Chichón
El chichón es lo primero que se muestra ante el terapeuta por lo siguiente:
- Es necesario que el terapeuta nos reafirme la decisión de cortar el circuito, nosotros queremos contar con la aseveración de un profesional sobre cada acto negativo. Esto perduraría muchas sesiones, tal vez ocasionado por una inseguridad en la decisión de salir del circuito, nosotros buscamos que el erudito no diga -“hiciste bien”. La decisión de salir por si misma no es suficiente y es necesario que nos remarque cada cosa que nos podía llegar a pasar si continuábamos en ese tormento y que haber salido fue lo mejor para nosotros. Nuestra inseguridad nos va a hacer repetir infinidad de veces casi lo mismo, hasta que nos demos cuenta solos que ya no va a ser necesario mostrar más el chichón, ya vamos a estar convecidos.
- La familia no comprende casi nada de nuestra “adicción” y muchas veces preferimos ocultar el “chichón” porque nos averguenza y por eso se lo “vomitamos” al terapeuta que cuenta con la máxima confidencialidad, y muchas veces esperamos que llegue el gran día – nuestra próxima sesión- para el despliegue. Y si lo contamos a algún familiar nos dice : -“acabala querés!, siempre contás lo mismo”.
- El goce – el cual a veces o bien no nos damos cuenta de cual es- pero sale solito después de varias sesiones, o queremos ocultarlo porque nos averguenza y recién allí cuando aflora el terapeuta nos remarca que no vale la pena el goce pasando por tanto sufrimiento. Y que el goce dura demasiado poco para tanta esclavitud. Para sintetizarlo en un ejemplo “ una espléndida relación sexual dura 20 minutos, en cambio el tormento casi toda una semana”. Entonces nos surge una autoevaluación con resultados positivos al haber salido del mar embravecido.
Sintetizando la reiteración en las manifestaciones del chichón, es para lograr contención, comprensión, aseveración de nuestra decisión de pegar el salto, y la verdad que a veces tardamos bastante en darnos cuenta..
Alarmas
En mi experiencia psicopática, se dio algo que no lograba comprender, no había una lógica que pudiera con todo eso.
La principal fue el cambio de voz.
La ps abría los ojos casi sin pestañar, era como una transformación de su cara en algo que teológicamente podríamos decir “demoníaco”.
Torcía la boca y salía una voz grave, casi hombruna, era atemorizante no bajaba la vista.
Yo luchaba para que no apareciera el “moustruo”, evitando contradecirla, le hacía obsequios y le decía que yo quería a la persona que había conocido al principio. Le tenía terror al “demonio”.
Otra cosa que me asombraba era el cambio repentino, la versatilidad de pasar del “demonio” a la persona dulce con voz linda y suave que yo conocía. Para ello había una doblegación de mi parte, pero una gran mortificación interna mía porque no podía procesar dichas incoherencias a las que yo era partícipe.
Entonces ella me invitaba con voz dulce a tener sexo, pero mi confusión era tan grande, que no podía tener erecciones, y entonces aparecía el “demonio” de nuevo y el tormento.
Yo intentaba construir un dique de contención imaginario el cual me era imposible seguir sosteniendo, no había dinero ni regalos que alcanzaran. El demonio me aterrorizaba.
Fue por ello que comencé a consumir Viagra desmedidamente para no fallar y no ser agredido por dicho demonio – por dentro pensaba, por fin pasé la prueba!!-.
En mi mente lineal, ingenua pensé yo ya no sirvo como hombre, todas cuestiones que nunca antes me las había planteado, obvio que no sabía absolutamente nada sobre psicopatías y quería tapar -en mi condición de “macho” -la relación entre la tranquilidad, dulzura y poesía que es necesaria para cualquier relación sexual con un vínculo amoroso, queriendo tapar todo con la píldora “mágica”.
Y en mi cabecita, relacionaba fallo sexual igual castigo.
Entonces cuando salí del circuito no tenía ningún deseo sexual y un terror al fallo, esquivando cualquier encuentro sexual.
Lo increíble del caso es que una parte de mi cuerpo “sin cerebro” me advertía lo dañino de la relación y mi mente lo quería tapar a toda costa.
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