Cartas comentadas
Lucas, el parásito
Mi nombre es María,
tengo 28 años. Estuve de novia durante dos años con un
hombre que, hoy, veo es un psicópata. Aún así, no me
arrepiento de haberlo descubierto – lo que se dice – tarde,
porque a partir de este descubrimiento y mi libertad es que
puedo ayudar a otros.
Conocí a Lucas en un
momento feo de mi vida. Había estado por más de un año con
un hombre que idolatraba, un escritor, un colega, que me
había dado toda esa adrenalina en la vida, esa pizca bohemia
que mi vida universitaria y laboralmente responsable
necesitaba. Yo soy escritora, pero también tenía mi carrera
y mi trabajo, por lo cual ese hombre me maravillaba la vida.
Pero jamás me amó, y no podía comprender cómo teníamos
momentos maravillosos, de poesía, libros, sexo, música y él
no se enamoraba de mí. Finalmente corté la relación, y fue
ahí cuando conocí a Lucas. Él me llenaba de alabanzas, leía
todos mis escritos y los comentaba en detalle, discutíamos
sobre la notable influencia quirogiana en mis cuentos y
demás. A veces me visitaba vistiendo traje y corbata, ya que
trabajaba (él me dijo que era socio) en un estudio jurídico
con su hermano abogado. Él se desempeñaba como gestor. Ahí
fue que me dijo que era Licenciado en Gestión, más bien
Gestión Jurídica, por un curso jurídico que daba más valor a
sus estudios universitarios. Yo misma visité el estudio, por
demás bonito.
Me dijo también que
era músico: Yo estudié 15 años de música, pero lo que él
tenía era mucha intuición y sabía mucho de historia de las
bandas. Me sorprendió que fuese tan admirador de U2 como yo,
y que conociera en detalle toda su obra. Coincidíamos en
muchas cosas, especialmente los gustos en música y
literatura. Yo no me enamoré de él perdidamente cuando lo
conocí, ni aún de novia, pero su forma de tratarme, de
alabar mis logros, de comentar mi obra y hacerme sentir una
mujer amada me obligó, de algún modo, a permanecer junto a
él.
Como soy traductora,
no quería hablar mucho inglés conmigo, pero decía que lo
había aprendido muy bien estando en los Estados Unidos. Me
comentó que había ido por trabajo y que había estado más de
tres meses en Ohio. Yo conozco
Estados Unidos pero jamás visité esa zona. Me comentó
inclusive que, recién llegado a Ohio,
lo había parado la policía por haberse detenido en la
banquina de una ruta a mirar un mapa, y que como su inglés
no era tan bueno en ese entonces y estaba nervioso, le había
costado horrores hacerse entender con el policía. También
comentó que lo había ayudado un cubano, que pasaba por allí,
a evitar una multa. También habló de haber comenzado a
trabajar como limpiapisos en una empresa multinacional en
Buenos Aires, y que había ascendido hasta dueño de reparto
con mucho esfuerzo. Me hablaba de la innumerable cantidad de
veces que había tenido que estudiar para exámenes finales de
la facultad arriba de la camioneta mientras hacía los
repartos. Me nombró inclusive a profesores, según él
inolvidables por su calidad intelectual.
En un momento
comencé a ver baches en su discurso. Vi que en su casa no
había ninguna prueba de haber estado fuera del país, ni su
título universitario, ni apuntes, ni nada. En una
oportunidad le comenté que me parecía extraño que no
guardara nada de los viajes ni los estudios en su casa, y
entonces se violentó conmigo. Me dijo que quién me creía que
era para cuestionarle las cosas a él, y comenzó a hablar de
mis inseguridades y mis miedos.
Un buen día deja el
trabajo en el estudio porque le habían ofrecido un trabajo
en un Hotel muy importante de la Capital. Acepta. Era un
trabajo simple pero de muchas horas, horarios rotativos,
pero un salario aceptable. Duró menos de un mes. Según él,
como nuestros horarios no coincidían no nos veríamos casi
nada y él no soportaba no verme. Después me dijo que le daba
mucha bronca que con un currículum como el de él estuviera
trabajando diez horas diarias en esas condiciones. Después
de eso estuvo seis meses sin trabajo. Lo mantenían sus
padres, y como él no tenía acceso a internet me mandaba a
buscarle trabajo y mandarle currículums desde mi casa. Allí
me dio la contraseña de su casilla de e-mail. Recuerdo que
me decía que pusiera un salario pretendido de $ 1.500 y un
puesto estable. Caso contrario, que ni me molestara en
enviar nada. En seis meses no salió ni un solo trabajo.
Entonces su padre compró un auto modelo 1980 y le consiguió
trabajo en una agencia de remis. Allí también duró un mes.
Decía que era culpa del país, que no podía ser que un
profesional universitario estuviera manejando un remis como
alguien que no tiene estudios. Dos meses después apareció en
mi casa. Yo vivo en una cuidad a 50 kilómetros, y me había
terminado un departamento hacía unos meses. Se vino a vivir
conmigo. Lo mantuve durante cuatro meses, en los que él me
decía que salía a buscar trabajo de mañana. Al tiempo un
amigo mío le ofreció un trabajo en una pizzería y allí
comenzó a trabajar.
La relación
empeoraba, ya que su situación empeoraba. Yo creía en mi
puesto de trabajo mientras él no. Debía pedirme dinero para
cigarrillos o cualquier cosa que quisiera y eso parecía
molestarle. Ni hablar de cuando yo se lo negaba. En fin,
como yo vengo de una familia de clase media (él no) y mis
padres me han ayudado mucho financiando mis estudios y mis
viajes al exterior para estudiar, siempre tomaba eso como
una forma de hacerme sentir mal por reprocharle cosas (como
que mientras no trabajaba no hacía nada en la casa, no me
ayudaba). Entonces me decía que yo no entendía nada de la
vida, que a él todo le había costado muchísimo, que había
ido a rendir exámenes sin dormir en la universidad porque
tenía que trabajar para comer, que se había comprado sus
autos (le gustaba restaurar autos viejos) con mucho esfuerzo
y trabajo, pero que yo había tenido todo servido en bandeja
y que me gustaba alardear frente a él. Él siempre decía que
yo hacía eso para disminuirlo. Una vez se enojó tanto que
aceleró a 140 Km/h en una avenida céntrica. Yo pensé que nos
matábamos. Llegamos a su casa y me tomó del cuello, me pegó
una piña en el estómago y una bofetada muy fuerte. Yo le
devolví la bofetada, y ahí vi en sus ojos una furia que
jamás había visto en mi vida. Me volvió a tomar del cuello y
me puse a llorar. Pensé que me mataba. Me culpó por todas
las cosas malas que le habían pasado desde que estaba
conmigo.
Comenzó a trabajar.
Duró tres meses. En esos tres meses, sólo trajo el dinero de
un solo sueldo. Decía que mi amigo no le pagaba el salario
entero. Y volvía pasada la una de la mañana, diciéndome que
mi amigo lo hacía cocinar pizzas, lavar platos, limpiar
pisos. A mi amigo le decía que yo no quería ir más a la
pizzería porque no me gustaba el olor que había, o que
sentía frío porque no tenían calefacción. Así nos enemistó,
por lo cual ninguna de las dos partes sabía la verdad. En
ese entonces, tenía franco sólo los lunes. Esos días, tomaba
el colectivo a la mañana y me decía que iba a visitar a su
familia. Después de unos meses, entrando a su casilla para
enviarle un CV, me entero de que hacía tiempo salía con otra
mujer. Me entero también de que le había dicho que vivía
solo, en un departamento, y que era socio de un restaurante.
Dejé sus cosas en la
calle y cuando volvió ese día lo eché.
Luego me entero de
que jamás había salido del país, de que había terminado el
secundario en un colegio de adultos nocturno a los 21 años,
que jamás había trabajado en ningún lado y que todo lo que
me contaba de sus empleos eran en realidad empleos que
habían tenido su padre y su hermano mayor. Me enteré de que
no era músico, que jamás había tocado los instrumentos que
decía ni en las bandas que nombraba. En fin, me enteré de
que TODO lo que me había contado era mentira. También supe
que había dicho a otras que había estudiado la Licenciatura
en Ciencia Política y Relaciones Internacionales (que es la
carrera que yo estudié), y que había dado detalles de mi
vida como si fuesen propios de él.
Hoy estoy de novia,
con otro, y muy feliz, sigo en contacto con varias de sus
víctimas porque nos hace bien estar unidas. Él me mandó a
decir por su madre que se estaba tratando psicológicamente
pero he descubierto que no es cierto, y que sigue
reinventándose a sí mismo y lastimando gente.
María
Este hombre busca un
huésped y lo parasita. Aborrece el trabajo, es decir el
esfuerzo tras una meta, los obstáculos. La herramienta que
usa es la mentira y la fabulación. Fabula alrededor de un
tema: él y sus logros virtuales. Tiene encanto, en el
sentido de que sus mentiras tienen cierta gracia que
sugestionan, que las hacen creíbles. Debe esto estar
acompañado de una habilidad para la actuación y, además, un
público muy necesitado de halago: es una cuestión del tipo
llave: cerradura. Aquí importa tanto el parásito como el
parasitado.
Sin embargo este sus
representaciones son de vuelo corto. Hay una falla en su
oficio de fabular que hace que sea descubierto (una grosera:
te dio la clave de su mail). Es decir, si bien es
habilidoso, no tiene el arte. Juega bien, pero no lo
suficiente como para estar en primera A. No llega a
chapucero, desde luego, pero está muy lejos de Maradona.
Falla en los
trabajos (dura un mes), falla en los estudios (termina el
secundario a las cansadas), falla con las mujeres (vos lo
encontraste suelto y lo largaste), falla en su ambición
(pide unos míseros 1.500 pesos de sueldo, míseros para un
artista del chamuyo, para un parásito de ley). Falla en la
ayuda hacía el huésped (una de los ganchos de los parásitos:
no trabajan, pero ayudan y son tan buenos). Falla en el
control agresividad: pega al huésped (me tomó del cuello,
me pegó una piña en el estómago y una bofetada muy fuerte),
esta es una ley inquebrantable en todo buen parásito:
parasitar y no agredir, para no ser echado.
Resumiendo: es un
parásito, pero un parásito mediocre.
Y da para chamuyero,
pero ni ahí para psicópata: el psicópata es un artísta, y
éste es un obrero especializado.
Saludos cordiales,
Dr. Marietan
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