Tipos
de relación del psicópata
Hugo Marietán
Introducción
El
psicópata es primero un ser humano. Ninguna de sus acciones
escapa al espectro conductual posible de cualquier humano.
El hecho se ser calificadas de aberrantes, estrafalarias
o anormales radica no en la acción en si sino en las circunstancias,
la intensidad y el modo en que son llevadas a cabo tales
acciones. Un ejemplo: la antropofagia es un hábito superado
en la mayoría de los pueblos del mundo. Ocasionalmente
aparecen casos de antropofagia en situaciones de extrema
necesidad como fue el accidente aéreo de los jóvenes uruguayos
en Los Andes. Estos eran en su mayoría estudiantes universitarios
practicantes catolicismo. En el año 2003 un alemán se
comió a otro, nadie dudó en calificar esta acción de psicopática
o psicótica, sin embargo estas dos acciones en esencia
tienen el mismo contenido: personas que ingieren carne
humana. Son dos acciones realizadas por humanos y, si
en esencia estas dos acciones son semejantes, ¿qué es
lo que hace que tipifiquemos como psicópata al caníbal
alemán y no a los jóvenes uruguayos? El motivo. El caníbal
alemán respondía a una necesidad especial, individual,
intransferible y no derivada de carencia de sustitutos
alimenticios. Los jóvenes uruguayos respondían a la consigna
‘antropofagia o muerte’. También podemos distinguir con
este ejemplo el modo en que llevada a cabo la acción:
la manera burda, improvisada, en los jóvenes uruguayos,
y el ornato de ceremonia en el caníbal alemán. Podemos
encontrar otra diferencia, la resonancia afectiva de la
acción, el displacer, el traspasar la repulsión en los
sobrevivientes de Los Andes en contraste con el placer
del caníbal alemán. La intensidad de la acción es otra
diferencial, el largo proceso de madurar una idea que
resultaba atroz hasta que la necesidad de seguir con vida
la hizo posible versus la preparación lúdica del acto
del caníbal alemán. La repetición es otro rasgo que debe
anotarse aquí, es muy improbable que alguno de los participantes
de la odisea de Los Andes repita la antropofagia, para
el alemán la repetición era un hábito. Encontramos en
la empatía otro elemento distintivo, podemos decir que
puestos en la situación de los rugbiers uruguayos cualquiera
hubiera hecho lo mismo pero un porcentaje ínfimo de la
población puede imaginarse en la situación del caníbal
alemán. También hay que destacar la posición de la persona
respecto de tan particular alimento, sobre Los Andes,
en los nevados picos, una persona comía a otra persona,
en un pueblito de Alemania, una persona comía una cosa.
Desde lo psicológico esta es una postura definitoria en
el concepto de psicopatía. La cosificación, quitarle al
otro los atributos de persona para valorarlo como cosa
es uno de los pilares de estructura psicopática. Esta
concepción del otro como cosa le permite al psicópata
disponer de él según el arbitrio de su voluntad y sin
ese displacer interno que llamamos culpa. Con esta comparación
se han planteado las principales características que determinan
la tipificación del psicópata. La psicopatía es una manera
de ser, no es circunstancial ni adquirida, no corresponde
a una etapa en la evolución del individuo, ni a una fase
ni a un aprendizaje. No se está psicópata, se es psicópata.
Los rasgos de esta personalidad se manifiestan aun en
la infancia, se acentúan en la adolescencia y se despliegan
plenamente en la adultez y permanecen hasta que el individuo
perece. El psicópata tiene necesidades especiales y formas
atípicas de satisfacerlas. Es esta necesidad especial,
como en el ejemplo del caníbal alemán, lo que impele al
acto psicopático. Y es la clase de necesidad especial
lo que va a dar los distintos tipos de psicopatía. La
necesidad de comer carne humana al antropófago, la necesidad
de matar al homicida recurrente, la necesidad de violar,
de quemar, de poder. La necesidad en sí no puede ser satisfecha
de cualquier manera, hay un como, un modo que es casi
tan importante como la necesidad misma, la acción debe
tener una forma para configurar el acto psicopático, aquí
cada psicópata tiene su estilo, su sello, su perfil. Un
ejemplo: una joven camina por una calle solitaria en Quilmes.
Un auto frena a su lado y un hombre amenazándola con un
revolver la obliga a subir al coche y la lleva a un descampado.
Allí le dice que la va a violar a lo que la joven le responde
que no es necesario, que a ella le gusta, y que le va
a encantar hacer lo que él le pida. El violador le coloca
el revolver sobre la cabeza y le dice ‘es probable que
te mate después’ a lo que ella contesta ‘todos tenemos
que morir un día y si ésta va a ser mi hora hagamos el
amor’. Esto determinó que el psicópata no pueda tener
una erección ni llevar a cabo el acto. El necesitaba de
la descarga adrenérgica del terror en la violada, sin
esas manifestaciones del miedo, sin ese efecto de poder
sobre el otro la acción no tenía el ornato que configura
el acto psicopático, entonces perdió el sentido a pesar
de que la acción pura en si le fue dada, la penetración
de la mujer. El acto perdió la gracia y la condición psicopática,
de modo que el psicópata abandonó a su presa. Aclaremos
que este es un hecho inusual por el manejo de la situación
de la frustrada víctima, que tal vez respondía a características
personales que no se analizarán aquí y que hicieron que
el psicópata se sintiera una cosa. Los otros rasgos devienen
de estos dos pilares: la necesidad especial y la cosificación.
Alguien que tiene una necesidad especial debe poseer la
amplitud mental, la libertad mental, para diseñar la satisfacción
de la misma y darle el marco de justificación a esas acciones,
es lo que se conoce en la literatura como la creación
de códigos propios. Ya que los códigos comunes lo acotan
y estrechan sus posibilidades de satisfacer ‘legítimamente’
tales necesidades. Es esta libertad la que genera las
leyes propias que van a justificar su accionar psicopático,
y mientras el psicópata se maneje dentro de esta ley ninguna
de las consecuencias de sus actos le generara lo que llamamos
culpa. Esta mente tiene la posibilidad de ubicarse en
dos planos, el plano de lo cotidiano, lo común, y el plano
de lo psicopático. Es así que pueden desempeñar tareas
y ejercer conductas que no resultan desfasadas de las
conductas comunes a una comunidad. Eso le permite insertarse
sin estridencias en cualquier ámbito del corte social
y en el otro plano, con otras personas u otras circunstancias
desarrollar sus actos psicopáticos. Esto se resume diciendo
que el psicópata no tiene el ciento por ciento de acciones
psicopáticas sino sería fácilmente detectable, señalado
y marginado. Establecidas las principales características
de la psicopatía para el marco de este trabajo, vamos
a abocarnos a los tipos de relación del psicópata.
Tipos
de relación del psicópata
El
psicópata tiene, al menos, tres modos de relacionarse
psicopáticamente con el otro.
El asociativo: es cuando un psicópata entra en
relación con otro psicópata. Este tipo de asociación se
da cuando el proyecto que debe realizar lo supera ampliamente
como individuo. La relación es tensa y el equilibrio se
mantiene mientras persista el objetivo. Hay que recordar
que estamos hablando de personas altamente narcisistas,
egocéntricas; en consecuencia, el apego que puedan tener
sólo lo justifica el objetivo. El segundo modo de relacionarse
con el otro es el tangencial, es decir, cuando
el psicópata se encuentra con la víctima ocasional; cuando
ejerce su psicopatía en función de una acción de tipo
delictiva, una violación, una estafa, por ejemplo. Es
un encuentro ‘puntual’. Otro modo de relacionarse es el
complementario: cuando el psicópata encuentra su
complementario, o el complementario encuentra su psicópata.
La relación es de doble vía y está lejos del preconcepto
víctima-victimario; ambos participan activamente para
mantener el vínculo. Considero que la persona que logra
permanecer junto a un psicópata, no es otro psicópata,
como habitualmente se entiende. Yo creo que el que más
chance tiene de relacionarse y permanecer con un psicópata,
es un neurótico. Estas relaciones son metaestables, se
mantienen, pero con explosiones y desequilibrios a lo
largo de todo su desarrollo.
El modo asociativo
En esta forma de relación se expresan intereses comunes.
Ambos psicópatas se necesitan por poseer «talentos» distintos
y necesarios para conseguir ciertos fines. Aquí se negocian
las áreas de poder y el eje tensional pasa por el objetivo
a cumplir. Es por esto que este tipo de personalidades
pueden mantenerse en relación. Como dijimos más arriba
tratándose de narcisistas sólo el hecho de perseguir un
objetivo hace tolerar la presencia de otro narcisista.
Es una relación objetivamente utilitaria por ambas partes
y ambos conocen esta situación claramente. Cundo se concluye
el proyecto se acaba la relación. Veamos un ejemplo de
asociación extraído del diario Clarín:
Los Puccio
En los diccionarios, «clan» se define como «un grupo restringido
de personas unidas por vínculos e intereses comunes».
También, como «una extensión de la familia». En la historia
del delito en la Argentina, si se le agrega el adjetivo
«siniestro», la palabra «clan» es sinónimo de un apellido:
Puccio. Todo empezó en 1982, cuando se pasaba de la inconsciente
euforia al doloroso llanto: la llaga de la guerra de Malvinas
era el principio del fin para la peor dictadura soportada
por los argentinos. En ese contexto, Arquímedes Puccio
-un contador público y ex diplomático- tuvo una «idea»
para juntar dinero: secuestrar a empresarios que él conocía,
cobrar rescate y, después, matarlos. Para su «empresa»
convocó a varios amigos: Guillermo Fernández Laborda (se
conocían desde la década del 70 cuando iban a la Escuela
Superior de Conducción Política del Partido Justicialista);
Roberto Oscar Díaz (encargado de una concesionaria de
autos importados); el coronel retirado Rodolfo Franco
y Herculiano Vilca, un albañil que, dicen, se encargó
de acondicionar el sótano de la casa de Puccio para ocultar
allí a las víctimas. Debutaron el 22 de julio de 1982,
secuestrando al empresario Ricardo Manoukian. Su familia
pagó 500.000 dólares de rescate, pero no volvieron a verlo
vivo. Según se probó después, el entregador fue Alejandro
Puccio, hijo de Arquímedes y amigo de Manoukian. Cuando
encontraron su cuerpo tenía tres tiros en la nuca. Para
secuestrar al ingeniero Eduardo Aulet (desapareció el
5 de mayo de 1983) contaron con otro entregador: Gustavo
Contepomi. Aulet también era conocido de Alejandro por
haber jugado al rugby. Es que el hijo de Arquímedes era
famoso como deportista: no sólo jugaba en el Club Atlético
San Isidro (potencia en el rugby) sino que había integrado
el equipo de Los Pumas, el seleccionado nacional. El cadáver
de Aulet fue desenterrado recién en 1987, en un campo
de General Rodríguez. De nada había servido que su familia
pagara cien mil dólares de rescate. Para el empresario
Emilio Naum las cosas no fueron diferentes. Conocido de
Arquímedes, el 22 de junio de 1984 paró su auto cuando
vio que Puccio le hacía señas. El encuentro no era amistoso:
el clan lo había elegido como blanco. Se resistió y lo
mataron de un balazo en el pecho. Pero la impunidad del
clan no era para siempre: se terminó un año después. El
23 de agosto de 1985 la Policía liberó a Nélida Bollini
de Prado, una mujer por la que el grupo pedía 500.000
dólares. Llevaba 32 días en el sótano de la residencia
de los Puccio, en San Isidro. Había perdido varios kilos
y se la veía muy desmejorada, pero estaba viva. Fue la
clave para descubrir los anteriores asesinatos. El lugar
pasó a conocerse como «la casa del terror»: el sótano
era un cajón de hormigón armado de donde no salían los
ruidos y en el piso había ganchos de acero. Y el clan
fue detenido. En el grupo estaban incluidos también Daniel
y Silvia Puccio (otros dos hijos de Arquímedes) y Epifania
Calvo (su esposa). Después, ellos tres fueron liberados.
En abril de 1997, tras pasar 11 años en la cárcel, Alejandro
salió bajo fianza. Su padre, condenado a reclusión perpetua,
sigue preso. Igual que la dictadura, el mal recuerdo del
«negocio» de los secuestros y los asesinatos quedó como
símbolo de un terrible pasado. Fuente de este caso: http://old.clarin.com/diario/1999/09/02/e-04601d.htm
En este ejemplo se muestra con claridad la asociación
en la que distintas personas juegan roles diferentes para
conseguir un objetivo y mantener un tipo de tarea. Los
secuestros fueron varios y la metodología era la misma:
terminaban con la muerte del secuestrado. Es decir, los
integrantes del «clan» eran plenamente concientes del
resultado de su tarea, no era un echo aislado, o accidental,
duró al menos 3 años.
El modo tangencial
El encuentro con el psicópata es fortuito, inesperado,
puntual. No es previsto por el otro. Es el claro ejemplo
de victima -victimario. Por lo general se ejerce la coerción.
Para dar un claro ejemplo narraremos el siguiente caso.
(Una lectura sobre la distinción entre persona, mujer
y hembra puede encontrarse en: Esquema relacional de pareja:
www.marietan.com/articulos/articulon15.htm)
El día en que Dios falló
Mara de 38 años, morocha, pelo largo, iba a su trabajo
a las seis de la mañana por la zona sur del conurbano
bonaerense. Veredas estrechas bordeadas de casas de maderas
y chapas. De costado, detrás de un árbol, alguien la abraza,
le muestra un arma y la empuja a una casilla inmediata
de la Villa. No tiene tiempo de reaccionar. Recuerda encontrarse
adentro, empujada y abrazada. Hay otro hombre que le dice
al que la tiene: «Che, dejala ir». Muy cerca de su oído
la voz dice «ya estoy en el bondi y no me bajo más». El
otro se va y casi en la puerta tira: «no la arruines,
usa forro». La eleva, casi no toca el piso, hasta el dormitorio,
o lo que hace de dormitorio. Ahí empieza a reaccionar
y le ofrece dinero. «No quiero dinero», dice la voz, «quiero
una mujer, recién salgo de la cárcel». Pide que no le
haga nada, que tiene hijos, que por favor. Llora. «No
me llores». Ella siente su respiración fuerte y discontinua.
Su instinto de hembra sabe que no tiene chances, pero
su voz suplica, hay una luz en lo inevitable: tal vez
el que se fue busque ayuda. «¿Cómo querés que te la ponga,
con forro o sin forro?» Ella no contesta, no entra en
la trampa. En una mesita hay varias armas. Tiene un tatuaje
en la mano. Una cicatriz en la cara. Toma un revolver
y se lo pasa suave por el cuerpo, se detiene en los pezones,
sube al cuello, baja a las piernas, siente el caño penetrar
suave en su sexo. Él se ríe. «te gusta, te gusta
» le
murmura, y más cosas, más palabras. Se pone el forro.
La penetra con urgencia, con la violencia de la espera.
El forro no resiste y él: «¡Uy!, se rompió, ¿viste?» y
se ríe. La radio, a propósito, está muy fuerte, pero ella
escucha la respiración y esa humedad en su cuello y siente
su olor. Acaba. Se aparta un poco y toma el revolver,
saca las balas y deja una. Hace girar el tambor y apoya
el caño debajo de su mandíbula. Y le explica: «si sale
el tiro entra por acá, pero te sale por este lado de la
cabeza y te hace un agujero así» y hace girar su dedo
en la cabeza de ella. No contesta. Sabe que nadie vendrá,
y le ruega a Dios, que la salve. Siente cómo gira el tambor
y el ruido seco del percutor sobre la nada. «Che, qué
suerte que tenés, probemos con otro». Y toma otra arma,
carga otra bala. Y le explica: «si sale la bala entra
por esta sien y sale por la otra y te hace un buraco así».
Todo su cuerpo es una cuerda tensa, no respira y el tambor
gira y el golpe seco, y él se ríe y se calienta y la penetra
de nuevo. Otra vez el jadeo y la baba en el cuello, las
palabras y el olor y Dios que no viene. Después la sigue
acariciando y se pone a un costado. Al rato se levanta,
va al baño: «si te movés te mato». Deja la puerta del
baño entreabierta. Ella salta de la cama y corre hacía
la otra puerta de chapa que no tiene picaporte, y sus
uñas se prenden a la pestaña metálica y tira. Y se abre,
y aparece el pasillo, ya es de día, y sale corriendo por
ese pasillo casi infinito. Lo siente atrás, corriendo
también, escucha sus pasos, su voz que la insulta «¡vení
hija de puta, te voy a matar, vení!». Ella corre y golpea
contra las paredes del pasillo que de pronto se termina
y aparece en la calle, donde hay gente que la mira, donde
se cae, donde la ayudan. «¡Me violaron!», dice, «me violaron».
La llevan a la comisaría y cuenta; viene la médica y cuenta;
viene la de la obra social y cuenta. Dice lo que le hizo
el tipo, lo del revolver, lo que le decía, pero no que
la violaron. No se lo dice a su esposo, ni a sus hijos.
Sólo a una amiga. Ni a la psicóloga que la ve días después.
Otra vez lo del revolver
«¿te violó?». Ella llora, que
no se acuerda bien, que se dio cuenta porque tenía semen
entre las piernas. Y habla y llora y tiene suspiros, temblor,
palpitaciones. Cuenta que no quiere estar sola, que mira
por la ventana y se oculta porque lo ve pasar y él la
mira. Que se baña y se refriega pero ese olor en el cuello
no sale. Que escucha la voz que le dice aquellas palabras.
Y se vuelve a bañar, y llora. Que está sucia. Que se mira
al espejo y no es ella, que ya no es ella, la de antes.
Cuenta que de pronto sale corriendo a la calle, rumbo
a la casa de él. «¿Para qué?» pregunta la psicóloga. «Para
que me mate a mí y no a mis hijos, sé que vendrá». Corre
y siente los pasos de él y la voz de él que la sigue.
Controla la calle por la mirilla de la puerta. Camina
por la calle y la gente la mira y sabe, saben todo lo
que pasó. Estoy sucia, repite, y llora. Sus hijos la abrazan,
su marido la abraza, pero es el abrazo de él y el olor
de él y los rechaza. No se peina, no se arregla. No deja
que el marido la penetre, cree estar contagiada: «Ya me
arruinó la vida a mí, no quiero que arruine la de mi esposo».
La psicóloga pregunta: «¿Qué es lo que más te afectó?».
«Jugó con mi vida», responde. No la violación. «Jugó con
mi vida». Ya no seré la misma de antes, dice. Otro día
la llaman de la comisaría para que reconozca en rueda
de sospechosos. Lo vio. Tenía el pelo más corto y teñido:
«Es ese, el de la cara cortada y el tatuaje en la mano».
Está preso. Pero ella aún no puede mirarse al espejo,
le da bronca, está sucia. «Antes me arreglaba, me sentía
fuerte, ahora no». Duerme mucho, está cansada, con la
mente agotada. Encontró un rincón en el living donde se
siente mejor, y allí se refugia a veces. Le dicen que
debe luchar, salir de ésta por sus hijos y ella pregunta:
«¿Y yo qué?». Ellos no entienden, no estuvieron allí para
entender esto. «Veo lo que me pasó como una película con
pedazos que todavía no se juntan, ¿viste?; fotos de la
vida». Se ensimisma y hay que traerla. La psicóloga y
el test: «¿qué es lo que nunca serías?». Y ella: «psicópata».
Comentario a modo de análisis:
Si
bien este es un hecho reciente y la persona no puede aún
recordar todo lo que pasó, sino por fragmentos, podemos
realizar algunas especulaciones a sabiendas de que el
lector le dará ese rudimentario valor. Ella camina a su
trabajo y sorpresivamente se encuentra con el psicópata.
Este hecho, la sorpresa, y la rápida acción del psicópata
que la abraza y la arrastra a la vivienda inmediata por
el pasillo hasta la habitación, hace que ella no pueda
reaccionar en un primer momento. Es muy distinto cuando
uno se siente seguido y el cerebro y todo el cuerpo se
preparan para la posibilidad del ataque. Aquí no hubo
tiempo para eso. La perplejidad no se despeja hasta casi
terminada la segunda penetración. El pensamiento mágico
acude en su alivio en dos momentos cuando piensa que el
otro, el que se fue, va a pedir ayuda. Esta esperanza
se desvanece rápidamente, y sólo le queda lo trascendente,
la ayuda de Dios. Luego la realidad le corta estos atajos
y cae en la indefensión. Está a merced de un psicópata.
Alguien que se apoderó de su cuerpo y dispone de su vida.
Y se entrega. Deja hacer. No tiene chance. Cuando el psicópata
le deja un resquicio, salta de la cama y se juega a todo
o nada y salva lo que puede. El psicópata tiene una necesidad
y sale a cazar una hembra. Se oculta detrás de un árbol
y ataca a su presa. Así de sencillo. Su compañero le advierte
el peligro, pero él está hambriento y jugado. Hará lo
que tiene que hacer. Después se verá. La tiene en sus
manos y, como un gato, juega al terror. A ver el terror
en esa mujer. A recorrer ese cuerpo con la prolongación
de su pene hecho revolver. Juega a la ruleta rusa, a sabiendas
que no saldrá el disparo (conoce de armas y la ubicación
de la bala). Pero ella no lo sabe. Y disfruta. Tal vez
porque alguna vez se lo hicieron a él y sabe qué se siente.
Qué siente esa mujer cuando golpea el gatillo: esa mezcla
de terror y alivio. Y se excita, y esta connotación sexual
hace a este acto sádico. De no existir lo sexual, sería
un acto cruel. Juega al poder. El psicópata es lúdico,
apuesta. ¿Por qué se fue al baño y descuidó a su presa?
Porque pensó que esa hembra estaba satisfecha, que le
había gustado lo que pasó; apostó a que no se iría. Tal
vez en algún momento del acto haya sentido o imaginado
que la hembra le respondía. Y se frustra cuando ella escapa,
y no la mata; puede hacerlo, tiene un revolver en la mano.
Pero hace otra apuesta, que no va a pasar nada. Y no se
va del barrio, donde lo conocen. Apenas se tiñe el pelo.
Está en los psicópatas esa sobrevaloración de sí mismos,
ese confiarse en que la víctima no hará nada, ese optimismo
ingenuo, sin bases. Los policías saben de este hecho,
los violadores creen que sus víctimas disfrutan y que
los van a proteger. A veces pasa. Recientemente una chica
violada pidió al juez casarse con su violador preso. Pero
éste no es el caso. Ella, una víctima neta, se mira al
espejo y tiene bronca, se ve sucia, se culpa. Ya no será
la misma. En una primera línea es fácil interpretar esto:
este trauma puede dejar esa secuela. Y esa carrera automática
hacia la casa de él
Entendemos a la mujer y su asco. Pero
de su hembra no podemos aventurar nada; como ella dice:
no estuvimos allí. Sí sabemos que el psicópata nada en
oscuras profundidades, y a veces no va solo.
El modo complementario
Nos concentraremos en esta forma de relación del psicópata
con el otro donde encuentra su molde, donde encastra ajustadamente
para ejercer su acción psicopática y para ser «contenido»
en tanto psicópata. Al igual que la metáfora enzima- sustrato,
llave-cerradura, el psicópata encuentra en este tipo de
individuos su par, aquel que lo complementa, le llena
sus huecos, lo satisface. Y a su vez, el así llamado complementario,
pasa por el mismo proceso: encuentra el ser especial que
le llena sus vacíos y trae a la superficie sus insatisfacciones
más profundas, más ocultas, más oscuras, más (pido licencia
para este término) animal. Encuentra alguien que le acaricia
su «animalito» y donde puede manifestarse en tanto animalito.
Con esta palabra quiero expresar nuestro fuerte componente
irracional, el que subyace debajo de todas las capas de
la educación, de «civilización», el que permanece en aparente
silencio, domado por tanta carga inhibitoria del «deber
ser» y es, al decir de Nietzsche en Genealogía de la moral,
«un animal enjaulado que golpea sus barrotes». Agradeceré
al lector que evite la analogía con el concepto freudiano
de «ello», no por desconocer la riqueza de esta postura,
sino que, para nuestro tema, lo llevará a una vía desviada
y muerta. Bien, entonces el psicópata abre esta jaula
y le da permiso al animalito del complementario a manifestarse.
El psicópata ilumina estas zonas oscuras del complementario
y las pone en acción. Esto es un efecto secundario del
accionar psicopático y no tiene nada de solidario, docente
o pensado para beneficiar al complementario. Repetimos
y lo haremos muchas veces más, el psicópata trabaja para
sí mismo. Este poner en marcha estas zonas oscuras deslumbran
por un lado al complementario y por otro lo dejan perplejo
primero y, muchas veces, avergonzado después: «¿cómo pude
hacer eso?». Para un tratamiento más completo sobre el
complementario léase «El complementario y su psicópata»
en http://www.marietan.com. Veamos esta comunicación que
me llega vía Internet, las trascribo porque me parece
un modelo de los tantos casos que he asistido. Prácticamente
se dan todos los pasos de este tipo de relación que es,
al análisis de una persona común, increíble, hasta inverosímil.
Sin embargo, la repetición de casos similares, me ha llevado
a la conclusión que estamos frente a un estilo de relación
no antes develada, que está muy lejos de las relaciones
de tipo neuróticas y también de las psicóticas y aún de
las perversas clásicas. Hay un juego de poder ejercido
por el psicópata sobre la complementaria que es semejante
a la fascinación, tan cercana a la sofrología. A medida
que lean el relato, que es textual, les resultará cada
vez más, desde la empatía, incomprensible: cómo una persona
puede llegar a soportar tanto, cómo es que no se salió
antes de ese sistema, cómo es que puede pasar algo así.
Hasta pueden creer que se trata de la manifestación de
una mitómana. Sin embargo no es así, he seguido el caso
por meses, me he comunicado con familiares que constataron
los hechos. Bien, va el relato: Contra viento y marea
«Lo conocí hace 6 años y realmente al principio no me
lo tome demasiado en serio, yo llevaba un año de separada
y para mi era un chico divertido con el cual salía una
vez por semana o cada 15 días, muy extraño, pero que desde
el principio me genero una ternura y un sentimiento intenso
de intentar ayudarlo. La imagen que yo tenia (y aún a
veces tengo) era la de un perrito abandonado al que podía
recoger y consolar. Desde el principio él fue extraño
y poco claro al contar su historia, yo no tenia claro
ni dónde vivía ni qué hacia, y me contó una historia sobre
su empresa con una supuesta oficina con 11 empleados y
supuestos socios que nunca terminaban de tomar forma ni
nombre ni nada. Pero yo en realidad lo tenia más como
compañía sexual que otra cosa (ahí un anclaje fuerte con
él). Al cabo del tiempo ya me fui centrando más en él
poco a poco, y él empezó con un hobbi de alquilar habitaciones
a inmigrantes ilegales y reformar pisos, etc. Yo hasta
ese momento tenía la idea de que era un adicto al trabajo,
cuyo celular sonaba a todas horas por que eran los abonados
de su empresa (supuestamente más de 200) que lo llamaban
para pedirle cosas. Con respecto al dinero o bien estaba
sin un duro o llevaba varias decenas de miles de dólares
en el bolsillo de la camisa como si nada (hasta 60 000
llego a contarme un día delante mío) Luego apareció en
un programa de la tele de esos que se hacen con cámara
oculta en donde fue el protagonista del año por un problema
con inmigrantes ilegales. En ese programa ya se vio claramente
que era completamente insensible al dolor y la desgracia
ajena pero él no se cómo consiguió convencerme que eran
trucos de la edición del programa y yo «por las dudas»
no quise volver a ver el video. Supongo que en esa época
ya empezaba en mí el no querer ver lo que él era realmente.
Consiguió que siga con el, pese a que a mi me daba horror
salir a la calle con él por las miradas de la gente y
los comentarios, él estaba encantado de la vida de su
notoriedad y yo quería que me tragase la tierra. Y así
poco a poco se fue apropiando de mí, empezó a pedirme
dinero, cada día se iba quedando más a dormir en mi casa
sin poner un duro jamás; me pedía el coche los fines de
semana para ir a «trabajar» mientras yo me quedaba encerrada
en casa con mis hijos. Siempre llegaba tarde, nunca cumplía
una palabra dada; desaparecía, hablaba horas y horas con
el celular desde la terraza, y yo no le conocía ni amigos
ni familia ni nada, cada tanto me cabreaba y lo dejaba
diciéndole que no quería seguir con un fantasma pero luego
volvía una y otra vez con él. Un día me puse a revisar
sus papeles y ahí me entere que tenia juicios de todo
tipo, embargos, deshaucios, juicios verbales uno por lesiones
a una camarera que tuvo que pagar una multa para no ir
a la cárcel 15 días (según él la pago por mi, ya que a
él le hubiese interesado la experiencia de estar preso
y no le importaba). avisos de sexshop y cabarets, tarjetas
de pensiones, ticket de viajes a S., azúcar en sobres
de pueblos que ni idea para que podría haber ido, etc.
Hace un año descubrí que me era infiel, luego me confesó
que su empresa no existía, que los pisos no eran suyos,
que nunca trabajo en realidad sino que usaba mi coche
para salir con la madre de su hijo de la cual nunca se
había separado realmente (fue bígamo 5 años con ella y
conmigo). Que estuvo viviendo con otra además de conmigo
engañándola que era guardia jurado y trabajaba de noche
y con ella estaba durante el día para que ella le limpiase
los pisos. Y ahí empezó la espiral infernal, yo lo dejaba
por sus mentiras y sus infidelidades, el me juraba que
cambiaria y yo volvía. Con él era un infierno pues parecía
gozar de mi histeria y mi desesperación hablando por teléfono
con las otras y mandándose mensajes en mis narices, y
sin él la angustia me volvía loca. Hace un año y medio
monto una empresa de estas de tipo piramidal y yo sabía
en ese momento que lo que ofrecía no era nada limpio,
me mintió al principio diciendo que era empleado, luego
que era el dueño al 100% y al final resulta que aparentemente
es al 50 con otro personaje siniestro. Yo sabia de sus
estafas, de sus deudas, un amigo me hizo averiguaciones
en el banco y tenia 17 apuntaciones en el listado de deudas
y sin embargo hasta que no me enteré que además era un
mujeriego todo lo demás no terminaba de importarme como
para dejarlo, y es precisamente eso lo que realmente me
preocupa de mi misma, como pude tragar por estar al lado
de un estafador, un timador, alguien sin ningún sentido
moral y que solo haya reaccionado cuando me lastimo el
orgullo (mi narcisismo herido al saber que estaba siendo
traicionada ) pero aun así haya estado 8 meses metida
en el infierno. Lo vi llorar y gritar de dolor y jurarme,
después de confesarme sus pecados con dos mujeres ya que
hasta ese momento pese a las evidencias negaba de forma
cínica y rotunda sus supuestas infidelidades que cambiaria,
que seria un hombre nuevo que nunca más me mentiría y
que me seria fiel, y que se casaría conmigo y etc. Y a
los dos días ya estaba con otra. El quería que me involucre
en su negocio y yo pedí un datafono (lo que se usa para
cobrar con tarjeta de crédito) con mi nombre en mi banco
(a él con su antecedentes no se lo daban) abrí una cuenta
y lo puse a él de apoderado para que pudiese manejarse
con un banco. Él le prestó mi datafono al dueño de un
puttig (quibombo) y me entró en mi cuenta corriente 8000
euros de pagos a las putas de parte de los clientes y
él jamás entendió que eso me ofendiese y me diese vergüenza.
En definitiva una espiral del horror día a día, y yo cada
vez con la autoestima más en el suelo. Sus humillaciones
ya no eran veladas como al principio sino notorias y graves;
no llegó a pegarme pero me amenazo varias veces. A la
madre de su hijo le rompió un brazo en una pelea, a uno
que supuestamente lo agredió lo mando a terapia intensiva.
Era de modales suaves y encantadores pero algunas veces
era aterrador, yo al final le tenia pánico. Hizo saltar
el cerrojo de la puerta del baño de una patada una vez
que me había encerrado ahí, yo estaba completamente enloquecida,
llegue a dudar de mi salud mental. Él me hacia sentir
una desequilibrada que veía visiones cuando le demostraba
hechos irrefutables de sus mentiras y engaños. Lo negaba
todo, le daba la vuelta y me dejaba con la duda. Cómo
lo conseguía para mi es un misterio: juro que si él me
hubiese dicho que las vacas volaban hubiese estado mirando
por la ventana horas para ver pasar alguna. Mi familia
estaba desesperada al ver como toda mi vida se transformaba
en una histeria y ansiedad permanente, viviendo pendiente
de él y sus andanzas las 24 horas del día, casi sin dormir,
persiguiéndolo, acosándolo para demostrar lo que ya estaba
claro, el me llamaba su cornudita y yo seguía a por más.
Aun en ese estado de locura, el me fue dando lo que yo
necesitaba para creerle un poco más; me presentó a su
familia, su madre, su hermana, su padre, sus tíos
Fuimos
a la iglesia para averiguar como casarnos. Ninguno en
realidad lo quiere tener cerca y yo me creí que eran todos,
todos unos cretinos, y él la víctima. El cuenta como anécdota
que cuando tenia 5 años mando a un compañero de colegio
al hospital de una patada que le dio en los testículos,
el chico cayo en coma. y que otra vez se tiro por la ventanilla
de un autobús en marcha por que el conductor no quiso
pararle donde le pidió cuando tenia también unos 5 o 6
años. Lo trataron por hiperactividad, y el agradece que
el padre lo «corrigió» a cinturonzazos contándolo con
una frialdad que espeluzna. Yo creía que estaba enfermo
de dolor por esa infancia y tal vez su patología tenga
que ver con ella, pero la realidad es que no le importaba
de verdad. Lo tuvieron interno desde los 9 años y ni siquiera
lo iban a visitar los fines de semana. Yo estoy desesperada,
llena de odio y de rencor, de dolor y sobre todo de preocupación
acerca de por que pude caer tan bajo. Soy una persona
con sólidas convicciones morales y legales, honesta de
los pies a la cabeza, incapaz de comprar hasta un video
pirata para dar un ejemplo y sin embargo compartí «alegremente»
mi vida bordeando la delincuencia con una persona completamente
amoral, que se salta las normas por saltarlas (se coló
en Eurodisney trabando el molinete cuando teníamos las
entradas del día pagadas y si no se usan se pierden, solo
por el placer de salirse con la suya ), que usa a toda
la gente que lo rodea como a cosas para su uso y disfrute,
que me estafo en todos los sentidos ( me debe 37000 mil
euros que jamás volveré a ver); y aún así pienso en él
a veces con pena y «lo extraño» cuando en realidad no
puedo recordar ni un solo momento juntos que no haya arruinado
por una llamada extraña, o por su llegar tarde o su ponerse
a hablar con otra delante mío, o una mentira del calibre
que sea. Mis amigas se ríen y me dicen que me va la marcha
y yo estoy asustada por que siento que es así, que ahora,
sin él, me siento completamente vacía sin esa adrenalina
de terror que sentía estando a su lado. Me hice adicta
a sus mentiras pero sobre todo a sus falsas muestras de
amor y de cariño, a sus halagos huecos. También me preocupa
otro anclaje que tenía con él, y era que satisfacía mi
estúpida vanidad de entrar en un sitio con mujeres solas
y que todas lo mirasen y yo me sentía una reina por tener
a un tipo tan guapo y tan bien plantado a mi lado aunque
fuese una mierda, y eso es horroroso por que no me gusta
ser tan vana y tan hueca y que me satisfaga una tontería
semejante. Y a medida que voy escribiendo voy clarificando
el beneficio que obtenía con él y no me gusta nada de
nada lo que veo de mi misma. Satisfacía mi vanidad, mi
deseo de vivir intensamente aunque sea mal, mi deseo de
tener una pareja aunque el no fuese nada de eso, me daba
una falsa sensación de seguridad por que yo lo veía capaz
de todo. Y ahora todo es gris a mi alrededor, estoy tomando
antidepresivos, pero tengo una angustia que no me quito
de encima salvo a ratos cuando estoy muy concentrada en
mi trabajo, que por suerte para mi es una bendición. Mis
hijos son maravillosos (11 y 14 años) y han sufrido un
montón con toda esta historia pero no consigo volver a
conectarme con ellos pese a sus intentos desesperados
por acercarse a mi ya que yo estoy como retraída y me
siento contaminada. Y me siento horriblemente culpable
por ellos, por mi egoísmo de haber permitido que mi relación
de pareja fuese más importante que ellos, y no haber pensado
en ellos y en su futuro económico prestándole dinero alegremente
a este cretino, es como si se los hubiese robado a ellos.
Y por haberlos dejado solos día tras día y noche tras
noche para estar con él, en su empresa y poder controlarlo,
era todo tan absurdo, por que aun estando con él, me la
estaba pegando delante de mis narices. Con la última llegó
a encerrarse en su despacho mientras yo estaba en la sala
de la oficina y salio arreglándose los pantalones y yo
no le monte el numero porque había mas gente y me humille
por que sabia que todos sabían lo que había pasado y me
miraban con lastima y yo tragaba. Y todo es como usted
dice en su artículo del complementario, con él estaba
mal, pero sin él estoy peor. Ya no sé qué hacer.»
Nota al pie: Este artículo fue publicado
en la Revista Alcmeon, número 47, octubre de 2005.
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