; incluso, fuera del horario escolar se prestaba a ir al instituto para echar una mano con el periódico. Durante este proceso me fue contando su situación familiar: al parecer, unos padres que no le querían, no se preocupaban por sus necesidades básicas (comida, estudios, etc.) y que, en ocasiones, lo maltrataban. A mí me fue inspirando una gran pena. Yo trataba de ayudarlo en lo que podía (le daba dinero o lo invitaba a comer), hasta que, un día, decide venir a mi casa. Me pareció muy extraño, dada la posición de profesor que ocupaba yo en el pueblo, pero, no sé por qué, accedí. En principio, y analizando los hechos con retrospectiva, sus continuas demandas de atención fueron llenando, en cierto sentido, mis necesidades de ayudar a los demás, pues me sentía bien al hacerlo; de hecho, legó un momento en que mi mundo era su bienestar.
Durante esta parte de la historia yo no percibía nada raro. Sólo había dos salvedades: mi entorno, no sé por qué, me decía que tuviera cuidado con ese chico; a ninguno de mis amigos les gustaba la idea de que un menor entrara a mi casa; y, en segundo lugar, yo veía que este alumno se tomaba atribuciones o demandas hacia mí que eran ya un tanto pasarse de los límites.
Un tercer aspecto, y relacionado con lo expuesto en el párrafo anterior, es que, al finalizar ese curso escolar, a mí me daba la impresión de que esa persona se estaba enamorando de mí y yo, de alguna manera, de ella. Aquí es preciso que haga un inciso: yo tenía un novio desde hacía años, aunque no vivíamos en el mismo lugar. Debido a esa sensación de enamoramiento decidí cortar mis relaciones con él. Pasó el verano y no tuvimos contacto, salvo un par de ocasiones en las que me llamó por teléfono. Cuando comenzó el curso siguiente, en septiembre este chico comenzó de forma insistente a reclamar mi atención, a ir a mi casa y, en general, a estar conmigo. Debo de reconocer que me agradaba su compañía y su demanda de ayuda. Además, empecé a experimentar una fuerte atracción sexual hacia él, cosa que, en un principio, me perturbaba. A principios de noviembre nuestra relación parecía una olla a punto de explotar, pues daba la impresión de que había un torrente de sentimientos y pulsiones reprimidas entre ambos. De este modo, en noviembre tuvimos nuestra primera relación sexual. En un principio, me daba la impresión de un gran enamoramiento hacia él: yo pensaba y sentía que en el chico había focalizado distintos sentimientos (el de padre, amigo, profesor y amante). Nuestra relación se convirtió en encuentros sexuales muy pasionales y yo estaba viviendo en una especie de nube.
Como es obvio, yo tenía mi relación de pareja estable, a quien en ese momento no dije nada. Pues bien, durante los encuentros con el alumno, éste empezó a demandarme que dejara a mi novio y me quedara con él (este adolescente tenía en ese entonces 16 años). Claro, ante esta exigencia me quedé aturdido. Decidí definitivamente que era una locura y que yo no podía estar con un menor de edad como novio. Cuando me fui en las vacaciones navideñas a casa de mis padres decidí que lo mejor sería acabar con la historia. Sin embargo, cuando estaba con mi novio pasando el fin de año, empecé a echar al chaval mucho de menos. Hasta el punto de que se me pasó por la cabeza dejar a mi novio y quedarme con él. A la vuelta del as vacaciones de Navidad era firme en mí ese propósito. Sin embargo, cuando vi al alumno, éste empezó a tratarme con desprecio y se alejó de mí. Yo empecé a entrar en una etapa de ansiedad y, por lo tanto, a tomar ansiolíticos. Bueno, para no detenerme en detalles, le diré que pasados dos meses esta persona vuelve a mi vida como un amigo. Sin embargo, como él veía que no me podía tener como novio (debido a mi pareja) y que yo seguía sintiendo algo por él empezó a machacarme psicológicamente: me trataba mal, me despreciaba, decía que lo que yo tenía eran boberías, etc. Poco a poco me fui armando con una coraza hasta que decidí desterrarlo de mi vida.
Pasa el verano y comienza el nuevo curso. En ese entonces había conseguido desterrarlo completamente de mi cabeza. Ya no pensaba en él, no nos hablábamos; en definitiva, me era indiferente. Sin embargo, a finales de marzo, en los carnavales del pueblo, un primo mío lo llamó y lo trajo otra vez a mi vida. Yo, a partir de ahí, pensaba que podía mantener una relación de “amistad” normal con él. No obstante, lo que al principio pensaba que podía controlar se me fue de las manos. Me llamaba insistentemente, reclamaba mi atención y entró en un juego de seducción. Yo empecé a desestabilizarme, a preguntarme si sentía amor por él y si lo que sentía por mi novio había pasado a ser una amistad. Empecé a experimentar otra vez ansiedad y acudí a una psicóloga . Según me dijo la profesional, lo que yo experimentaba por ese chico era un “enganche” y, por las cosas que yo le contaba, ella infirió que me estaba haciendo maltrato psicológico. Yo al principio no daba crédito.
Bueno, para no detenerme en detalles, le diré que empezó una crisis fuerte con mi novio y que algo me decía que debía huir del alumno, pero experimentaba unos deseos irracionales de estar con él. Queriendo hacer esa huida pedí traslado para la isla en que vivía mi novio, y no tuve en cuenta que el adolescente (ya con 18 años) quería venir a estudiar a la universidad (que está en la ciudad). Yo me voy a vivir con mi novio, experimentando una gran ansiedad de estar con el chico, hasta que, un buen día, decido romper con mi novio ya que la situación era insostenible.
Me fui a vivir a otra casa y me traje al chico conmigo. En un principio, el que esta persona estuviera a mi lado hizo que se fuera mi ansiedad. Sin embargo, a medida que pasaban los días fui experimentando otros sentimientos. Este adolescente empezó a prohibirme ver a mis amigos. Yo trataba de razonar con él, pero no podía. Me daba la impresión de toparme con un muro. Por otro lado, no respetaba mi estado físico: en octubre cogí una baja por gripe, y a él parecía darle igual que estuviera enfermo, pues me hacía ir a centros comerciales a comprarle cosas. Empezó a disponer de mi dinero como si fuera suyo (me controlaba las cuentas, descubrí en su ordenador que me había instalado en el mío un programa espía, etc.). Y, además, tenía la obsesión de que, cada vez que yo salía de casa, iba a tener relaciones sexuales con otras personas. Le voy a poner un ejemplo: una noche salimos de fiesta este chico, un primo mío y yo. En un bar me encontré a un exalumno al que hacía unos 5 años que no veía. Nos abrazamos y empezamos a charlar. Este chico me sacó del bar con furia y empezó a empujarme y golpearme. Mi primo tuvo que intervenir.
Durante todo este proceso, yo tenía la impresión de que había tirado mi vida ala basura y, lo que nunca me había sucedido, empecé a experimentar ganas de suicidarme. Mi única salvación en ese momento era el lazo emocional que me unía a mi expareja, a la que busqué. Un día, después de haberme inventado un ardid (con la ayuda de mi primo), pude salir de la casa y ver a mi expareja. M, que así se llama él, empezó a llorar cuando me vio, y me dijo que me habían cambiado, que no era yo la misma persona. Pese a todo lo que había sufrido, decidió ayudarme.
En fin, tras tres meses más de convivencia una noche cogí fortaleza y lo eché de mi casa. Ya lo había intentado antes. Tras cada intentona fingía crisis de ansiedad y me respondía que cambiaría, pero no lo hacía. A día de hoy, esta persona lleva ya tres semanas fuera de mi casa. Sin embargo, y es lo que me preocupa, siento ansiedad porque no lo tengo cerca. A veces me dan ganas de llamarlo, pero me obligo a no hacerlo.
Sé que hay muchos detalles que he omitido, tal vez por no hacer la redacción farragosa. He intentado centrarme en lo principal. Mis preguntas son: ¿era un psicópata? En caso afirmativo, y si yo fui su complementario, ¿por qué llegué a serlo? Y, en último lugar, sabiendo como es,¿por qué siento deseos de llamarlo o de saber de él? ¿Se me pasará algún día?
Le agradecería mucho que me aclarara estas preguntas.
Atentamente: S
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