Artículo
Estafador serial
Bernard Madoff, Curatola y Cia
por Hugo Marietan, febrero de 2009
Así como caracterizamos los perfiles
de los asesinos seriales por su modus operandi, es
decir, por la repetición del modelo de acciones para
conseguir su objetivo, lo mismo podemos penar de estos
estafadores que repiten un estilo de quedarse con el
dinero de los demás usando el engañó como eje principal.
Estos estafadores seriales son seductores en extremo,
persuasivos hasta la fascinación y expoliadores como
ninguno de la ambición de aquellos que, una vez conocidos
los resultados negativos, se presentan como víctimas, pero
que, en realidad, son partícipes necesarios para que la
estafa se lleve a cabo, o incluso, cuando se dan cuenta de
que va el engaño, ellos a su vez engañan a otros (venden o
convencen a otros para entrar en la pirámide)
convirtiéndose ellos también en estafadores.
Las supuestas victimas de estos
engaños no son más que jugadores ambiciosos que apuestan
con un alto riesgo de perder subyugados por la posibilidad
de una ganancia que el mercado normal les niega. La
ambición desmedida, la ilusión de una ganancia rápida y
desmesurada, mueve a estas mentes a engancharse en estas
cadenas en la esperanza no fundamentada de que la cadena
se corte después de que ellos tomen la ganancia.
Pero, la ambición carcome el alma y
debilita la voluntad y la lógica: a pesar de que muchos se
dan cuenta que una pirámide de ganancias no puede durar
mucho y que, a medida que pasa el tiempo el riesgo aumenta
exponencialmente, siguen redoblando la apuesta hasta que
el no va más los tumba en el barro de los perdedores. Y
son ellos los que más cacarean como víctimas inocentes y
piden la cabeza de los estafadores iniciales.
Si hilamos más fino no se trata de un
engaño puro: alguien que le vende una casa a otro a un
precio de mercado y los títulos son falsificados, por
ejemplo. Si no que el estafador pone como carnada una
ganancia inusual. Algo que cualquiera puede, con algo de
razonamiento común, deducir que algo podrido hay detrás
de esta operación. De hecho, en el caso argentino Curatola,
que se investiga en estos momentos, muchos de los
inversores de la zona de Azul (provincia de Buenos Aires)
no se prestaron a entrar en esa pirámide y, desde luego,
no cayeron cuando la pirámide se derrumbó. Otros, sin
embargo, empujados por su ambición y el pensamiento
mágico de una ganancia rápida apostaban hasta su sueldo
para entrar en la pirámide.
Curatola tenía como parte del
decorado un programa en Radio Continental donde comentaba
las noticias del mundo financiero y daba consejo sobre
inversiones. Su centro de operaciones era la ciudad de
Azul. Algunos agentes recorrían las zonas aledañas
convenciendo de las bondades de las inversiones.
Como sabemos desde hace décadas, una
pirámide se forma con alguien que dice, por ejemplo,
poseer la información y el contacto con un captador de
capitales (por lo general extranjero) que promete
intereses fuera de lo común; pero estos inversores
iniciales deben captar a otros inversores para que la
pirámide se forme, y así sucesivamente. Cuando ingresan
las filas de los nuevos inversores, ese capital sirve para
pagar los altos intereses de los primeros que ingresaron a
la pirámide. Estos primeros inversores que realizaron la
primera toma de ganancias aumentan la ilusión de toda la
cadena, ya que se ve en lo concreto como estos hombres
han incrementado su capital. Así cuentan el caso de uno de
ellos que cambió su automóvil de tercera mano por un
impactante cero kilómetro al que llamó Curatolita en
agradecimiento al asesor financiero. Imagínense el poder
sugestivo de este hecho concreto: ver a un vecino pasearse
orondo con su coche nuevo por haber entrado en la
pirámide. Estos ejemplos alimentaban la pirámide
exponencialmente. Hasta que se agotó el sistema y todo se
vino abajo.
A tanto llegó esta fiebre de la
pirámide que las familias se reunían para unir sus
sueldos (dejando de pagar sus gastos mensuales) y los
invertían en la pirámide Curatola. Y, más absurdo aún,
cuando esta pirámide se derrumbó y las dolientes víctimas
gemían por los pueblos vecinos a Azul, apareció una émula
de Curatola, que, con el mismo cuento de la pirámide,
convenció a varios vecinos que se prendieron de nuevo a
esta pirámide, tratando de ser los primeros. Falta de la
habilidad de Curatola, rápidamente fue apresada. Pero es
importante tener en cuenta que cuando se establece un
vicio en una población crédula y ambiciosa ésta continúa
con los malos hábitos a pesar de las contundentes
muestras del fracaso del modelo.
Por lo tanto, si analizamos fríamente
estos hechos: ¿podemos hablar de víctimas puras e
inocentes que cayeron en manos de un estafador depravado?
Pienso que el psicópata estafador es imprescindible para
que se forme la pirámide (o cualquier estafa de esta
índole), pero debe contar con la complicidad de muchos de
los miembros de la pirámide que se tornan en partícipes
necesarios al engañar a otros, o al menos a incitar
fuertemente a otros para que se integre a la pirámide a
sabiendas que los últimos serán los que pierdan. No digo
que no haya caído en la volteada un porcentaje de ingenuos
excitados por la ambición y sin medir mucho las
consecuencias de la inversión; aún así no la podríamos
considerar víctimas.
Por otra parte, no quitamos la
responsabilidad del psicópata en esto. Ya que es
plenamente conciente de la maniobra que va a realizar, y
de las consecuencias negativas que tiene este juego. Pero,
como ya sabemos, la materia prima con que trabaja el
psicópata es la gente y siempre trata de sacar provecho
para sí mismo.
Siguiendo este razonamiento podemos
lanzarnos a la atrevida hipótesis de que una pirámide se
forma con un psicópata a la cabeza y unos ambiciosos
desmedidos que son funcionales al psicópata y contribuyen
a agrandar la base de la pirámide hasta que esta se
desmorona. Entre el psicópata y los piramilizados hay un
ida y vuelta que tiene como clave la ambición, la ilusión
del dinero fácil, la ilusión de quebrar la vieja ley de
los inmigrantes: si quieres dinero, clava el arado y
trabaja duro.
Estafa
Fuente: Curso sobre
psicopatía, Marietan, Ed. Ananké, Bs. As. 2009
Es una relación bidireccional entre
el psicópata y el otro, donde la propuesta del psicópata
encuentra eco en las apetencias del otro: el psicópata
propone el contrato y el otro lo firma. Contaba un amigo
que una vez caminando por calle Sarmiento, en Buenos
Aires, se le acercó un hombre de unos cuarenta años, con
un bolso en la mano y un aparato reproductor de mini
disc en la otra. Le dijo que vendía aparatos de rezago
de la Aduana, y le ofrecía vendérselo a 100 pesos (el
costo real era de 600). Le mostraba el aparato y se lo
hizo escuchar, era maravilloso, pero no contaba con los
100 pesos. «Mirá, yo tengo que vender esto hoy, vos cuánto
tenés», «Tengo sólo 30 pesos en este momento». «Bueno,
hagamos una cosa, yo te lo doy ahora y, otro día, cuando
me veas por el barrio, me das los otros 70 pesos».
Acordaron así y, frente a la vidriera de un negocio, le
dice: «te doy uno nuevo, este lo uso para mostrar», y le
dio un paquete. «Guardalo, que no te lo vean, hay que
tener cuidado, a ver si te lo afanan». Este amigo,
emocionado con la compra, llegó a su casa y al abrir el
paquete se encontró con medio pan de jabón. No lo tomó a
mal, se rió durante más de media hora, de él mismo.
Este tipo de personalidad tiene la
habilidad de captar las necesidades del otro. Capacidad
que determina otro rasgo importante, que es la seducción,
llevando así a los demás a entrar en el circuito
psicopático. El psicópata les demuestra que les son
necesarios, pero que él le es mucho más necesario a los
demás. Entonces se da un circuito entre el psicópata y la
otra persona. Se establece un circuito mutuo para suplir
las necesidades, o mejor, el psicópata establece una
comunicación con los patrones irracionales del otro.
Si a esto se agrega que son
inteligentes y manipuladores, se cae en la cuenta de que
es muy difícil resistirse a ellos. Relacionarse con un
psicópata es un viaje de ida con retorno complejo.
De la crisis financiera a Madoff
13-02-2009 / El caso Madoff ha
arribado, finalmente, a las orillas del Plata
Fuente: http://www.elargentino.com/nota-28480-De-la-crisis-financiera-a-Madoff.html
Mario Rapoport Parece, en definitiva,
que la fuga de capitales no es un buen negocio porque
u$s500 millones de inversores argentinos se deslizaron
imprudentemente en los bolsillos de Bernard Madoff. Esto
sólo indica la punta de un iceberg: ¿cuánto dinero
argentino de esos u$s100.000 millones, que en las últimas
décadas recalaron en el exterior, habrán tenido el mismo
destino fatal en manos de compañías financieras hoy
quebradas (e incluso algunas ya desaparecidas) como Lehman
Brothers, Goldman Sachs y el Citigroup, entre otras. O en
el mercado inmobiliario norteamericano, sobre todo en
lujosas mansiones o edificios de Miami o Nueva York? Eso
demuestra, en primer lugar, que no hay un colchón seguro
en el mundo, ni siquiera en dólares o en euros, ni aun en
los paraísos fiscales, y que quizás hubiera sido mejor
invertir en actividades productivas en la propia
Argentina.
Es posible que no muchos o ninguno de
esos inversores conociera al celebre Charles (Carlo) Ponzi,
el más famoso antecesor de Madoff. El juego Ponzi de las
finanzas fue definido como aquel en que las cargas
financieras de una unidad comercial (los intereses)
exceden los flujos de efectivo de las operaciones o,
también, como el caso del que emite su propia deuda
personal y procura el reembolso de esa deuda con la
emisión de una nueva. Hacia 1925, los negocios de Ponzi,
un audaz bostoniano, se desarrollaron en los pantanos del
estado de Florida (el paraíso de tantos argentinos
afortunados), a través de la venta de terrenos que, aunque
quedaran a 5 o 10 millas del mar, se convirtieron en zonas
cercanas a playas inexistentes. La tierra se dividió en
parcelas edificables que eran vendidas con un pago inicial
del 10%, y cambiaban de mano con una rapidez increíble.
Los compradores no tenían la menor intención de vivir en
ellas, pero podían venderlas con grandes beneficios. Los
intereses que debían a los bancos para obtener ese 10%
inicial se pagaban muy fácilmente con las ganancias de la
valorización. Por lo menos, hasta que el último de la
cadena se daba cuenta de que no podía vender a nadie ni
tomar más deudas, y debía resignarse a vivir sobre el
pantano.
Así, se desarrolló un proceso
especulativo que sería un antecesor de la crisis de 1929.
Por eso hoy, cuando se habla de Madoff, se menciona a
Ponzi, sin duda su maestro, aunque hayan diferido en la
naturaleza de sus negocios. Bernie Madoff, como lo
llaman sus amigos, era un ejemplo de señor de la alta
sociedad globalizada, con un departamento de lujo en
Manhattan, residencias en ciudades balnearias de los
Estados Unidos y la Costa Azul, varios yates, automóviles,
una veintena de relojes en oro y diamantes de Cartier y
Tifanny, etcétera. Todo esto con el dinero de otros desde
los años 60, aunque su notoriedad se estableció en los
más brillantes 80 y 90. El sistema Madoff se basaba en
la pirámide de Ponzi, que remuneraba a los primeros
inversores con el dinero obtenido por los nuevos reclutas,
sin ninguna estrategia de inversión. Madoff creaba
sociedades fantasma, fondos de inversión situados en
lugares tranquilos del mundo como las islas Caimán, las
Bermudas, Singapur, pero en sus negocios también
intervenían bancos prestigiosos como el Crédit Suisse, el
Santander, el UBS, que proponían los productos Madoff a
sus clientes más ricos, mientras que otros, como el HSBC o
el Royal Bank of Scotland, prestaban sumas importantes de
dinero para esos fondos, siempre, por supuesto, en
condiciones ventajosas. Madoff no prometía al principio
grandes beneficios, empezaba con el 10%, y se hacía
confiar poco a poco los capitales de inversores que
estaban contentos con los beneficios originalmente
obtenidos. Su red se extendía a los Estados Unidos,
Europa, Oriente Medio, Asia y hasta China. Y quizás sus
negocios podrían haber proseguido de no estallar la actual
crisis financiera después de la caída de Lehman Brothers.
El total de su estafa llegó a los u$s50.000 millones y
abarcó a figuras del espectáculo, del deporte, de las
finanzas; a millonarios, universidades y hasta argentinos.
El New York Times comparó a Madoff
con un psicópata, con las mismas características de un
asesino serial, pero eso lo hace curiosamente una especie
de Monsieur Verdoux. Muchos recordarán la genial película
de Charles Chaplin en la que interpretaba a aquel
inolvidable personaje, un verdadero asesino serial de
viudas adineradas que cometía sus crímenes con una
justificación moral: al fin de cuentas, sus pequeños
asesinatos no eran nada al lado de las guerras que
asolaban al mundo. ¿No estaría Madoff pensando algo
parecido? Sus pequeños crímenes financieros resultan muy
poco frente a la profunda crisis producida por una
especulación desenfrenada que seguía el sistema Madoff-Ponzi,
pero a niveles infinitamente superiores. La quiebra de
cientos de bancos, de compañías de inversión, la
devastadora caída de los mercados bursátiles que padece
hoy el mundo, puede que fueran para Madoff, que
seguramente la veía venir, lo que para Monsieur Verdoux
era la catástrofe de la guerra. En ese sentido, quizás
Madoff sea en verdad un psicópata al estilo Verdoux:
probablemente quería aprovechar un mundo en el que se roba
impunemente a la mayoría de la gente alegrando fugazmente
a inversores confiados; del mismo modo en que Verdoux veía
un mundo que se desangraba en guerras atroces sin sentido
y sus asesinatos eran una forma mucho menos inmoral de
hacer feliz por un momento a viudas sedientas de cariño
antes de robarlas y asesinarlas.
Ahora ese sistema está en bancarrota,
pero los gobiernos ponen miles de millones de dólares para
intentar salvarlo, lo que en el siglo XIX haría sonreír al
avaro Père Grandet, el inolvidable personaje del Balzac,
que decía que quebrar es cometer un robo que la ley toma
bajo su protección. En cambio, para Grandet, un salteador
de caminos de su época era mejor que el que caía en
bancarrota porque te atacaba para robarte pero arriesgando
su vida. Nada de eso ocurrió con los dueños de Enron; con
Goldman Sachs, una de las compañías más implicadas en los
escándalos de la crisis de 1929 y que todavía sobrevive;
con muchos de los bancos mencionados anteriormente, los
más prestigiosos del mundo financiero y hoy quebrados o a
punto de quebrar, con el Long Term Capital Management,
fondo de inversión creado por dos astutos economistas
Premios Nobel, que también quebró estrepitosamente hace
unos años y fue presurosamente rescatado por un consorcio
de bancos armado por la FED. Al menos, Verdoux terminó
ejecutado, y Madoff está hoy enjuiciado, mientras esas
compañías y bancos persistirán gracias a la ayuda de los
Estados, para quienes quebrar no es robar.
Una de las cuestiones que está en
boga en la Argentina es el tema de la seguridad, y los que
más claman por ella son los que más tienen. ¿Pero qué
seguridad les brindaban a los capitales fugados esos
criminales de las finanzas? El mundo es ciertamente
inseguro, aunque no sólo porque existan los Verdoux, los
Madoff o los ladrones de las villas miseria, sino porque
está montado en un sistema económico, político y social
para el cual la especulación, y las bancarrotas derivadas
de ella son protegidas por la ley.
Mario Rapoport
Economista e historiador
Investigador superior del Conicet