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Los pliegues del infanticida
El país está conmovido por la macabra secuencia de crímenes aberrantes que involucran a niños y mujeres como víctimas. Desde el caso Candela, siguiendo con el asesinato de Tomás en Lincoln, de Gastón en Miramar, de Micaela en La Plata todos reproducen el quiebre de una vieja ley del hampa que prohibía la muerte de niños. El asesino de niños es un ser despreciable hasta para los hampones fuertemente homicidas. A tal punto que a Cuello, el imputado por el crimen de Tomás, los presos querían ahorcarlo por “asesino de pibes”. Antiguamente el tabú abarcaba también a la mayoría de las mujeres, las prostitutas y las infieles no estaban incluidas en esta prohibición tácita. Eran los viejos; códigos, los delincuentes razonaban que un infanticida podía también matar a sus hijos y procedían a eliminarlo antes de que cumpliera su pena. Eso explicaba la bajísima frecuencia de muerte de niños, y lo impactante de esta serie de muertes infantiles actuales.
Por otra parte, no cualquier homicida tiene las tripas suficientes como para soportar el momento de la muerte de un chico. Algunos asesinos pueden mirar cara a cara cuando eliminan a un adulto, incluso disfrutarlo; otros, los mercenarios, pueden hacerlo con la misma implicancia emocional de un trámite bancario, es un trabajo más. Incluso estos no aceptan “contratos” que impliquen a niños. Con esto quiero decir que no cualquier psicópata está preparado para esta tarea. Es un atípico entre los atípicos. A la frialdad emocional característica de los asesinos se le debe agregar un desprecio por la especie humana en sí: el niño implica la continuidad de la especie, y un vacío de cualquier argumento que pueda justificar una muerte en la lógica del homicida. No tiene un “pasado que lo condene”, ni una presunción negativa en su historia de vida. Es un ahorcar la inocencia, como en el caso de Gastón, aplastar la candidez en Tomás o apuñalar el candor en Micaela.
Como se ve, estos crímenes van más allá de un rapto de furia, de la meditación de una venganza, del borrar las huellas por otro asesinato, del precio de una traición. Aquí estamos frente a un ser que ha sobrepasado los límites de los límites, en la zona donde danza la locura o donde la psicopatía coexiste con el horror más intenso, fuera de lo humano.
Dr. Hugo Marietan, médico psiquiatra, especialista en psicopatía.
Docente de la UBA, miembro de la Asociación Argentina de Psiquiatras. Buenos Aires, 3 de diciembre de 2011
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