Cartas comentadas
Ramiro, el abusador
Esto empieza hace meses,
pero de manera extrema, hace cuatro. Mi hijo es minusválido
mental y va a un colegio especial, con compañeros que son
como él.
La aparición de Ramiro
fue paulatina: mi hijo lo nombraba sin cesar y lo definía
como un miembro más de la recién formada pandilla, unos
compañeros y compañeras del colegio en donde está ahora. Di
por seguro, equivocada, que también tendría algún tipo de
problema, como el que tiene mi hijo y sus compañeros. Así,
de momento, mi curiosidad no pasó de ahí. Pero pasa el
tiempo, y el niño empieza a cambiar la conducta, se vuelve
bravucón, mal hablado, respondón, amenazador y, aunque las
alertas nos saltan, achacamos el cambio a la edad. Y sigue
pasando el tiempo, meses, donde ya el niño, no para en la
casa. Empiezan las peleas porque quiere salir de noche, y
los reproches y los insultos se hacen cada vez más pesados y
entonces si, me alarmo.
Un día, de pronto, Ramiro
aparece a almorzar. No hay aviso, ni la más mínima turbación
en el aparente personajillo. Hace caso omiso a la
incorrección de presentarse a comer sin avisar y con un
trato dulce y exquisito, habla sin cesar sobre sus padres y
el viaje de aniversario que están realizando. Achaca su
visita a la falta de lugar donde almorzar. Tan meloso es su
trato que eso me alarma más aún. Su mirada directa sin
papardeo, su fingida inocencia y su posición dominante
respecto a mi hijo, me hablan del poder que tiene sobre él.
Me dicen a dúo que van a ir a casa de otra amiga, que yo
sabía, porque conozco mucho a la madre, no quiere a niños en
su casa: mienten a dúo. Ante la insistencia y la negación
por parte de los dos de lo que les decía, me dispongo a
llamarla por teléfono. Mi hijo, se turba y confiesa que
están mintiendo. Me enfurezco y empieza una campaña campal
entre los dos. Ramiro se refugia en el dormitorio con
la Play, y en la distancia oigo como le va dando las ordenes
precisas para convencerme: di esto, di lo otro
y poco a
poco voy echando por tierra todas las razones y acabo
castigando a mi hijo mientras le ordeno al otro salir de mi
casa. Pero cual es mi asombro ante su última petición:
quiere dinero para comer algo, tiene hambre. Por no poner
peor las cosas, le doy diez euros.
El siguiente paso es recavar
información, por saber exactamente con qué nos enfrentamos.
Y empiezan a salir. Es antiguo compañero del colegio
anterior, pero no terminó, salió antes. Mi hijo nunca tuvo
contacto con él. Ahora no hace nada, está en un instituto
pero se niega a ir. No vive con los padres y aunque se lleva
bien con el progenitor, no se habla con su madre. El motivo
para vivir con una tía viuda, son los supuestos estudios,
los padres están de obras en el piso y momentáneamente viven
en un pueblo cerquisima de la ciudad.
La permanencia de mi hijo en
la casa, es un infierno, se pasa el tiempo furioso,
violento, nos amenaza por cualquier cosa, niega mi autoridad
y la de su padre y comienzan los problemas con las novias,
porque son a pares. Ramiro desequilibra la ya difícil mente
de mi hijo. Nada de lo que su hermana o yo digamos tiene
valor si no pasa por el juicio del personajillo que da el
visto bueno a las acciones a tomar. Los mensajes
subliminales salen sin que pueda evitarlo: vosotros no me
queréis, me tratáis como un subnormal, queréis tenerme
encerrado en la casa, yo tengo mi dignidad, no me la podéis
quitar. Ramiro confía en mí, con todos los amigos que
tiene, siempre se acuerda de mí, me respeta y me lleva a
todas partes
El lavado de cerebro es cada día más
alarmante, tengo la sensación de que se ha metido en una
secta con nombre propio. La comunicación se va haciendo
imposible. Se niega a venir al pueblo, no se relaciona con
los antiguos amigos, para los que tiene comentarios
despectivos y cuando ya veo que de verdad, se está volviendo
loco, me decido a ir al colegio y contar lo que está
pasando. Cuando se lo digo, monta en cólera y me acusa de
ser malísima, de querer meterlo en problemas, de lo que
pueda pasar en la pandilla si me pongo en contra de
Ramiro.
La directora me recibe sin
hora y me escucha horrorizada. Poco a poco, me va contando
quienes forman la pandilla, todos sin excepción, tiene algún
tipo de minusvalía. La pregunta es pues ¿Qué hace una
persona normal entre catorce problemas? Decidimos, hablar
con los demás padres y advertirles del peligro. Ramiro,
va de novio con una de ellas.
Hablo con mi ex marido para
explicarle la situación, aparentemente se queda de piedra,
decidimos turnarnos para acompañar al niño e impedir que el
otro se acerque a él. Aunque parezca increíble, la oposición
de mi hijo se relaja, diría que hasta se alegra de no tener
que verlo, pero dura poco el apaño. Ramiro, no está
dispuesto a perder a su mejor admirador, llama y busca las
vueltas hasta que consigue volver, contando con la debilidad
de mi ex. No quiere hacerse cargo de ese problema. Le abre
las puertas de su casa a Ramiro. Pasa en una semana a
posturas totalmente opuestas, toda la supuesta preocupación
por su hijo, se transforma en mis pensamientos
desquiciados: según mi ex, no hay tal peligro.
Mientras tanto, la directora
del colegio que no piensa igual, menos mal, ha llamado a
casi todos los padres y tiene palabras duras con alguno de
ellos. Indagando, averiguamos que se acuesta con la chica
disminuida, que ha sido pillado en situación no correcta con
alguna otra y que incluso lo han tenido que echar del
colegio porque se metía dentro y a la hora del recreo se iba
con las niñas y no volvían a clase.
Acompaño a mi hijo a una de
sus citas con Ramiro. Espero paciente a que mi hijo le diga
el problema de amores que tiene y escucho atentamente su
sublime solución. Por supuesto es descabellada.
Ramiro es de físico vulgar,
gordito, alto y de ojos grandes en un rostro no agraciado.
Pero su trato es dulce, exquisito y aparentemente sereno.
Hablo con él. Me escucha con mucha atención, su mirada es
directa, en ningún momento la baja o la esconde, su media
sonrisa no desaparece.
Me doy cuenta de que la
batalla oral está perdida, que de su boca no saldrá ni una
palabra que lo inculpe ni será posible oírle decir nada
incorrecto. No obstante, le explico el peligro que está
haciendo correr a los demás que no pueden llevar su ritmo.
Le aclaro que la novia tiene problemas. Y es aquí, donde su
anormalidad se hace evidente. Con la inocencia pintada en el
rostro, me pregunta: ¿problemas de qué? Respondo a su
pregunta con la mía: Ramiro, ¿no será que los
problemas los tienes tú? No quiero que vayas con mi hijo.
Ahí corte y me fui, dejándolos solos. A la vuelta, mi hijo
me contó que se había vuelto loco y había dicho toda clase
de insultos contra mí.
Pasa el tiempo y
aparentemente, todo ha acabado. Bajo la guardia hasta que el
extraño comportamiento de mi hijo perdiendo sin cesar el
dinero y la tarjeta del autobús, me hace dudar, nunca había
pasado algo así. Es mi hija quien da la voz de alarma: mamá,
este niño está mintiendo, no va donde dice. Me enfado, no
quiero creer que miente, pero lo compruebo y lleva razón,
hace días que lo hace y cada vez mejor.
Cuando llega, lo interrogo y
poco a poco va saliendo la verdad. Es incapaz de comprender
que el dinero y las tarjetas de autobús, se las están
quitando, que no lo pierde, pero no insisto en este tema, lo
único que realmente me importa es que no vuelva con el otro.
En un careo lleno de amenazas e insultos, mi hijo me reta a
llamar a casa de la tía donde vive Ramiro. Lo hago.
Comienzo a contarle a esta señora, que no se cómo es, quien
es su sobrino. La mujer no daba crédito. Ha conocido a mi
hijo, pero desconoce lo de la novia. Viendo que el tema es
serio, me pide por favor que hable con su hermana, la madre
del niño, que espere un segundo que va a avisarla. A la
madre, la voz no le salía del cuerpo. Intenté ser suave pero
contundente. En medio de la charla, llegó Ramiro, la
madre me pidió permiso para que pudiera ponerse en el otro
teléfono y oír lo que yo decía. Accedí, me convenía que ella
oyera lo que le iba a volver a repetir y que ya le había
dicho. A tal punto llegó que le dije: Ramiro, por
mucho que tu quieras correr con 19 años, yo con casi 50, ya
te he pillado. Por abreviar, delante de la madre, le volví a
decir: no te quiero con mi hijo, la ciudad es grande, mira
hacía otro lado.
Después de esto, su padre,
mi ex, lo dejó volver a verlo. Ese día, le volvieron a
quitar el dinero y la tarjeta del autobús. Por el momento,
no se qué pasará, espero que Ramiro se aburra.
Entre medias, sabemos que
otra de las niñas disminuidas, se ha acostado con Ramiro
y creía que estaba embarazada. Que la madre de otra se lo
encontró acostado en su casa con la novia, que en la de otra
se corrió una juerga
un horror, una bomba en medio de
mentes que no le pueden ofrecer resistencia.
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