SEMIOLOGÍA PSIQUIÁTRICA Y PSICOPATÍA

Dr. Hugo R. Marietán

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Sólo para estudiantes y profesionales de la Salud

 

 Curso
sobre psicopatía 1, año 2004

Director Hugo Marietán


marietanweb@gmail.com


www.marietan.com

Derechos internacionales reservados

 

 

Entrega 16

 

La culpa

 

Caracterización y discusión de rasgos:

1) Satisfacción de necesidades distintas:

b) Códigos comunes y códigos propios: Introyección de las
normas, sorteo de las normas, remordimiento y culpa.
Concepto sobre culpa y responsabilidad.

 

Códigos comunes y códigos propios

Los valores comunitarios tienen su origen en las
necesidades y las posibilidades que brinda el medio para
satisfacerlas. La suma de experiencias individuales y del
grupo va formando aquellos sedimentos de patrones de
conductas deseables que constituyen los valores. Estos
valores son transmitidos del entorno al individuo a través
de la familia, la escuela, el grupo social. Desde el punto
de vista social los individuos ya nacen inmersos en una
atmósfera de valores. Como el pez nace ya rodeado de agua.
Por lo que va asimilando, haciendo la analogía con la
química, como  en un proceso osmótico los valores de la
comunidad. De tal manera que  a través del solo estar en
un grupo éste le trasmite sus valores, sus costumbres, sus
modos de hacer. El humano es un copiador de gestos,
conductas, vocablos. El ‘deber ser’ le viene del otro en
una atmósfera de valores. Es por eso que el individuo
incorpora desde su inicio como integrante del grupo, los
valores, como incorpora el alimento a su organismo. No son
procesos intelectuales que se discuten o cuestionan, que
haya que aprenderlos a determinada edad: están allí, son
esos y punto. Estos valores comunitarios son introyectados,
asimilados y luego pasan a ser parte del propio individuo.
Pasan a convertirse en «sus valores». Esto le permite
tener una conducta ajustada y no discordante con su
entorno, porque “sus valores”, tautológicamente, se
corresponden con los “valores comunitarios”.

Un individuo ajustado a su grupo social se mueve con
soltura, con espontaneidad, porque conoce y está inmerso
en la rutina social; pocas cosas del accionar común le
resultan extrañas. Sabe e intuye qué debe o qué no debe
hacer. No cuestiona las normas, no se pregunta ¿por qué yo
debo hacer esto? Simplemente transcurre. Un individuo
proveniente de una cultura no occidental, lejos de las
comunicaciones modernas, consideraría absurdas, ridículas
o graciosas muchas de nuestras “serias” costumbres y se
preguntaría, asombrado, ¿por qué estas personas hacen
esto? Y si tomara al azar a alguno de nosotros y nos
hiciera esa pregunta, seguramente no sabríamos fundamentar
nuestra conducta, es más nos asombraría que alguien
pregunte algo tan obvio: esto hay que hacerlo porque sí,
porque se hizo siempre. Es decir, hay costumbres que están
tan “solidificadas” que no dan margen para el
cuestionamiento. Esta es también la fuente de la empatía,
del comprender al otro: si nos criamos juntos, si
entendimos y sentimos los mismos valores, si vivimos
experiencias semejantes, yo puedo comprender el por qué de
la mayoría de sus conductas.

Esta solidificación de los valores comunitarios en el
individuo lo hace previsible. Sabemos que ante una
situación determinada el grueso de la población tendrá un
tipo de conducta previsible.

Por supuesto que hay un rango de ajuste, y también un
rango de desajuste tolerado. Son aquellas pequeñas
desviaciones a los «valores bases» que distingue a un
individuo de otro. Es decir que en toda sociedad existe la
posibilidad de tolerancia a pequeñas desviaciones a las
normas.

 

Responsabilidad y culpa

La comunidad, el hecho de pertenecer a un grupo, significa
para el individuo un resguardo, un sistema de seguridad.
En ese grupo, él va a tener un deber, una responsabilidad
y deberá seguir un código. A cambio de eso el grupo, a su
vez, lo protege de circunstancias que pueden ser riesgosas
para un individuo. El deber, entonces, es la normativa
consensuada de un grupo, y el individuo debe responder a
esa normativa con la obediencia. A ese responder del
individuo frente al grupo nosotros le damos el nombre de
responsabilidad. La responsabilidad es un hecho
extrínseco, objetivable; se sabe si tal individuo cumplió
o no con su deber, si ha sido responsable o no. La no
obediencia de un deber es pasible del reproche de los
otros integrantes de la comunidad. Si se ha transgredido
un código común, la comunidad se siente con el derecho al
reproche.

Luego están los principios personales, los códigos propios
de cada individuo, eso es interno y solamente él tiene en
cuenta, para sí mismo, si ha cumplido o no con sus
principios. El código personal, los propios principios,
son absolutamente subjetivos. No cumplir con esos códigos
individuales genera ese displacer interno que llamamos
culpa. Así en ocasiones, se puede faltar al deber, ser
irresponsable desde el punto de vista objetivo y desde el
punto de vista de la mirada del grupo hacia el individuo.
Pero, para él, si ese acto o esa acción que cometió tiene
una justificación personal, privada, coherente con su
código personal, no manifiesta para sí mismo culpa, no se
siente culpable. Ponemos como ejemplo el caso de un padre
que mata al violador y asesino de su hija: es responsable
ante la sociedad por homicidio, pero es probable que para
sus códigos internos haya hecho lo que debió hacer y no se
sienta culpable.

Como otro ejemplo agregamos el de algunos asesinos
pasionales, celotípicos, que, torturados por la duda de la
fidelidad de su pareja llegan al quiebre, a la certeza de
la infidelidad y deciden acabar con su infierno eliminando
a la pareja; única solución que encuentra en su delirio.
Después del asesinato se sienten aliviados, liberados, sin
culpa: “Es lo que había que hacer”, dicen algunos. Aquí
también se da la paradoja de ser responsables ante la
sociedad por el homicidio y a su vez no sentirse culpable
porque la acción ejecutada emanaba de una armonía interna
que, aunque patológicamente, la justificaba.

 

El psicópata y las normas

Existen, por un lado la ley, las normas, y por otro lado
las ambiciones del individuo. Las ambiciones individuales
deben encajar o seguir las reglas de juego, los códigos de
la sociedad para conseguir un equilibro adaptativo. Hay
límites a la ambición. La sociedad tolera ciertos errores,
pero no la ostentación del error.

La sociedad tiene una limitación y un permiso que es
explícito y corresponde a las normativas, a las leyes.
Luego hay un permiso tácito, implícito, que no está
escrito, que hace que se toleren algunas desviaciones a la
norma.

¿Por qué al psicópata no le importa sortear las normas?
Porque sobredimensiona sus posibilidades, su ingenio o su
suerte por un optimismo ingenuo: «esta vez no me van a
agarrar», o «esto me va a salir bien» (es su aspecto
lúdico), o por un costo – beneficio aceptado. Es decir,
por asumir un riesgo que puede tener una consecuencia
grave, pero que el resultado de esa acción vale el llevar
adelante el riesgo. Ser optimista es fantasear en una
proyección virtual hacia el futuro con un resultado
positivo. El optimismo está relacionado con la ensoñación.
Ésta es parte del trabajo psíquico que consiste en
utilizar la imaginación como campo de proyección de
posibles acciones a realizar.

El psicópata no transgrede las normas. Transgredir es
valorar (conocer y sentir) las normas y a pesar de ello
sortearlas. El psicópata ve a las normas como un obstáculo
a sus ambiciones. La norma no le genera el temor
inhibitorio que a la mayoría de las personas. La norma
tiene un enunciado y un significado por sí (explícito) y
por la amenaza (implícita) que implica su no seguimiento.
Es decir, en toda ley hay una amenaza, una apelación a las
consecuencias negativas que pueden ocurrirle al individuo
de no seguirlas. Subyace una prohibición, un daño a futuro
para aquel que no la cumpla.

Toda ley, toda norma, genera temor e implica la
posibilidad de castigo. La ley está hecha para domar, para
doblegar y para condicionar las conductas instintivas de
los individuos y entornarlas con el siguiente lema «Si
quieres pertenecer a este grupo, estas son las reglas. Si
se cumplen las reglas estás dentro, si no las cumples
estás fuera». El psicópata tiene la particularidad de
estar dentro del grupo y de sortear alguna de sus normas
pero no todas, de lo contrario sería desplazado del grupo.

¿Hasta cuándo sucede esto? Hasta que en algún momento se
extralimita fuertemente y es «descubierto y señalizado».
Un personaje poderoso, ya fallecido, seguía un concepto
sobre el poder. Él decía «el poder es tener impunidad, es
hacer sin temer las consecuencias».

 

Culpa y psicopatía

Para avanzar un poco más en este difícil tema paso
transcribir un fragmento de una clase para los médicos del
Curso Superior de Psiquiatría de la Facultad de Medicina
de la UBA, dictado en el Hospital Borda:

“Para sentir culpa uno debe sentirse responsable de la
acción, debe sentir que ha fallado. Cuando se evalúa que
son los otros, el medio o las circunstancias que lo han
hecho fallar, entonces no hay culpa.

¿Por qué un psicópata no tiene culpa en sus acciones
psicopáticas?

Alumno: Se considera al otro como una cosa y no
como una persona.

A: Tiene distinta escala de valores.

Marietán: ¿Por qué tiene distinta escala de
valores? ¿De dónde viene? ¿Lo trajeron de Estambul? ¿Cómo
puede ser que tenga otra escala de valores si nació con
nosotros, jugó al fútbol con nosotros, estaba en nuestra
escuela y se conocían nuestros padres?

A: lo que pasa es que el egocéntrico está más
atento a su propia necesidad y no a la del grupo.

M: Hay muchos que son así y son los egoístas. Se
justifican, pero ellos saben que han cometido algo
vergonzoso. No por eso son psicópatas. Recuerden que los
psicópatas son pocos. No confundan la psicopatía con los
egoístas, con los neuróticos, con los ambiciosos, que son
otras variedades dentro de la especie. ¿Por qué no tienen
culpa los psicópatas para sus hechos psicopáticos? Los
valores morales vienen de afuera y el individuo los
introyecta. El individuo está inmerso en esos valores.
¿Por qué un individuo cumple una norma?

A: Para evitar el castigo, por empezar.

M: Usted está hablando de que se es bueno a la
fuerza, usted está en contra de Sócrates, en contra de
Rousseau (El hombre nace bueno y la sociedad lo hace
malo). Se cumple una norma porque se cree que en el fondo
de la norma hay algo bueno para todos, para el grupo. No
hay recompensa suficiente que pueda hacer que uno cumpla
una norma, que la siga lealmente, dignamente, sabiendo que
va hacia el mal. Uno cumple la norma porque cree, en el
fondo, que esta norma es para el bien común.

 

Uno cumple una norma porque responde a un bien común, y es
lo dado. Como la sociedad es un resguardo del individuo,
entonces se da la retroalimentación, yo cumplo la
normativa y la sociedad me protege a mí, a mis hijos,
etcétera.

Porque cumplir las normas corresponde a lo que se llama el
bien común. Cuando el individuo comete un acto que es
transgresor, siente culpa. ¿Por qué? Porque él transgrede
la ley o la norma, pero pasando a través de la norma,
porque la tiene introyectada. Sabe interiormente que lo
que está por hacer es malo y le genera ese displacer
interno llamado culpa. Y no solamente lo sabe, sino que lo
siente. No solamente sabe la letra, sino también tiene
introyectada la melodía, la música de la norma. Uno
atraviesa la norma, la transgrede, pero como resultado
obtiene la culpa. Sabe y siente que está haciendo algo
mal.

 

El psicópata conoce la norma pero no la tiene introyectada,
entonces la bordea. Para él la norma es un obstáculo, es
una piedra a saltar. No la tiene introyectada. Conoce la
letra pero no tiene la música, no tiene la melodía, el
sentimiento, no la siente. Rodea la norma como un
obstáculo. Conoce la norma, porque cognitivamente no es un
abandonado de Dios, pero no conoce el sentimiento, no le
da importancia al bien común, tal vez no crea que exista
el bien común.

Por eso la típica respuesta cuando se le dice «¿Por qué
hiciste esto?, si no es bueno, no es normal, no está
bien». Entonces él contesta «¿quién dice que no es normal?
¿qué, dos o tres viejos (como decía un paciente mío) se
juntaron para decir, esto es malo y esto es bueno?». Uno,
que lo tiene introyectado ni se lo pregunta. La mayoría de
nosotros ni se lo plantea. Lo toma como un acto «casi
religioso», un acto de fe, sin razonamiento, sin hacer
análisis. Las cosas son así y punto. Uno no tiene que
hacer esto, no tiene que hacer lo otro, ya se sabe que hay
qué hacer y qué no. No hace falta andar explicitando y
analizando en cada momento, en cada acción, si es buena o
mala.

A: En realidad, ésta búsqueda del bien común tiene
fundamentalmente mayor peso en lo moral.

M: La moral es la forma explícita y simplista de
hablar de esto, que es mucho más profundo, una cosa más
implícita. Está introyectada y es algo que se vivencia muy
de adentro.

A: Una persona altruista ¿puede estar encubriendo
un egocentrismo psicopático secreto?

M: el altruista es aquel que, manifiestamente,
tiende a accionar en pro de la comunidad o de los otros.
Ahora, la motivación que lo lleva a eso puede ser muy
amplia. Tal vez el altruista sea una persona buena. Está
esa posibilidad también. No pensemos que detrás de todo
altruista hay una sublimación en el sentido de Nietzsche:
«Cuidado con los altruistas y con los caritativos que se
están lavando a sí mismos», decía Nietzsche, en Genealogía
de la moral. Pero existen los altruistas que son buenos,
es decir, también tenemos que creer que existen los
buenos. Es cierto que de acuerdo a nuestra experiencia los
buenos parecen pocos.

De esa manera, si el psicópata no tiene internalizados los
valores, ahí sí se entienden dos cosas:

¿Por qué no existe el sentimiento de culpa, de vergüenza
en los hechos psicopáticos? Vergüenza es la manifestación
social de la culpa o del ridículo. La culpa es de uno con
uno mismo, en cambio la vergüenza es la manifestación
social de la culpa. ¿Por qué no aprende ni con
argumentación, ni con ciertas experiencias? Porque para él
lo que está haciendo está bien. Es egosintónico con su
accionar. Si se entiende esto es fácil entender lo demás.
Para él, lo que está haciendo es correcto de acuerdo a su
valoración de las cosas, es correcto para su propio
código. Entonces, si es correcto y sale mal, el
responsable no es él, sino que son los otros. Es la
defensa aloplástica. Y es así que el psicópata vuelve a
intentarlo otra vez”.

 

¿El psicópata siente culpa?

Esta es un pregunta infaltable en todo curso sobre
psicopatía, y la respuesta es sí. El psicópata siente
culpa como cualquier otro ser humano, no carece de ese
sentimiento. Y como todos se siente culpable cuando ha
roto, ha salteado, algunos de sus códigos, de sus
principios. Y sufre, como todos, por ello. Se siente
culpable y mal y puede autocastigarse severamente por esa
“falta” que ha cometido.

El error en el concepto “los psicópatas no sienten culpa”,
tan difundido en la literatura, reside en no tener en
cuenta esto: los psicópatas se sienten culpables,
como cualquier otro humano, cuando transgrede sus
principios, sus códigos.

Y no se sienten culpables cuando sus
acciones psicopáticas están en armonía con sus códigos y
principios, cuando están cumplimentando sus necesidades
especiales, por más que, desde el común esas acciones sean
aberrantes o socialmente dañosas.

 

Como ejemplo para tipificar este concepto les narraré el
caso de un hombre de 38 años, casado, buen padre de
familia, que vino a consultarme porque se sentía muy mal,
muy culpable, porque a raíz de desavenencias con su esposa
debía separarse y dejar a sus hijas. Le dolía la idea de
que sus hijas se criaran sin su padre y que él no haya
encontrado la solución para que eso no ocurriera. Estaba
angustiado y sinceramente culpable de esta situación. Esto
fue a principios de los 80, él pertenecía a las fuerzas de
seguridad y en los 70 había formado parte del grupo de
torturadores, en esa solapada guerra civil que tuvimos los
argentinos. Yo le preguntaba, cuidadosamente, si no se
sentía culpable por aquellas torturas y él me contestaba
con toda firmeza: “Pero doctor, ése era mi trabajo y
estábamos en guerra”. Es decir sus acciones como
torturador estaban en armonía interna, seguían sus
códigos, sus principios y, en consecuencia, no se sentía
culpable. Pero el hecho de dejar a sus hijas, de fallarle
como padre, eso sí lo hacía sentir culpable. No carecía de
ese sentimiento.


Analizado desde el común este hombre “debería” sentirse
culpable por las torturas, y al no encontrar ese
arrepentimiento se llega fácilmente el erróneo concepto de
“los psicópatas no sienten culpa”. Pero esto es alejarse
mucho del entendimiento de la mente psicopática.

 

 


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Sobre el autor

Hugo Marietan

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SEMIOLOGÍA PSIQUIÁTRICA Y PSICOPATÍA

Hugo Marietan

Nacido en Buenos Aires, en 1951

Médico, Facultad de Medicina, Universidad de Bueno Aires, 1981, MN 62757

Médico Psiquiatra, Facultad de Medicina, Universidad de Buenos Aires, 1986

Formación Docente: Egresado del Curso de Formación Docente Pedagógica en Ciencias de la Salud y Carrera Docente de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires

Docente Adscripto a la Carrera Docente Facultad de Medicina. de la Universidad de Buenos Aires desde junio de 1991 a la fecha.

Académico Titular de la Academia Internacional de Psicología de Brasil (2002)

Para ver el curriculum completo: https://marietan.com/curriculum/

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