Neurobiología
del psicópata1
Eduardo A. Mata2

El enorme interés que ha despertado el
psicópata en la Psiquiatría contemporánea tiene mucho que ver
pricipalmente con dos factores. En primer lugar, el desarrollo
que ha tomado la personología y, dentro de ella, sus bases
neurobiológicas, las cuales, ha su vez, están vinculadas con
el creciente conocimiento que tenemos del cerebro.
El segundo aspecto tiene que ver con la
potencial y actual destructividad que caracteriza la conducta
de algunos psicópatas. La destructividad humana es un fenómeno
apasionante y cuya comprensión y profundización se hace tanto
más necesaria cuanto mayores son los recursos que las Ciencias
del Hombre van poniendo a nuestra disposición. En especial,
interesa tratar de establecer ciertos puntos en común entre
las grandes manifestaciones de destructividad (guerras,
genocidios, torturas, terrorismo ) algunas de los cuales
podrían apoyarse en la Sociología, en la Antropología
Filosófica y, tal vez, en la Historia; y, por otra parte, las
manifestaciones individuales de destructividad humana, basadas
en la Psicopatología, la Psicología y las Neurociencias. Tal
recorrido tal vez nos permita hacer un repaso integrativo de
tal modo que, guiándonos por la línea de la destructividad
como comportamiento, nos deje entrever el nexo que vincula, en
el hombre, el plano profundo de sus bases biológicas más
elementales, hasta los más elevados y complejos de sus
organizaciones sociales y de su axiología. Debido al alcance
de este trabajo, sólo tomaremos algunas de las características
clínicas y neurobiológicas de un tipo particular de
personalidad vinculada a la destructividad: el psicópata.
Lorenz y los etólogos consideran la
agresividad organizada como una adquisición evolutiva que se
habría producido hace unos 40.000 años. Sería un ejemplo de
«fusión» primitiva, en un sentido social, ya que para aumentar
la eficacia de la agresión como arma de supervivencia, había
que unirse y organizarse. Este vínculo parece tener relación
con el «entusiasmo militante», forma especializada de agresión
comunitaria, un entusiasmo que comparte el grupo contra un
enemigo común. Su máxima expresión sería la «esquizofrenia de
guerra», descrita por Kahler, y que necesita -en principio-
considerar que el enemigo no es un semejante. Hay una especie
de continuo en este modelo que va desde la agresión organizada
en ejércitos regulares regidos por convenciones
internacionales -cerebro límbico- a la crueldad y brutalidad
inútil de las torturas y vejaciones de los campos de
concentración y los genocidios -cerebro reptílico.
Como una de las corrientes de ideas más
importantes en la comprensión del funcionamiento del cerebro
en relación con la personalidad, mencionaremos la concepción
de McLean.(37,38,39)
Un modelo de cerebro organizado
jerárquicamente ya había sido propuesto por Hughlings Jackson.
Para este famoso neurólogo inglés habría centros «superiores»,
«medios» e «inferiores», siendo estos últimos re-representados
por los medios, y ambos re-representados por los superiores.
Contra esta posición surgió la de los
antilocalizacionistas, que querían ver al cerebro como «una
masa homogénea, como cualquier glándula, por ejemplo el
hígado, con funciones homogéneamente distribuidas».
Head pensaba que las lesiones cerebrales
interrumpían una serie de eventos que estaban secuenciados
entre sí y que conducían a un resultado. Ahora se sabe que
cada acto mental es consecuencia también de múltiples procesos
paralelos y no solamente de una sola línea secuencial.
La visión actual de estos procesos es que
existen tanto jerárquicos como paralelos. Las «últimas»
estaciones reciben «inputs» tanto de las «intermedias» como de
las «iniciales» confundiendo los esquema simplemente
jerárquicos.
De este modo, el cerebro funciona como un
sistema modular(40). A
estos sistemas no lineales se les llama heterarquías. Éstas,
aunque tienen muchos elementos de las jerarquías, son mucho
más complejas. Desde que sus diferentes unidades pueden ser
relativamente independientes, pueden interaccionar entre todas
ellas, sin considerarse sus niveles de complejidad. Dada la
inseparabilidad entre estructura y función, se puede pensar
que el comportamiento funciona de la misma manera.
Recordaremos aquí, nuevamente, las ideas de
McLean. De acuerdo a su teoría, el cerebro humano resulta de
la superposición e integración de funciones de tres cerebros
distintos, con diferentes características estructurales y
neurofisiológicas, y también especiales performances
comportamentales.
Representan la herencia de nuestros
antepasados: los reptiles, los mamíferos y los primeros
primates. Consiste en un conjunto de estructuras nerviosas,
que en el hombre ocupan los llamados ganglios basales y el
complejo estrío palidal. Es la parte más primitiva en el
cerebro humano, y además de lo mencionado comprende la médula
espinal, el bulbo y la protuberancia, que forman parte del
cerebro posterior; y el cerebro medio o mesencéfalo. McLean
llama «armazón neural» al conjunto integrado por la médula, el
cerebro posterior y el cerebro medio. Alberga los mecanismos
neurales básicos de la reproducción y de la autoconservación,
lo que incluye el ritmo cardíaco, circulación sanguínea y
respiración. En un pez o un anfibio, éste es casi todo el
cerebro que existe. Entre los elementos comunes al hombre y a
los reptiles, que suponemos provenientes del componente R
(cerebro reptílico) figuran la selección del hogar, la
territorialidad, el involucramiento en la caza, apareamiento,
crianza y, de acuerdo a McLean, también intervienen en la
formación de jerarquías sociales y selección de líderes. Tiene
participación en los comportamientos ritualistas.
Salvo algunas excepciones, pareciera que
estos comportamientos forman parte de las conductas
burocráticas y políticas del hombre actual. Se dice que «mató
a sangre fría» y la metáfora alude al componente R y a la
«sangre fría» de los reptiles.
Rodeando al complejo R se encuentra el
sistema límbico. Lo tienen rudimentariamente los reptiles y,
por supuesto, los mamíferos. El comportamiento de los
mamíferos, desde las clases más inferiores hasta las más
desarrolladas, incluyendo a los humanos, difiere de los
reptiles no sólo en la gama mucho más vasta de comportamientos
posibles, sino porque en ellos aparece la emoción. Algo muy
importante es que este sistema no sufrió grandes cambios desde
las especies menos avanzadas hasta las más desarrolladas. Esto
se advierte en las expresiones de furia de un gato o un perro,
notablemente similares a las de un humano en la misma
situación. No es nada comparable con la impasibilidad de la
expresión de los reptiles.
Es llamativo que la casi totalidad de los
psicofármacos actúen en el sistema límbico. Los sistemas
neuroendocrino, neuroinmune, neurovegetativo, los ritmos
circadianos, todos ellos fuertemente influenciados por las
emociones, tienen allí su sede.
La amígdala, parte importante en esta
región, tiene un papel trascendente en la agresividad.
Recordemos que, actuando armónicamente con el circuito septal,
constituirían la sede neuroanatómica y neurofisiológica de los
instintos de vida y de muerte de Freud. Existen motivos para
creer que la base del comportamiento altruísta se encuentra en
el cerebro límbico. El amor (instinto de vida) parece ser una
adquisición de este cerebro. Muchas investigaciones documentan
que las emociones son patrimonio de los mamíferos y, en
algunos casos, de las aves. Precisamente las especies que,
fuera de los insectos sociales, cuidan de sus crías.
Los sitios más primitivos de agresión, la
agresión depredadora, han sido ampliamente estudiados, y
numerosas estructuras filogenéticamente muy antiguas han sido
implicadas, incluyendo el hipotálamo, el tálamo, el
mesencéfalo, el hipocampo y, como ya se dijo, el núcleo
amigdalino. La amígdala y el hipotálamo trabajan en estrecha
armonía, y el comportamiento de ataque puede ser acelerado o
retardado según sea la interacción entre estas dos
estructuras. Por lo tanto, vemos que la inhibición de la
agresión puede ocurrir entre dos elementos neuroanatómicos,
que son ellos mismos primitivos, y que no es tan simple decir
que se trata del control de estructuras «superiores» sobre
otras «inferiores».
Por último, aparece el neocórtex, que ya se
presenta en estado rudimentario en los mamíferos inferiores,
sufre un desarrollo impresionante en los primates y este
proceso se vuelve explosivo en la línea de los homínidos y en
los grandes mamíferos acuáticos. La velocidad, volumen y
trascendencia de este desarrollo parece haber incidido para
que la integración a los dos primitivos cerebros que le
precedieron -y que ellos lograron entre sí- no se cumpliera
completamente. Tal vez esta discrepancia permita explicar la
disparidad entre la curva de crecimiento de los logros
científicos por una parte y la falta de mejoría apreciable en
el control de las emociones y la primacía de la conducta ética
por otra.
La agresión y su subproducto perverso, la
destructividad, requieren el compromiso de estas antiguas
estructuras. Sin ellas no habría verdadera agresión, ya que
ésta ni es una abstracción ni es definida por sus
consecuencias. La verdadera fuerza de la agresión radica en un
conjunto de «redes neurales» o «armazón neural» (como
respectivamente la llaman Grisgby y Schneider, por un lado, y
McLean por el otro) y en la emoción provista por el límbico
(un modelo de integración de redes neurales de diferentes
niveles).
De esta manera, el cerebro humano
transporta consigo la historia de la evolución(39)
en su anatomía. Comenzó en el agua cuando el pez desarrolló un
tubo para transportar los nervios desde partes distantes de su
anatomía a un lugar central de control. En primer lugar
aparece un abultamiento en lo alto de la espina, después los
nervios comienzan a especializarse. Algunos de ellos se
vuelven sensibles a moléculas y forman nuestro cerebro
olfatorio. Otros se especializan en percibir la luz y forman
los ojos. Estas estructuras se conectan a una especie de
bosquecito que controla los movimientos: el cerebelo. Este
conjunto forma el cerebro reptílico, mecánico e inconsciente.
Sus partes básicas continúan intactas y forman parte del más
bajo nivel del sistema de tres partes que se ha desarrollado
desde entonces (cerebro trino).
Encima de éste, se desarrollan luego más
módulos: el tálamo, que permite que la vista, el olfato y el
oído puedan ser usados conjuntamente; la amígdala y el
hipocampo, creando un sistema de memoria primitivo; y el
hipotálamo, haciendo posible que el organismo reaccione a
mayor cantidad de estímulos. Este es el cerebro mamífero, el
cerebro límbico. Las emociones se generan aquí, pero todavía
no puede ser experimentadas como conscientes.
Durante la evolución de los mamíferos los
módulos sensoriales dispararon la creación de una delgada capa
de células, cuya forma permitía que se formaran muchas
conexiones entre ellas, con muy poco crecimiento en volumen.
Esta «piel» se volvió la corteza y es donde emergió la
consciencia.
Los mamíferos que iban rumbo a convertirse
en humanos desarrollaron un mayor córtex, desplazando al
cerebelo atrás, a la posición que ahora ocupa. El «Australopithecus
Africanus» tenía un cerebro muy cercano al actual hace unos
300 millones de años atrás, pero era un tercio de tamaño del
actual. Un millón y medio de años atrás el cerebro homínido
experimentó una evolución explosiva, como ya se señaló. Tan
súbito fue este desarrollo que los huesos del cráneo debieron
modificarse, para crear la alta y plana frente que nos
distingue de los primates.
La personalidad -y los comportamientos que
generalmente incluyen cognición y percepción- representan la
operación compleja de varios sistemas funcionales, cuya
actividad es mediada por un repertorio relativamente estable
de redes neurales intrincadas. Uno puede estudiar las
funciones de la personalidad como módulos pertenecientes a un
sistema mayor, comprendidos ellos mismos por múltiples
subsistemas. Aunque hasta ahora no hay pruebas claras del
funcionamiento modular de la personalidad, sería
verdaderamente extraño que otros aspectos del funcionamiento
perceptual sean modulares, y la personalidad no. La
supervivencia requiere de un funcionamiento adecuado, y muchas
veces automático e inconsciente, de una cantidad de sistemas
(módulos) que median muchos factores: motivación, exacta
percepción del ambiente, obtención de lo que se necesita para
sobrevivir, regulación de los impulsos agresivos y sexuales,
formación de las relaciones con otros individuos, iniciación y
completamiento de comportamientos intencionales, y la
inhibición de los inapropiados.
En general, la gente se experimenta a sí
misma como una unidad, coherente y estable, en abierta
contradicción con el hecho de que el substrato neural de su
funcionamiento psicológico está basado en muchos componentes
modulares diferentes. Este sentido de totalidad es
consecuencia de la notable (y no siempre bien comprendida)
capacidad de síntesis o de autoorganización que el organismo
posee. Esta organización refleja un proceso no linear, cuyo
curso no se puede predecir a partir de fenómenos químicos o
físicos. Las propiedades funcionales que emergen de estas
complejas redes neuronales poseen un alto grado de
organización. El deterioro de un aspecto dado de tales redes
puede asociarse a un cambio específico de funcionamiento,
haciendo que la mayor parte del tiempo el comportamiento
observado permanezca organizado, aunque tenga deficiencias.
Una fuente de la auto-organización puede
encontrarse en la «re-entrada de señales», lo cual ocurre en
todos los niveles de la heterarquía neural.
Hay muchas ventajas en la adopción de una
perspectiva modular y funcional. Además de su valor
explicativo, puede servir para cambiar el énfasis puesto hasta
ahora en los rasgos y desplazarlo hacia las funciones y
sistemas funcionales (autocontrol, regulación del afecto,
juicio, destructividad). Además, una teoría modular podría
añadir fundamentos a la conceptualización cognitiva de los
esquemas (asumciones básicas). Por lo tanto, este self podría
estar compuesto por un gran número de autorepresentaciones,
cada una de ellas sustentadas por diferentes pero superpuestas
redes neurales, las que incluyen las encargadas de regular los
afectos. Trastornos tales como los casos de personalidad
múltiple, personalidad borderline y estados disociativos
podrían entonces ser considerados en parte como perturbaciones
de diferentes sectores de las redes neurales. Esta
perturbación sobre el sistema cerebro/mente podría tener
causas biológicas y/o determinadas por la experiencia. La
variabilidad menos caótica y la coherencia observada en las
personas normales podría ser el resultado de una mejor
integración de estos sistemas modulares.
Los datos clínicos para esta hipótesis son
abundantes. Uno de ellos es la creciente habilidad de los
niños y los adolescentes en rumbo hacia la adultez para
regular su conducta, a medida que el cerebro madura. Esta
maduración parece ser consecuencia no sólo de la experiencia,
sino también de la mielinización de las áreas prefrontales
(con los cambios consecuentes en las redes neurales), un
proceso que continua hasta la tercera o cuarta década de la
vida.
Este modelo es también consistente con las
investigaciones hechas en relación a la congruencia del humor
con la memoria. Tiene que ver con el hecho de que cuando uno
tiene determinados estados de humor, tiende a tener recuerdos
específicos. Una red específica parece haber sido activada, y
al hacerlo, bloquea el acceso a otras representaciones. Cuando
uno está deprimido, tiende a tener cierto tipo de recuerdos y
de fantasías.
Es posible que la operación de redes
neuronales relativamente independientes estén sustentando la
consistencia observada en varios estados emocionales. Si estas
redes son perturbadas es posible observar ciertas
incongruencias afectivas, lo que depende de la naturaleza de
la perturbación. Un afecto inapropiado puede verse en la
esquizofrenia, pero también puede verse en la «esquizofrenia
de guerra» de Kahler, o en los genocidios(41).
En estos últimos casos serán factores contextuales, tal vez
operando a través de sistemas neuroquímicos (como los que
sugerirían los hallazgos en los monos vervet) los que
producirían tales disociaciones.
Aunque el cerebro está comprendido por un
número grande de módulos relativamente independientes, posee
una notable capacidad de síntesis. La actividad del organismo
humano es, por lo tanto, coherente, a pesar de la enorme
variabilidad en el funcionamiento de sus componentes
modulares. Diversas capacidades funcionales psicológicas y
físicas surgen de la estructura heterárquica de las redes
neuronales del cerebro. Los circuitos neuronales están
organizados en una forma modular distribuida, y desde que sus
«propiedades funcionales son envueltas en propiedades
estructurales» se ha argumentado que el mismo funcionamiento
debía estar organizado de manera similar. Toda actividad
humana, por lo tanto, refleja una compleja síntesis de muchos
factores actuando concertadamente para producir un resultado
específico mediante incontables y variados métodos(40).
Estos son realmente sistemas funcionales.
La extensión de estas ideas, como se dijo
más arriba, al terreno de la personalidad, es la etapa
siguiente que la lógica indica.
King(20)
se refiere a la historia de las teorías neurobiológicas de la
personalidad, señalando que ya en el siglo IV antes de Cristo,
Hipócrates había precisado la existencia de cuatro estilos
diferentes de personalidad basado en los humores. Durante más
de veinte siglos después de él, aún no se ha podido
desarrollar una teoría neurobiológica coherente. No obstante,
en los últimos diez años (la llamada «década del cerebro») se
han producido avances significativos en las neurociencias, en
particular en la neuroquímica. La taxonomía en este terreno ha
registrado también progresos a través de Eysenck, Zuckerman,
Siever y Cloninger.
Se podrían dividir los enfoques referidos a
la biología de la personalidad en dos subcategorías: las
macroteorías y las microteorías.
Las macroteorías intentan explicar las
múltiples variaciones de la personalidad en relación a
sistemas neurobiológicos, y las microteorías son modelos que
tienden a explicar los comportamientos más específicos en
relación con la actividad de sistemas singulares de
neurotransmisión.
A esta complejidad cabe agregarle los
criterios dimensionales y categoriales para analizar los
trastornos de la personalidad. Los dimensionales se centran en
los rasgos, y por lo común son curvilineales. Los categoriales
son taxonómicos, y responden a los agrupamientos de los
«clusters» A, B y C del DSM-IV.
Las alteraciones de la personalidad, desde
el lado neurobiológico, requieren tener en cuenta estos
antecedentes. Ahora nos abocaremos a intentar proveer algunos
elementos concernientes a la personalidad psicopática.
Ha habido, en general, bastante
controversia en relación al concepto de personalidad
psicopática/personalidad antisocial, y también e los rasgos
que lo componen. R. C. Howard(24)
llega a la conclusión de que, más que ser una entidad clínica
unitaria hay una familia de conceptos de psicopatía
parcialmente superpuestos, que pueden dividirse en tres. 1) Un
tipo Norteamericano («sociópata») caracterizado por una
conducta antisocial crónica que comienza en la infancia o la
adolescencia temprana; 2) Un tipo secundario por el rasgo del
alto nivel de impulsividad, aislamiento social, y
perturbaciones emocionales; y 3) un tipo primario
caracterizado por la impulsividad sumado a una falta de
aislamiento social y de perturbaciones emocionales. Esto no
implica que estos tres tipos sean mutuamente excluyentes; es
más, la «sociopatía» es vista como un concepto amplio que
abarca tanto la psicopatía primaria como la secundaria, así
como una alta proporción de criminales comunes.
De todos modos, para cualquier agrupación
diagnóstica que parta de una concepción psicobiológica se hace
necesario formular tres cuestiones:
1-¿Cómo? (esto es, ¿cuáles son los
mecanismos que median las conductas?)
2-¿Cuándo? (o sea ¿cuáles son los
disparadores amnientales que precipitan el comportamiento?)
3-¿Por qué? (esto es, ¿cuáles son los
factores que predisponen al individuo a desarrollar tales
conductas)
Hay tres fuentes principales de datos, que
se corresponden con cada uno de los tres niveles
precedentemente señalados: el epidemiológico, cuyo propósito
es la descripción de las relaciones sociológicas, donde su
foco son las poblaciones y su método es el estadístico; el
clínico, que describe el cuadro clínico y sus correlatos, su
foco es el individuo, y su método es el estudio de casos, y,
por último, el experimental, cuyo objeto es desarrollar una
teoría que explique el fenómeno clínico, su foco son los
mecanismos, y su método es el análisis experimental de las
conductas análogas.
Surge de esto una conclusión: una
explicación completa de la conducta requiere de estos tres
niveles. Se advierte la interrelación de estos tres niveles en
el Esquema 1. En un nivel intraorgánico, se debe establecer
una distinción entre los mecanismos que median los efectos de
los eventos iniciadores y de las influencias predisponentes,
de las expresiones cognitivas, afectivas y motóricas de la
salida (output) de tales mecanismos mediadores. Por lo tanto
los rasgos de personalidad, que pueden definirse como
características y persistentes maneras de pensar, sentir y
actuar hacia sí mismo y hacia el ambiente, son expresiones de
mecanismos subyacentes, los que pueden ser descritos como
«sistemas funcionales» neuropsicológicos. Una importante
característica que se advierte en el esquema 1 es que las
salidas afectivas, cognitivas y motóricas, retroalimentan a
los eventos disparadores (las consecuencias de nuestros actos
pueden convertirse en estressores), y a las influencias
predisponentes (comportamientos característicos y habituales o
«estilos de vida»); pudiendo, por lo tanto en influencias
predisponentes a perturbaciones psicofisiológicos (enfermedad
coronaria) tanto como a trastornos psiquiátricos. (Howard)
Esquema 1

Veamos, en este contexto, el análisis de
las teorías que hace Howard(24).
Las teorías serán examinadas, principalmente en la extensión
en que responden a las tres grandes cuestiones (¿Cómo?
¿Porqué? ¿Cuándo?), y, en segundo término, en que medida estas
respuestas son aplicables a las tres clases de psicopatía
descritas por Howard, y permiten identificarlas como un
género. Las iremos viendo a medida que surjan los temas
relacionados a las mismas.
En este trabajo, me concentraré
especialmente en aspectos neurobiológicos del trastorno de
personalidad antisocial al cual, como veremos, es más adecuado
denoninar «psicópata». Analizaremos, a lo largo del mismo,
cómo se entrelazan las micro con las macroteorías, y los
aspectos dimensionales con los categoriales. Hacer una
disección de los mismos ni parece práctico ni resulta posible
sin afectar la idea de integración de los elementos que
componen un trastorno de la personalidad.
No es necesario subrayar la importancia de
este tipo de alteración de la personalidad, teniendo en cuenta
su asociación con las actividades delictivas, la violencia,
las dificultades en el control de impulsos, la sexualidad
riesgosa y desordenada, y el consumo indebido de substancias.
Siever (18)
ha señalado recientemente (1998) la poca bibliografía
existente en lo concerniente a la neurobiología del psicópata,
e inclusive, la controversia respecto del concepto mismo de
psicopatía. Mientras en los Estados Unidos se ha prestado
considerable atención a los aspectos antisociales y criminales
de este trastorno, poco se ha estudiado su falta de empatía y
su locuacidad.
Chekley ha sido probablemente quien más ha
aportado en los últimos tiempos al concepto de psicopatía,
subrayando la desviación social, el encanto superficial, la
falta de remordimientos, la incapacidad para amar, y el estilo
vincular irresponsable e impersonal.
Hare, especialmente en la última versión de
su Psychopathy Checklist (PCL-R), permite hacer la distinción
entre dos estructuras.
La primera de ellas (Factor 1), se
caracteriza por la locuacidad, falta de remordimientos o
culpa, afectos superficiales, callosidad, falta de empatía, y
renuencia a aceptar responsabilidades. Esta variante no
necesariamente debe ser antisocial.
La segunda (Factor 2) consiste en los
rasgos verdaderamente antisociales, en la agresividad y falta
de control de impulsos.
El Factor 1 es el «núcleo» de la
psicopatía, y puede o no estar asociado a lo antisocial; pero
esto último siempre está vinculado al Factor 1. Por esto es
necesario distinguir la psicopatía de la antisocialidad. En la
práctica, no es nada fácil separar uno de otro factor, y
distinguir las múltiples variantes fenomenológicas que pueden
exhibir los psicópatas.
Otro aporte importante para penetrar en la
taxonomía del psicópata ha sido el de Lewis(4)
quien cita, entre otros, las tipologías de Blackburn. Este
autor subraya que, mientras la psiquiatría norteamericana
define la conducta antisocial en términos comportamentales,
otras definciones lo han hecho en relación con las emociones.
Así, se pueden distinguir dos grupos. Uno de ellos está
formado por individuos que tienen muy poca culpa con respecto
a su conducta anormal, y poca empatía hacia sus pares (factor
1 de Hare). El otro grupo está formado por individuos que
tienen «tendencias neuróticas»: estos últimos presentan
emocionalidad excesiva y quejas de «conflicto interno…
culpa, ansiedad, depresión, remordimientos, paranoia, y otros
síntomas psiconeuróticos». La primera ha sido llamada
«psicopatía primaria» y a la segunda «psicopatía secundaria».
En el modelo del «nuevo paradigma» de Esterly y Neely la
«psicopatía secundaria» se corresponde con el tipo de alta
ansiedad que son dependientes de drogas, y con el Tipo I de
alcoholismo de Cloninger.
Este último, que es bajo en Búsqueda de
Sensaciones, es improbable que tenga comportamientos
impulsivos, pero, cuando existen, tienen la finalidad de
reducir la ansiedad (por ejemplo, trastornos alimentarios,
exceso de ejercicios, adicción al trabajo, y exceso de compras
y despilfarro). Coincide con exceso de las monoaminas (MA, DA,
alta MAO).
Mientras tanto, el Tipo II de alcoholismo
de Cloninger es más probable que tenga comportamientos
impulsivos, y cuando los tienen, son dirigidos a la búsqueda
de sensaciones y de riesgo (por ejemplo, aventuras sexuales,
juego patológico y robo). Habría baja ST y baja MAO.
Lewis propone hipótesis respecto de las
bases biológicas que subyacen a ambos tipos de psicopatía.
Sostiene que el comportamiento antisocial persistente tiene
importantes correlatos emocionales: ya sea una notable falta
de las mismas en «psicópata primario» (miedo, ansiedad, culpa,
calidez, empatía) o su exceso, también importante (enojo,
depresión, ansiedad, culpa), en «psicópata secundario». La ST
está protagónicamente detrás de la sintomatología de ambos
grupos. Como se verá más adelante, hay un defecto en el
aprendizaje de la evitación, que depende en buena medida de la
ST. La afectividad excesiva e inapropiada, con conductas
impulsivas y comportamientos desviados, coinciden con bajos
niveles de 5-HIAA en LCR. La disfunción ST ha sido implicada
también en el trastorno bipolar, y tanto la agresión como esta
última se tratan con carbonato de litio(4).
Para iniciar el estudio de las bases
neurobiológicas de las personalidades antisociales, convendría
analizar los aportes de algunos de los principales
personólogos que, desde esta perspectiva, han incorporado
conceptos básicos (Zuckerman, Gray, Cloninger, Siever, etc.).
Nos referiremos a ellos en general, para luego detenernos en
el factor 2, tratando de ver el componente de agresividad,
violencia y destructividad y al de control de impulsos. Se ha
sugerido que el primero de estos componentes es parte del
segundo, que tiene otras formas de expresión no agresivas(18)
ni antisociales, como ocurre con los trastornos alimentarios.
Cuando hablemos del control de impulsos nos referiremos
específicamente a este factor.
La idea de Zuckerman
(1, 2), del superrasgo P-Impuss
(Psicoticismo-Impulsividad-Búsqueda de Sensaciones-No
socializado) es uno de esos aportes. No está sólo presente en
este tipo de desorden de personalidad, sino también en las
personalidades borderlines, y en personalidades relativamente
adaptadas.
Se ha conjeturado que el rasgo P-ImpUSS y
la psicopatía, son una combinación de una fuerte tendencia a
la aproximación unida a una débil inhibición y a los
mecanismos de alerta. La primera de ellas es equivalente a la
búsqueda de sensaciones de Zuckerman y de novedades de
Cloninger. Los mecanismos de alerta están relacionados con el
factor de «evitación del daño» de este último autor y con el
aprendizaje de la evitación pasiva. (Fig.1).
Raine y Col.(17)
afirman que el patrón antisocial se caracteriza por: a) una
desinhibición comportamental, baja responsividad fisiológica
(vinculada al bajo alerta), y disfunción prefrontal; y, b)
disfunción del hemisferio izquierdo o, alternativamente, una
lateralización reducida para las funciones lingüísticas.
a) La desinhibición comportamental
Todas las alteraciones incluidas en a)
tendrían elementos comunes. Por empezar, la desinhibición
comportamental se vincula con conceptualizaciones de Gray en
relación con el sistema de activación comportamental (SAC),
como opuesto al sistema de inhibición comportamental (SIC). El
SAC se activa en respuesta a incentivos gratificantes o
placenteros; en tanto, el SIC los hace frente a la posibilidad
de castigo o frustración, y se piensa que es el substrato de
la ansiedad.
Se ha sugerido que habría una
hiperrespuesta del SAC, con baja reactividad del SIC. Esto ha
sido demostrado por medio de pruebas.
Otra prueba a favor del bajo SIC es la baja
conductancia de la piel cuando anticipan un estímulo aversivo.
Volveremos más adelante sobre los aspectos fisiológicos.
b) La inhibición comportamental
Gray demostró los mecanismos mediante los
cuales los agentes farmacológicamente sedantes (BDZ,
barbitúricos y etanol) reducen el aprendizaje de la evitación
pasiva; en otras palabras, reduce la eficacia de los
mecanismos del SNC que median la inhibición comportamental al
enfrentarse al castigo o a la frustración no gratificante. Es
por esto que se sospecha la participación GABA en los
mecanismos de evitación pasiva.
Numerosas investigaciones han analizado la
neuroquímica del SIC. El protagonista parece ser la ST. La
disrupción de su transmisión deteriora el aprendizaje de la
evitación pasiva, de la habituación a los comportamientos
exploratorios, dispara hiperactividad, distraibilidad,
respuestas de espanto, agresión y comportamientos sexuales.
Estas acciones eran específicas y no podían ser atribuíidas a
efectos generalizados sobre el alerta o el comportamiento. Se
supone que el efecto gabaérgico consiste en la inhibición que
ejerce sobre la ST. Sin embargo, Soubrie afirmó que aunque
muchos estudios demuestran el disparo de comportamientos
punibles después de la reducción central de ST debido a la
administración de BDZ, esto no prueba que la reducción de ST
sea necesariamente ansiolítica. Señala que desde datos humanos
existen individuos con ST normal o alta que pueden ser
impulsivos y ansiosos. Estas diferencias pueden deberse a las
acciones antagónicas de los receptores 5-HT2 y los 5-HT1c y de
las vías que parten desde diferentes zonas del rafe, en lo
referente a la ansiogénesis y a la ansiolisis.
Para Soubrie, sin embargo, la reducción de
la actividad ST y de las BDZ no necesariamente coinciden en el
mismo mecanismo. La ST no actuaría a través de sus efectos
ansiolíticos sino mediando la supresión de conductas.
Esto es esencial para la adaptación. A
veces, el comportamiento de aproximación puede ser
selectivamente inhibido por la presencia de claves o
anticipación de castigo o de refuerzo negativo. La falla
primaria del psicópata es que carece de inhibición en
situaciones en donde tanto la recompensa como el castigo son
posibles y, como demostraron Newman y Kosson, cuando esto
ocurre, los psicópatas parecen enfocar sobre las posibilidades
de recompensa e ignorar las de castigo. Esto podría vincularse
con la ausencia de culpa o remordimientos.
Consecuentemente, exhiben más errores en la
acción (esto es, respondiendo cuando no deben hacerlo), lo que
demuestra una deficiencia en el aprendizaje de la evitación
pasiva. Se debe pensar, entonces, que la búsqueda impulsiva de
sensaciones como un rasgo de la personalidad y la psicopatía
como un rasgo diagnóstico, están relacionados a un déficit del
aprendizaje pasivo de la evitación. Por consiguiente, son
insensibles a claves de castigo -posiblemente debido a este
fracaso en aprender la evitación pasiva- y no es improbable
que tengan algún tipo de comportamiento antisocial bajo la
mirada de un policía; está debilitada la anticipación del
castigo a largo plazo. En 1973, Trasler conjeturó que esta
dificultad en el aprendizaje de la evitación pasiva y en el
condicionamiento del miedo anticipatorio -con conservación del
aprendizaje de la recompensa- eran la base de la dificultad
para inhibir comportamientos socialmente inaceptables.
Las tareas de la evitación pasiva son
aquellas en las que el sujeto debe inhibir una respuesta para
evitar una estimulación aversiva. En un estudio de Lykken con
laberintos mentales (uno de cada tres errores era castigado
con un shock) los psicópatas mostraron menor evitación de los
errores que los no-psicópatas (más adelante veremos que Howard
sostiene que esto es más bien evitación activa). No obstante,
Hare, en 1978, demostró que los psicópatas podían aprender la
evitación pasiva cuando se trataba de dinero. Detrás de esto
podría estar la «psicopatía primaria» de Blackburn, que dicho
sea de paso, para Fowles son los que tendrían la «falta de
miedo» en su teoría. Conviene aclarar aquí que evitación
activa es cuando el animal o el sujeto inhiben un
comportamiento a punto de expresarse, y evitación activa es
cuando se realiza un comportamiento con la finalidad de evitar
algo.
Para Gray, una falta del alerta autonómico
podría explicar el déficit en el aprendizaje de la evitación
pasiva en psicópatas que puntúan alto en la dimensión ImpUSS
debido a que el arousal puede inhibir la respuesta en las
personas más ansiosas. Los psicópatas tienden a exhibir menos
alertabilidad de acuerdo a las mediciones de resistencia
eléctrica de la piel, pero muestran alta respuesta cardíaca a
los estímulos que han sido condicionados al castigo;
ocurriendo a la inversa cuando tal condicionamiento no existe.
La respuesta de la piel ha sido interpretada como una
activación del SIC, mientras que la respuesta cardíaca ha sido
descrita por Fowles como indicando la activación del SAC.
Ambas reacciones son también indicaciones de la activación de
un sistema de alerta no específico. No resulta claro cómo
diferenciar los componentes del alerta en relación a la
aproximación y la evitación si se miden solamente estos dos
indicadores. Por otra parte, una aceleración puede ser
indicadora de un reflejo defensivo. Estas débiles respuestas
de la piel ante estímulos asociados al castigo pueden ser
también indicadores de bajos niveles de ansiedad, más que una
función de los rasgos ImpUSS en la misma psicopatía.
Figura 2

El castigo en sí, tal como es vehiculizado
por el feedback, parece elicitar menos alerta (explicitado por
la reacción cardíaca y de la piel), en los psicópatas que en
los no psicópatas, lo cual probablemente indique menos
procesamiento de los estímulos feedback en los psicópatas.
Este fracaso en procesar los estímulos feedback podría
explicar sus dificultades para aprender del castigo.
Esto conduce a la teoría de la «falta de
miedo» mencionada por Howard(24).
Hare había dicho que los psicópatas muestran una falta del
«miedo condicionado», vinculado con lo que se cita en otras
partes de este trabajo, la falta de actividad electrodérmica
anticipatoria en el condicionamiento aversivo clásico, además
de la conducta de evitación deficitaria. Esta dificultad del
aprendizaje de la evitación pasiva es una «variable
interviniente» en el esquema de Howard, y no un «mecanismo
mediador», por lo tanto no responde a la pregunta ¿cómo? en
relación a la psicopatía. La teoría de Hare es criticada por
la falta de especificidad, ya que la escasa reacción
electrodérmica anticipatoria también se vería en los
esquizofrénicos.
La versión de Fowles (1980) de la «falta de
miedo» coincide con una falla del SIC de Gray (véase más
arriba) aunque es más específica, ya que predice un déficit en
la evitación pasiva, no en la activa. Fowles argumenta que
esta característica podría explicar lo nuclear del psicópata,
con excepción de su incapacidad para desarrollar relaciones
estrechas. Hay mucha discusión, no obstante, en torno al
defecto del SIC en los psicópatas. Por ejemplo, el «laberinto
mental» de Lykken, mencionado más arriba, es más bien
evitación activa, que pasiva, ya que los sujetos aplican una
presión sobre una palanca para evitar el castigo. Se ha
informado una disminución de la evitación activa en los
psicópatas. Por lo tanto los resultados de Lykken encajan
mejor en la evitación activa y no en la pasiva. La teoría de
Fowles de la «falta de miedo» sería aplicable a los
«psicópatas primarios», o sea, aquellos que carecen de
ansiedad, ya que ésta está asociada al SIC. Y a pesar de que
Lyyken consideró que los psicópatas, ya sea con alto o bajo
puntaje en ansiedad, mostraban déficits en la evitación en el
«laberinto mental», hay que considerar que una deficiente
evitación se expresa además en fallas del control de impulsos,
y ésta suele correlacionar con alta ansiedad. La teoría de
Fowles tiene la ventaja de que especifica muy precisamente los
disparadores ambientales que explican porqué los inputs
adecuados al SIC no provocan reacciones, incluyen una
disminución de la reacción a los «estímulos innatos de miedo»
a los estímulos novedosos. Sin embargo, señala Howard, no hay
ninguna evidencia de que los psicópatas sean menos
susceptibles a las fobias que la población general, y existe
evidencia que prestan menos atención a la novedad (lo que
habría que correlacionar con los estudios de potenciales
evocados que cita Raine), aún cuando sus puntajes de búsqueda
de sensaciones sean elevados. Verdaderamente, la necesidad de
los psicópatas de búsqueda de estimulación, necesita tener en
cuenta una teoría general de la psicopatía.
Resumiendo, para Howard, la teoría de
Fowles no parecen tener en cuenta, desde un punto de vista
clínico-comportamental, no solamente la falta de capacidad de
vínculos del psicópata, sino también el grado de impulsividad,
un punto cardinal clínico y una característica
psicodiagnóstica.
Sería posible, sin embargo, superar esta
dificultad si se resuelve la hipotética relación entre el SIC
de Gray y los rasgos de personalidad. Es importante tener en
cuenta que la hipótesis de Gray descansa en la afirmación de
que «…una descripción de los procesos psicológicos que son
alterados por las drogas ansiolíticas equivale a una
descripción de la patología de la ansiedad». Se puede
cuestionar esta afirmación en dos terrenos, el conceptual y el
empírico. Conceptualmente, desde el momento que se afirma que
el SIC detecta la discrepancia entre los resultados obtenidos
y los esperados (incluyendo la gratificación), uno puede
suponer que la discrepancia dependería, entre otras cosas, de
la expectativa respecto de la recompensa y el no-castigo. Esto
último estaría relacionado, según Gray, con la impulsividad, y
no con la ansiedad. Por otra parte, se podría pensar que los
comportamientos mediados por el SIC, especialmente la
evitación pasiva, estarían relacionados no solamente con la
ansiedad, sino también con la impulsividad, desde que
implicarían «vacilaciones y dudas», las cuales, según sostiene
Gray, están mediados por el sistema septo-hipocámpico, el
substrato neural del SIC.
Empíricamente, hay por lo menos cuatro
argumentos que podrían llevar a cuestionar esa afirmación. En
primer lugar, las drogas que se supone que afectan al SIC
(alcohol, tranquilizantes menores, barbitúricos) no sólo
tienen un efecto sedante, sino que tienen, además, un efecto
desinhibidor. Por ejemplo, el alcohol puede desinhibir
comportamientos agresivos. En segundo lugar, los barbitúricos
pueden mimetizar los efectos del rasgo impulsividad
aumentándoles, o lentificar los cambios cerebrales potenciales
en tareas de discriminación «lo hago/no lo hago».
En tercer lugar, hay investigadores que
describen la acción de los sedantes como capaces de producir
una «oscilación» en los niveles de ansiedad, más que su
reducción. Algunos autores, estudiando los efectos
comportamentales de una BDZ (clordiazepóxido) encontraron
efectos diferenciales que dependían de la tarea: había una
interacción entre el clorodiazepóxido y las drogas Gabaérgicas
en una situación de supresión inducida por el castigo, pero no
en tareas de discriminación (donde el clordiazepóxido sólo
interfería con el rendimiento). Esto implica que un efecto
diferente del sedante, en esta droga, estaba operando para
inteferir con los rendimientos en una tarea de discriminación,
lo cual, se sostuvo, operaba sobre el substrato neural del
rasgo de impulsividad.
Se encontró que los altos buscadores de
novedades (o de sensaciones = BdS) mostraban reacciones más
fuertes de la piel a estímulos auditivos y visuales novedosos,
que los que mostraban los bajos buscadores de novedades, pero
no encontraron diferencias en respuesta a la estimulación
repetida. Aunque estudios adicionales mostraron que los BdS
altos mostraban diferencias en los estímulos significativos,
no lo hacían con los neutrales. En otro estudio varios autores
encontraron que los altos buscadores de sensaciones mostraron
respuestas dérmicas a palabras con contenido sexual o de
agresión, respuestas consistentes con el interés que muestran
estas personas por estos temas en los medios de comunicación.
En contraste con la respuesta dérmica, la
cardíaca es bifásica: puede mostrar tanto aceleración como
desaceleración en respuesta a los estímulos. La aceleración es
vista como una respuesta orientada que demuestra interés o
apertura hacia los estímulos, en tanto que la desaceleración
parece estar vinculada o a un reflejo defensivo o a uno de
arranque, que depende del estímulo y de las características de
la respuesta.
Algunos autores encontraron que los altos
buscadores de sensaciones, especialmente aquellos que puntúan
alto en desinhibición, tienden a mostrar baja desaceleración
cardíaca a los tonos de moderada intensidad, en tanto que los
bajos buscadores de sensaciones responden a la inversa. Estos
resultados sugieren que los altos buscadores atienden más a
los estímulos novedosos, aún si ésto carecen de significado
desde el punto de vista de la recompensa o el castigo. El
reflejo defensivo parece representar una inhibición de la
atención a los estímulos novedosos o quizás un retiro, más que
un acercamiento cognitivo (búsqueda de información) respecto
de tales estímulos.
En un estudio de Horvath y Zuckerman(12),
estos autores afirman que, en su búsqueda de sensaciones y
experiencias intensas, los buscadores de sensaciones asumen
diversos tipos de riesgos, por ejemplo, trabajos o deportes
peligrosos. Se exponen a situaciones ilegales conduciendo
demasiado rápida y descuidadmente, e incluso intoxicados.
Suelen ser voluntarios para experimentos considerados
peligrosos, así como en misiones voluntarias de riesgo en la
guerra. Tienden a beber pesadamente, tomando todos los riesgos
sociales de su conducta desinhibida; fuman, aceptando los
riesgos para la salud, así como se arriesgan no sólo de esta
manera, sino también con la ley, al consumir drogas ilegales.
Suelen ser ludópatas, asociado esto a un incremento en el
alerta. En experimentos simulados, tienden a tomar también
mayores riesgos financieros. Tienen tendencia a involucrarse
en relaciones sexuales pasajeras y múltiples, que los exponen
a contagios venéreos y, en especial, al SIDA.
¿Por qué los altos buscadores de
sensaciones toman tales riesgos y los de bajo puntaje no lo
hacen? Puede ser porque aprecian más que éstos las recompensas
esperadas de tales actividades, tales como la sensación de
caída libre del paracaidista, el «rush» de la heroína, o el «high»
de la cocaína, el viento en la cara de un motociclista lanzado
a toda velocidad, el corazón latiendo rápido en el pecho del
ludópata, a la espera de la apertura de cartas, la excitación
del sexo, todos ellos proveen formas de alerta que son más
valiosos para los altos buscadores de sensaciones que para los
bajos. La intensa gratificación que esto les provee supera los
riesgos que estas actividades puedan contener.
Una hipótesis, aunque no necesariamente
contradictoria, sostiene que los altos buscadores de
sensaciones tienen un «sesgo optimista», que hace que se vean
en realidad menos expuestos a los riesgos. Zuckerman llamó Ss
al rasgo de toma de riesgo para indicar cuantas veces el
sujeto se expone a una variedad de situaciones riesgosas. Esta
actitud contiene un rasgo de impulsividad.
Otra razón por la que los psicópatas
podrían no ser alertados por señales de castigo en un
conflicto de gratificación-castigo es que, o no atienden a las
señales de castigo, o le prestan demasiada atención a las de
recompensa. Harpur, en 1993, postuló que la sobresensibilidad
de los psicópatas a la gratificación los conduce a un conjunto
dominante de respuestas que supera su capacidad de modular su
conducta en respuesta a estímulos competitivos de castigo. Sin
embargo, Ball y Zuckerman encontraron que los altos buscadores
de sensaciones mostraban una atención mejor enfocada a todos
los estímulos en una tarea de enlistado dicotómico
independientemente de si los estímulos eran palabras neutrales
o de interés especial para ellos.
Los estímulos novedosos pueden ser
intrínsecamente gratificantes o provocadores de miedo. El
efecto parece depender de los niveles del factor de búsqueda
de sensaciones, que tenga el individuo.
La teoría del bajo alerta, lo cual tendría
que ver con la frialdad afectiva, se apoya en que los
psicópatas tiene baja responsividad fisiológica, evidenciado
por el bajo gasto cardíaco, evidenciable desde muy temprana
edad, exceso de ondas lentas en el EEG y baja conductividad
eléctrica de la piel. (Figs. 5, 6 y 7). En un sentido directo,
esta baja responsividad puede hacer al individuo menos
sensible a claves sutiles requeridas para el aprendizaje de
claves prosociales -lo que lo vincula a la callosidad- y puede
deteriorar el condicionamiento clásico de respuestas
emocionales que se cree son importantes para la formación
consciente del aprendizaje de la evitación. La predicción
clave para esta teoría es que las personas antisociales
tendrán baja responsividad eléctrica de la piel, bajo
rendimiento cardíaco, y más actividad de ondas lentas en el
EEG, en reposo, comparados con controles normales. Esto se
relaciona con la baja respuesta a los eventos aversivos o
estresantes. Muchas conductas antisociales implican alto
riesgo, del cual parecen no darse cuenta.
Howard (24)
subraya que el bajo alerta puede ser cortical y autonómico.
Ambos conformarían un modelo de «sistema de alerta». Su
concepto es que la teoría del bajo alerta se concentra en la
pregunta ¿cómo? y descuida las cuestiones ¿cuándo? y ¿porqué?
Para este autor, las características de bajo alerta cortical
(exceso de actividad theta y delta) caracterizan más bien al
psicópata secundario que no al primario.
La disfunción prefrontal, a la que
volveremos a referirnos cuando hablemos de la impulsividad y
de la agresión, tendría que ver con cambios en la flexibilidad
intelectual y formación de habilidades comportamentales y
pobre atención sostenida, concentración y capacidad de
razonamiento.
Por consiguiente, un análisis de sus
procesos de aprendizaje puede resultar de utilidad. Aunque los
psicópatas no son usualmente menos inteligentes que otros
criminales, parecen tener problemas en aprender que no deben
repetir comportamientos que les trajeron problemas con
anterioridad. Los psicópatas pasan más tiempo en prisión por
reincidencias que otros criminales. Estas reincidencias pueden
ser explicadas por su necesidad de excitación (búsqueda de
sensaciones) o su impulsividad en respuesta a perspectivas de
recompensa. Otra posibilidad radica en su insensibilidad al
castigo. Pero, como se ha visto, participa de este
comportamiento la dificultad ya vista en sus procesos de
aprendizaje de la evitación pasiva.
Los psicópatas representan un tipo extremo
de personalidad sobre la dimensión P-ImpUSS. Algunas de estas
características pueden ser vistas en los rasgos que componen
la dimensión P: impulsividad, falta de reflexión, búsqueda de
sensaciones (especialmente desinhibición) y falta de
socialización.
Figura 1

Eysenck interpretó, en los ’70, que la
dimensión P era una amplia tendencia latente hacia el
psicoticismo. Este término era usado en el sentido de un
espectro que incluía la esquizofrenia, los trastornos
afectivos mayores, la personalidad antisocial (TPA) y la
criminalidad en general, y también involucraba al pensamiento
creativo pero desviado dentro de la población no psicótica.
Zuckerman cuestionó la amplitud de este concepto y sugirió que
era mejor usar la palabra psicopatía (tendencias antisociales)
para esta dimensión. Los delincuentes y los prisioneros
adultos puntúan alto en la dimensión P, pero los
esquizofrénicos lo hacen sólo ligeramente por arriba de la
población general, y los depresivos endógenos lo hacen como
esta última.
Los criminales con personalidades
antisociales puntúan más alto en la dimensión P que los que no
lo son. Probablemente si se estudiara la población general
aparecerían puntajes más altos en gente que puede convertirse
en criminales bajo determinadas circunstancias.
La forma más extrema de búsqueda de
sensaciones puede verse en la manía. Los hipomaníacos son
caricaturas de buscadores de sensaciones impulsivos, y
comparten muchas de sus características biológicas, incluyendo
un aumento de la dimensión EP (extraversión-psicoticismo) y
bajos niveles de MAO plaquetaria.
Por lo tanto no es sorprendente que los
sujetos con este trastorno puntúen alto en estos rasgos, y lo
hacen aún cuando estén en fase normal, e inclusive en fase
depresiva, lo que demuestra que la relación no es
estado-dependiente. Los hijos de pacientes con esta dimensión
también puntúan alto en búsqueda de sensaciones, especialmente
en desinhibición, lo cual sugiere que el rasgo de personalidad
puede ser parte de una disposición transmisible genéticamente
del desorden.
En contraste, los individuos con
depresiones unipolares puntúan bajo en este rasgo, aún
inmediatamente después de su recuperación. Los
esquizofrénicos, especialmente los solitarios e inactivos,
tienden a ser bajos buscadores de sensaciones. Estos hallazgos
son un desafío para las afirmaciones de Eysenck, que tiende a
ver a toda clase de psicosis ubicado en lo alto de su
dimensión P.
El modelo neuronal sugiere que un sistema
feedback positivo similar al comportamental se puede ver en el
trastorno maníaco, en el que la estimulación impulsa al
paciente a buscar más estimulación. El darle a un paciente
bipolar IMAOs en la fase depresiva dispara a menudo la fase
maníaca, caracterizada por desinhibición comportamental, humor
eufórico, actividad incrementada, altos niveles de NA en el
LCR, y posiblemente un incremento de DA en áreas del cerebro
específicamente involucradas en la actividad y en la
recompensa. Todos estos efectos pueden ser debidos a una
desregulación del sistema de las catecolaminas (CA). Si este
estado de hiperactividad se prolonga, las CA podrían ser
vaciadas con los consiguientes cambios comportamentales, tales
como una caída desde las alturas de la manía a las
profundidades de la depresión. Esta curvilinealidad del
rendimiento catecolaminérgico está descrita en la figura 5,
modificada de Zuckerman.
Figura 5

De acuerdo a este modelo, el sistema CA
juega un papel en el humor, la actividad, la interacción
social, y en ciertos desórdenes clínicos. Más específicamente,
la actividad DA estriada puede influir en el la actividad
física, y la DA en el N. accumbens y en las proyecciones
prosencefálicas sobre los sentimientos positivos. La actividad
social también puede estar influenciada por vías DA
específicas. El alerta NA puede ser más importante en el
alerta de sentimientos negativos tales como la depresión o la
ansiedad, pero la NA y la DA pueden tener efectos sinérgicos
en estados tales como los maníacos caracterizados por la
euforia y la hostilidad. Variaciones normales en estos rasgos
asociados con la personalidad pueden moverse entre los rangos
B a C; y estarán basados en los niveles tónicos de la
actividad o reactividad CA. Estados asociados con extremas
variaciones de las CA cerebrales van desde la depresión
producida por la depleción de NA a la ansiedad y los ataques
de pánico producidos por su exceso. De la misma manera, un
déficit de DA puede producir anhedonia y retraimiento social,
también característicos de la depresión, y un ligero exceso
produce euforia, hiperactividad, e hipersociabilidad; pero en
un exceso de dosis o en su hiperactividad crónica (como ocurre
bajo la acción de drogas estimulantes), los efectos óptimos
cambiarían a una actividad limitada y estereotipada,
alejamiento social, y hostilidad y agresión que alimentarán la
paranoia. Tales efectos curvilineares de la actividad CA han
sido demostrados repetidamente en la literatura sobre
experiencias en humanos y animales. Por ejemplo, la actividad
motora en las ratas aumenta con la administración de
anfetamina, pero decrece a medida que se aumenta la dosis. Su
comportamiento social experimenta idénticos cambios. Tales
relaciones curvilineares explicarían algunas diferencias en
dirección a las relaciones entre metabolitos de las
catecolaminas y humor o comportamiento en normales y en
pacientes, debido a que las dos poblaciones podrían ocupar dos
diferentes rangos en el nivel de actividad CA, una en la rama
ascendente y otra en la descendente de la curva.
En el esquema de Zuckerman (Fig.6) se
observa que, en un nivel más bajo de análisis, la modulación
cortical de la estimulación intensa, como se muestra en el
paradigma de aumento-reducción en los potenciales evocados,
parece representar una expresión neural directa de la
propensión de la inhibición-desinhibición comportamental. De
la misma manera que una persona con una tolerancia fisiológica
al alcohol está en mayor riesgo de volverse alcohólico, el
individuo con mayor tolerancia a la estimulación o excitación
cortical está en un riesgo aumentado de transformarse en un
buscador desinhibido de sensaciones. El buscador elevado de
sensaciones es activado por altos niveles de estimulación
mientras que las bajas tienden a «desintonizarlo», como si se
dispararan mecanismos de inhibición cortical. Hay ventajas y
desventajas adaptativas en ambos extremos. Un aumentador-desinhibidor
parece tener un SNC «fuerte» que continúa funcionando bien aún
bajo las condiciones de sobreestimulación más estresantes,
tales como una batalla. Un reducidor tiende a perder alerta
cortical y atención en tales condiciones y por lo tanto pierde
eficacia. Sin embargo, el feedback positivo del aumentador
puede constituirse en una vulnerabilidad. La tendencia a
buscar altos niveles de estimulación puede impulsarlo a
conductas antisociales, como ocurre en el psicópata. Vemos que
en los niveles bioquímicos más bajos del rasgo involucrado en
la dimensión P, encontramos déficits de hormonas, NT y
enzimas, que juegan un papel fundamental en la inhibición
comportamental, incluyendo déficits de cortisol, serotonina,
NA y MAO, y dopamina-beta-hidroxilasa (DBH).
En un nivel más bajo de análisis, la
modulación cortical de la estimulación intensa, como se
muestra en el paradigma de aumento-reducción en los
potenciales evocados, parece representar una expresión neural
directa de la propensión de la inhibición-desinhibición
comportamental. De la misma manera que una persona con una
tolerancia fisiológica al alcohol está en mayor riesgo de
volverse alcohólico, el individuo con mayor tolerancia a la
estimulación o excitación cortical está en un riesgo aumentado
de transformarse en un buscador desinhibido de sensaciones. El
buscador elevado de sensaciones es activado por altos niveles
de estimulación mientras que las bajas tienden a «desintonizarlo»,
como si se dispararan mecanismos de inhibición cortical. Hay
ventajas y desventajas adaptativas en ambos extremos. Un
aumentador-desinhibidor parece tener un SNC «fuerte» que
continúa funcionando bien aún bajo las condiciones de
sobreestimulación más estresantes, tales como una batalla. Un
reducidor tiende a perder alerta cortical y atención en tales
condiciones y por lo tanto pierde eficacia. Sin embargo, el
feedback positivo del aumentador puede constituirse en una
vulnerabilidad. La tendencia a buscar altos niveles de
estimulación puede impulsarlo a conductas antisociales, como
ocurre en el psicópata.
Por consiguiente, a través del
procesamiento de la intensidad de los estímulos, se ha podido
distinguir entre aumentadores y reducidores de los potenciales
evocados (PE) corticales. La reacción cortical a estímulos
breves, tales como un destello de luz o un ruido brusco, puede
ser evaluado repitiendo el estímulo muchas veces, registrando
las reacciones corticales por medio de EEG, y promediando la
respuesta por medio de una computadora. Esta operación traza
una curva de respuesta punto por punto. Las complejas formas
de ondas visibles en humanos son altamente hereditarias; las
curvas para muchos gemelos idénticos puede ser muy
aproximadamente superpuestas, y se parecen a las que se
obtienen en un individuo determinado a través de mediciones
múltiples(16).
Significativamente, niveles bajos del
metabolito de la ST, el 5-HIAA y de las enzimas MAO y DBH se
encuentran también, típicamente, en los aumentadores visuales
en potenciales evocados. Por el momento no se sabe si los NT o
neurorreguladores inhiben directamente el alerta cortical
debido a que los datos humanos son linearmente
correlacionables. Los bajos niveles de MAO se vinculan
consistentemente con los buscadores de sensaciones y son bajos
en los desórdenes desinhibitorios. La MAO baja puede ser un
signo de falta de actividad ST o excesiva actividad DA. La
baja DBH, un correlato algo menos consistente de los
buscadores de sensaciones, resulta en una baja actividad NA en
las áreas límbicas que sirven al alerta y a la inhibición.
En lo que hace al vínculo entre los
potenciales evocados y los buscadores de sensaciones han
habido por lo menos 21 estudios llevados a cabo en poblaciones
de antisociales. Pueden dividirse en los de latencia rápida,
mediana y tardía (Fig. 4). En los estudios de respuesta rápida
se ha advertido una prolongación del tiempo de latencia de
tronco cerebral, lo que puede interpretarse como indicando un
alerta reducido y un filtrado excesivamente alto de los
estímulos ambientales. Las consecuencias comportamentales de
estos hallazgos será en la deprivación de estímulos y bajos
niveles crónicos del alerta.
Los hallazgos en los PE de latencia media,
fueron mucho más equívocos, pero se ha especulado que los
psicópatas parecen mostrar crecientes amplitudes a los PE a
estímulos de creciente intensidad (aumentadores córtico-visuales),
un fenómeno que ha sido vinculado a la búsqueda de
sensaciones.
Los resultados de la latencia tardía de los
PE, fueron mucho más consistentes, y ellos indican,
sorprendentemente, que los psicópatas muestran amplitudes P300
aumentadas, indicando un incremento de la atención a los
estímulos que les interesan.
Se ha sostenido que las consecuencias
comportamentales de estos tres niveles de potenciales evocados
(la deprivación de estímulos, la búsquedad de sensaciones, y
la atención a eventos estimuladores) están causalmente
vinculados. Esto es, que los individuos con bajos niveles,
crónicamente, de alerta (posiblemente causados por excesivo
filtrado de estímulos) buscarían estimularse para llevar los
niveles de alerta a una performance óptima. Esta búsqueda de
estimulación puede explicar parcialmente la atención
incrementada hacia los sucesos de interés, reflejada en el
aumento del P300 a estímulos blancos en un paradigma de
atención selectiva. Las situaciones potencialmente peligrosas
y riesgosas, en las que los actos criminales y delictivos
encuentran facilidades para ser llevados a cabo, son muy
atractivas para los psicópatas.
Como muchas teorías de la violencia basadas
en la biología, este modelo tomado de los PE es sólo una
explicación parcial del comportamiento violento. Por otra
parte, aunque muchos psicópatas son violentos, no todos lo
son; y hay violentos que no son psicópatas. Por lo tanto, se
debe tener prudencia al extrapolar los datos a partir de una
teoría de la tendencia a la violencia de los psicópatas. Una
característica inusual de este modelo es que los psicópatas
están en condiciones de aumentar su atención. Este hallazgo
contradice creencias de base biológica sobre el comportamiento
criminal, que casi universalmente enfatizan sobre los déficits
sobre tales poblaciones.
Si la propuesta de que hay una
predisposición biológica a la violencia conduce a la
personalidad antisocial y al crimen, hay que tener en cuenta
que tales conductas dependen fuertemente de las circunstancias
ambientales en las que se encuentra el individuo. Por ejemplo,
con un CI apropiado, buenos cuidados parentales, y crianza en
una familia de alto status socioeconómico, la toma de riesgos
y la búsqueda de estimulación puede traducirse en un audaz y
creativo hombre de negocios o en un piloto de jets militares o
de fórmula 1, y no en el crimen y la violencia.
Tales interacciones pueden tener
implicaciones para las intervenciones. Como ejemplo, se cita
que se han visto psicópatas que muestran tanto elevados P300
sobre zona parietal, como registros elevados en pruebas
neuropsicológicas que registran el funcionamiento del lóbulo
parietal. Estos hallazgos, relativamente específicos, muestran
que no hay diferencias ya sea en PE registrados en lóbulos
temporales, o en los rendimientos verbales o de CI. Estos
estudios demuestran que los psicópatas criminales pueden estar
capacitados para tareas y ocupaciones que implican habilidades
manipuloespaciales, tales como artes plásticas, manejo de
vehículos y mecánica. Si un psicópata violento puede ser
identificado en la adolescencia, puede ser factible ayudarlo a
desarrollar sus habilidades latentes que poseen claramente y
alejarlos así de la violencia y el crimen. El trabajo y otras
situaciones similares pueden ser interesantes, en donde los
jóvenes psicópatas pueden ser identificados, ya que pueden
«competir» en situaciones en donde es más probable que elicite
comportamientos más violentos y criminales.
Buschsbaum y Silverman desarrollaron una
técnica para comparar los componentes de potenciales evocados
tempranos. Este componente PE representa la reacción cortical
temprana que ocurre entre 100 y 140 ms después del estímulo.
Los individuos que muestran una amplitud marcadamente
incrementada de los PE como función de un estímulo
crecientemente incrementado (curva positiva), son llamados
aumentadores, en tanto que aquellos que muestran poco
incremento o aún disminución en la amplitud de los PE a las
intensidades más altas (curvas negativas) son llamados
reducidores. Aunque esta terminología sugiere una dicotomía,
la distribución de las curvas de intesidad entre estímulos y
PE es continua y normal.
La reducción puede representar una función
protectora cortical. El aumento puede ser considerado como un
fracaso de la inhibición cortical o un marcador para un
sistema nervioso fuerte en el sentido pavloviano de
resistencia a una inhibición transmarginal a partir de una
estimulación intensa.
Como ocurre con las respuestas
cardíacas-respuestas reflejas defensivas, los aumentadores o
reducidores en los PE están más claramente relacionados a los
puntajes de la Escala de Desinhibición (DIS), la cual es una
subescala de la Escala de Búsqueda de Sensaciones. El DIS mide
la búsqueda de novedades y de sensaciones a través de otra
gente como ocurre en reuniones desinhibidas y las experiencias
sexuales variadas.
El PE aumentador es característico de
individuos con trastorno bipolar (aun cuando no está bajo
estado maníaco), alcohólicos, y delincuentes masculinos. Los
reducidores son característicos de los esquizofrénicos
crónicos o en agudos con pobre pronóstico. Las diferencias de
género son inconsistentes, pero los aumentadores tienden a
cambiar a reducidores con la edad.
Se han estudiado estas características en
modelos animales. Los gatos «aumentadores» tienden a ser más
exploratorios, activos, y muestran reacciones de lucha o
aproximación ante estímulos novedosos, en tanto que los
«reducidores» tienden a estar tensos y emotivos y alejarse
como respuesta a estímulos novedosos.
Usando paradigmas condicionados, Saxton y
col. encontraron que los gatos aumentadores eran más reactivos
en un esquema de intervalos fijos, en el cual la gratificación
es simplemente una función de presión sobre una palanca, pero
los gatos reducidores rendían mejor en un esquema que les
requiere mantener una baja tasa de respuesta para obtener
gratificación. La última clase de esquema castiga a los
respondedores impulsivos y requiere una capacidad para inhibir
la respuesta y evitar el castigo (pérdida de gratificación).
Los gatos aumentadores, por lo tanto, recuerdan a los
buscadores impulsivos de sensaciones y a los psicópatas en su
deficiencia en el aprendizaje de la evitación.
Siegel y otros extendieron el paradigma
reducidores-aumentadores a las ratas, usando linajes Romanos
de alta evitación (RHA) y de baja evitación (RLA). Estos dos
linajes fueron criados a partir de un stock original Wistar
para rendimiento en adquisición de tareas de dos vías de
evitación activa. Las ratas RHA aprendieron rápidamente a
evitar el shock, en tanto que las ratas RLAS tienden a
congelarse más que correr y por lo tanto les toma mucho más
tiempo aprender la evitación.
Casi todas las ratas RLA y Wistar eran,
reducidores o aumentadores débiles, en tanto que la mayor
parte de las ratas RHA estaban entre los moderados y fuertes
aumentadores. Hay poca superposición en los potenciales
evocados entre los grupos RLA y RHA en lo que hace al
paradigma aumentadores-reducidores.
Debido a que todos los miembros de un
linaje son como gemelos idénticos que comparten casi todos sus
genes, se pueden hacer generalizaciones a partir de
diferencias en los linajes encontrados en otros estudios.
Además de las diferencias en la evitación activa, las ratas
reducidoras son menos activas y más temerosas en las pruebas a
campo abierto, menos agresivas cuando son shockeadas, muestran
poca tolerancia a los barbitúricos y poco gusto por el
alcohol, son más maternales con sus crías, y muestran menos
respuesta hipotálamo adrenal al stress a través del disparo de
serotonina, CRH, y ACTH. En respuesta a la estimulación de las
áreas hipotalámicas laterales mediante la gratificación
intrínseca («placer») en el cerebro, las ratas de baja
evitación son más sensibles a bajas intensidades, pero tienden
a más escape cuando son estimuladas con altas intensidades.
Las ratas de alta evitación, por lo contrario, un modelo
conveniente para el buscador de sensaciones impulsivo, tanto
normal como psicopático: activo, explorador de nuevos
ambientes, agresivo, más susceptible de abuso de substancias,
menos protectores de los más jóvenes, una necesidad de intensa
estimulación como gratificación e insensibilidad a
gratificaciones más débiles, y menor respuesta del eje adrenal
al stress. Sin embargo, las ratas de alta evitación muestran
un incremento en el disparo de dopamina en el córtex
prefrontal en respuesta al stress. Las drogas opiáceas y
estimulantes que son usadas por los buscadores impulsivos de
sensaciones incrementan la actividad dopaminérgica.
Kumar y col. han hecho una excelente
revisión de los trabajos que vinculan a los buscadores de
sensaciones con el uso de drogas y, en cierta medida de
alcohol, además de actividades, creencias y experiencias
paranormales(3). Los
resultados de sus trabajos muestran diferencias entre hombres
y mujeres, dando puntajes más altos para los hombres, en
especial para el uso de substancias. Los usadores de drogas
tenían más altos niveles de creencias en fenómenos
paranormales que los no-usadores, e informaron un número más
alto de experiencias en tal sentido, tendiendo también a ser
más introspectivos. En este último sentido no había
diferencias entre hombres y mujeres.
Estos resultados sugieren que ambos tipos
de comportamientos (drogas y experiencias paranormales)
comparten algo en común: la búsqueda de aventuras y de
experiencias variadas y excitantes. Mientras que la tendencia
al aburrimiento y a la desinhibición parece ser más
significativo en los usadores de drogas, no lo es tanto en los
buscadores de experiencias paranormales. Es posible que la
combinación de ambas conductas tenga que ver con motivaciones
de introspección, más que por presión de los pares o razones
culturales.
El comportamiento social de los altos
buscadores de sensaciones observable en el laboratorio muestra
altos niveles de expresión de afectos sociales positivos a
través de miradas, sonrisas, risas, autoconfidencias y
charlas. Las mujeres se involucran con los hombres en
conversaciones privadas más que las que puntúan bajo. Las
relaciones amorosas tienden a ser múltiples y superficiales.
Las variables demográficas de este rasgo
están asociadas a la edad y al sexo. Van declinando
consistentemente desde la adolescencia hacia los 60 años,
siendo los puntajes de los hombres significativamente más
altos que en las mujeres. El trastorno por personalidad
antisocial es 4 a 7 veces más prevalente en varones que en
mujeres y declina con la edad después de un pico a los 20
años. La socialización puede explicar algunas diferencias
vinculadas al sexo, y la experiencia adquirida las que tienen
que ver con la edad, pero también puede haber diferencias
determinadas por cambios en los NT, enzimas y hormonas
gonadales.
Las hormonas gonadales, en particular la
testosterona, han sido asociadas con la sexualidad, la
dominancia social y la agresividad en animales. Estos
hallazgos han sido algunas veces extendidos a los humanos sin
suficientes estudios comparativos. Altos niveles de
testosterona en prisioneros han sido relacionados con
historias de agresiones especialmente malignas, pero tanto en
prisioneros como en normales la testosterona parece estar
relacionada con la dominancia social, la búsqueda de
sensaciones (desinhibición) y experiencias héterosexuales. La
testosterona parece estar relacionada tanto con las
dimensiones P como E, pero hay alguna evidencia de que hay
menos de ella en los tipos introvertidos y ansiosos de
hombres. Hay que tomar con prudencia estos datos porque el
stress puede disminuirla y la estimulación sexual puede
aumentarla en los hombres. Las relaciones entre testosterona y
personalidad son recursivas, (Fig.6).
Para algunos autores, sin embargo, las
hormonas gonadales, tanto la testosterona como los estrógenos,
están directamente relacionadas con los buscadores de
sensaciones varones, especialmente en los de tipo desinhibido.
Estas hormonas estarían también negativamente relacionadas con
la socialización y el autocontrol -otros dos marcadores para
la dimensión ImpUSS- y a la variedad de experiencias
heterosexuales y cantidad de parejas heterosexuales. Por otra
parte, el estradiol en el hombre está relacionado con altos
puntajes en el MMPI para esquizofrenia, hipomanía, y
psicopatía. La testosterona en delincuentes presos está
relacionada con la alta dominancia y extrema violencia. El
cortisol y la NA en el LCR están inversamente relacionados a
rasgos que constituyen la dimensión P-ImpUSS. El cortisol está
producido por la activación de la vía del stress del eje
adrenal, en tanto que la NA en el LCR puede ser parcialmente
una función de la actividad en el LC y en las vías
descendentes dentro de la médula. Cuando se enfrenta con un
stress natural, tal como esperar sentencia por un hecho
criminal, los prisioneros no psicópatas muestran alerta en sus
mediciones periféricas y de NA y A, pero los tipos
psicopáticos muestran poco cambio en el alerta adrenérgico.
La enzima MAO (Mono-amino-oxidasa) está
contenida en las mitocondrias de las neuronas monoaminérgicas
y regula el nivel de los NT disponibles en las células a
través de degradación catabólica por los NT después de la
recaptación. La MAO en los humanos es evaluada usualmente a
través de las plaquetas. La MAO plaquetaria es usualmente de
tipo B, la que está primariamente asociada con la regulación
de las neuronas DA en el cerebro humano.
Bajos niveles de MAO plaquetaria han sido
asociados con altos niveles del rasgo de búsqueda de
sensaciones, y también con niveles altos de actividad social,
criminalidad, tabaco, alcohol y drogas ilegales. Los
alcohólicos, individuos con trastorno bipolar, y con trastorno
borderline de la personalidad tienden a tener bajos niveles de
MAO. Los niveles altos han sido vinculados con niveles bajos
de búsqueda de sensaciones.
Los bebés que tienen alta MAO son menos
activos y coordinados que los que la tienen baja, en los tres
primeros días después del nacimiento, lo cual sugiere una
influencia genética en las relaciones entre MAO y rasgos
comportamentales entre los adultos. De hecho, los niveles de
MAO parecen estar casi enteramente determinados genéticamente
por un gen principal con numerosos alelos.
Las diferencias individuales en la MAO
plaquetaria son altamente confiables y resistentes a cambios
temporarios. Los aumentadores corticales de potenciales
evocados tienden a tener baja MAO plaquetaria, en tanto que
los reducidores muestran lo opuesto, lo cual provee otra
relación entre los dos niveles del fenómeno. La demografía de
la MAO es consistente con los puntajes de P, buscadores de
sensaciones, y psicopatía: los hombres tienen menos MAO que
las mujeres, y la MAO aumenta con la edad tanto en el cerebro
como en las plaquetas sanguíneas.
Los hallazgos comparativos usando monos que
viven en una colonia natural también proveen apoyo para las
relaciones entre ImpUSS en humanos (y sociabilidad, también)
con los niveles de MAO. Los monos de baja MAO se veían como
más activos, socialmente dominantes, juguetones, sexuales y
agresivos. Los monos con alta MAO tendían a ser inactivos,
aislados socialmente, y bajos en la jerarquía de dominancia, y
tendían a mostrar poca actividad sexual o agresiva.
Como se deduce de esto, la MAO plaquetaria
ha sido relacionada con rasgos de personalidad y con el
comportamiento tanto en humanos como en monos. Pero hay
sutiles diferenciaciones entre los subcomponentes de este
superrasgo. En un trabajo de Klinteberg y col.(5)
realizado con pilotos militares de jets, se encontró que los
perfiles de personalidad y sus características
neuropsicológicas coincidían con la elección de una carrera
que implicaba toma de riesgos, altos requerimientos
profesionales de habilidades perceptuales y motoras. En ellos
se midió la actividad de la MAO plaquetaria y los niveles
séricos de un metabolito adrenal androgénico, el sulfato de
dihidroepiandrosterona (DHEA-S), y se los comparó con un grupo
de conscriptos. Contrariamente a lo que se podría esperar, no
había diferencias en la MAO plaquetaria de ambos grupos,
cuando se sabe que está descendida en otros tipos de tomadores
de riesgos, como los escaladores de montaña y varias clases de
deportistas con alta toma de riesgos. Que los pilotos no
tuviesen baja MAO tiene que ver con el hecho de que este
marcador está vinculado a la desinhibición motora en las
tareas neuropsicológicas, en donde los pilotos obtenían, por
lo contrario, altos puntajes. Los perfiles de personalidad de
los pilotos diferían de los de los conscriptos en la dimensión
esperada. Los primeros mostraban altos puntajes en la búsqueda
de sensaciones, extraversión (E) y no-conformismo, y una
tendencia a tener bajos puntajes en relación con la ansiedad.
Ambos grupos diferían en una de las dos
escalas de impulsividad administradas. Se piensa,
teóricamente, que la impulsividad está relacionada con una
vulnerabilidad a los trastornos psicosociales «desinhibitorios»,
mientras que los rasgos de búsqueda de novedades parecen estar
más bien vinculados a los comportamientos de toma de riesgos.
La impulsividad que mostraba similitudes en ambos grupos tenía
que ver con un subtipo «estrecho» de la misma, más bien
relacionada con la tendencia a actuar bajo la presión de
estímulos momentáneos.
Los pilotos tenían más altos niveles de
DHEA-S, la cual, según estudios de Fava y col.
(6, 7), correlaciona
también inversamente con el tipo «A» de personalidad (que, se
sabe, tiene un riesgo coronario mayor que la población
normal). Diversos estudios han confirmado que la DHEA-S está
vinculada a la búsqueda de sensaciones, la evitación de la
monotonía, las escalas de asertividad, y la habilidad
espacial, pero disminuye bajo la acción del stress crónico. En
estas condiciones, sus niveles basales resultan bajos en
relación con los de cortisol, sugiriendo un cambio en el
metabolismo de la pregnenolona adrenal que va desde los
andrógenos adrenales hasta los glucocorticoides. Se especuló
que estos cambios córticoadrenales, que afectan a las tres
clases de sus esteroides (mineralo, glucocorticoides y
andrógenos adrenales) podrían maximizar la producción de
cortisol necesaria para la supervivencia y minimizar el uso de
la pregnenolona por síntesis de mineralocorticoides y
andrógenos, no tan necesarios para la supervivencia en
condiciones de stress severo.
La testosterona ha sido asociada con la
agresión verbal y una preferencia por los deportes. No
obstante, las relaciones entre andrógenos gonadales y
adrenales no está todavía suficientemente clara. En
conclusión, las características bioquímicas de los pilotos
militares podría ser asociada a una personalidad impulsiva sin
signos de desinhibición motora en las tareas neuropsicológicas.
Por lo tanto, se puede aceptar que solamente algunos aspectos
de la impulsividad son críticos cuando se asocian a baja
actividad MAO. La actividad MAO plaquetaria y las hormonas
andrógenas pueden estar también vinculadas a estos aspectos
diferenciales de la impulsividad, y pueden interactuar también
diferencialmente con la actividad frontal inhibitoria, más
alta en las pruebas en los pilotos que en los conscriptos.
Otro trabajo de la misma autora y su equipo(8)
permitió comprobar la existencia de una activación
relativamente más alta del hemisferio derecho en las personas
con baja MAO plaquetaria, la cual, a su vez, se asociaba con
un acortamiento del tiempo empleado en la verificación y
chequeo de las pruebas.
Pacientes con altos niveles de MAO
plaquetaria tenían una habilidad pareja en las pruebas con
ambas manos, situación que, con niveles menores de
rendimiento, se ha encontrado también en pacientes con
esquizofrenia de alta incidencia genética, en los cuales se
encuentra también altos niveles de 5-HIAA. En este trabajo, el
resultado más interesante fue la relación negativa encontrada
entre la actividad MAO plaquetaria y la cantidad de fracasos
en las inhibiciones en el tiempo de reacción ante tareas que
tenían señales auditivas para la inhibición de la respuesta.
Esto puede interpretarse como una preferencia por la velocidad
en relación con la exactitud. También puede ser visto como un
índice de la desinhibición motora, comparable al paradigma de
la evitación pasiva en investigaciones animales, en la que la
depleción serotoninérgica está asociada con una capacidad
reducida de refrenar respuestas que han sido previamente
castigadas. En investigaciones anteriores efectuadas sobre
seres humanos se ha visto que la impulsividad y la psicopatía
han estado relacionadas con resultados parecidos en tareas
similares. Como ya ha sido señalado, el aprendizaje de la
evitación pasiva está deteriorado en los psicópatas y en los
extravertidos, quienes tienen, por supuesto, baja actividad
MAO. Esto lo vincula con una baja actividad frontal
inhibitoria, lo cual apoya la hipótesis que la actividad
plaquetaria MAO puede ser un marcador de la actividad ST
central. Parecidos déficits de rendimiento se pueden observar
en animales con depleción de ST, lo cual vincularía la baja
MAO plaquetaria con baja actividad ST central.
Los humanos con baja MAO suelen
involucrarse en comportamientos antisociales y consumo de
drogas. La MAO parece ser un factor importante tanto en la
dimensión E como en la P, cosa que también ocurre con la
testosterona. Aunque hay poca evidencia que relacione la MAO
con la dimensión N, hay alguna evidencia de una relación
positiva con la ansiedad en los pacientes. La alta
heredabilidad de la enzima, y sus correlaciones
comportamentales en los primeros días de vida sugieren su
importancia en la psicobiología de la personalidad. La razón
de su importancia en por lo menos dos dimensiones de la
personalidad no está clara. Como se señaló más arriba, algunos
investigadores sugieren que la MAO es un indicador positivo de
la actividad ST. Otros han puntualizado que su importancia
alcanza a los tres principales sistemas de NT, aunque la MAO B
parece estar involucrada en el sistema DA. Los bajos niveles
de MAO no necesariamente aumentan o disminuyen la actividad de
cualquiera de esos sistemas, aunque los desregularía. Si uno
de los sistemas monoaminérgicos (MA) está ya activado, y si
hay baja MAO para degradarlo, y si hay hiperrespuesta en los
receptores, entonces es probable que todo el sistema
hiperresponda.
Veamos el papel de la enzima dopamina-b-hidroxilasa
(DBH). En la neurona DA, la conversión bioquímica de tirosina
a L-dopa a dopamina se detiene con la producción de esta
última. Pero en la neurona noradrenérgica, la enzima DBH
convierte la DA en NA, en el interior de la vesícula
sináptica. Las concentraciones de DBH en el plasma y en LCR
correlacionan fuertemente, lo que sugiere que ya sea la DBH
plaquetaria como la del LCR tienen una fuente común -como la
DBH cerebral- o, más probablemente, que los sistemas NA
periféricos y centrales están coordinados. En los procesos
neuronales, la DBH ha sido utilizada como un marcador
inmunohistoquímico en las neuronas noradrenérgicas de la
corteza adrenal y en el hipotálamo de monos rhesus. La DBH
sérica tiene propiedades que la hacen un posible marcador
biológico de los efectos sobre el sistema noradrenérgico del
abuso o maltrato infantil temprano (54b). En primer lugar, la
actividad de la DBH sérica aumenta especialmente en los dos o
tres primeros años de la vida, con un descenso de ese
incremento después de los seis años. En segundo lugar, los
estudios en animales de experimentación y en humanos, han
mostrado disociación entre la DBH plasmática y los cambios
catecolaminérgicos. Por lo tanto, mientras parece no ser útil
como índice de la respuesta simpática a estressores agudos, sí
puede serlo a los que actúan a lo largo de lapsos prolongados.
En tercer lugar, considerando que tanto los sistemas
noradrenérgicos como de los glucocorticoides son respondientes
al stress, su interacción parece involucrar alteraciones en la
actividad DBH.
Galvin y col. habían propuesto que el
maltrato infantil en etapas evolutivas críticas ponía al
sistema NA en condiciones iniciales de sobreestimulación,
posiblemente con una elevación inicial de su enzima limitante,
seguida después por represión de la misma actividad enzimática
reflejada periféricamente por un descenso de la actividad DBH.
Estudios ya antiguos encontraron
correlaciones negativas significativas entre la búsqueda de
sensaciones y la DBH plasmática, aunque estudios recientes no
han apoyado estos hallazgos. Bajos niveles de DBH deberían
conducir a la predicción de bajos niveles de NA, y Ballenger y
col. encontraron una correlación negativa substancial entre la
NA en el LCR y la búsqueda de sensaciones.
A pesar de las inciertas relaciones entre
DBH y búsqueda de sensaciones, se han encontrado bajos niveles
de DBH con alteraciones en la inhibición de impulsos, por
ejemplo, alcohólicos y niños con conducta no socializada y en
los pacientes borderlines.
Varios trabajos de Matthew Galvin y col.(9,10,11)
han asociado el maltrato temprano infantil con varias secuelas
ulteriores (cogniciones sociales, regulación afectiva, apego,
los sistemas del self, y las relaciones con los pares),
habiendo sido también implicado en la patogenia de los
trastornos severos de conducta. Se dice de estos niños que «no
tienen conciencia», pero la conciencia en todo caso es un
complejo constructo enraizado en la psicobiología.
Se sabe que la conciencia del sentido de
pertenencia o la necesidad moral derivada del interjuego entre
las diferencias biológicas individuales y las experiencias
evolutivas tienen que ver con el apego, las cogniciones, las
emociones y la autonomía. La conceptualización de la
conciencia mide el grado de inclusividad y abstracción que una
persona utiliza cuando provee una definción personal de la
conciencia. Investigaciones llevadas a cabo con niños y
adolescentes normales de edades entre los 5 y los 17 años, han
permitido identificar cinco etapas en este proceso de
conceptualización, a las que se ha denominado de acuerdo a sus
características más salientes: la conciencia externa (que va
desde el nacimiento hasta los 6 años); la conciencia cerebral
o del corazón (desde los 7 a los 11), la conciencia
personificada (entre los 12 y 13 años), la conciencia confusa
(entre 14 y 15) y la conciencia integrada (entre los 16 y 17).
Hay etapas de transición en otros terrenos que están también
vinculadas a la conceptualización de la conciencia. La
moralización del apego mide las transiciones evolutivas de las
respuestas de los más jóvenes a las demandas y prohibiciones
parentales basadas en cómo éstos vinculan los sentimientos de
seguridad, empatía y pertenencia a las relaciones del hijo con
el padre o con otras figuras de autoridad. La responsividad
moral-emocional mide las transiciones evolutivas de la manera
en que el niño usa: a) la ansiedad y el humor para regular la
conducta moral; y b) los procesos de reparación y de manejo de
situaciones de errores y equivocaciones para recuperar los
estados fisiológicos que se experimentan normalmente cuando
uno se siente una buena persona. La evaluación moral mide los
cambios evolutivos en la manera como un niño justifica la
adhesión o no a reglas de conciencia basadas tanto en el
razonamiento como en las defensas psicológicas. Este último
campo se subdivide en tres sectores, centrado en las formas en
que el niño clasifica las reglas de conciencia según estén
fundamentadas en derivadas de la autoridad, derivadas de sí
mismo, o derivadas de los pares.
Por último, el campo de la volición moral
actualmente bajo análisis, mide las transiciones evolutivas de
las maneras como el niño usa su sentido de autonomía al
responder y al redefinir reglas de conciencia.
Se supone que la NA juega un papel
importante en la modulación del comportamiento y en la
internalización de valores. Por lo tanto, los marcadores
biológicos de alteraciones en un sistema noradrenérgico en
desarrollo pueden resultar de interés, desde el momento que
los niños maltratados persistentemente en edades tempranas
pueden resultar afectados en las raíces psicobiológicas de la
conciencia. Existen estudios respecto de las interacciones de
los dos sistemas principales de respuesta al stress, como son
los glucocorticoides y la NA, que han correlacionado la DBH
sérica baja-recordemos que es la enzima involucrada en el paso
de DA a NA-con el trastorno de conducta disocial y con el
maltrato persistente en edades tempranas.
En uno de los estudios de Galvin y col.(11),
ellos conjeturaron que:
a) los pacientes que habían sido
maltratados antes de los 36 meses de edad tendrían menos
suficiencia (más retraso evolutivo) y más interferencias
psicopatológicas que aquellos que no habían sufrido
experiencias de maltrato, o que de haberles ocurrido, fueron
más tardías.
b) cuando se los clasificara de acuerdo a
su actividad enzimática, los pacientes con menor actividad DBH
tendrán menos suficiencia y más interferencias
psicopatológicas que los que tenían actividad DBH más elevada.
c) en relación con los campos de conciencia
considerados más arriba, los pacientes que tenían más
interferencias psicopatológicas en la valoración de la
autoridad y de los pares (esto es, menor respeto por los
derechos de los demás en función de normas y valores
apropiados a la edad) tendrán que tener más abuso, maltrato o
negligencia tempranas, así como menor actividad DBH.
Los resultados demostraron que aquellos que
habían sido maltratados antes de los 36 meses de edad tenían
un retraso significativo en el desarrollo de la conciencia de
acuerdo a las etapas evolutivas descriptas anteriormente, en
comparación con los que no lo habían tenido, o lo habían
experimentado sólo más tarde. El primer grupo resultaba
notoriamente menos eficiente en conceptualizar su conciencia
personal y en informar sobre reglas derivadas de sí mismo y de
los pares, que el grupo de comparación. No eran tampoco
capaces de utilizar sentimientos de ansiedad para inhibir
comportamientos antisociales, ni eran capaces de hacer algún
movimiento, por consiguiente, para restaurar un equilibrio
interior perdido a causa de su mala conducta. No podían
percibir a las figuras de apego como motivación para obtener
un cambio en sus actitudes morales; tampoco se sentían
motivados a obtener protección de las mismas a través de los
cambios que pudieran producir para volverse personas
responsables ni en ese momento ni en el futuro.
Cuando se analizaron las interferencias
psicopatológicas combinadas con la evaluación de pares y
autoridades, el grupo con mayores interferencias tenía también
menor actividad DBH y mayor frecuencia y cantidad de abuso
temprano que los que no tenían interferencias. Por otra parte,
el primer grupo tenía un retraso considerable en el desarrollo
de la suficiencia moral, con un estrecha relación con
trastornos de conducta. Estos retrasos de desarrollo,
interferencias psicopatológicas, falta de reconocimiento de
los valores de la autoridad y de los pares, requieren un
sistema de inhibición comportamental que es mediado por la NA.
Sin embargo, es necesario subrayar que el
funcionamiento de la conciencia no depende enteramente de la
inhibición comportamental. La responsividad emocional y moral
requieren acción comportamental y compromiso en el proceso de
reparación y de manejo de estas cuestiones, tanto como el
comportamiento prosocial. Los campos de la evaluación del self
y de la volición moral están relacionados con el mantenimiento
de la autoestima y el desarrollo desde la autonomía hacia la
acción moral. Probablemente se encontrará que estas funciones
de la conciencia dependen de neuromodulaciones diferentes de
aquellas que están involucradas en la inhibición
comportamental. Por ejemplo, la amígdala, a la que se
considera importante en aspectos del desarrollo prosocial
relacionados con la responsividad empática, puede compartir
con el hipocampo y otras estructuras cerebrales la
vulnerabilidad a los efectos mediados por respuestas al stress
intensas y prolongadas. De todas formas, sería sorprendente si
las complejidades de la conciencia no fueran comparables con
la de sus basamentos neurobiológicos.
Lo que Galvin y col.(10)
llamaron trastorno de conducta agresivo solitario (TCAS) fue
encontrado relacionado, por estos investigadores, con la
actividad DBH y el maltrato infantil, aunque estas relaciones
distan de ser simples. La baja DBH correlacionaba más
fuertemente con la presencia del TCAS que con el maltrato
infantil, y aparecía el dato interesante de que los TCAS con
antecedentes de maltrato (Tipo II) tenían valores más altos de
DBH que los que no habían sido maltratados. Los individuos
pertenecientes a este Tipo II mostraron menor actividad DBH
que los que fueron maltratados pero que no presentaban TCAS y
mucho menor aún que aquellos que no tenían TCAS y no fueron
maltratados. En otro estudio de Galvin
(11) quedó claro que si no
se especificaba la fecha del maltrato, no había correlaciones
significativas entre la baja DBH y la aparición ulterior de
personalidades antisociales y borderline. Pero, cuando se
tenían en cuenta, se observaba la correlación si el maltrato
había ocurrido antes de los 36 meses de edad. La
especificación de descuido era más confiable que la del abuso.
Es presumible que el 5-10 % de los chicos
normales tengan baja DBH. A pesar de ésto, las cifras muy baja
de DBH en los chicos severamente perturbados pueden reflejar
una influencia genética, ya que se ha observado que los padres
de chicos con trastornos severos de conducta y baja DBH,
también tienen bajas las cifras de la enzima. Esto ha sido
vinculado, por algunos investigadores, a la predisposición de
estos padres a maltratar o descuidar a sus hijos.
Si la actividad de la DBH es afectada por
la experiencia y no únicamente determinada por la genética, es
posible que la asociación entre su actividad y el desarrollo
del TCAS refleje dos subtipos de niños que desarrollan este
último trastorno; aquellos cuya baja actividad DBH es el
resultado de una falla genética primaria, y los que este
descenso de la actividad enzimática es condicionada por el
stress del maltrato. También es posible que algunas otras
influencias más poderosas que el maltrato operen para bajar la
DBH en aquellos niños que desarrollan TCAS sin que haya
mediado maltrato previo. Es obvio que el TCAS se corresponde
con la personalidad antisocial y las características generales
del ImPUss.
En este marco cabe inscribir otra de las
teorías mencionadas por Howard(24),
la de los «modelos de aprendizaje cognitivo-sociales». Esta
línea ha sido seguida por Blackburn (1982), Marshall y
Barbaree (1984) y también la encontramos en los trabajos
precursores de Gough (1948) con su «teoría de la
socialización». Estos aportes responden a la cuestión
¿porqué?, y ven a la psicopatía como un trastorno del
pensamiento. Por lo tanto Blackburn ve a la psicopatía
primaria y a la secundaria compartiendo un sesgo cognitivo
común hacia las intenciones malevolentes de los otros.
Marshall y Barbaree han señalado que los padres de psicópatas
los han castigado duro y erráticamente, y han sido fríos y
distantes tanto para sus chicos como para terceros. Por lo
tanto, se constituyen en modelos para el agocentrismo calloso
y el distanciamente de los otros.
Para el modelo que luego presentaremos de
la psicopatía, según Howard(24),
esta teoría puede ser útil en la medida en que da una
respuesta al ¿porqué?, aunque no contesta ni el ¿cómo? ni el
¿cuándo? Como se ha señalado en el esquema 1, las expresiones
cognitivas de los mecanismos mediadores, no deberían
confundirse con estos últimos. En un enfoque cognitivo, la
psicopatía puede verse en términos descriptivos pero, desde un
modelo psicobiológico se necesita explicar (nivel explicativo)
los mecanismos mediadores.
Sobre la base de estudios animales se ha
conjeturado que una seria disrupción del apego en períodos
evolutivos críticos resulta en una regulación menos eficaz del
sistema NA bajo condiciones de stress.
Estudios recientes indican que hay una
superposición considerable en la disfunción emocional de los
trastornos de conducta en los jóvenes y los informes han
demostrado que los jóvenes delincuentes padecen mayores
niveles de depresión y que, por otra parte, los jóvenes
depresivos tienen mayores tasas de delincuencia. Estos últimos
pertenecerían a la «psicopatía secundaria» de Blackburn(4).
Habría una estrecha relación entre sintomatología afectiva y
conducta delincuente en chicos.
¿Cuáles son los elementos comunes de la
búsqueda de riesgos y de los comportamientos acordes a lo
largo de distintas situaciones? ¿Hay una tendencia a evaluar
situaciones como de bajo o alto riesgo, o la tendencia se da
de la misma manera cualquiera sea la cuantía del mismo?
Horvath y Zuckerman buscaron, en el estudio
mencionado, determinar las siguientes hipótesis:
1- Los buscadores de sensaciones deberían
estar relacionados negativamente a la evaluación del riesgo y
positivamente relacionados a las conductas temerarias en todas
las áreas de toma de riesgos.
2- Similarmente, la impulsividad debería
estar negativamente relacionada a la evaluación del riesgo y
positivamente relacionada con las conductas temerarias en
todas las áreas.
3- La evaluación del riesgo debería estar
inversamente relacionada a la conducta temeraria y,
4- La apreciación del riesgo debería mediar
las relaciones entre búsqueda de sensaciones e impulsividad y
comportamientos riesgosos.
Los estudios efectuados por estos autores
llevaron a la conclusión de que los comportamientos criminales
y las violaciones menores a la seguridad (que representan
tipos de comportamiento antisocial) tenían más en común una
con otra que las que tenían con los riesgos deportivos y
financieros. Los ludópatas, al menos aquellos que buscaban
tratamiento, tenían bajos niveles de búsqueda de sensaciones.
Algo parecido pasa con quienes toman riesgos financieros.
La criminalidad crónica a menudo es la
expresión de una personalidad antisocial y por lo tanto, puede
representar el grado extremo del rasgo P-ImpUSS. Los
resultados de estudios hechos con gemelos adoptados en
Scandinavia muestran que hay una fuerte influencia genética a
partir de los padres, y que hay una débil influencia del
ambiente compartido provisto por los padres adoptivos. Sin
embargo, estímulos ambientales específicos, como la influencia
de los pares, o el status socioeconómico de los padres
adoptivos, puede también jugar un rol en el comportamiento
criminal, tanto como un rasgo P-ImpUSS anormal.
Figura 6

La figura 6 resume las bases biológicas del
rasgo de P-ImpUSS a través del análisis de los elementos
aportados hasta ahora. Como se sabe, el rasgo P-ImpUSS incluye
una variedad de comportamientos que pueden ser resumidos por
el término desinhibición: criminalidad, búsqueda de variedad
sexual, uso y abuso de substancias, así como toma de riesgos
tanto en actividades financieras como deportivas. Los
individuos con personalidades antisociales y bipolares en fase
maníaca ilustran la desinhibición en sus formas
comportamentales más vívidas. Estos trastornos representan los
extremos anormales de una dimensión normal de la personalidad.
En el nivel siguiente encontramos un déficit en una clase
específica de condicionamiento. Los tipos ImpUSS,
especialmente en sus extremos psicopáticos, tienen problemas
en el aprendizaje de la evitación pasiva. Para situaciones en
donde tanto la recompensa como el castigo son dos evoluciones
posibles, parecen ignorar las segundas y enfocar sólo sobre
las primeras. Tienen una fuerte capacidad para enfocar sobre
los estímulos salientes e ignorar los que distraen, como
serían las señales de castigo. En el nivel psicofisiológico,
los desinhibidores muestran esta atención enfocada al exhibir
fuertes reflejos que orientan la atención hacia estímulos
novedosos que pueden elicitar reflejos defensivos en los bajos
buscadores de sensaciones. Los desinhibidores también muestran
aumento de la reacción cortical a los estímulos intensos que
elicitan la inhibición cortical en los bajos desinhibidores.
Esta capacidad para responder a estímulos intensos y novedosos
es resumida bajo el término «accesibilidad cortical».
Debajo del nivel fisiológico están los
sistemas bioquímicos que influyen sobre los amplios mecanismos
comportamentales y las reacciones psicofisiológicas: el
sistema DA (acercamiento), serotoninérgico (inhibición), y
noradrenérgico (alerta y atención enfocada). Enzimas como la
MAO y la DBH que regulan estos NT, y hormonas tales como la
testosterona y el cortisol, están también involucradas en el
rasgo. Una persona con alto P-ImpUSS probablemente tenga
tendencias de aproximación y desinhibición fuertes y que sean
débiles las de alerta e inhibitorias. La implicación es que
tienen un sistema DA activo y reactivo, y que son inactivos o
poco reactivos los ST y NA. La inversa sería válida para los
que puntúan bajo en este rasgo: débil aproximación y fuerte
inhibición o restricción con fuerte alerta o alertabilidad por
señales de castigo.
Sitios neurológicos para la personalidad
sugieren una nueva forma de frenología. Pero esta nueva
frenología está basada en relaciones entre el comportamiento y
vías y núcleos cerebrales bien definidos de neurotransmisión y
no en la forma del cráneo, como la antigua. La restricción o
inhibición de la conducta puede originarse en la corteza
frontoorbitaria, donde el daño puede traducirse en
desinhibición comportamental. Las influencias excitatorias a
partir de fuentes corticales descienden al sistema comparador
septohipocámpico (descrito por Gray, en 1982 en relación al
rasgo de ansiedad) donde la ansiedad puede ser adicionalmente
potenciada. El núcleo central de la amígdala es también una
fuente de inhibición comportamental y de alerta autonómico.
Cada uno de estos describe niveles de inhibición desde el más
deliberado (corteza) hasta el más reflejo y menos conciente
(amígdala).
El mecanismo de aproximación se origina en
el sistema mesolímbico DA ascendente, que comienza en el área
tegmental ventral y atraviesa el fascículo prosencefálico
medial, al hipotálamo lateral y el n. accumbens y finalmente
al córtex prefrontal medial y lateral. Otro sistema, que es
mediado por NA y afecta el alerta, se origina en el LC y
asciende a las estructuras límbicas que incluyen la amígdala,
el septum, el hipocampo y, finalmente, todas las partes del
neocortex. Un sistema serotoninérgico inhibitorio se origina
en los núcleos del rafe y asciende a la amígdala, hipocampo,
hipotálamo, septum, striatum, y todas las áreas del neocórtex.
Ultimamente, las diferencias individuales
en la estructura y fisiología de estos sistemas depende del
fenotipo. El ImpUSS tiene una fuerte heredabilidad, la cual
está al tope de lo que es típico para los rasgos de
personalidad. A diferencia de otros rasgos amplios de
personalidad, sin embargo, los buscadores de sensaciones
muestran substancial agrupamiento ordenado, lo cual sugiere
alguna ventaja evolutiva en el rasgo. Un alto nivel de
búsqueda de sensaciones debe haber estado asociado a la
cacería, la búsqueda de nuevos territorios, de compañeros, y
de actividad sexual con una variedad de parejas, por lo tanto
aumentando la adquisición de recursos esenciales a la
supervivencia y al éxito reproductivo. Pero también los altos
niveles de toma de riesgos habrían sido maladaptativos, de tal
modo que la selección pudo haber estado en un nivel óptimo en
un punto intermedio del rasgo.
Los orígenes evolutivos son altamente
especulativos. El significado actual de un rasgo y sus
correlatos biológicos son más demostrables.
Haremos algunas referencias aquí al factor
2, el más vinculado con la violencia y la criminalidad. Un
temperamento desinhibido puede ser un predictor temprano
predisponente para el comportamiento agresivo o violento.
Figura 4

Impulsividad y Agresividad
La impulsividad involucra a una gran
variedad de rasgos. Cuando se generan las condiciones para la
aparición de un rasgo impulsivo, el sujeto está dispuesto
actuar sin mayor reflexión ni planificación previa; piensa
sobre sus acciones después de haberlas cometido, si es que lo
hace. La ausencia de cogniciones previas al acto impulsivo
significa que las consecuencias experimentadas previamente por
acciones similares no son tenidas en cuenta.
Hay muchas clases de impulsividad. La
tendencia a actuar rápidamente sin reflexión previa ha sido
llamada impulsividad estrecha para distinguirla de un rasgo
más amplio que implica a otros factores tales como vivacidad y
temeridad. La impulsividad y la búsqueda de sensaciones están
moderadamente relacionadas y en conjunto, comprenden uno de
los tres factores que componen el ImpUSS. El Psicoticimo (P)
de Eysenck se constituye en un excelente marcador para esta
dimensión.
Dadas las relaciones entre impulsividad y
búsqueda de sensaciones, se podría esperar que ambas sean
predictoras eficientes del gusto por la toma de riesgos y del
comportamiento emergente, pero uno de ellos podría ser
primario y el otro secundario en estas predicciones.
Alternativamente, se ha sugerido que por lo
menos algunas formas de violencia y de comportamiento
antisocial pueden ser vistos como una búsqueda patológica de
estimulación, lo cual se cree está vinculado con la baja
respuesta fisiológica y la necesidad de incrementar el alerta
a un nivel óptimo.
King(20)
propone, para explicar la impulsividad y la agresividad, la
«teoría del incentivo motivacional» que puede ser definido
como «un objeto externo que tiene un valor positivo o hedónico
para el organismo». Ejemplos de incentivos serían la comida
para un roedor o un objeto de apego social para un primate. En
los humanos, las conexiones asociativas pueden transformar
objetos neutrales complejos en incentivos. Esto está en la
base de la propaganda comercial. Un producto (estímulo
neutral) es asociado con claves que provocan sentimientos
cálidos y de excitación, que impulsan luego a su compra.
La «motivación» puede ser definida como «la
activación motora de un organismo debido a la presencia o
ausencia de un incentivo esperado». Por ejemplo, antes de que
la comida esté disponible, los roedores exhiben una actividad
motora incrementada como consecuencia de estar en presencia de
la fuente de alimentos.
La teoría del incentivo emocional relaciona
la noción de incentivo como un activador externo de la
excitación «motivacional». El incentivo presentado a un animal
desencadena una serie de comportamientos «preparatorios»
destinados a la consumación del incentivo.
King subraya el papel de la DA en este
mecanismo, cosa que también han sostenido Gray, Cloninger y
Zuckerman. Su principal hipótesis descansa en el hecho de que
el sistema DA mesolímbico debe ser distinguido del no-lómbico.
Se ha demostrado recientemente que las regiones neoestriadas
del cerebro forman un componente límbico que está densamente
inervado por neuronas DA provenientes del área tegmental
ventral mesencefálica y de las porciones mediales de la
substantia nigra pars compacta. Estas regiones límbicas
neoestriadas incluyen el núcleo accumbens, el tubérculo
olfatorio, y la porción más ventral y medial del estriado. El
estriado límbico es una central de procesamiento de
información, que recibe información proveniente de regiones
paleocorticales y límbicas tales como el cingulado, el
orbitario, el insular y el neocórtex temporal. Además, hay
proyecciones desde áreas tales como la amígdala basolateral y
el subículum del hipocampo (Fig. 8).
Figura 8

Los inputs DA al sistema estriado límbico
parecen aumentar las respuestas motrices hacia una multitud de
incentivos. Esto diferencia la acción DA sobre el estriado no
límbico, que responde a demandas ambientales que no contienen
incentivos.
La DA se activa ante la novedad, la
recompensa y la seguridad. Los agonistas DA tales como la
apomorfina o las anfetaminas, aumentan la locomoción en un
campo abierto novedoso. Además promueven conductas irritables
y agresivas.
El sistema DA mesolímbico aumenta
selectivamente la respuesta a los reforzadores condicionados;
y las lesiones de este sistema anulan las respuestas a tales
reforzadores.
La mayor parte de las conclusiones
derivadas de experiencias animales conducen a pensar que
existen diferencias hereditarias en la tendencia a tener
comportamientos exploratorios en presencia de incentivos. El
sistema DA mesolímbico parece ser un mediador fundamental en
esta tendencia. Las respuestas emocionales agresivas parecen
ser un componente central en estas diferencias individuales.
Desde que los incentivos sociales componenen una parte
fundamental de los reguladores externos del comportamiento
humano, King ha propuesto que los rasgos impulsivos de
personalidad en los humanos son derivados de una actividad DA
mesolímbica incrementada.
King y colaboradores han demostrado que los
niveles de DA en LCR están correlacionados positivamente con
los rasgos de extraversión y que la actividad motriz promedio
está vinculada positivamente con el cluster B. Estos datos
apoyan la hipótesis que una actividad DA aumentada en estas
áreas tiene que ver con la impulsividad incrementada.
Se podría esperar, entonces, que
medicamentos que reduzcan el disparo DA deberían actuar sobre
los comportamientos impulsivos(20).
Lewis ha señalado para el «psicópata
secundario» de Blackburn, la existencia de alteraciones
afectivas, un comportamiento hostil e irritable, agresivo y
demandante, y explosiones de cólera. Hawett y Martin (1980)
informaron que «un estilo de vida caracterizado por
comportamientos antisociales y abuso de alcohol y drogas está
íntimamente asociado con la aparición temprana de estados de
ánimo depresivos que difieren de la depresión clásica».
La disfunción prefrontal sería un factor
contribuyente, combinado con la impulsividad, debido a: 1) la
pérdida del control sobre estructuras subcorticales que
facilitan la agresión; 2) cambios comportamentales, los que
incluyen explosiones emocionales y agresivas y comportamiento
querulante.
Hare y Forth(13)
han vinculado la disfunción del hemisferio izquierdo,
reflejada en la preferencia por la mano, el pie y el ojo del
mismo lado, con ulteriores comportamientos delincuenciales y
violentos. En sus investigaciones sobre presos, las
preferencias de lateralidad estuvieron relacionadas con el
tipo y severidad de las actividades criminales, o con
comportamientos agresivos y violentos. Los mismos autores
admiten que estos resultados no son concluyentes.
Tal vez convenga aquí hacer algunas
consideraciones generales sobre la destructividad en general
para otorgarle un cierto contexto a los conceptos puntuales de
esta característica en los psicópatas.
Neuroquímica
Sobre la base de experiencias animales, han
sido implicados numerosos NT centrales en la modulación del
comportamiento agresivo. Los más importantes son la DA, la NA
y la ST.
Noradrenalina
Para Raine, los estudios que vinculan la NA
dan resultados paradójicos e inconsistentes. Hay alguna
evidencia de que la NA tiene alguna participación en la
agresión afectiva (defensiva, impulsiva). La administración de
IMAOs que elevan los niveles de la NA central, aumenta la
lucha inducida por shock. De manera similar, drogas que vacían
de NA al cerebro, anulan la furia inducida en gatos.
Evidencias contradictorias, sin embargo, han indicado que la
inyección de NA colocada intraventricularmente no produce
agresión afectiva.
Paradójicamente, la NA parece tener un
papel inhibitorio de la agresión predadora (ofensiva,
impulsada por motivaciones), como se demuestra por la
reducción de la actividad asesina de la rata hacia el ratón,
en ratas cuya NA central había sido aumentada por la
administración de tricíclicos. En general, los resultados a
partir de estudios animales sugieren que la NA puede facilitar
la agresión afectiva, en tanto que inhibe la predadora, aunque
hay mucha inconsistencia en los hallazgos a través de las
especies.
Una manera de explicar esta aparente
contradicción es analizar las diferencias entre agresión
defensiva y predadora. Aunque hay una cantidad de razones para
relacionar las nociones etiológicas de subalerta y
desinhibición, estos estudios neuroquímicos indicarían que
estos dos constructos no siempre van juntos al producirse el
comportamiento agresivo. Por ejemplo, un incremento en la NA
puede conducir a un incremento en el alerta general, el cual
disminuiría el umbral para la agresión reactiva. Tal proceso
sería similar a una forma de desinhibición, en donde, al mismo
tiempo, el incremento en el alerta inhibe los mecanismos más
complejos de la conducta predatoria. La agresión afectiva
puede ser vista entonces como una desinhibición, a
consecuencia del hiperalerta, mientras que la agresión
predatoria derivaría de una desinhibición debida a un bajo
alerta. Sin embargo, para evaluar esta hipótesis, se necesitan
estudios neurofisiológicos en humanos para llegar a una más
completa definición de la agresión y criminalidad.
Dopamina
El papel de la DA en la agresión animal ha
sido menos extensivamente estudiada que algunos otros NT, pero
existen investigaciones que sugieren que la DA facilita la
agresión afectiva. Drogas tales como la L-Dopa y la
apomorfina, la cual eleva los niveles de DA, se ha encontrado
que induce la lucha espontánea en roedores, poe el contrario
los neurolépticos que bloquean los receptores DA, suprimen la
agresión espontánea en ratas. Además, el incremento de la
síntesis de DA ha sido encontrado después de comportamiento
agresivo en lauchas.
Se ha encontrado también que las drogas que
aumentan los niveles de DA inhiben la agresión depredadora.
Por lo tanto, de manera similar a la NA, la DA puede inhibir
la agresión depredadora y estimular la defensiva, o afectiva.
No se ha demostrado consistentemente esta proposición.
Serotonina
Funcionalmente, este NT está asociado a
muchos y diferentes efectos. Sus numerosas familias y
subfamilias de receptores cumplen en esta variedad un papel
muy importante.
Aunque inicialmente fue conocido su papel
en la digestión, es en realidad un NT que, en el cerebro,
representa un papel inhibitorio para la descarga de impulsos.
Por lo tanto, podría esperarse que los individuos con bajos
niveles de serotonina (ST) tengan problemas en el control de
los mismos. Las pruebas de su acción en humanos, incluyen(28):
a) Estudios del catabolito (5-HIAA) en LCR.
b) Estudios del contenido de triptofano en
plasma y de la recaptación de ST en las plaquetas.
c) Desafíos neuroendocrinos de sus
receptores centrales.
Los niveles del principal catabolito de la
ST, el 5-HIAA, fueron medidos simultáneamente de la corteza y
el LCR de 48 personas, y estaban correlacionados. Se cree que
refleja la actividad ST presináptica, por lo que su reducción
significaría una reducción de su actividad central.
Se descubrieron bajos niveles de 5-HIAA en
pacientes depresivos que tenían antecedentes de intentos
violentos de suicidio (no de los no violentos). Los vínculos
psicológicos entre la agresión auto y héterodirigida han sido
reconocidos desde Freud. Mann(29)
también sostiene que hay una relación entre la agresión
dirigida interna o externamente, basándose parcialmente en una
asociación estadísticamente significativa de ambos tipos de
agresión en el mismo individuo. Sostiene, por lo tanto, que la
violencia dirigida externamente no debe ser discutida en forma
independiente de la que se dirige hacia sí mismo. Las
vinculaciones biológicas fueron descubiertas por el NIMH
quienes informaron que la agresividad vinculada a la
personalidad estaba inversamente relacionada con los niveles
de 5-HIAA en el LCR.
Esta relación trivariada entre bajos
niveles de 5-HIAA en LCR, conducta suicida y agresividad, ha
sido confirmada en una muestra de prisioneros fineses que
tenían una historia de abuso de alcohol y que habían sido
encarcelados por asesinato o intento de asesinato. Estos
delincuentes mostraban una crueldad inusual hacia sus
víctimas. Los asesinos que fueron considerados «impulsivos»
tenían menores niveles de 5-HIAA que los otros. Tomados en
conjunto, pareciera que la impulsividad fuese el factor común.
Estos sujetos que cometían agresiones
impulsivas fueron diagnosticados como trastornos explosivos
intermitentes o personalidad antisocial, mientras que otros
delincuentes recibían el diagnóstico de trastorno de
personalidad paranoide o pasivo-agresivo. Es posible que otras
dimensiones de la personalidad diferentes de la impulsividad
contribuyan a las diferencias informadas sobre el 5-HIAA en el
LCR.
En otro estudio se comparaba 16 asesinos
convictos, 22 que intentaron suicidio y 39 sujetos de control.
15 de los 16 asesinos fueron considerados impulsivos. Los
niveles de 5-HIAA de los suicidas eran menores, los de los
asesinos parecidos a los controles, salvo los que habían
asesinado a sus parejas. Es posible que éstos hayan cometido
el asesinato en extrema emoción violenta, pero las muestras
fueron extraídas 40 días después. Este grupo podría haber sido
considerado más impulsivo (como rasgo) que los demás.
Por más de una década se ha acumulado
evidencia de la relación significativa entre los índices de
funcionamiento del sistema ST central y la conducta impulsivo
agresiva. En primer lugar, hay correlaciones inversas entre el
5-HIAA en LCR y la historia de comportamientos agresivos en
individuos con trastornos de personalidad y alcoholismo.
En segundo término, menores concentraciones
de 5-HIAA en LCR fueron encontrados en delincuentes violentos,
comparados con los no violentos.
En tercer lugar, se han encontrado
correlaciones negativas de la respuesta de prolactina a la
estimulación con agonistas ST, y automediciones de agresión,
irritabilidad y hostilidad. Además de estos hallazgos en
humanos, se han encontrado relaciones inversas similares ya
sea en los niveles de 5-HIAA en LCR como en la respuesta a
fenfluramina y la expresión de agresión abierta en primates no
humanos(21). (platon)
Las mediciones ST efectuadas en los
estudios biológicos de la agresión en humanos adultos sólo
reflejan la actividad ST central de un modo indirecto. Es
distinto cuando se estudia a la conducta suicida, en donde
tanto los receptores pre y postsinápticos cerebrales
postmortem, y las plaquetas premortem han sido examinados.
Mientras los primeros son difíciles de llevar a cabo por su
complejidad, los estudios plaquetarios premortem de individuos
agresivos y no agresivos son fáciles de realizar.
Estas mediciones plaquetarias se efectúan a
través del binding a receptores relacionados a la ST, como el
receptor 5-HT2a y el binding de inhibidores presinápticos de
recaptación de ST, tales como hidrocloride de imipramina
tritiada y paroxetina tritiada. Aunque las plaquetas
constituyen un sitio periférico y no comparten el mismo
microambiente como las neuronas ST centrales, se ha informado
que los sitios transportadores de ST plaquetarios son
estructuralmente idénticos a los sitios correspondientes de
las neuronas ST en el cerebro.
Los resultados de los estudios de Coccaro(21)
conducen a la conclusión de que una historia de actos
agresivos y la tendencia a responder a las provocaciones con
violencia, covarían con el número, pero no con la afinidad, de
los sitios plaquetarios de recaptación de ST evaluados usando
paroxetina tritiada. Notablemente, la correlación entre los
valores Bmax para la ligadura de la paroxetina tritiada y la
historia vital de agresión eran independientes del
funcionamiento global, del estado de la depresión, o de los
trastornos afectivos, alcoholismo, o abuso de drogas, actuales
o del pasado. Por lo tanto, es improbable que esta relación
simplemente represente un epifenómeno de otras condiciones
psicopatológicas entre los pacientes en esta muestra.
La ausencia de correlaciones similares
inversas puede ser explicada por el limitado puntaje en las
mediciones de agresión a lo largo de su biografía, y/o por el
pequeño tamaño de este grupo de sujetos. La ausencia de una
diferencia significativa entre los transportadores
plaquetarios ST en los sujetos sanos y los que padecían
trastornos de personalidad, sugieren que no hay anormalidades
en los transportadores de los sujetos con trastornos de
personalidad como grupo. Más aún, estos datos sugieren que hay
una relación entre una dimensión de la agresión y variables
relativas al sitio del transportador plaquetario ST. Esto es
consistente con otros datos relacionados a variables
biológicas y de personalidad en individuos con trastornos de
personalidad. Casi todos los estudios de ligadura del sitio de
recaptación plaquetaria ST han sido llevados a cabo con
imipramina tritiada, principalmente en sujetos depresivos.
Sobre todo estos estudios han arrojado alguna evidencia de la
existencia de una anormalidad en el sitio de ligadura en la
depresión y en la suicidalidad. Esto puede deberse a que la
ligadura de la imipramina tritiada no refleja la totalidad de
la población transportadora ST. La ablación de los terminales
ST elimina solamente el 50 % de la unión de la imipramina
tritiada en el cerebro de la rata. Por otra parte, la
imipramina tritiada tiene una menor afinidad que la paroxetina
tritiada por el sitio de recaptación plaquetaria. Y, además,
la imipramina tritiada tiene menor afinidad que la paroxetina
tritiada por los sitios de unión plaquetarios, por lo que
puede ser confundido por drogas residuales o alguna otra
variable. Por consiguiente, la imipramina tritiada no parece
ser un marcador tan sensitivo o selectivo para la ST como se
creyó en un principio. En contraste, la paroxetina tritiada es
100 veces más vida que la imipramina por los sitios de
recaptación. Su distribución en el cerebro del ratón sigue
estrechamente las de la ST. Además, la anulación química de
las vías ST reduce la unión de la paroxetina tritiada entre el
60 y el 90%. Por consiguiente, la paroxetina tritiada parece
ser un radiomarcador más selectivo para la recaptación de la
ST en el cerebro y plaquetas que la imipramina.
Los efectos fisiológicos de la reducción de
la cantidad de sitios transportadores presinápticos para ST en
las neuronas ST centrales es desconocido. Se ha sugerido que
podría estar asociado a una disminución de la recaptación, lo
cual puede tener numerosas consecuencias. Para empezar, la
disminución de la cantidad de ST que reingresa al citosol
podría reducir su catabolismo a 5-HIAA por la MAO. Esto podría
explicar parcialmente la reducción del catabolito en el
cerebro de los suicidas, y en el LCR de los depresivos,
intentos de suicidio, y en individuos con comportamientos
agresivo-impulsivos. En segundo lugar, la disminución de
recaptación haría que exista mayor biodisponibilidad de ST en
la sinapsis. Esto podría conducir a una disminución de la
sensibilidad de los autoreceptores terminales de ST, a un
mayor diparo de ST por impulso neuronal y, por último, a una
disminución de la sensibilidad de varios receptores ST
postsinápticos. Dependiendo del grado en que todas estas
alteraciones ocurran, la reducción de los sitios de
recaptación del transportador podría asociarse a un descenso
neto de la actividad ST en el cerebro, lo que está asociado a
la depresión y a los comportamientos agresivo-impulsivos.
Los hallazgos de Coccaro coinciden con
otros previos que mostraban una reducción de los valores Bmax
para imipramina tritiada en poblaciones de «discapacitados
mentales» agresivos internados, de adolescentes con trastornos
de conducta, y en niños con problemas de impulsividad y
agresión, comparados con voluntarios sanos sin una historia
personal o familiar de trastornos psiquiátricos. Es posible
que las mediciones de agresión correlacionen inversamente con
el número de transportadores plaquetarios, tanto a lo largo
del ciclo de vida como en sujetos con trastornos mentales
distintos de los de personalidad.
La capacidad limitada de los datos
provenientes de las plaquetas deriva del hecho de que no son
neuronas, ni están incluidas en redes. Sin embargo, estudios
recientes muestran que la secuencia de aminoácidos de las
proteínas transportadoras de ST que se expresan en plaquetas y
neuronas son idénticas. Por lo tanto, es posible que algunas
anormalidades relacionadas con las proteínas transportadoras y
su nivel de expresión ocurran en plaquetas tanto como en
neuronas.
Sobre la base de estudios de lesionados
cerebrales y pruebas farmacológicas, se cree que la ST inhibe
tanto la conducta predatoria como la defensiva. La
administración de P-CPA (paraclorofenilalanina), una droga que
disminuye la producción de ST inhibiendo la enzima que
convierte el triptofano en ST, por ejemplo, aumenta la pelea
inducida por shock en ratas. Similarmente, la destrucción de
los núcleos del rafe dorsal, en donde se originan las vías ST,
aumenta la lucha y el asesinato en ratas. En contraste, la
administración del precursos ST, 5-hidroxitriptofano, el cual
incrementa los niveles de ST, se ha demostrado que disminuye
la lucha inducida por shock y la conducta asesina hacia
ratones, en ratas.
Hay fuerte evidencia del rol inhibitorio de
la ST sobre la agresión que parte de los estudios
farmacológicos efectuados sobre la conducta asesina de las
ratas. En contraste con esta evidencia, hay una cantidad de
estudios que probarían que el deterioro del sistema ST puede
suprimir el comportamiento de ataque en ratones. Por otra
parte, se ha encontrado que los niveles de ST aumentan después
de un comportamiento agresivo en animales. En general, sin
embargo, los resultados de los estudios en animales indican
que los procedimientos que elevan la disponibilidad de ST
cerebral, inhiben los comportamientos agresivos, y lo
contrario los aumentan.
En otro trabajo(22),
Coccaro subraya la relación inversa del 5-HIAA con la gravedad
de la depresión, historia de serios intentos de suicidio y o
suicidios violentos, lo cual también fue señalado por Linnoila(26).
La relación con la depresión no siempre ha sido replicada,
pero sí con los serios intentos de suicidio, los cuales se han
visto también en otros grupos psicopatológicos tales como
esquizofrenia y alcoholismo, además de los trastornos de
personalidad.
La relación diagnóstica cruzada entre la
baja concentración de 5-HIAA en LCR y suicidio sugiere que la
disfunción ST está relacionada con un agrupamiento específico
de conductas. Lo mismo ocurre con la agresión, ya que parece
estar más relacionada con la agresión impulsiva, que con la
premeditada. Esta reducción de 5-HIAA en LCR y de la ligadura
de imipramina en la corteza frontal y tronco cerebral de los
suicidas, sugiere fuertemente una reducción de la función
presináptica ST, de la misma manera que la elevación de la
ligadura de los receptores corticales 5-HT2 hacen pensar que
la función 5-HT postsináptica está incrementada, probablemente
por up-regulation compensatoria de estos receptores. Por otra
parte, el efecto neto de esta sumatoria es desconocido, y
puede reducirse, aumentarse o permanecer sin cambios
dependiendo de la magnitud de esta compensación.
Experimentos con animales demuestran que la
«hipersensibilidad» es el núcleo temperamental del rasgo de la
impulsividad-agresividad, en respuesta a los estímulos
frustrantes o adversos, y una capacidad disminuida para
controlar estas reacciones. La diferencia primaria entre el
comportamiento suicida y agresivo es el lugar donde la
agresión es colocada: hacia sí mismo en el suicida y hacia
afuera en los comportamientos agresivos. En muchas ocasiones
ambas conductas se dan simultáneamente (suicidios ampliados).
En tanto que algunos efectos de la ST
tienen que ver con sus efectos basales (lo que puede ser en
alguna medida hereditario), otros están más vinculados a la
«reprogramación» emergente de situaciones especiales. Esto es
lo que puede ocurrir con el cambio de status social y los
niveles de ST observado en los monos vervet.
Los efectos basales podrían estar
vinculados con lo que llamamos «personalidad» (es decir,
disposiciones relativamente estables a responder al ambiente
social y natural de modos diferentes pero predecibles). La
«reprogramación» a corto plazo de estos efectos basales (por
ejemplo, a un cambio de status social) tiene características
diferentes, comparables a lo que se podría llamar un «cambio
comportamental» o «cambio de actitud».
La definición científica de personalidad ha
estado sometida a una considerable controversia.
Recientemente, Cloninger (1986, 1987), y después McDonald
(1988) han propuesto una teoría de la personalidad basada en
tres factores que, a su vez, derivan de los tres principales
sistemas de neurotransmisión límbica: los controlados por la
dopamina (DA), la serotonina (ST) y la noradrenalina (NA).
En este marco, se ha sugerido que la ST
estaría vinculada a la «evitación del daño» (la tendencia a
evitar o tomar riesgos). La NA se asocia con la «dependencia a
la gratificación» (la tendencia a buscar la aceptación y
recompensa social como motivador del comportamiento), mientras
que la DA estaría ligada a la «búsqueda de estímulos» (la
tendencia a buscar estímulos novedosos).
Desde el momento que cada uno de estos
sistemas influye en los otros, las necesidades y
comportamiento de cada individuo necesitarían el análisis del
estado de estos tres niveles.
De acuerdo con la teoría de Cloninger, el
sistema ST está asociado con la evitación del daño y la toma
de riesgos; los niveles bajos de ST están asociados con la
tendencia a evitarlos y los altos a tomarlos.
Es muy llamativa la similitud de esta
tipología en relación con el riesgo, con la descripta por Rof,
hace más de treinta años, basada en la división entre «ocnófilos»
(no tomadores de riesgo) y «filóbatas» (tomadores de riesgo)(30)
y, también, con el concepto de «personalidad autoritaria»
(31,32) y «personalidad de
Tipo A»(33), conceptos que
han sido tratados en otra parte. En principio, sólo
enunciaremos aquí que las concepciones de Fromm y Adorno
respecto del «carácter revolucionario»(34,32),
como opuestos en un continuo, ha sido descrita por mí en un
trabajo anterior(31), y las
bases narcisistas del Tipo A, por consiguiente del mismo
autoritarismo y posiblemente de los «no tomadores de riesgo»,
están bien fundamentados en un trabajo de Condon(35).
Resulta pues, de muy alto interés,
considerar cómo ciertos sistemas de NT como el ST pueden
influir en las disposiciones comportamentales y rasgos de
carácter estables que han sido descritas como «personalidad».
Pero además, diferentes niveles de un NT pueden tener efectos
ampliamente específicos en la modificación de la sensibilidad
o amplitud de respuesta a diferentes claves sociales o
simbólicas de amenaza, reaseguramiento, atractividad sexual,
etc. Esto implica la esfera cognitiva, si lo queremos ver
desde el punto de vista cognitivo-comportamental, y suponen el
fundamento de los «esquemas» o «creencias básicas» en este
enfoque(36). De acuerdo a
la teoría modular de la personalidad, sobre la que nos
explayamos más arriba, serían sustentadas por redes neurales
tanto más estables y rígidas, cuanto más precozmente hayan
sido establecidas, tanto más intensos los vehículos
emocionales con los que fueron impresas, y tanto más
significativas las relaciones con los emisores de los mensajes
estructurantes de tales redes.
Por ejemplo, dado el efecto inhibitorio de
la ST, los individuos con bajos niveles de la misma pueden ver
amenazas en señales ambiguas que son ignoradas por aquellos
con altos niveles de este NT. Como consecuencia, las
diferencias basales de ST podrían estar en los fundamentos de
aquellos esquemas o creencias básicas que, a su vez, pueden
ser importantes elementos modulares en la constitución de
nuestra personalidad.
Consideremos la tendencia de algunos
individuos a ser agresivos, manipuladores y socialmente
tortuosos. Las mediciones psicológicas de este rasgo son
similares a lo que los anglosajones llaman «machiavellianism».
Esta escala parece estar vinculada a la «dependencia a la
gratificación» y «evitación del daño» de Cloninger: cuanto más
alto califican para el maquiavelismo, menores son sus puntajes
en gratificación social y evitación del riesgo. Desde que la
agresividad está a veces asociada con ciertas formas de
dominancia, los rasgos de la personalidad involucrados en la
manipulatividad social se vincularían por lo tanto con
disposiciones comportamentales determinadas por los niveles
basales de la actividad del NT.
Nótese que en estos casos hay que presumir
la existencia del involucramiento de dos sistemas distintos de
NT: el ST y el NA. Cada uno de estos sistemas, por otra parte,
depende de cierto número de procesos neuroquímicos, y cada uno
es sensible de ser «reprogramado» por la experiencia. Por lo
tanto, la medición de un sólo NT nos diría poco o nada acerca
de un individuo específico. Éste sería el caso de cotejar,
desde el punto de vista de la personalidad, lo que ocurre con
el «maquiavelismo», el «autoritarismo», el «carácter
revolucionario» y el «narcisismo», todas ellas variables
independientes difíciles de fusionar para crear
compartimientos del tipo «todo o nada». Inclusive la respuesta
a claves sociales, como por ejemplo los cambios de actitudes y
de respuestas emocionales a la aparición televisiva de líderes
políticos, los niveles de actividad basales de los NT pueden
ser poderosas razones para establecer las diferencias de
percepción, sensibilidad y comportamientos ulteriores.
En lo concerniente a la ST, los
descubrimientos recientes apuntan a dos áreas de importancia
en la psiquiatría social y forense, como son los
comportamientos desviados y criminales, y el suicidio. Debido
a que la ST está vinculada a la inhibición de la respuesta,
sus bajos niveles pueden tener que ver con la incapacidad para
reprimir impulsos, como ya se expresó más arriba. Dependiendo
de la interacción con otros sistemas de NT, sus alteraciones
pueden tomar la forma de violencia impulsiva (tal como
homicidios), autodestructividad (suicidio), depresión
(incapacidad para inhibir pensamientos negativos o
amenazantes), adicciones (al juego, a la comida, etc.)
Un metaanálisis de los estudios que
examinan la relación de NA, DA, y ST con el comportamiento
antisocial en humanos sugiere que la reducción simultánea de
ST y NA pueden potenciar la agresión humana. Este metaanálisis
encontró que en los estudios en los que los sujetos
antisociales tenían un trastorno afectivo o alcoholismo, la NA
central estaba significativamente disminuida. Los niveles de
ST, sin embargo, estaban igualmente reducidos,
independientemente de que tengan o no problemas psiquiátricos.
Los niveles reducidos de ST y NA en los antisociales pueden
estar relacionados con esta disminución de la inhibición
comportamental. La relación de los niveles de NA con esta
desinhibición, sin embargo, sí parece secundaria a las
enfermedades psiquiátricas. Coccaro(22),
ha señalado que en un estudio las función ST estaba asociada
con la agresión autodirigida (solamente intentos de suicidio)
en las depresiones mayores primarias, y la heteroagresión en
los desórdenes primarios de personalidad. Tal vez este
hallazgo refleje algunas diferencias en sus respectivas
neurobiologías, basada en la regulación del comportamiento
inhibido (mediado por ST) y el alerta (mediado por
catecolaminas). Se ha informado extensamente sobre una
hiporrespuesta en los receptores NA en la depresión mayor
(DM). La observación de que la mediación del comportamiento
agresivo por parte de la ST es atenuado por la disminución de
NA, y otros que demuestran que las funciones fisiológicas de
la ST pueden deteriorarse cuando hay fallas en el sistema NA,
apoyan esta posibilidad.
Las pruebas realizadas con desafíos
farmacológicos parecen indicar que la disfunción ST estaría al
nivel o por encima del nivel del hipotálamo.
La hipótesis de Linnoila(26)
es que, de dos grupos igualmente violentos, los ofensores
impulsivos podrían tener menores niveles de 5-HIAA en el LCR
en relación con los no impulsivos, que habían premeditado sus
actos. Por lo tanto, un bajo 5-HIAA es más bien un marcador de
impulsividad que de violencia. Puede señalar baja producción
de ST, o ser indicador de un alto transporte fuera del LCR, lo
cual es un fenómeno de membrana. Los autores sugieren que el
temprano consumo de alcohol asociado a bajos niveles de 5-HIAA
pueden desembocar en cuadros de psicopatía violenta, por lo
que sería conveniente suministrar preventivamente
serotoninérgicos.
Se comprobó, en un estudio finlandés, que
los incendiarios y ofensores violentos tenían baja tasa de 5-HIAA
en LCR. Los incendiarios en este grupo fueron elegidos por
tratarse de comportamientos impulsivos de baja agresividad, y
eventualmente con agresividad dirigida hacia objetos
inanimados más que hacia objetos vivientes. Fueron excluidos
los incendiarios que registraban antecedentes de intentos de
suicidio violentos. Las concentraciones de 5-HIAA o MOPHEG no
correlacionaban con el comportamiento incendiario repetido,
pero sí lo hacían con el nadir glucémico en el test de
tolerancia a la glucosa (TSG), el cual es una medición de la
tendencia a la hipoglucemia.
Esto apoya la hipótesis de que un pobre
control de impulsos está vinculado a bajos niveles de
metabolitos de las monoaminas y con una tendencia a la
hipoglucemia en ofensores criminales. Hay varias explicaciones
para el mecanismo de esta asociación. En primer lugar, puede
estar asociado con una forma particular de depresión,
caracterizada por intentos violentos de suicidio. En segundo
lugar, con descontrol de la agresión por un impulso
incrementado hacia ella. Y, en tercer lugar, por deficiencia
en el control de los impulsos y, como consecuencia de esto,
descontrol de la agresión, inter e intrapersonal.
El triptofano (Tf) y el Litio (Li) reducen
los actos violentos, aparentemente porque retrasan la
descarga, y ayudan a mantener el control (El Li facilita la
actividad ST, inhibe su recaptación, down regula la cantidad
de receptores ST en el cerebro de la rata).
El ST, la glucosa y el metabolismo de la
insulina, se demostró que están asociados unos con otros en el
metabolismo de los incendiarios y en los ofensores
habitualmente violentos e impulsivos. Linnoila no encontró
correlación entre catabolitos de las monoaminas, y bajo nadir
de glucosa en el TTG, pero pueden coexistir en muchos
incendiarios. Lo que más correlaciona es esta última. La
tendencia severa a la hipoglucemia es un fuerte predictor a
las recaídas en los incendiarios.
La falta de correlación entre el nadir de
glucosa y los bajos niveles de 5-HIAA en el LCR no es
sorprendente. Esto se debe a que la concentración de glucosa
está determinada multifactorialmente, y la responsividad de
uno solo de ellos (insulina, glucagon, GH, adrenalina) podrían
vincularse a la ST central.
La última asociación estudiada por los
fineses fue con el alcohol. Formularon la siguiente hipótesis:
un bajo 5-HIAA en LCR está asociado a bajo control de
impulsos, disforia e insomnio intermitente. El alcohol, que
tiene un efecto similar a la reserpina sobre el sistema ST,
puede remedar agudamente algunos de estos síntomas, disparando
ST, pero a largo plazo empeorando por vaciamiento de la misma.
Por lo tanto, el abuso de alcohol puede, en estos individuos,
con un control deficiente de impulsos, representar un intento
de automedicarse, aunque solamente empeora la situación,
disminuyendo el control de impulsos y probablemente agravando
la hipoglucemia. Tal asociación podría explicar por qué tantos
de estos sujetos estaban bebidos cuando cometieron sus
crímenes. En apoyo de esta hipótesis, Branckey y col. han
encontrado evidencia de que en estos alcohólicos con una
historia, tanto de depresión como de agresión, la relación Tf/LNAA
puede ser baja.
Se ha encontrado un paralelismo entre
concentraciones de HVA y 5-HIAA en LCR. Cuando ambas están
bajas son un poderoso predictor de riesgo suicida. Los
predictores más fuertes son el nadir de glucosa en el TSG y
los niveles de 5-HIAA en LCR. Estas variables psicobiológicas
como tales o asociadas a las comportamentales tienen más valor
que las comportamentales solas. Los individuos propensos a las
ofensas son más fácilmente identificables usando estas
combinaciones. Las drogas serotoninérgicas pueden mejorar esta
situación, reduciendo el consumo de alcohol y mejorando los
perfiles metabólicos(26).
Coccaro(42)
señaló que estudios animales muestran que la arginina-vasopresina
(AVP) juega un rol facilitador de la conducta agresiva, en
especial contra personas, en particular en individuos con
trastornos de la personalidad. Niveles altos de AVP en LCR se
correlacionaron con biografías cargadas de agresión, lo cual
es mucho más fuerte en hombres que en mujeres. Ésto no parece
estar vinculado a la impulsividad, desde que las
concentraciones de AVP en agresores violentos, incendiarios, y
controles normales, eran similares. Puede ser significativo
que la concentración AVP en depresivos sea baja, y que sea
alta en estados maníacos. Hay que tener en cuenta que el
«pool» de AVP periférica y central son diferentes, tienen vías
distintas y cumplen funciones no relacionadas entre sí.
Parece haber una relación funcional y
recíproca entre la AVP y la ST. Los inhibidores de recaptación
de ST (IRSS), como la fluoxetina, reducen dramáticamente los
niveles de AVP y de la agresión defensiva. La relación entre
ST y AVP puede ser sólo unidireccional, como por ejemplo,
disminución de AVP por aumento de la ST.
Se han hecho observaciones en los monos
vervet(27). Hay varios
hechos interesantes en relación con la dominancia. Las monas
dominantes tienen ciclos menstruales más regulares y
predecibles, con lo que aumenta la posibilidad de embarazo. En
algunas especies la ovulación en las hembras subordinadas
puede ser suprimida, quizás debido a alteraciones por el
stress, que produce supresión de LH. En los machos dominantes
hay diferencias en la testosterona y en la ST. La ST en la
sangre de los monos vervet dominantes es el doble de la que
tienen los subordinados. Estos cambios bioquímicos parecen
estar relacionados con las diferencias de status. Entre los
vervet y otros monos, los factores sociales no afectan
solamente las hormonas, sino también las concentraciones y el
funcionamiento de la ST cerebral. Cuanto más alto es el nivel
de ST, más capacidad tienen para las actitudes prosociales y
menor destructividad (¿el «carácter revolucionario» de los
monos?). La ST modula e inhibe la agresión destructiva. Los
sistemas serotoninérgicos parecen ejercer mucho de su impacto
inhibitorio sobre la agresión disminuyendo la actividad de
otros sistemas neuronales que la facilitan.
Se ha visto que los monos dominantes y los
subordinados no presentan diferencias morfológicas
significativas, pero sí comportamentales. En relación con las
hembras subordinadas, es menos probable que las dominantes
inicien la agresión, y es más probable que inicien una
reconciliación después de una pelea, así como también, son más
capaces de conseguir aliados en una lucha, y es más probable
que actúen defendiendo al grupo contra la intrusión de un
animal potencialmente agresivo. Se ha visto en los machos, un
patrón de diferencias vinculadas con el rango similar, al de
las hembras. Estos datos sugieren que los animales dominantes
difieren de los subordinados en su capacidad de establecer
vínculos sociales, en evitar comportarse con agresión
inapropiada y por inhibir ataques inadecuados o no provocados.
Combinados con observaciones hechas en
otras especies, estos hallazgos apoyan la idea de que la
dominancia y la agresión son conceptos distintos.
Neurofisiológicos
Desde hace tiempo se ha argumentado que la
baja respuesta cortical puede ser una causa determinante de
comportamiento criminal. Aunque estas teorías no han estado
inicialmente dirigidas a explicar la violencia, una variedad
de fuentes indican que los ofensores violentos, en particular,
pueden ser corticalmente bajoalertables. El alerta reducido se
lo supone vinculado con la búsqueda de sensaciones; como
consecuencia, a esta teoría se la analiza conjuntamente con la
teoría del alerta, de la que nos ocupamos más arriba. Esta
última ha sido más frecuentemente verificada midiendo las
respuestas fisiológicas, especialmente el EEG y los
potenciales evocados pero, como se ha visto ya, el alerta
autonómico ha sido visto también en el marco de la teoría del
arousal. Ya hemos revisado más arriba las opiniones de Howard(24)
al respecto.
Hay muchos estudios que han evaluado el
alerta en delincuentes y criminales, pero una dificultad
importante para obtener conclusiones reside en que esos
estudios provienen únicamente de tres fuentes: las respuestas
fisiológicas electrodérmicas, cardiovasculares y corticales.
Además, estos estudios no son prospectivos, y fueron llevados
a cabo en poblaciones institucionalizadas.
Un estudio prospectivo reciente demuestra
que la baja alertabilidad puede ser crítica en el desarrollo
del comportamiento antisocial y criminal. La conductancia
eléctrica de la piel en reposo, el rendimiento cardíaco y la
actividad EEG fueron determinadas en 101 chicos de 15 años, y
vueltas a determinar 9 años después, cuando tenían 24. Los
hallazgos se han mostrado en las figs. 5, 6 y 7. Se encontró
que los criminales tenían significativamente menor gasto
cardíaco, reducida conductancia en la piel y más frecuencia
theta en el EEG que los no criminales. Estas tres mediciones
clasificaron correctamente al 74% como criminales. Estas
relaciones no parecen estar condicionadas por clase social,
habilidades académicas, o área de residencia.
Figura 3

Este estudio sugiere que si estas
comprobaciones fueran llevadas a cabo en poblaciones no
institucionalizadas y no seleccionadas, se pueden encontrar
evidencias aún más fuertes sobre las relaciones entre los
aspectos biológicos y la criminalidad. La baja alertabilidad
fisiológica es un constructo muy utilizado pero extremadamente
complejo, dado que las tres mediciones mencionadas no suelen
estar correlacionadas en la población general. El hecho de que
las tres coincidan para predecir crimen en una misma muestra
puede ser visto como concediendo algún grado de replicación de
las vinculaciones del alerta con el crimen.
Aunque estos hallazgos tienen un
significado potencial, hay dos problemas importantes que
necesariamente tienen que resolverse: 1) El primero es si
estos hallazgos pueden ser replicados. Si esto es así, eso
demostraría que la baja responsividad al alerta puede tener un
papel importante en el desarrollo de la personalidad
antisocial, y puede ser una vía mediante la cual las
influencias genéticas en la aparición del comportamiento
antisocial ejerzan su influencia.
El segundo tema tiene que ver con la
evolución de las variables evolutivas. Debido a que el crimen
sólo puede determinarse si el individuo fue atrapado y
condenado, los resultados están limitados a los criminales
«fracasados». El análisis funcional discriminante califica a
muchos sujetos bajorrespondientes como no criminales, pero
puede que éstos lo sean, y no han sido detectados. La
disponibilidad de extensos autoinformes sobre comportamiento
antisocial, agregados a los grupos de criminales oficialmente
reconocidos como tales, aumenta la fuerza de los efectos
conjeturales.
Ya hemos mencionado que un gran número de
estudios han implicado alteraciones EEG en los criminales.
Algunos autores las encontraron en un 50%. Estos hallazgos han
sido confirmados por otros sobre asesinos y ofensores
violentos. Una de las alteraciones más comunes observadas en
el EEG es la excesiva actividad theta, la cual es consistente
con la baja respuesta al alerta. Estudios diseñados más
rigurosamente, como el mapeo cerebral, puede profundizar en
este tema.
Una teoría sostiene que como la actividad
theta excesiva caracteriza el EEG de los niños, su presencia
en el adulto criminal podría significar una cierta «inmadurez
cortical». Numerosos estudios prospectivos han demostrado que
una excesiva actividad theta en niños y adolescentes predice
actividad antisocial en la adultez, pero no hay estudios
prospectivos en relación a la violencia. Se necesitan también
estudios para explorar la posibilidad de que las alteraciones
EEG, específicamente la baja alertabilidad, puedan subyacer a
los déficits cognitivos y fracaso escolar, la cual puede
relacionarse ulteriormente con la violencia.
Howrad(24),
al hacer una revisión de las teorías más importantes, también
señala la del «retraso madurativo», relacionándolo con una
actividad lenta de la región temporal posterior, tal como
ocurre normalmente en niños y adolescentes. Insiste que aquí
también, estas observaciones responden al ¿Cómo?, pero no al
¿porqué? (que podría vincularse a un ambiente pobre de
estimulación en sus etapas tempranas); por ésto la considera
insuficiente, ya que tampoco responde al ¿cuándo?
La teoría tradicional de la disfunción del
hemisferio izquierdo en las bases de la violencia argumenta a
favor de un daño estructural en ese hemisferio, a través de
test neuropsicológicos, comparándolo con otros de daño
cerebral. Una teoría más reciente, sutil -y potencialmente más
plausible- de la violencia, tiene que ver con que estos
individuos tienen procesos de discurso menos lateralizados.
Las motivaciones reducidas para llevar a
cabo tareas de activación no puede ser fácilmente explicada
por la reducción del metabolismo de la glucosa debido a que no
hay diferencias de rendimiento en los criminales. Tampoco
parece haber ninguna relación entre estos niveles metabólicos
bajos de glucosa en los criminales con los subrupos que de
estos puedan formarse en base a relaciones con la víctima,
actos impulsivos vs. planeados, agresión instrumental opuesta
a la afectiva, implicaciones sexuales o no, edad y sexo de la
víctima.
No obstante, después de una serie de
análisis de la literatura previa Nachsohn que la disfunción
del hemisferio izquierdo está vinculada a la conducta
criminal. La teorización de Nachshon difiere de la de otros en
dos puntos importantes: a) en contraste con las teorías
frontales y frontotemporales límbicas, argumenta que hay una
disrupción generalizada funcional en lugar de una disrupción
estructural específica; y b), basa la evidencia para esta
afirmación, no en el EEG o los tests neuropsicológicos
tradicionales, sino en estudios de preferencia de lateralidad,
asimetrías de la conductancia eléctrica de la piel, estudios
de campo visual, dividido, y estudios de escucha dicótica.
Nachsohn argumenta que la disfunción del hemisferio izquierdo
predispone a la conducta criminal al disrumpir el control
normal que el hemisferio izquierdo ejerce sobre los
comportamientos impulsivos.
Una cantidad de problemas plantea esta
teoría de la violencia. En primer lugar, los mecanismos de la
conductancia eléctrica diferenciada en cada mano están
confusas debido a que las conexiones cerebrales para estas
funciones no están claramente establecidas. Por este motivo,
es difícil sacar conclusiones sobre la lateralidad hemisférica
en este sentido. En segundo lugar, aunque Nachsohn atribuye el
concepto de impulsividad como un mediador entre la disfunción
del hemisferio izquierdo y la violencia, ninguno de estos
estudios ha verificado esta noción usando mediciones de
impulsividad. En tercer lugar, los datos provenientes de la
escucha dicótica, es usada para fundamentar un déficit global
del hemisferio izquierdo, pero esto no es fácil de
interpretar. Por ejemplo, Nachsohn argumenta que el oído
izquierdo aventaja sobre tareas de tono dicótico en los
agresivos violentos, mientras otros investigadores verían esto
como una función normal para el material no verbal. En cuarto
lugar, esta teoría debería predecir alteraciones EEG y de los
PE lateralizadas, y tales cosas no han sido demostradas.
A pesar de estas críticas, la noción de una
disfunción hemisférica global aún queda como una teoría
factible de la violencia, pero necesita más investigación.
Verificaciones futuras de estas teoría deberían usar
indicadores más directos de la función cerebral, tales como
PET y SPECT, más que indicadores indirectos como es la
conductancia de la piel o la audición dicótica. El estudio por
PET de Raine y col. muestra un consumo de glucosa disminuido
en el lóbulo prefrontal izquierdo, aunque no pudo demostrar
una clara asimetría. No obstante, otros estudios con
diagnóstico por imágenes pueden proveer más bases para esta
hipótesis.
En relación con el daño frontotemporal-límbico
izquierdo, Yeudall sostiene que la violencia está en parte
determinada por el daño en las zonas izquierdas frontales,
córtex temporal anterior, y las zonas amigdalares hipocámpicas
del mismo lado. La evidencia empírica para esta hipótesis está
basada en un gran número de estudios neuropsicológicos en
sujetos habitualmente violentos y agresivos. Los estudios
efectuados muestran un 76% de este tipo de disfunciones en
criminales, localizadas en las regiones frontales y temporales
del cerebro. De estos, el 79% mostraban anormalidades
frontotemporales lateralizados a izquierda. Localizaciones
similares de actividad dominante de lóbulo temporal izquierdo
se encontró en los adolescentes violentos y agresivos.
Hemos mencionado, varias veces en este
trabajo, a Howard (24). Este autor presenta por último un
«modelo psicobiológico» de la psicopatía, en la que pretende
integrar las tres diferentes clases de psicópatas que se
describieron al principio (sociópata, secundario y primario).
Howard se pregunta si en el nivel descriptivo hay uno o varios
rasgos que sean comunes a los tres tipos de psicópatas. Se
pueden hacer tres clases de interrogantes: ¿Cuáles son los
mecanismos mediadores? ¿Cuáles las influencias predisponentes?
¿Y cuáles los eventos desencadenantes? (Esquema 1).
Blackburn sostiene que hay un factor
(psicopatía = PP) definida por una alta carga de impulsividad
y agresión, y en menor medida por Escalas de Hostilidad,
desviaciones psicopáticas y extraversión; que comparten los
tres tipos de psicópatas. Debería subrayarse que Blackburn
define a la psicopatía en términos de impulsividad.
Resultados de investigaciones recientes no
confirman plenamente esta afirmación. En primer lugar, se ha
vuelto progresivamente claro que la impulsividad no es un
rasgo unitario. Barratt discrimina tres tipos de impulsividad:
motora, cognitiva y falta de planificación. Eysenck distingue
varios subrasgos de la impulsividad (toma de riesgos,
improvisación, vivacidad e impulsividad estrecha). Varios
autores dividieron también la dimensión de la impulsividad en
tres subrasgos: reflexión vs. frivolidad; planificación vs.
improvisación, y evitación del alerta vs. búsqueda de alerta.
La cuestión es sobre qué substrato se asienta la impulsividad
en el sentido que le da Blackburn, aunque se sabe que este
modelo correlaciona fuertemente con los rasgos de ansiedad y
hostilidad. Podría considerarse que aquí la impulsividad está
vinculando una dimensión que refleja una di-menensión de
intencionalidad (intencional vs. inintencional) hacia una meta
y un afecto (positivo vs. negativo), tal como se indica en el
Esquema 2.
Esquema 2

En lo que hace a los mecanismos mediadores
(esquema 1), Howard subraya que los bajos potenciales evocados
hablan de un correlato potencial con la impulsividad, el cual
se ha informado tanto en criminales anormales como normales,
de tal manera que se observa que los sujetos impulsivos
muestran escasa diferenciación en el paradigma «Lo hago/no lo
hago» en la evitación. Hasta ahora no se sabe con qué aspectos
del rasgo de la impulsividad correlaciona esta escasa
diferenciación cortical. Sin embargo, cuando se considera el
esquema 2, parece reflejar la interacción de las dimensiones
«intencionales» y las afectivas. Esto determina que los
individuos colocados en el cuadrante superior derecho del
esquema 2, mostrarían especialmente baja diferenciación
cortical.
Ya se ha indicado que la actividad EEG
lenta parece estar vinculada a la psicopatía secundaria, más
que a la psicopatía como género. Sin ambargo, otra anomalía
electrofisiológica, la actividad temporal posterior lenta,
parece caracterizar a los psicópatas de Checkley cuando se
usaba la Escala de Hare (RASP_Research Assessment Scale of
Psychopathy), ya que estos mostraban una prominente
lentificación temporal posterior en sus EEG de reposo.
Dentro de estos mecanismos mediadores hay
que considerar la disfunción de los lóbulos frontales, ya
mencionada, que conduce a una disminución del tono frontal.
Esto se puede traducir en un déficit en tareas de apreciación
primaria, tales como el peligro.
Cuando analizamos los eventos iniciadores,
vemos que éstos tienen que ver con el stress y la adaptación
en los psicópatas.
La siguiente pregunta que se plantea Howard
es el ¿cuándo?, o sea cuáles son los stressores ambientales
que desencadenan la conducta psicopática. Con relación a los
psicópatas secundarios, se ha postulado que son especialmente
sensibles a las claves que significan castigo o no
gratificación, debido a su aislamiento social. Ésto estaría de
acuerdo con las hipótesis de Gray, quien sostiene que las
personalidades ansiosas, están vinculadas a la dimensión de la
sociabilidad. Llevado ésto a términos cognitivos, significa
que muestra una «apreciación errónea», o sea, que tienden a
sobredimensionar las amenazas del ambiente.
En lo que hace a los psicópatas primarios,
se ha sugerido que ellos pueden estar colocados en una forma
extrema y patológica de los que se llamaría «inintencionalidad»
(esquema 2) quienes experimentan poco alerta sentido como
aversivo (y además luchan para no tenerlo). En otras palabras,
se considera que los psicópatas primarios son altamente
susceptibles al stress por aburrimiento. Creo que aquí
conviene tener en cuenta las diferencias en potenciales
evocados descritos por Raine (Fig.7)
Figura 7

Tanto los psicópatas primarios como los
secundarios comparten la falta de adaptación. Adaptación o no
adaptación se dice que reflejan la apreciación primaria y
secundaria. Sin embargo, en los psicópatas secundarios se
podría decir que la falta de adaptación proviene de una
defectuosa apreciación primaria (apreciación exagerada del
peligro) mientras que en los psicópatas primarios la falta de
adaptación proviene principalmente de una falla en la
apreciación secundaria (control percibido como bajo). Estas
asociaciones entre impulsividad y adaptación están implicadas
en el resultado de estudios recientes de las diferenciaciones
electrocorticales de la personalidad. En estos estudios se
confirmó la relación entre diferenciación cortical e
impulsividad, ya que aquélla correlaciona con los aspectos
afectivos de la impulsividad: hostilidad, ansiedad y
depresión. También se encontró una alta correlación entre
impulsividad y el grado de aumento en el stress subjetivo en
situaciones «Lo hago/no lo hago». En otros estudios se ha
encontrado que el grado de pérdida de control sobre estímulos
aversivos («desamparo») lleva a una reducción temporaria de la
diferenciación cortical, o lo que es lo mismo, mimetiza los
efectos de la impulsividad. Por lo tanto, una dimensión
descrita como estática (rasgos) vinculada a la Impulsividad de
Blackburn puede corresponder, en términos dinámicos (estado) a
una dimensión de adaptación-no adaptación (Esquema 2), con
polos opuestos en la dimensión de no adaptación, con un punto
intermedio de buena adaptación.
Las influencias predisponentes tienen que
ver con algo ya mencionado antes, esto es, las relaciones
entre la antisocialidad adulta y la deprivación afectiva
durante la infancia, además de la dura incoherencia normativa.
A pesar de esto, y de lo que se ha señalado más arriba acerca
de las consecuencias biológicas del maltrato, abuso y
descuido, hay factores biológicos en juego que no se pueden
descuidar. Hay descenso de ciertas actividades cognitivas, en
los psicópatas, que son demostrables desde temprana edad, y
que tienen cierto valor pronóstico, en especial para los
delincuentes reincidentes. También los chicos hiperactivos,
con anormalidades EEG, entran en este grupo (platon).
Psicogenética de la psicopatía
Cuando se habla de genética comportamental
debe entenderse que se está hablando de una teoría de la
personalidad. Esta teoría atribuye variaciones de la
personalidad, al menos parcialmente, a la variación de la
estructura y funcionamiento de sistemas fisiológicos. Los
genes contienen la información que codifica para varias
proteínas estructurales y regulatorias (incluyendo al ARNm)
que conducen a diferentes vías de ese desarrollo. Aunque las
diferencias individuales se pueden expresar en cualquier
sistema fisiológico, los que se establecen en el cerebro y en
otras partes del sistema nervioso son probablemente más
importantes para los rasgos comportamentales
A pesar de haberse encontrado que la
influencia de los pares era lo más fuerte en lo que hace a la
violación de reglas y conducta criminal, en estudios
correlacionales tales como el mencionado(12)
no se puede distinguir entre los efectos genotipo-ambiente
causales directos, y los correlacionales e interaccionales. El
comportamiento de los pares puede correlacionar con el
comportamiento propio debido a que la gente aprende de sus
pares y que estas personas seleccionan pares que coinciden con
ellos mismos. Coincidencias significativas en las asociaciones
de gemelos idénticos separados sugiere que el genotipo puede
influir sobre asociaciones e intereses sobre el fenotipo.
Similaridades genéticas en la búsqueda de sensaciones pueden
explicar parte de su evolución, pero que la especificidad de
la expresión encontrada en el rasgo debe ser debida a alguna
clase de correlación activa genotipo-ambiente, a la que los
investigadores llaman emergenesis.
En lo que hace a la genética del rasgo
ImPUSS, se puede decir que las diferencias individuales en los
sistemas bioquímicos y neurológicos que subyacen a los
mecanismos básicos tienen sus orígenes en variaciones en este
campo. Las diferencias observadas en linajes animales en
relación con la exploración, el temor, la agresión, la
actividad y la inhibición sugiere un control genético de estos
rasgos. Los resultados de crianzas selectivas han confirmado
la influencia genética, y estudios de crianza cruzados han
provisto controles para los posibles efectos de un ambiente
compartido.
Como en otros casos, los estudios
biométricos genéticos en humanos utilizan gemelos y adoptados
para estimar la heredabilidad. El estudio de Minnesota de
gemelos separados provee datos para ambos tipos. El principal
test de personalidad usado en este estudio fue el
Multidimensional Personality Questionnaire de Tellegen, el
cual puntúa tres factores que recuerdan los de Eysenck. El
principal de ellos es llamado «restricción». Este factor
consiste en tres subescalas: Control, Evitación del Daño, y
Tradicionalismo, los que groseramente son el reverso de
Impulsividad, Búsqueda de Sensaciones, y tendencias No
Socializadas en el modelo de cinco factores alternativo.
Las correlaciones entre gemelos idénticos
que fueron criados en forma separada dan una estimación
directa de la heredabilidad de estos rasgos. La estimación de
la heredabilidad del factor de constricción y el componente de
búsqueda de sensaciones están cerca del final superior de la
heredabilidad evaluada por este método. Hay pocas diferencias
entre las correlaciones para mellizos idénticos que fueron
criados aparte y los que fueron criados conjuntamente, lo que
indica que el ambiente compartido es de poca importancia para
estos rasgos. Esta conclusión va en contra de la creencia
común de que el ambiente familiar es el principal responsable
de la socialización del niño y que las similitudes mayores
observadas en los idénticos se deben a que son tratados de
manera más parecida que los fraternos. El ambiente específico
parece jugar un papel más importante en estos rasgos. Esta
clase de influencia es provista por diferentes pares u otras
presiones que afectan a un miembro pero no a otros.
Se ha sugerido(24)
que hay una predisposición genética al retraimiento social, y
que esto está relacionado con las anormalidades
electrofisiológicas vistas en algunos psicópatas. Esto quiere
decir que los niños que están predispuestos biológicamente a
ser psicópatas están genéticamente predispuestos al
aislamiento social, estarían también en riesgo debido a su
hipersensibilidad a amenazas de castigo (en los que están
sobrevalorando el peligro). Esto no significaría negar que, si
la deprivación y maltrato infantil fueran lo suficientemente
intensos, estos chicos necesitarían menos predisposición
biológica para expresar su estructura psicopática.
Resumiendo, la hipótesis planteada por
Howard es que hay una clase de individuos (llamados por los
norteamericanos «sociópatas») que muestran un comportamiento
antisocial muy temprano, crónico, y cuya condición es
fundamentalmente evolutiva, manifestándose en la adultez como
un déficit madurativo, tanto comportamental como
electrofisiológico. Al crecer, estas características
disminuyen. En un nivel de rasgos, algunos de estos individuos
(especialmente los que mostrarán un auténtico trastorno de
personalidad) se caracterizan por un subrasgo patológico de
impulsividad. Como consecuencia de esto hay falta de
adaptación, que es la resultante de déficits de la apreciación
tanto primaria como secundaria. Esta última puede ser la
consecuencia de la exposición a maltratos infantiles,
disminuyendo la sensibilidad a claves de recompensa o
seguridad, lo que impide relacionarse empáticamente con otras
personas. Por otra parte, si los otros no son percibidos como
fuentes de gratificación, no hay razones para modificar
nuestra propia conducta para satisfacer las expectativas
sociales, ni para verse a sí mismo como un objeto social.
Dentro de la categoría arriba señalada (no-adaptativos)
habrá algunos (psicópatas secundarios y algunos
esquizofrénicos) que muestran déficits neuropsicológicos y de
rendimiento, además de algunas anormalidades
electrofisiológicas, que se suponen innatas. En este grupo hay
subgrupos que perciben amenazas exageradas, lo que es un
déficit en la «apreciación primaria».
También dentro de la clase de los no-adaptativos
hay otros (psicópatas primarios) que no tienen retraimiento
social ni demasiados signos orgánicos como en la psicopatía
secundaria, pero debido a que su conducta es inintencional
muestran un déficit en la apreciación secundaria. Los
psicópatas primarios, a diferencia de los secundarios, son
extremadamente sensibles al stress del aburrimiento, y para
eludir ésto se implican en conductas patológicas de búsqueda
de sensaciones
Por último hay un conjunto de individuos
que integran la amplia clase de los «sociópatas» que no son
psicópatas ni primarios ni secundarios. Estos individuos no
serán especialmente sensibles al stress ni desde la amenaza ni
desde el aburrimiento (los de alta ansiedad de Esterly- Neely
y los altos buscadores de sensaciones(18)).
Sus episodios de comportamientos psicopáticos no se
desencadenan fácilmente. Por lo tanto, aunque sean criminales
reincidentes, son plenamente imputables, y su lugar más
adecuado es la cárcel más que una institución para enfermos
mentales.
Sociobiología
Para completar esta breve reseña de los
aspectos neurobiológicos de las psicopatías, quisiera agregar
algunas consideraciones provenientes del campo de la
sociobiología.
MacMillan y Kofoed(14)
hacen notar que una de las características más salientes del
psicópata es que sus rasgos principales se dan en la
interacción social, lo que hace cuestionarse como se
comportaría un antisocial totalmente aislado de sus semejantes
(isla desierta). La naturaleza de los criterios diagnósticos
hacen pensar que la «patología» es más interactiva y social,
que interna. Las explicaciones internas han estado basadas en:
1- Teoría del Aprendizaje: se han basado en
la evidente incapacidad del psicópata de aprender de la
experiencia.
2- Formulaciones psicodinámicas: pueden
reflejar los procesos mentales del paciente, pero no
demuestran convincentemente cómo experiencias tempranas tan
variadas pueden conducir a un trastorno altamente
estereotipado.
3- Teoría de los mecanismos de defensa:
Vaillant ha descrito el uso de mecanismos de defensa
maladaptativos para controlar la ansiedad y la depresión,
enfocando sobre los aspectos evolutivos más que en los
genéticos.
4- Las neurobiológicas.
Cualquiera sea la validez de estas
explicaciones, para un neurobiólogo que se hace preguntas
sobre la filogenia, las cuestiones claves quedan sin
respuesta; es decir, si este comportamiento está influido
genéticamente y, si es así, cuáles son los procesos que
mantienen esta condición en la población general. Un enfoque
de este tipo tiene que preguntarse cuáles son las ventajas
adaptativas de esta conducta; y esto nos conduciría a un
enfoque sociobiológico de la cuestión. En éste, en lugar de
ver a este tipo de personalidad como maladaptativo, se lo ve
como el final de un continuo de estrategias adaptativas para
maximizar el éxito reproductivo. Se supone una influencia
genética para la predisposición a ciertas conducta. Se ha
analizado las manera como los genes pueden influir los
contenidos mentales(15).
Lumsden y Wilson ven las influencias genéticas como coacciones
observables en numerosos niveles del funcionamiento
neuropsicológico. Los mecanismos sensoriales, con su
sensitividad variable a diferentes estímulos (por ejemplo,
detección de movimientos versus detección de límites a los
mismos) fueron desarrollados a través de un proceso de
selección, que apuntaba a la supervivencia dentro de ambientes
competitivos. Estudios efectuados sobre la adquisición del
lenguaje y la discriminación visual temprana indican que,
mientras que el proceso cognitivo tiene un gran monto de
plasticidad, opera dentro de límites neurofisiológicos
preprogramados. Estos límites parecen ser tendencias a actuar
ciertos comportamientos.
Al estudiar las predisposiciones genéticas
para las conductas, el sociobiólogo ve al gen, más que a los
individuos o a las especies, como la unidad de la selección
natural. El individuo mejor adaptado es el que transporta la
mayor parte de sus genes exitosos a la próxima generación.
Las estrategias generales de supervivencia
giran en torno a dos temas:
a) Aumentando las probabilidades de
supervivencia de crías y parientes invirtiendo energía en
conseguir alimento, abrigo y protección, y por lo tanto
disminuyendo la dedicada al cortejo y copulación y de este
modo, limitando el número de crías y por consiguiente, de
parientes.
b) Aumentando el número de crías (y de
parientes) al dedicar mayor tiempo al cortejo y la copulación
con parejas múltiples, y disminuyendo por consiguiente el
tiempo y energía destinado a la protección y cuidado de las
crías y de los parientes, limitando así su supervivencia.
MacMillan y Kofoed sostienen que el
antisocial se inclina -por razones genéticas- a la estrategia
(B) y lo fundamentan de esta manera. En primer lugar, citan
los trabajos de W.D. Hamilton sobre el comportamiento
altruista de las aves, el cual denomina «adaptación inclusiva»
para definir su función evolutiva. Esto incluye no sólo el
material genético individual, sino también el que cada animal
tiene con sus congéneres. Visto de esta manera, un ave puede
actuar altruísticamente sin incurrir en un error evolutivo.
Dicho de otra manera, un individuo puede tener más chance de
transmitir sus genes a la siguiente generación si corre
riesgos para salvar la vida de un semejante. Por ejemplo, si
dos hermanos comparten el 50% del material genético, salvar al
hermano salva ese 50%. La adaptación inclusiva aumenta, a
pesar de su costo, la supervivencia y esta conducta, por
consiguiente, es seleccionada. Si un ave emite graznidos de
advertencia ante un peligro, aumenta ligeramente su riesgo,
pero aumenta considerablemente la seguridad de muchos otros
con los que tiene genes en común. Las familias pueden ser
vistas como entramados de ligaduras de adaptación inclusiva
que se vuelven más débiles cuanto más se adelgazan sus lazos.
Dentro de esta trama de ligaduras de
adaptación inclusiva, hay diferencias sustanciales entre
machos y hembras en la manera como distribuyen sus energías.
Las hembras la dedican mayoritariamente a la gestación y
crianza, intentando además inducir a los machos a hacerlo,
como una extensión de su propia estrategia. La elección de las
hembras a través de rituales de seducción ha sido vista como
una forma de verificar la probabilidad de que éstas consigan
ese último objetivo de sus machos.
Estos, a su vez, tienen poca dedicación a
las crías, salvo en el momento de la concepción. Pierden poco
abandonando a las hembras y sus crías. Aunque este abandono
puede disminuir las posibilidades de supervivencia de las
crías, el macho puede equilibrar esto dedicando su energía a
reproducirse más aún con otras hembras. Esta falta de
adherencia a las crías después de la concepción abre la puerta
a múltiples estrategias. Pueden invertir tiempo y energía en
la siguiente generación, criando a sus hijos y apoyando otras
familias extensas, a través de la adaptación inclusiva si esto
es conveniente. Sin embargo, pueden hacer lo opuesto, como se
dijo más arriba. Esta última estrategia no está disponible de
la misma manera para las hembras, y hacer pareja con machos de
este último tipo puede ser desventajoso para ellas.
Dentro de los sistemas donde los machos
pueden aparear a muchas hembras, se desarrollan jerarquías de
dominancia para controlar el acceso a las mismas. La energía
invertida en los conflictos resultantes no está disponible
para copular ni criar. En tales situaciones, los machos tienen
varias estrategias reproductivas determinadas por tres
factores:
a) Capacidad para competir en el
establecimiento de las jerarquías.
b) Capacidad para elegir a la hembra.
c) Habilidad para «estafar».
La elección de la hembra es el punto de
control en todo el sistema reproductivo. La hembra tiene la
posibilidad de evaluar a través de los rituales de cortejo las
posibilidades del macho para seguir cuidando a las crías, así
como su poder a través de su lugar en la jerarquía. Estas
condiciones pueden ser simuladas por el macho, quien adopta
aquí la actitud de «estafa».
Goodwin y Guze, al caracterizar a la
personalidad antisocial, describen «una manera seductora con
falta de culpa y remordimiento», «experiencias sexuales más
tempranas», «más probabilidad de ser promiscuo», tanto como
«matrimonios precoces… marcados por la infidelidad y el
divorcio». Esto parecería ser muy exacta descripción de las
acciones y autopresentaciones de los individuos que simulan un
status.
Si el trastorno de hecho describe un punto
de un continuo de estrategias reproductivas (continuo en el
que muchos machos exhiben estrategias combinadas), entonces
uno podría esperar encontrar un espectro gradual de
estrategias comportamentales que incluye a personas que
manifiestan formas menos severas de personalidad antisocial.
Algunos no entran en los criterios del DSM-IV, pero tienen no
obstante problemas sociales, legales o de abuso de substancias
similares.
La teoría sociobiológica predice que el
comportamiento «estafador», y por lo tanto los síntomas
sociopáticos, deberían ocurrir en el período reproductivo (por
lo tanto desvalorizando las crías nuevas y valorando las
futuras), y disminuir con la edad avanzada (cuando la
capacidad para competir es baja).
Devore demostró que, en una sociedad animal
jerárquica, los baboones savanah comienzan a menudo su carrera
reproductiva mediante cópulas tramposas, montados sobre el
lomo de los machos dominantes. Robins encontró que el 82% de
los chicos diagnosticados como antisociales desarrollaron sus
síntomas antes de cumplir los 14 años, y Yochelson y Samedow
describieron criminales en sus poblaciones como «profundamente
involucrados en actividades sexuales a una edad muy temprana».
Inversamente, a medida que aumenta la edad el interés por las
crías actuales debería incrementarse, convirtiéndose de
«estafador» en «criador». La disminución de la severidad de
los síntomas psicopáticos con la edad ha sido demostrada en el
39% de ellos (Robins). Aun en los casos en que no remite, la
frecuencia y variedad de las transgresiones legales cambian
con la edad, con una disminución de los asaltos, homicidios y
prostitución. La mayor parte de los psicópatas mayores son
arrestados por ebriedad. La edad media de esta mejoría está en
los 35 años, pero muchos mejoran después de los 46. Esta
disminución de la gravedad con la edad ha sido mal comprendida
clínicamente, explicándola como «maduración» o «temor». Los
datos empíricos son pues consistentes con la predicción de
aparición temprana y disminución con la edad.
Estas asumciones teóricas sugieren que la
personalidad antisocial debería ser un trastorno
predominantemente masculino, debido a las limitaciones
biológicas que caen sobre la mujer por el embarazo.
Estrategias sutilmente estafadoras son posibles entre mujeres,
pero los datos actuales dan diversas mayorías a los hombres.
Una conclusión adicional sería que las
mujeres deberían tener una predisposición genetica mayor que
los hombres, para que se pueda expresar en síntomas, debido a
que sus ventajas a través de la conducta «estafadora» son
menores, por el involucramiento innato mayor con las crías.
Cloninger y col. demostraron que las mujeres antisociales
tienen más parientes con el mismo trastorno que su homólogos
masculinos. Un estudio reciente sobre la criminalidad, que
MacMillan y Kofoed suponen un epifenómeno del comportamiento
«estafador», antes descrito, en la lucha por la dominancia de
jerarquías en las sociedades altamente estructuradas separan
los factores ambientales y genéticos para tal conducta. Este
estudio encontró que la «predisposición (genética) de una
mujer debe ser mayor que la de un hombre para manifestar…
personalidad antisocial o criminalidad en la adultez». Y
además, los «antecedentes congénitos de criminalidad leve son
cualitativamente los mismos independientemente del sexo», pero
«la mujer criminal tiene más padres biológicos con
criminalidad menor que sus contrapartidas masculinas». Parece
que verdaderamente las mujeres requieren mayor carga genética
para poder manifestar los síntomas de este trastorno.
Si la personalidad antisocial es la
manifestación de una estrategia reproductiva «estafadora», los
individuos con este trastorno deberían tener menos relaciones
heterosexuales permanentes y una mayor tendencia a la
promiscuidad que los controles y otros pacientes
psiquiátricos. Los estudios muestran que las personas con
personalidad antisocial tienen un 56% de promiscuidad contra
el 27% que no la tienen, y el 12% de los controles. Más
probablemente se divorcian (78,5 contra el 49% y 20% de los
controles), han sido poco confiables y financieramente
irresponsables, y han vivido con una pareja por períodos más
breves que otros pacientes o los controles, lo que apoya estas
predicciones.
Se esperaría que los individuos con
personalidad antisocial tuviesen un nivel de adaptación
reproductiva comparable a los controles si la predisposición a
este trastorno estuviese en equilibrio genético en la
población. Debido a que este trastorno representa el extremo
de un continuo de estrategias reproductivas y debido a que el
control genético de la conducta es impreciso, uno podría
predecir que dentro de las muestras de antisociales se podría
encontrar un espectro entre un «estafador extremo» con pocos
ejemplares, y muchos individuos con formas leves o sutiles de
«estafa». Las mediciones de éxito reproductivo son
complicadas. Deberían incluir no sólo la cantidad de crías
sino también mediciones de la capacidad de adaptación de la
cría. De éstas, las que no producen nuevos descendientes,
contribuyen poco a la adaptación inclusiva. La falta del
cuidado parental puede tanto disminuir el número de crías
sobrevivientes o disminuir su adaptación debido a la falta de
cuidados en su desarrollo. El equilibrio de estos factores se
ilustra en la fig. 1. Este gráfico muestra la interacción de
la cantidad y adaptación a la crianza, que conduce a una red
de éxito reproductivo, y predice un continuo de comportamiento
antisocial que va desde «estafadores» exitosos sutiles con
muchas crías a estafadores obviamente fracasados con pocos
hijos. Los datos empíricos sobre el éxito reproductivo de los
antisociales son escasos. Sin embargo, los datos disponibles
apoyan este modelo. Robins encontró que el 34% de los varones
seriamente antisociales eran personas que no criaban hijos,
cuando se los comparaba con el 21 por ciento de los controles.
Inversamente, un 21% tenían más de cuatro hijos cuando se los
comparaba con el 12% de los controles. Muchos hijos de
antisociales pueden estar no informados debido a que su
acentuada promiscuidad puede conducirlos a tener hijos no
conocidos por el padre. Estos datos apoyan la predicción de
que puede haber una gran cantidad de hijos producidos por
padres antisociales.
Estas hipótesis sugieren también algunas
predicciones en relación con el status socioeconómico de los
antisociales. Un componente básico de las estrategias
«estafadoras» es no competir en la jerarquía de dominancia
social; por esto parece haber más antisociales en las clases
bajas.
M. Stone aporta a este tema controversial(16)
sus comentarios sobre el modelo de Dawkins de la «batalla de
los sexos», fundada en el interjuego entre estrategias
cooperativas y competitivas que se dan, ya desde Freud, en dos
campos fundamentales: el trabajo y el amor. Dawkins, quien
parte desde un punto de vista etológico neo-darwiniano, tiene
muchos puntos de contacto con los sociobiólogos mencionados
más arriba. El principal de ellos es la lucha de los genes
para poder replicarse. La lucha está planteada entre el
altruismo y el egoísmo, y el ser humano lucharía para
encontrar un equilibrio entre ambas fuerzas. En un extremo
egoísta del continuo, se encontraría los narcisistas y los
antisociales.
Habría estrategias diferenciadas entre
hombres y mujeres para asegurarse la continuidad de sus genes
(«programas comportamentales inconscientes»). En los humanos,
como en muchos animales, las hembras no sólo deben gastar más
tiempo y energía en la crianza de sus hijos, sino que además,
sólo tienen unas 350 oportunidades de embarazarse a lo largo
de su vida fértil. El hombre, en cambio, puede disponer de más
tiempo y energía y embarazar a muchos miles de mujeres.
Debido a estas circunstancias, se ha
apuntado -basándose en la teoría de los juegos- que la mujer
se inclina hacia una estrategia «tímida y reservada» (coy),
que implica un largo cortejo antes de permitir el sexo. El
hombre que se implica en este juego tiene mejores
posibilidades de permanecer al lado de la hembra y cuidar las
crías: ha adoptado una estrategia de «constancia y fidelidad»
(faithful). En la vida real, la curva de Gauss muestra que hay
un cierto número de hombres que pierden la paciencia ante la
estrategia «coy» y abandonan el cortejo.
Si sólo hubiese mujeres «coy», los hombres
«galanteadores» (philanderers) tendrían que, o aprender a
tenerpaciencia, o quedarse sin mujer y por consiguiente, sin
posibilidades de reproducción. Algunas mujeres, sin embargo,
tienen una estrategia «ligera» (fast), y no ofrecen tanta
resistencia. Esto les permite a los hombres, cualquiera sea su
estrategia, facilitar que los genes «fast» pasen a la
siguiente generación. Dada la facilidad de las «fast» para
acomodarse a los «philanderers» hay que suponer que sus genes
se encontrarían más ampliamente distribuidos que los
provenientes de las otras dos estrategias (coy y faithful).
Pero bajo estas circunstancias, un gran
número de mujeres «fast» se verían abandonadas por sus parejas
«philanderers», cargadas de hijos a criar. En tal panorama, un
compañero «faithful» sería muy deseable, a fin de compartir
las cargas de la crianza, y sus genes vendrán a reemplazar a
los «philanderers»; la estrategia coy parecería más aceptable
que la fast y el equilibrio se restablece.
Si el problema fuera sólo éste, podríamos
esperar ver oscilaciones salvajes dentro de una sociedad dada,
por ejemplo, desde el predominio en una generación de
estrategias coy/faithfulness, con el de fast/philanderes en la
siguiente. Lo que se encuentra en realidad es un equilibrio,
un «estado evolutivo estable», en el que todas las estrategias
están presentes, pero en un eqilibrio númerico que hace que
las cosas no cambien demasiado entre generaciones. Dawkins
afirma que desde el punto de vista económico, la estrategias
coy cubrirían 5/6 de las mujeres y las faithful 5/8 de los
hombres.
Las proporciones específicas en una
sociedad dada dependen de muchos factores, inclusive
climáticos. En sociedades cálidas, donde la comida abunda
haciendo menos necesario el cuidado de las crías, hay una
proporción menor de estrategias «faithful». En climas más
fríos, con comida escasa, los cuidados parentales pueden ser
más necesarios, por lo que la supervivencia necesitaría de un
mayor número de hombres con esta estrategia. Habría una
especie de «feedback» evolutivamente condicionado.
Desde el punto de vista de Dawkins hay
implicaciones para la personalidad, así como en los de
MacMillan y Kofoe. Desde la óptica cultural, las estrategias
coy/faithful son mejor vistas que las fast/philanderes.
Dawkins coincide con los autores mencionados anteriormente, en
el sentido de que debe haber mayor proporción de antisociales
en la estrategias «philanderers» (estafadores). Puede haber
una correlación, tal vez débil, entre las personalidades
borderlines y las estrategias «fast», aunque sea porque muchas
borderlines han recibido estimulación sexual temprana vía
abuso e incesto, conduciéndolas a un estilo «fast» en su vida
adulta.
La búsqueda de sensaciones -como se
advierte en los integrantes del Cluster «B» y en las personas
hipomaníacas- se podría asociar con las estrategias fast/philanderers;
mientras que los integrantes del cluster «C» podrían
vincularse con los estilos coy/faithful.
Resulta claro que el concepto de
«estafadores» es asimilable al de fast/philanderers, en las
dos conceptualizaciones analizadas.
Lista de abreviaturas utilizadas
MAO: Monoaminooxidasa
SNC: Sistema Nervioso Central
TPA: Trastorno de personalidad antisocial
EEG: electroencáfalograma
IMAOs: Inhibidores de la Monoaminooxidasa
NA: Noradrenalina
DA: Dopamina
CA: Catecolaminas
NT: Neurotransmisores
DBH: Dopamina-b-hidroxilasa
ST: Serotonina
5-HIAA: Acído 5-Hidroxi-indol-acético
LC: Locus coeruleus
Dimensión E: Extraversión
Dimensión P: Psicoticismo
ARNm: Acido ribosonucleico mensajero
LCR: Líquido céfalorraquideo
BDZ: Benzodiacepinas
HVA: Ácido homovanílico
TSG: Test de sobrecarga de glucosa
NIMH: National Institute of Mental Health
(USA)
MOPHEG:3-4-Metoxi-fenil-etil-glicol
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Notas al pie:
1 Conferencia presentada en el
Simposio Regional de la WPA organizada por la AAP el 22 de
octubre de 1999. Mesa Redonda: «Personalidades psicopáticas:
tres enfoques»
2 Jefe del Servicio de Psiquiatría del
Hospital Municipal de Bahía Blanca. Magister en
Psiconeuroinmunoendocrinología (Fundación Favaloro). Profesor
Adjunto de la Maestría de Neuropsicofarmacología (Fundación
Barceló). Profesor de «Psicología de la Personalidad» en el
Instituto Juan XXIII, de Bahía Blanca. Director de la
Comunidad Terapéutica «Nuestra Señora de la Esperanza»
perteneciente al Arzobispado de Bahía Blanca.