SEMIOLOGÍA PSIQUIÁTRICA Y PSICOPATÍA

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 La
niña de Coronel Dorrego

El
zarpazo de la bestia

Hugo Marietan, 22 de junio 2008

 

 

«El zarpazo de la
bestia», dibujo de Patricia Breccia, julio de 2008

 

La vio sobre la
bicicleta y se le secó la garganta; el corazón se le
aceleró, comenzó a bufar, y ese torbellino en el estómago…
Ideo un plan rápido, mientras se relamía mirando esa
figurita grácil e incomparable sobre la bicicleta. Miró
por el espejo retrovisor, nadie… Miró a los espejos
laterales: nadie… Adelante: nada más que ella y su
bicicleta. Y no lo pensó más, y apretó el acelerador del
Renault 12 hasta que la trompa naranja diera contra la
goma trasera de la bicicleta. La nena cayó. Ya era suya,
ya era suya. Controló un poco la enorme tensión placentera
del depredador y bajó. Luego hizo lo de siempre, la
actuación de intentar ayudarla a levantarse, a preguntarle
si se había golpeado, que mejor la llevaba al hospital. Él
sabía cómo hablarles, qué decirles para doblegar su
voluntad. La ayudó a subir al auto. Cuando cerró la
puerta, una mezcla de alegría y alerta se le mezclaron en
su cabeza. Miró para todos lados. No quería que nadie le
sacara su presa. Tenía que hacer lo que tenía que hacer.

Después fue todo
excitación: apartarse de la ruta, golpearla cuando la nena
preguntó a dónde iban, y llegar al lugar que imaginó. Y
golpearla otra vez para someterla, para probar aquel fruto
inalcanzable y prohibido.

Ya saciado, el
corazón volvió a su ritmo, el torbellino en el estómago
desapareció, la tensión se relajó. Un cielo azul y enorme
lo miraba.

La nena estaba
muerta.

No quería volver
a la cárcel, no quería pasar por lo mismo como años atrás.
Había tomado sus precauciones: se afeitó los pendejos para
no dejar pelos que lo señalaran, nadie lo había visto, el
lugar era solitario. Así que sólo quedaba borrar las
huellas de su piel, de su semen. Sacó la manguera, abrió
el tanque de nafta y aspiró, roció con combustible a la
nena muerta. Prendió el motor del R 12, giró hacia el
camino. Volvió sobre sus pasos y la miró. Era hermosa. Y
fue suya, siempre sería suya, ya estaba en cada pedazo de
su cuerpo, en sus sueños. La miró otra vez. Y le acercó el
fuego.

Mientras el
fuego ocultaba a la nena corrió a su auto y aceleró.

 

Llegó a su casa
y se puso a lavar toda la ropa, a borrar huellas, a
ducharse. Estaba calmo, tranquilo, con esa paz especial
que sentía cuando aquella necesidad que lo atormentaba era
satisfecha. ¡Cuántos días y noches imaginándolo! Aquella
hambre de su alma era tan especial que no le bastaban los
sustitutos, ni la mujer que tenía en casa que en las
noches no era esa mujer, sino una niña en la que el
volcaba su semen, hasta que prendía la luz y la niña había
desaparecido para ser aquella mujer insípida de nuevo: y
la sed volvía otra vez. Tampoco pajearse servía de mucho,
por más esfuerzo que hiciera recordando otras nenas que
había pasado por él. Como aquella a la que le acercó el
R12 y le ofreció un juguete, y la nena subió (él sabía qué
decirles), y cuando la empezó a acariciar, la nena se
asustó y pudo zafar y correr. O la otra, del 2001, por la
que lo agarraron y lo metieron preso por tres años. Y las
otras, las que no dijeron nada… Ahora, satisfecho, que
pasara lo que pasara, ya estaba jugado… a descansar.

 

 

El sargento
Gérez recorría la ruta de los campos con un semibostezo
jugando en su boca cuando recibió el llamado que lo
despejó: que urgente se trasladara a la ruta 72, que
habían recibido un llamado al 911 de un camionero que
había encontrado a una niña herida. Gérez aceleró la
patrulla y enfiló hacia el lugar, a 20 kilómetros del
centro de Dorrego. Vio las luces intermitentes del camión
y paró, vio la figura del camionero agachado casi sobre el
suelo, vio a la niña en el suelo. Estaba quemada de la
cintura para abajo, la ropa hecha girones, mucha sangre.
“Un incendio”, pensó, “un incendio en los pajonales, y
esta nena logró salir del fuego”. Pensó. Pensó como
pensaría un hombre como él, fogueado en su oficio, que
pasó ya por varias experiencias fuleras, pero nunca… La
cargaron a la patrulla.

En el viaje la
nena lloraba, pero estaba lúcida, y le contó. Gérez no
podía creer lo que escuchaba. Que un hombre alto, de ojos
claros la había atropellado mientras iba con su bicicleta
al club Independiente a jugar al básquet. Que la había
subido a un auto anaranjado y que la había llevado muy
lejos. Gérez se atrevió a mirarla de nuevo: la nena tenía
un moretón en la cara y pedazos de cinta de embalar
seguían pegados a los cabellos: “Un hombre me ató las
manos y la boca y me golpeó muy fuerte”, dijo la nena. Que
se despertó y se arrastró ochocientos metros para llegar
al borde de la ruta. Gérez comenzó a armar la historia en
su cabeza y un temblor fino le fue ganando el cuerpo, y
los dientes se le apretaban cada vez más, y lo ojos se le
iban nublando y más cuando llegaron y la subieron a la
ambulancia y vio como: “La pielcita se le desgarraba y
quedaba adherida a la camilla”. Y no aguantó más y todos
sus años se le enroscaron en el pecho y  lloró como lloran
los niños. Mientras la ambulancia se alejaba, a Gérez le
fue invadiendo una furia nueva: “Tenía ganar de salir
corriendo a encontrar al que había hecho eso. Quería salir
a buscar a la bestia por cualquier lado y capturarlo yo
solo”, y la mano, involuntariamente, se crispaba sobre la
.9 mm. Pero no, sabía que aquí las cosas no son así, que
los abogados, que los jueces, que la libertad condicional…

 

 

Mauro Emilio
Schechtel, por las dudas, se había ido a la casa de la
hermana, en un pueblo que se llama, irónicamente, “El
perdido”. Y en la madrugada, a las 3.45, uno de los grupos
policías, lo localizó. Schechtel hizo un amago de escapar.
Inútil. Era demasiado lo que había hecho como para que le
dejaran alguna posibilidad. Ya en la patrulla les dijo que
cuando la violó, la nena se desmayó y él se asustó; por
eso la quemó. Qué les iba a decir, si ellos no entenderían
nada. A cargo del operativo, el Capitán Rincón ya había
sumado varios indicios: una maestra vio a la nena subir al
R12 naranja, a eso de las cinco de la tarde; en el R12
había una manguera con restos de combustible; un jean y
una zapatilla con restos de sangre; pelos en una gruesa
llave de acero Stilsson, que tal vez usó para golpearla en
la cabeza; y ropa mojada, recién lavada. Rincón también
recogió los antecedentes: un intento de violación de una
nena en Coronel Suarez, en el 2001, y alguien recordó que
Schechtel también había intentado someter a una nena de
Monte Hermoso, zona de Bahía Blanca. Rincón lamentó que
Schechtel no estuviese registrado en la nómina de los
violadores reincidentes.

 

 

Registrado
hubiese sido más fácil identificarlo y capturarlo. Es más,
tal vez esta violación no hubiese ocurrido, porque lo
tendrían bajo vigilancia, y varias autoridades de la
comunidad también lo hubiesen vigilado. Con Schechtel en
el registro, por ejemplo, la maestra que vio que la nena
subía al R12 naranja, hubiese hecho la denuncia de
inmediato, y se hubiera podido evitar que destrozaran a
una nena de 10 años. Pero el Capitán Rincón aventó todas
estas posibilidades: no había en Argentina ningún registro
de violadores reincidentes. Recordaba que el proyecto de
ley se había presentado, pero fue rechazado por el tema de
los derechos humanos: no querían crearle un estigma social
al violador. Ahora, el estigma social que queda en esta
nena de 10 años (si Dios quiere que sobreviva) y de todas
las otras niñas violadas, eso corresponde a una categoría
de derechos humanos no contemplados por los señores
legisladores.

 

 

Análisis de
este caso
:

La forma en que
fue ejecutada esta acción, por sí misma, ya tipifica de
psicópata al ejecutor. La cosificación de la niña es neta:
se la usó para satisfacer su necesidad especial, y luego
se la desecha, y, para evitar, las pruebas, trata de
borrarlas a través del fuego.

El necesita
violar una nena y busca una, la sale a cazar; así de
sencillo. Su psiquis le permite una ampliación de libertad
interior, en donde fallan los diques inhibitorios  “de
esto no se debe”. Para el psicópata todo es posible con
tal de satisfacer sus necesidades especiales. Sólo debe
tomar las precauciones mínimas para no ser visto o para
zafar de las consecuencias. Sus códigos propios le evitan
la culpa.

Es plenamente
conciente de lo que está haciendo: entiende la naturaleza
del hecho y pude dirigir, astutamente, sus acciones. Es
plenamente conciente del daño que inflige a su víctima.
Sabe que lo que hace está mal. Que si lo agarran, será
encarcelado (como ya lo fue en un caso parecido).

Tampoco se puede
alegar el concepto de impulso irresistible o de compulsión
(es decir lucha interior entre hacerlo y no hacerlo). Esta
acción fue bien planificado y llevada a cabo tomando los
recaudos necesarios para evitar el reproche social (se
alejó de la ruta, intentó quemar a la nena para borrar las
huella, lavó su ropa, se escondió en la casa de la
hermana…).

Usó actuación y
seducción con la nena al presentarse como el que la
ayudaría a ir al hospital. No presentó una postura bestial
frente a ella, lo que la asustaría y hubiese luchado para
no subir al auto. No. Usó la seducción, actúo de bueno,
para que su presa no sospechara sus verdaderas
intenciones. Mintió con profesionalidad, como miente un
psicópata.

El rasgo de la
repetición está plenamente probado: Hay dos intentos
previos, uno de ellos lo llevó a la cárcel por tres años.
Y, seguramente, debe haber otros casos no denunciados.

El tiene una
modalidad, un perfil, caza niñas de determinada edad,
deben tener, además, otras características externas que
saldrán a la luz con el expediente judicial. Usa una
triquiñuela para atraerlas: un juguete, ahora un
pseudoaccidente…

El depredador
deambulaba con el viejo Renault 12 naranja buscando su
presa.

 

¿Es un enfermo?

No, no es un
enfermo mental ni físico. Es una forma de ser en el mundo.
Anormal, es cierto, pero no enferma. Al considerarlo
enfermo, se amortigua la verdadera concepción de estas
personalidades. Y descarga la piedad social de ciertos
profesionales intoxicados de abstracciones que suelen
indicar terapias “para tratar esta enfermedad”.

No es una
enfermedad. El psicópata sabe lo que hace y por qué lo
hace. Conoce la ley, distingue entre el bien y el mal, es
plenamente conciente de sus actos en el momento de
accionar psicopáticamente sobre su víctima. Asume el
riesgo de la posibilidad de ser castigado porque apuesta a
que no lo agarrarán, que podrá hacer y zafar de las
consecuencias.

El psicópata
cosifica. Esto es, le quita la jerarquía de persona al
otro. Para él, el otro es una cosa. Algo para usar y
tirar. Algo descartable. ¿Necesito una nena para
satisfacer mi necesidad sexual? Pues bien, salgo a cazar
una, lo hago y luego la mato y la quemo.

La empatía, la
capacidad de colocarse en lugar del otro, es cero en el
psicópata. No le interesa en lo más mínimo qué puede estar
sintiendo su víctima, qué secuelas le pueden quedar de
resultas de su acción. Desde el momento es capaz de
matarla, y luego quemarla, queda claro que la empatía de
Schechtel es cero.

 

¿Puede Schechtel
repetir la acción psicopática si queda libre?

Sí. Volverá a
hacer lo mismo. Ya ha estado preso, y repitió.

 

¿Hay alguna
manera o terapéutica que evite que Schechtel repita las
violaciones?

No hay medios
lícitos en Argentina que consigan esto. En otros lugares
se ha probado con la castración física. En otros se
intenta con medicación, pero esto es aleatorio: ¿quién se
asegura que la tomará? Y si toma la medicación: ¿quién
asegura que dará resultado en el cien por ciento de los
casos?

 

¿Schechtel puede
aprender de la experiencia (cárcel, castigos), y no violar
más?

Ni premios ni
castigos modifican este tipo de personalidad, ya está
probado esto a lo largo de la historia del tema de
psicopatía. Si hay algo que aprenden estos seres con la
experiencia es a perfeccionarse y ejecutar el acto
psicopático cada vez de mejor manera y cuidando más
detalles que lo incriminen.  Por ejemplo, Schechtel,
aprendió a rasurarse el bello pubiano para evitar dejarlo
como muestra en el lugar de la violación, aprendió a
lavarse la ropa para borrar las huellas, aprendió que si
quema al cadáver las huellas se borran. Sí, estos
psicópatas aprenden con la experiencia.

 

¿Es necesario un
registro de violadores reincidentes?

La sociedad
tiene pocas defensas contra los psicópatas. Y todo lo que
se puede hace para prevenir es bienvenido. El registro
sería de mucha utilidad para ejercer una vigilancia
permanente sobre el violador reincidente, y en libertad
luego de cumplir su condena, a fin disminuir
los casos de reincidencia. Pero debe ser un registro
amplio, esta información debe estar disponible a través de
Internet, por ejemplo, para que toda la población esté
enterada de quien es un violador reincidente. Toda la
población debe tener esta herramienta preventiva para
salvaguardar a sus hijos.

 

¿Pero un
registro así, público, no vulnerará los derechos humanos
del violador una vez que cumplió su condena? ¿No le creará
un estigma que le impida su reinserción a la sociedad?

El hecho,
comprobado en toda la literatura mundial sobre este tema,
de la reincidencia de los violadores, habilita el recurso
del Registro.

El daño físico
de la persona violada es intenso (incluso puede llegar a
la muerte), y ya quedan secuelas sobre esto. Pero, más
traumático que el daño físico, es el daño psicológico que se realiza
sobre la persona violada. De esto ninguna persona se
recupera. Puede, con una terapia adecuada, lograr convivir
con el trauma. Pero jamás se desligará de él. Una
violación, arruina para siempre a una persona. Es decir,
el derecho humano de esta persona ha sido vulnerado para
siempre. Siempre le quedará el estigma, no sólo privado,
sino también público si se da a conocer la violación.

Por otra parte,
cuando una persona violada hace la denuncia, debe pasar
por una serie de análisis y exámenes que constituyen en
sí, vejaciones y humillaciones, que también deja su trauma
psicológico. Además, en otros casos, sobre todo de
adultos, siempre ronda la duda en las autoridades, si la
violación no fue respuesta a una provocación de la
víctima.

Por todo lo
antedicho, queda claro que Schechtel es un psicópata, que
obró en con plena conciencia de lo que hacía, que trató de
zafar del reproche social, que no le interesó en absoluto
los derechos y consecuencias sobre la niña de 10 años, que
intentó matarla y que, de quedar libre, en algún momento,
repetirá el hecho.

 

Fuentes
consultadas
: Diario Clarín, Diario La Nación, Diario
Página 12, Diario Perfil, Diario Infobae, Diario Crónica
Digital

 

Nota: Necesitamos que todos
aporten sus ideas  para lograr que el Congreso
acepte el proyecto de Registro de violadores reincidentes

 


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Noticia: 6 de julio de 2008


Otra operación para la nena
abusada

La nena de 10 años que se encuentra internada en el
Hospital Garrahan desde el 19 de junio, luego de ser
violada y quemada por un hombre que fue detenido, fue
operada nuevamente, le quitaron el respirador artificial y
«ya tomó un yogur y probó pizza», informó ayer por la
mañana Eduardo Olsen, un tío de la pequeña.

Olsen, en declaraciones a la prensa dijo que «gracias a
Dios» su sobrina se «mejora lentamente y ya come algunas
cosas, ya probó pizza y tomó yogur».

«A pesar que todavía permanece en terapia intensiva,
continuó, el papá nos contó que su hija mejora y que fue
intervenida quirúrgicamente, le implantaron piel y le
hacen las curaciones necesaria. Por suerte está estable y
con sus padre pegados a ella», continuó el familiar.

Olsen también agregó que anteanoche se realizó otra
reunión en el Teatro Municipal de Coronel Dorrego donde
participaron legisladores provinciales y municipales a la
acudieron también integrantes de la AVIVI y Madres del
Dolor con quienes se trabajaron temas vinculados al
impulso de la ley de registro de violadores, que están
reclamando a nivel provincial y nacional.

«Quiero agradecer por la excelencia y calidad humana de
los médicos del Garrahan, a los que hacen cadenas de reiki,
a los que rezan por ella o simplemente piensan en su
recuperación y en las inmensas ganas de vivir que tiene»,
remarcó Olsen.


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Sobre el autor

Hugo Marietan

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Hugo Marietan

Nacido en Buenos Aires, en 1951

Médico, Facultad de Medicina, Universidad de Bueno Aires, 1981, MN 62757

Médico Psiquiatra, Facultad de Medicina, Universidad de Buenos Aires, 1986

Formación Docente: Egresado del Curso de Formación Docente Pedagógica en Ciencias de la Salud y Carrera Docente de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires

Docente Adscripto a la Carrera Docente Facultad de Medicina. de la Universidad de Buenos Aires desde junio de 1991 a la fecha.

Académico Titular de la Academia Internacional de Psicología de Brasil (2002)

Para ver el curriculum completo: https://marietan.com/curriculum/

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