El travestismo
Implicancias sexológicas, medico legales y psicosociales
Por
el Prof. Dr. Juan Carlos Romi
Profesor Titular Int.,
de la Cátedra de Psiquiaría y Salud Mental Hospital Asociado
José T Borda Facultad de Medicina UBA. Médico Forense de
la Justicia Nacional
Miembro fundador y
presidente honorario de la Asociación Argentina de Sexología
1. Introducción
En el presente trabajo se trata de
describir en forma sucinta la problemática que plantea el
travestismo como manifestación psicosexual a nivel
sexológico y sus implicancias médico legal, así como las
consideraciones sociales que surgen como consecuencia de la
actividad que se observan en estos individuos en su vida
cotidiana sobre todo a nivel prostibulario.
Para ello como primera medida se hará
una revisión de los conceptos de proceso de sexuación y de
la motivación de la conducta sexual para ubicar
sexológicamente al travestismo, su manifestación genuina o
espuria y su diagnóstico diferencial con otras
manifestaciones sexuales con las que a veces se lo confunde
sobre todo con el transexualismo y la homosexualidad.
Luego se abordará los conflictos que
genera a nivel psicosocial el análisis de los roles e
identidad de género en relación al hecho biológico del
dimorfismo sexual durante el proceso de sexuación en el
decurso del desarrollo de la personalidad de un individuo.
2. El proceso de sexuación. La
motivación de la conducta sexual
En el sistema sexual (SS) través del
área biológica del mismo se expresa el
dimorfismo sexual a nivel cerebral, genital, etc,
configurando el sexo del individuo, es decir,
lo que basicamente “se es”: macho o hembra.
Se manifiesta explícitamente a través del sexo morfológico o
genital.
A nivel social del SS se
expresa el papel sexual, es decir, el rol de género
que le asigna al individuo, de acuerdo a las pautas de la
cultura (familia, comunidad) a la que pertenece (expresión
pública). De manera que, el individuo desde el nacimiento
debe aprender a identificarse con la sexualidad que le es
asignada. Lo que “se espera que sea” es que adopte
roles masculinos o femeninos.
A nivel psicológico del SS
se expresa la identidad de género, es decir la
convicción a edad temprana (alrededor de los tres años de
edad) de que se es niño o niña. Es la internalización
psicológica (experiencia privada) de los roles de género
asignados culturalmente como expresión pública, tomando el
niño o la niña conciencia de su masculinidad o
feminidad. Los” moldeadores” ambientales
(aprendizaje-educación) normatizan las funciones que el
individuo debe “actuar” (sexualidad de asignación).
De la mayor o menor concordancia entre
el sexo morfológico o genital (area biológica)
y la sexualidad de asignación (area
psicosocial) del SS surgirá la identidad sexual
que es un sentimiento intimo y personal de pertenecer a
tal o cual sexo y la factibilidad de concordar con las
expectativas que la cultura a la que pertenece espera de él.
Si existe indefinición, (por ejemplo como ocurre con el
transexualismo), surgirá un sentimiento confuso de
ambivalencia, conflicto que deberá enfrentar y/o esclarecer
en el decurso de su guión personal (desarrollo de la
personalidad). La identidad sexual posibilita que el
individuo “se sienta” varón o mujer.
El proceso de sexuación de una
persona no depende de la edad cronológica, sino de la
posibilidad de sortear los diferentes obstáculos ambientales
que se le van presentando en el transcurso de su historia
vital.
Así se reconocen distintos
momentos en su evolución psicosexual. Se describen: una
etapa autofílica (obtener placer consigo mismo), una
etapa isofílica (identificación placentera con el mismo
sexo) y una etapa heterofílica (placer puesto en el
otro sexo).
El desarrollo de la personalidad
sexual se establece por un guión personal, es decir, la
motivación interna que acompaña históricamente al individuo
a través de la cual obtiene su orientación sexual,
que es la capacidad de “sentir atracción erótica” por
objetos sexuales. Así a nivel objetal humana se
describen una orientación autosexual, homosexual, bisexual y
heterosexual.
La conducta sexual es la
resultante de la forma de manifestarse implícita o
explícitamente el SS por parte de un individuo.
3. Conflictos en la identidad de
género
La internalización de la
masculinidad o feminidad (identidad de género) surge
como consecuencia de la interacción entre lo que el
individuo “es” como diferenciación sexual
desde el área biológica (macho o hembra) y lo que el medio
donde se halla inmerso “espera que aprenda y aprehenda” de
lo aprendible y aprehendible que le propone el medio como
roles sexuales masculinos o femeninos puestos a
disposición e impuestos por esa cultura o grupo de
pertenencia. En otras palabras, es lo que individuo
internaliza como experiencia privada de lo que tiene a su
disposición como expresión publica a nivel cultural de
acuerdo a cada grupo de pertenencia.
Dicha convicción o autoconciencia de
ser “niño o niña” se logra habitualmente alrededor de
los tres años de edad. Es decir. a partir de esa época en el
área psíquica del desarrollo de la personalidad sexual ya
pueden aparecer diferentes alternativas en la identidad de
género de acuerdo a la mayor o menor concordancia entre el
sexo morfológico y la sexualidad de asignación.
Entre las vicisituades mas frecuentes
de observar en la identidad de género se encuentran la
androginia y el trasvestismo.
La androginia es el carácter
dicotómico del género sexual (fenotipo ambiguo). Son
personas que no se ajustan a los estereotipos del rol de
género exhibiendo comportamientos psico-sociales tanto
masculinos como femeninos.
Pueden acompañarse de indiferenciación
biológica neutralizando así el dimorfismo sexual en una
configuración sexual ambigua y una apariencia unisex
producto de una indefinición en la internalización de los
roles asignados. Pueden existir factores biopsíquicos
determinantes.
El trasvestismo aparece cuando
una persona que siendo inequívocamente de un sexo siente
placer erótico en vestir con ropas del otro sexo o mostrarse
con la apariencia externa correspondiente al otro sexo
(transformista), sin intención de modificación quirúrgica de
sus genitales, hecho que marca el diagnóstico diferencial
con el transexualismo (conflicto de la identidad
sexual).
El transexualismo se configura
cuando alguien que siendo inequívocamente de un
sexo,"siente" que su identidad de genero corresponde a la
del otro sexo, como si estuviera "atrapado" en un cuerpo
que no se ajusta a sus inclinaciones libidinosas.
A este estado de insatisfacción con el
sexo biológico impuesto se lo denomina también disforia
de género.
De manera que, ante este "error de la
naturaleza" estas personas pretenden que se les cambie
quirúrgicamente la morfología de sus genitales y a partir de
dicho cambio, acceder al "otro" sexo, el mismo que en
realidad sigue teniendo ya que lo único que se realiza
quirúrgicamente es un cambio en la morfología genital
externa ya que es imposible el cambio de sexo.
4. Revisión Histórica
Solo con finalidad descriptiva
evolutiva se hace una revisión histórica de los conceptos
más controvertidos que se han utilizado a través del tiempo
en forma confusa, como por ejemplo trasvestismo,
transexualismo, homosexualismo, etc.
4.1 Visión europea y norteamericana
Los primeros registros existentes
acerca de estos términos se encuentran vinculados a los
llamados “desvios sexuales”, y pertenecen al campo del
derecho penal y de la criminología. Los desvíos sexuales
de cualquier tipo fueron considerados antisociales,
antinaturales y vinculados al delito.
La homosexualidad y dentro de ella el
trasvestismo se consideraban rasgos identificados con la
delincuencia. En todos los casos, la criminalización de los
denominados desvios sexuales tiene sus comienzos en los
últimos años del siglo XIX y principios del XX.
Así la
homosexualidad era contemplada en la Inglaterra victoriana
como una amenaza para las relaciones estables dentro de la
familia burguesa, considerada cada vez más como sostén del
statu quo social. En ese país, los actos
contranatura
eran objeto de punición y castigo. En la opinión pública la
homosexualidad era escasamente diferenciada, legal o
moralmente, de la masturbación, la cual, al inducir
sensaciones sexuales a nivel físico, abría las puertas del
debilitamiento y conducía al vicio y la enfermedad. Vicio
o pecado eran los calificativos usados en esa
Inglaterra para nombrar a la homosexualidad a mediados del
siglo XIX.
La abolición de la
pena de muerte por sodomía, realizada en 1861, no supuso una
liberalización sino un fortalecimiento de las leyes contra
la homosexualidad. Mediante una cláusula de la Criminal
Law Amendement Act
de 1885, todas las actividades
sexuales entre hombres, equiparadas ahora a la sodomía, eran
declaradas actos de “indecencia grave”, punibles con penas
de hasta dos años de trabajos forzados.
En la mayoría de
los países de Europa Occidental, entonces, la
descriminalización de las “desviaciones sexuales” vino de la
mano de los primeros sexólogos, gran parte de ellos de
origen alemán. Richard von Krafft Ebing es uno de los
primeros sexólogos que a fines del siglo XIX aboga por
ubicar el origen de las “desviaciones sexuales” como
enfermedades y llevarlas así de la prisión al consultorio
médico.
Los esfuerzos por excluir las
“inversiones sexuales” del ámbito criminal, condujeron a los
sexólogos europeos de fines del siglo XIX y principios del
XX a la elaboración de una compleja taxonomía cuya
historización permite advertir las características y
atribuciones que separaban el travestismo de la
homosexualidad y del transexualismo, todos fenómenos
englobados inicialmente bajo el título “aberraciones
sexuales”. Desde el siglo XIX los sexólogos occidentales se
preocuparon por establecer distinciones entre
homosexualidad, travestismo y transexualismo.
Magnus Hirschfeld, quien acuñó el
término travestismo a principios del siglo pasado, fue uno
de los primeros en distinguir travestismo y homosexualidad.
Autor de Sexual Anomalies (1905) y de
Transvestites. The erotic drive to cross dress (1910)
fue uno de los precursores de la “química del sexo” – la
endocrinología – y su influencia en el campo de la
sexología fue notable. Hirschfeld estaba convencido de la
relevancia de la “ciencia glandular” en el campo de la
sexología. Creía que tanto la homosexualidad como el
travestismo podían ser explicados por variaciones en las
hormonas sexuales. Estas variaciones determinaban el
hermafroditismo, la androginia, la homosexualidad y el
travestismo. Utiliza el término travestismo para describir a
aquellas personas que tienen urgencia por usar ropas del
sexo opuesto (1910). Hirschfeld peleó contra la idea de que
todos los travestistas eran homosexuales, que por entonces
era una concepción muy extendida dentro de la sexología.
Separó, así, travestismo de homosexualidad, definiendo a
esta última como una forma de actividad sexual invertida y
al travestismo como una variante intersexual que podía
darse con diferentes prácticas sexuales. Ambas eran, no
obstante, “variantes naturales” de la norma: la
heterosexualidad.
En EEUU Havelock Ellis (1913), autor de
Studies in Psychology of Sex, también estudió el
fenómeno travestista y criticó la posición de Hirschfeld,
quien, en opinión de Ellis, reducía el travestismo a un
problema de vestido, lo cual – afirmaba – era sólo uno de
sus componentes. Ellis llamo “eonismo” y la describió como
una "inversión sexo-estética” que conducía a una persona a
sentirse como persona del sexo opuesto y la diferenció de la
“inversión sexual” que significaba un impulso sexual,
orgánico e innato, hacia el mismo sexo.
La concepción de las desvios sexuales
como instintuales, sostenida por los sexólogos europeos,
atribuía a ellas un carácter congénito, más integrado al
reino de la naturaleza y biología que al de la cultura y el
medio ambiente.
De manera tal, luego de un largo
período de criminalización y de encierro en prisiones y
cárceles, los llamados desvíos sexuales fueron objeto de
estudio de las ciencias médicas y sexológicas, aún cuando la
racionalidad científica de estos primeros esfuerzos giró en
torno a la delimitación de lo normal y lo anormal o
desviado, materia de escándalo público, punición y/o
terapias médicas.
Entre los años 1870 y 1920 se encuentra
signado por la producción de gran cantidad de información
sobre varones y mujeres que se trasvisten y/o desean adoptar
el rol adscripto a aquellos del sexo opuesto. Se acuñan en
esta época términos tales como “sentimientos sexuales
contrarios” (Westphal, 1876), “metamorfosis sexualis
paranoica” (Krafft Ebing, 1890), “travestismo” (Hirschfeld,
1910), “inversión sexo-estética” y “eonismo” (Ellis, 1913).
En esta misma etapa, se impulsan
investigaciones antropológicas sobre personas que se
travisten en sociedades no occidentales (Kroeber, 1940;
Devereaux, 1935; Lewis, 1941).
Entre 1920 y 1950 los términos
travestismo y eonismo son incorporados a la literatura y se
publica material psicoanalítico. Hay un creciente desarrollo
del conocimiento endocrino y de las tecnologías de cirugía
plástica. Se dan en esta etapa los primeros intentos de
cambio morfologico del sexo.
Entre 1950 y 1965, se utiliza por
primera vez el término transexual, acuñado por Cauldwell en
1950, en su artículo Psychopathia Transexualis y
divulgado por H Benjamin poco tiempo después. Christine
Jorgensen (primer varón operado) publica sus primeros
artículos. En esta época comienzan los trabajos sobre
intersexualidad en la americana Universidad John Hopkins,
con ellos se inaugura el concepto de rol de género (Money,
Hampson y Hampson, 1955, Stoller, 1964).
Esta diferenciación se dio en el
contexto de artículos escritos por dos endocrinólogos: el
trabajo de Christian Hamburger (y colegas) después de la
cirugía de Geroge/Christine Jorgensen en 1952, y los de
Harry Benjamin, llamado “padre del transexualismo”.
Alrededor de 1954 Benjamin establece una diferencia entre
travestismo y transexualismo que parece ser de mucha
actualidad: en el travestismo los órganos sexuales son
fuente de placer; en el transexualismo son una fuente de
disgusto.
Algunos años después, en 1966, se
publica The transsexual phenomenon, adonde Benjamin
consolida su postura sobre el transexualismo y establece
tres tipos de transexual: a) "no quirúrgico", b) "verdadero
de intensidad moderada" y c) "verdadero de intensidad
alta". A diferencia del primero, más próximo al travestismo,
los transexuales verdaderos, de las otras dos categorías,
requieren la cirugía y de manera urgente. En un continuum,
cuyos extremos son, según Benjamin, la “normalidad” y el
transexualismo, el travestismo ocupa un lugar intermedio e
indeterminado entre ambos.
Un hecho significativo del trabajo de
Benjamin fue la relación que plantea entre el sexo y el
género, consideradas ambas como herramientas conceptuales en
el diagnóstico clínico de los transexuales. El género
está localizado “arriba del cinturón” y el sexo “abajo del
cinturón”.
Sobre la base de esta distinción,
Benjamin señala que el travestista tiene un problema
social, el transexual tiene un problema de género y el
homosexual tiene un problema sexual.
En algún sentido, Benjamin preparó el
terreno para la elaboración de la teoría de identidad de
género de los años 60 articulando las distinciones teóricas
entre lo que estaba “arriba y abajo del cinturón”. Pero él
abogó por el tratamiento quirúrgico del transexual – esto
es, el tratamiento abajo del cinturón – para lo que creía
que era un problema de género: de “arriba del cinturón”. En
otras palabras, mientras afirmaba que el transexual tenía
un problema de género, el tratamiento que proponía se
dirigía precisamente a lo que no era el problema transexual:
el sistema endocrino y la genitalidad anormal del
transexual.
El otro aspecto significativo del
trabajo de Benjamin fue establecer el término transexual
como el significante apropiado para aquellos sujetos que
requieren el cambio morfológico de sexo.
Las distinciones hechas por Benjamin
entre sexo y género fueron posibles gracias al trabajo de
Money y de los Hampsons en 1950. Estos inauguraron la
separación semántica entre sexo (biológico) y género (psicosocial),
que Benjamin había identificado arriba y abajo del cinturón.
Al mismo tiempo que Benjamin estaba trabajando con el tema
del transexualismo, Robert Stoller estaba desarrollando
criterios etiológicos para el diagnóstico del
transexualismo, tanto como su teoría de la identidad de
género. El trabajo de Stoller condujo a la conceptualización
del transexualismo como un desorden de la identidad sexual:
se trata de individuos que han desarrollado una identidad de
género equivocada según su sexo propio. Un camino similar
siguieron la homosexualidad y el travestismo, categorías que
junto al transexualismo aparecieron en la primera edición
del Diasgnostic and Statistical Manual for Mental
Disorder en 1952 como “desviaciones sexuales”, y fueron
redefinidos años después como desórdenes de la identidad
de género.
Luego de 1979 se crean las clínicas de
identidad sexual y cirugía de cambio morfologico de sexo.
4.2 Visión en la Argentina
La diferencia más destacada entre las
elaboraciones que hacían las ciencias sexuales de Europa y
también de EEUU y las que se produjeron en Argentina, fue la
preeminencia que tuvo en nuestro país la posición adoptada
por el individuo en la relación sexual: ya sea receptiva
“pasiva” o insertiva “activa”.
El estigma y la criminalización recaían
sobre quienes eran pasivos. La identidad sexual en la
Argentina de principios de siglo XX fue polarizada en torno
al rol pasivo/activo adoptado y no sólo por la orientación
de la pareja sexual. Pederastía pasiva denotaba la
inversión del rol insertivo definido como correcto para los
varones. Quienes asumían dicho rol y, además, invertían
también costumbres como el vestido, modales y hábitos,
entonces, padecían del delirio de creerse una mujer en el
cuerpo de un hombre. Estas personas, que los médicos
diagnosticaron como con ilusión delirante, eran
seguramente las travestistas.
Los criminólogos argentinos, según J
Salessi (1995), se debatían en la contradicción inversión
congénita/ inversión adquirida, mientras los médicos
preferían hablar de inversiones adquiridas. Así lo ilustra
la historia de Manón, estudiada por el profesor de
medicina legal Francisco de Veyga a principios del siglo XX.
Al ser seducido por el preceptor, Manón actualiza una
“latente” desviación sexual congénita. Más numerosos fueron
los casos de inversión adquirida, muchos de los cuales se
refieren a personas que se trasvisten. Las historias de
Aurora, Rosita de la Plata y el burgués que
abandona su vida, se trasviste y se entrega al delito y la
perversión, integraron el estudio realizado por de Veyga
(1903) titulado “La inversión sexual adquirida”.
Otro ejemplo ilustrativo de ello es la
Autobiografía escrita por Luis D., autodenominada “la
bella Otero”, publicada por el mismo Francisco de Veyga en
el año 1903 bajo el título “La inversión sexual adquirida
– Tipo profesional: un invertido comerciante. La
Autobiografía da cuenta de la cultura travestistas de
principios del siglo XX, de sus prácticas sexuales, de los
espacios y lugares que frecuentaban y que, además la llevaba
al encierro para su regeneración.
Las fiestas de homosexuales, el
carnaval y las visitas frecuentes a los prostíbulos fueron
los ámbitos a los que se atribuía la adquisición de
prácticas sexuales desviadas.
Para el caso de la Argentina
finesecular, en su “Médicos, maleantes y maricas.
Higiene, criminología y homosexualidad en la construcción de
la Nación Argentina”, Salessi dice que se trataba de
controlar, a través de la estigmatización y criminalización,
una visible cultura de homosexuales y travestistas que
aparecían en el Buenos Aires de ese período.
El nombre elegido
para las prácticas homosexuales en Argentina a fines del
siglo XIX y comienzos del XX fue “invertido sexual”,
categoría que incluía a un vasto conjunto de individuos que
tenían sexo con “los de su mismo sexo”; algunos de los
cuales llevaban ropas contrarias a su sexo. Sea que lo
hicieran para el robo, la estafa, el provecho propio, el
gusto o por razones patológicas, todos eran sujetos de
punición.
El criminólogo
Eusebio Gómez lo ilustra en su “La
Mala Vida en Buenos Aires”
(1908), adonde sostiene que, independientemente de las
posibles explicaciones que se dieran, la inversión sexual
debía incluirse en el cuadro de la mala vida. Del
conjunto de los personajes que componían ese cuadro,
encontramos a las prostitutas, los delincuentes
profesionales, los estafadores, los biabistas – que
dan la biaba, golpean para robar – y a los invertidos
sexuales. Mala vida era el conjunto de manifestaciones
aberrantes de la conducta que daban cuenta de una
inadaptación a las reglas éticas socialmente establecidas.
Más aún, dentro del conjunto de los malvivientes, los
invertidos sexuales fueron caracterizados por Gómez como
sujetos de inmoralidad larvada, accidental o alternante y,
por lo tanto, debían ser comprendidos en el estudio de la
mala vida; ellos mostraban las etapas de transición entre la
honestidad y el delito, la zona de interferencia entre el
bien y el mal.
Mientras en Argentina fueron los mismos
médicos quienes criminalizaron las desviaciones sexuales, en
Inglaterra y Alemania, estos profesionales – en algunos
casos homosexuales e incluso activistas políticos a favor de
las minorías sexuales – trabajaron en un sentido contrario:
lucharon desde temprano por la descriminalización de los
desvíos. Quizás en esto resida la razón por la que en
Argentina debemos esperar a los últimos años del siglo XX
para desatar la fuerte unión entre criminología, medicina e
inversión sexual. En efecto, fue recién en la década de los
años 90 cuando se incorporan al orden constitucional
cláusulas que penan toda forma de discriminación por
orientación sexual y se derogan figuras punitivas tales como
“llevar prendas del sexo contrario”.
El corrimiento del sexo al género fue
también un desplazamiento del consultorio a la calle. La
lucha organizada de los homosexuales devino en la
despatologización de sus prácticas sexuales, en la
desregulación médica. El travestismo deja de ser tema de
interés médico e inicia su experiencia organizativa.
5. Concepto actual de trasvestismo
Teniendo en cuenta lo analizado en el
punto anterior se puede arribar a las siguientes
consideraciones conceptuales del tema.
Se entiende por trasvestismo
o fetichismo trasvestista (Hirschfeld)
o Eonismo (H Ellis) a la utilización de ropas del
sexo opuesto para lograr el placer sexual.
Dijimos que H Ellis lo consideró como
una inversión sexoestética. El caballero Chevalier
D’Eon (1728-1810) usaba ropas femeninas para desempeñarse
socialmente, de allí que también se conozca esta parafilia
como D’Eonismo. Es también el caso de Edgar J Hoover
(1895-1972) el director del FBI.
No se debe confundir entonces con el
travestismo homosexual masculino utilizado exclusivamente
para ejercer la prostitución, (en este caso la ropa femenina
es un “uniforme de trabajo”), con una persona disfrazada o
representando un espectáculo (trasformismo)
que puede o no ser además un homosexual.
El verdadero trasvestismo suele ser el
oculto, el que goza con la utilización de prendas
del sexo contrario, especialmente intimas (trasvestofilia).
La trasvestofilia
es
la excitación erótica y la facilitación y el logro del
orgasmo relativas a, y dependientes del hecho de vestir
prendas, especialmente prendas interiores, del otro sexo.
Se entiende por trasgenerismo,
(transgender, en inglés) a la persona que vive tiempo
completo como alguien correspondiente al sexo opuesto al que
le corresponde biológicamente. No solo visten ropas del otro
sexo sino que se ha realizado transformaciones corporales
(menos de los genitales) como la depilación eléctrica,
siliconas en las mamas, ingestión de hormonas femeninas,
etc.
Los elementos esenciales para
considerar una conducta como trasvestista genuino son
los siguientes:
a) ser una necesidad impulsiva erótica
independiente de toda coacción externa.
b) se debe descartar que no sea un
hecho circunstancial de disfraz, representación teatral o
coacción social (caso George Sand)
c) tiene independencia de la
orientación sexual (ya que se puede dar en autosexuales,
homosexuales heterosexuales y bisexuales).
d) puede ser una manifestación por
“inducción infantil” a través de una madre insatisfecha con
el sexo de su hijo y que luego se hace hábito.
De manera tal que, debe diferenciarse
la forma genuina, atracción erotica de vestir ropas
distintas a las asignadas para su sexo biológico, (por lo
general esta manifestación suele ser oculta) de la forma
ostentosa o espuria que suele ser una representación que
responde a motivaciones a la búsqueda debeneficios
secundarias sociales, como por ejemplo la expresión
lucrativa de una homosexualidad prostibularia o la
explotación artistica.
Todos los autores están de acuerdo que
el trasvestismo genuino como parafilia se da
fundamentalmente en sujetos heterosexuales. Tanto en
las estadísticas de H Benjamin como en la de Prince (1967)
solo el 29% de los sujetos consultados admiten conductas o
tendencias homosexuales.Si bien es cierto que hay
homosexuales que se trasvisten en aras del espectáculo, la
prostitución o simplemente el placer estético o por
histrionismo pero ello no guarda relación directa con la
excitación sexual.
Lo común es que se trate pues
de varones heterosexuales, habitualmente casados y con
hijos, que guardan en secreto su parafilia inclusive a sus
parejas.
La diferencia entre el trasvestista
homosexual y el heterosexual está en que el primero necesita
hacer pública su conducta (la participa) mientras que el
segundo por lo general la mantiene oculta y la manifiesta en
forma privada.
El trasvestista (1% de la población)
suele tener predilección fetichista por alguna prenda del
otro sexo en especial.
A diferencia del transexual no reniega
de sus genitales, su rasgo característico es el deseo
impulsivo de vestirse con ropas del otro sexo para lograr
placer o tranquilidad psíquica con ello bajar la ansiedad.
La mujer travestista (que viste de varón) es poco frecuente
como expresión erótica..
Entre los mecanismos de producción de
la conducta trasvestista se pueden citar:
a) los fetichistas que visten con
uniformes
b) los parcialistas que utilizan solo
una prenda del otro sexo
c) los que mimetizan su vestimenta, o
sea que se visten con ropas del mismo sexo solo por encima
(travestismo de ropa interior)
d) los de conductas paroxisticas (por
épocas)
e) los oníricos (sueños con conductas
trasvestistas) y simbólicos (usan apodos del otro sexo)
En la práctica se pueden observar tres
grupos de trasvestistas:
a) los que obtienen placer con simples
ropas de vestir femeninas (ropa interior). Colocadas estas
vestimentas sirven de preludio de una masturbación
(fetichista-trasvestista) o impulsan a que le permita una
relación heterosexual por proyección imaginativa.
b) los que se les desarrolla el deseo a
través del acicalamiento y vestir femenino sea total o
parcial pretendiendo inclusive “pasar por mujer” (feminofilia)
durante un lapso que puede durar minutos u horas.
c) los que el acto de transvestirse se
extiende a períodos prolongados de tiempo incluyendo el
equívoco femenino. Suelen poseer un extenso guardarropas, se
convierten en peregrinadores de tiendas femeninas e
invierten un considerable tiempo en contemplarse travestidos
ante el espejo y sin embargo al contrario de los
transexuales (conflicto de identidad sexual) no se
identifican como mujeres a pesar de lo cual son los que más
posibilidades tienen con el tiempo de desarrollar una
condición transexual convirtiendo el problema de identidad
de género en un conflicto de la identidad sexual.
Por lo común está parafilia de
observación mucho más frecuente en el varón tiene su
comienzo en la niñez con las primeras masturbaciones como
vicisitud de la identidad de género (internalización de
roles femeninos) Con el desarrollo de la personalidad se
puede afianzar como una perturbación sexual cualitativa por
deformación de la imagen de la pareja respecto al objeto con
que se obtiene placer erótico u orgasmo (la utilización de
ropas del otro sexo).
6. Implicancias familiares y
psicosociales
Los
travestistas ostentosos (a diferencia de los ocultos) en su
mayoría han presentado conflictos en sus relaciones con los
padres y hermanos/as y con los grupos de pares con quienes
interactúan, sobre todo en el ámbito escolar.
La familia
es una de las instituciones comprometidas más fuertemente en
el proceso de socialización en aquellas pautas
comportamentales que intervienen en la constitución de la
identidad de género. La identidad travestista comienza a
una edad muy temprana, cuando los actores se encuentran aún
implicados en la vida familiar
Los gustos por
determinados juegos y deportes, la selección de las prendas
de vestir, las primeras preferencias sexuales, serán todos
argumentos alrededor de los cuales comienzan los
travestistas a autopercibirse con una identidad que es
contraria a la esperada socialmente según su sexo biológico,
una identidad que recibe el castigo familiar, la reprimenda
en la escuela, la burla y el desprecio de los pares.
En algunas ocasiones, con un peso
similar a la familia, la escuela es la fuente de
reconocimiento de la diferencia. Es en el jardín de infantes
el momento en que la preferencia por ejemplo de un color
estimado impropio para el uso masculino, puede desatar un
conflicto que pondrá en evidencia la condición de niño
diferente. Es a través del juego donde aparecen sus
inclinaciones por aquello que pertenece claramente al género
femenino y que un poco más tarde, cuando surgen las
primeras experiencias sexuales, será identificado como
homosexual. Las reacciones del medio familiar y de la
escuela, no se harán esperar. En algunas ocasiones, el
maltrato paterno deriva en fugas transitorias del hogar y
también de la escuela. La intervención de la madre en el
cuadro familiar toma dos formas: o bien es presentada como
más permisiva que el padre respecto a ese hijo cuyos
comportamientos se desvían de la hetero-normatividad o bien
acompaña al padre en la negativa a aceptar dichos
comportamientos. De manera tal que, suelen ser llevados a
una consulta médica y/o psicológica y, aún cuando no se les
revelara los motivos de ello.
Para completar el cuadro
familiar, quedan ahora los/as hermanos/as, que la mayoría
tienen relaciones conflictivas con el hermano diferente.
Algunos por lo contrario guardan silencio. No obstante ello
del conjunto de los vínculos familiares, los construidos con
hermanos/as son los únicos que los travestistas conservan a
lo largo de su vida.
El ocultamiento de la situación sexual
del niño diferente en el ámbito familiar conduce, en algunos
casos, a la incorporación de características que dejarán su
impronta en la personalidad adulta: el hábito de mentir y la
doble personalidad.
Y si en la familia es necesario
ocultarse, más lo es un escenario público como la escuela,
adonde la exposición personal también compromete a
compañeros/as, amigos/as y maestras/os. Por lo tanto, el
escenario escolar no es valorado de manera muy diferente al
familiar y como éste, constituye una fuente de mucho pesar y
discriminación. En general, son los propios pares los
identificados como responsables de actitudes
discriminatorias.
Cuando la violencia no proviene
de los compañeros, son los mismos docentes quienes la
ejercen. Las clases de educación física suelen ser
una fuente de contrariedad en la escuela.
Los niños travestistas ensayan sus
primeras actuaciones de género femenino y lo harán, en una
medida importante, a través del vestido. Dos son los únicos
espacios públicos en los que el deseo de vestir como mujer
puede realizarse abiertamente: las fiestas escolares y el
carnaval.
El alejamiento de la familia de origen
ocurre entre los 13 y los 18 años y, en la mayor parte de
los casos, es valorado como el comienzo de una nueva vida,
de la que consideran la verdadera vida.
Muchos manifestan haber
ingresado a la prostitución cuando todavía compartían el
hogar familiar, y se alejadan de éste cuando dicha práctica
adquiere un carácter permanente y se convierte en la única
fuente de ingresos.
El alejamiento de
la familia y la escuela parece ser la condición sine qua
non para el simultáneo abandono definitivo de la ropa
masculina, el comienzo de las intervenciones sobre el
cuerpo, el arreglo personal y la valoración de todo ello
como perteneciente al mundo femenino. Si antes el horizonte
disponible era la homosexualidad, ahora comenzará a serlo el
género femenino y, gradualmente, el travestismo mismo; para
ello, las relaciones con otros travestistas tendrá un peso
importante.
El alejamiento de
la familia conduce también al ejercicio prostibular. El
escenario prostibular parece ser el único posible para la
actuación de la identidad travestista en la sociedad.
7. Construcción de la identidad
trasvestista
Los
travestistas construyen su cuerpo teniendo como modelo para
sus intervenciones un cuerpo femenino que es observado con
minuciosidad. El reconocimiento de las formas femeninas, el
detalle con que describen cada una de ellas, asombraría al
más preocupado por su imagen corporal, cualquiera sea su
sexo. Los trasvetistas miran el cuerpo femenino de manera
bastante diferente a como lo hacen las mujeres. Otorgar
proporciones armónicas a espalda y cadera, corregir los
arcos de las piernas, evitar músculos y venas, aumentar el
hueso frontal, etc., son todos objetivos de un proyecto cuyo
fin es lograr un cuerpo femenino. Para lograr la
corporalidad femenina hay que dialogar con la propia, que es
masculina y que deberá haber sido observada también
exhaustivamente.
El cuerpo
masculino está siempre presente en la transformación
corporal de los travestistas, sea para borrar sus marcas o
para tenerlas a la vista y prever futuras molestias. En el
caso del travestismo, la transformación corporal elegida
está orientada a superar el límite del cuerpo propio en lo
que a su conexión con el género respecta. Esta no es una
situación equivalente al de las mujeres biológicas que
transforman su cuerpo para acercarlo al ideal, como no lo es
tampoco el hecho de que mientras para éstas dicha
transformación se realiza a través del acompañamiento de la
sociedad y sus instituciones, adoptar los signos de la
femineidad es, para el travestismo, un trabajo solitario o,
en todo caso, asistido sólo por la comunidad travestista.
Las intervenciones
sobre el cuerpo, sea a través del consumo de hormonas o la
inyección de siliconas, se hacen de manera oculta a la
familia en el primer caso y lejos de ella en el segundo.
De manera activa y consciente, los
travestistas modifican su cuerpo teniendo como referente,
aunque en forma fragmentaria y estereotipada, el cuerpo de
una mujer prostituta o de una vedette y, más recientemente,
el de modelos publicitarias profesionales cuyo físico raya
con la anorexia.
Ya sea que los referentes sean mujeres
o travestistas en prostitución, vedettes o modelos
publicitarias e, incluso, aunque la razón para adoptarlos
esté relacionada al trabajo prostibular, lo cierto es que
prescindir de esos referentes pone en conflicto a los mismas
travestistas con su identidad y desconcierta a un público
para el que el travestismo es exuberancia y exageración
femenina.
La inyección de siliconas tiene un
fuerte impacto emocional en la vida de los travestistas,
sobre todo si está destinada a construir los pechos
femeninos. Empezar a vivir con ellos es comenzar a
despreocuparse de aquel cuerpo que, sin siliconas, podía ser
descubierto en su masculinidad, sea ésta la de un homosexual
o un transformista. Los pechos femeninos logrados con
siliconas son la marca que evitará en adelante y de manera
definitiva cualquier confusión de género y también, por
tanto, la marca con la que podrán ser reconocidas como
“travestistas auténticos”.
Lograr un tórax con formas
femeninas implica poder recortarse como travestistas del
espacio de los homosexuales al que estaban integradas cuando
no las tenían y recortarse también del transformismo,
término que puede igualarse al drag. Los pechos
femeninos son uno de los sitios más fuertemente valorados
como signo corporal femenino,
La resistencia a una intervención
quirúrgica que “iguale” genitalidad masculina a femenina, es
absoluta. Aún cuando ella hubiese existido como una
posibilidad sobre la que los travestistas pensaron alguna
vez en el transcurso de sus vidas, fue siempre descartada.
La operación de los genitales es
claramente visualizada por los travestistas como la
conversión en transexuales, el recorte entre una y otra
identidad no presenta dudas. El travestista no prescinde del
placer sexual, y el acceso al mundo femenino no está tampoco
garantizado por una operación de este tipo.
Resulta paradójico que un
cuerpo que ha sido tan violentado, a través del consumo de
hormonas y la inyección de siliconas, resigne la operación
de los genitales, signo corporal de masculinidad por
excelencia, bajo el argumento del respeto hacia aquello que
se trae de manos de la biología.
No hay género femenino atrapado en un
cuerpo masculino; hay un cuerpo que, aún cuando se
interviene para acompañar al género, se resiste a la posible
pérdida de placer.
Aún cuando algunas entienden que el
cambio de sexo contribuiría a distinguirse de los
homosexuales, ello no constituye un argumento de tanto peso
como lo es el placer sexual que consiguen con sus propios
genitales masculinos.
No obstante la negativa a cambiar el
sexo biológico, los genitales son ocultados por los
travestistas mediante complicados métodos que ellos llaman
trucarse. El truqui es, precisamente, el nombre dado
al pene cuando se lo esconde. Es interesante observar, una
vez más, cómo aún cuando la genitalidad masculina es una
fuente de molestia, nunca lo es tanto como para modificarla.
Los travestistas saben que renunciar al
pene implica prescindir del orgasmo a través de la
eyaculación. La decisión de una operación para el cambio de
sexo nunca llega a la vida travestista, sea para no perder
una fuente de placer propio o un instrumento para el juego
de seducción con otros. Y esta situación no cambia siquiera
para aquellos que dicen tener una vida sexual pasiva
exclusivamente.
El “trabajo
en la calle”, los clientes y las mujeres prostitutas
constituyen las figuras más destacadas que intervienen en el
proceso de construcción de una identidad cuyos atributos
parecen no tener una posición estable.
Las
transformaciones sobre un cuerpo biológicamente masculino
forman parte de la construcción de una identidad que puja
por diferenciarse del transexualismo, del transformismo y de
la homosexualidad masculina, y es también un cuerpo que se
dibuja sobre la base de una mirada exhaustiva del cuerpo
femenino.
8. Algunas interpretaciones
psicopatológicas
La pregunta que nos debemos hacer es
si efectivamente podemos pensar en un rol de género con
absoluta prescindencia de la diferencia sexual.
Así por ejemplo la construcción del rol
de género femenino que el travestista realiza, en opinión de
Barreda, consiste en un complejo proceso en el plano
simbólico y físico, de adquisición de rasgos interpretados
como femeninos. Como en un ritual de pasaje, primero se
adoptan signos exteriores como el vestido y el maquillaje,
luego se transforma el cuerpo a través de la inyección de
siliconas o de intervenciones quirúrgicas que modelan senos,
glúteos, caderas, piernas y rostro. Se construye una nueva
imagen acompañada de un nombre de mujer. Fiel a los
estereotipos femeninos construidos en nuestra sociedad, la
representación femenina del travestismo prostibular
estudiado por Barreda tendrá como contenidos la figura de la
madre – como mujer procreadora – y la de la puta – como
mujer fatal, seductora y provocativa. Ahora bien, esta
femineidad, este imaginario que refuerza el género femenino
es suplantado sin más al momento de ejercer la prostitución,
adonde el género masculino es recuperado. Recuperación que
Barreda interpreta por el rol activo que desempeña el
travestista en la relación sexual con el cliente.
El componente anatómico no es
olvidado y la masculinidad reaparece como experiencia vivida
en su intimidad y en sus prácticas sexuales que lleva
nuevamente al travestista a definirse como varón. El
travestismo interpreta, modela y experimenta su cuerpo como
un texto que puede ser leído desde el género (femenino) o
desde su sexo (macho).
En un permanente diálogo con la
sociedad, la constitución de la identidad travestista
implica, entonces, un aprendizaje del vestido, de los
gestos, posturas, de las maneras de caminar, que son puestos
a prueba y chequeados en función de las señales que la
sociedad emite y que los propios actores sociales
incorporarán en sus personajes.
Whoodhause (1989)
analiza el travestismo partiendo del supuesto que la
masculinidad es en nuestra sociedad algo que debe ser
alcanzado por todos los varones, aquellos que no lo logran,
como los travestistas, son situados en el espacio
despreciado de lo afeminado. Esta es la razón que los
travestistas son considerados en todas las ocasiones como
homosexuales; partiendo del mito de que un varón afeminado
no puede ser heterosexual.
Los travestistas
adoptan otro nombre, otra forma de hablar, pueden
comportarse muy diferentemente a su yo masculino. Un varón
no puede comprometerse en conductas no masculinas si primero
no disfraza su masculinidad y la cubre con una apariencia
femenina.
A la pregunta ¿por
qué son los varones quienes mayoritariamente crean este tipo
de figura fantasiosa? Se cree que los modos patriarcales
establecen que si una mujer adscribe a rasgos
tradicionalmente masculinos no es necesariamente otra cosa
que una mujer. Cuando los varones lo hacen, son afeminados y
homosexuales. La construcción de la sexualidad no asocia las
ropas masculinas al erotismo. A diferencia de la
masculinidad, la construcción de la feminidad no implica una
identidad de género tan inflexible como para rechazar la
incorporación de conductas tradicionalmente asociadas con el
sexo opuesto, precisamente porque la masculinidad es
definida como superior. En estas cuestiones, dice Woodhause,
reside el hecho de que el travestismo sea un fenómeno
reservado para los varones.
Junto a estos autores Richard Ekins
(1998) en su trabajo Sobre el varón feminizante: una
aproximación de la teoría razonada sobre el hecho de
vestirse de mujer y el cambio de sexo, ubica el
travestismo en un proceso de deslizamiento gradual de un
género a otro. Ekins crea la categoría de “varón feminizante”
o varones que quieren feminizarse de diversas
maneras, en diferentes contextos, en distintos momentos,
etapas y con diversas consecuencias.
Distingue tres formas fundamentales de
feminización: a) el cuerpo feminizante, b) la erótica
feminizante y c) el género feminizante.
El travestismo será siempre, para
Ekins, una feminización de género; que puede
implicar o no una feminización erótica, y cuyo
compromiso con el cuerpo feminizante nunca llega a la
transformación anatómica de sus genitales.
El varón feminizante que define
encuentros eróticos homosexuales como heterosexuales, o
encuentros heterosexuales como lésbicos, por ejemplo, está a
menudo dotando de género a su sexualidad, puede estar
ejerciendo la erótica feminizante, como el varón feminizante
que intenta masturbarse según lo que para él es una forma
femenina. Y ambas feminizaciones, la de género y la erótica,
a su vez, pueden o no implicar una cierta feminización
corporal.
El cuerpo feminizante focaliza
deseos y prácticas femeninas para feminizar su cuerpo.
Ellos pueden incluir cambios deseados, efectivos o
simulados, tanto de las características primarias como
secundarias del sexo, que van desde el transgenerismo a la
transexualidad.
Así, un nivel implicaría el cambio
cromosómico (imposible), gonadal, hormonal, morfológico y
neurológico; y otro nivel el cambio de vello facial, del
vello corporal, del craneal, de las cuerdas vocales, de la
configuración del esqueleto y de la musculatura.
La erótica feminizante hace
referencia a aquel tipo de feminización que tiene como
intención o como efecto despertar el deseo sexual o la
excitación del otro. Cubre un amplio rango que va desde
aquel varón feminizante que experimenta lo que percibe como
un orgasmo múltiple femenino, a aquel otro en el que se
despierta un erotismo ocasional al mirar una revista
femenina en un kiosco.
El género feminizante repara en
las múltiples maneras en que los varones feminizantes
adoptan la conducta, las emociones y la cognición que
socio-culturalmente se asocian con el hecho aparecer como
mujer. El género feminizante no está necesariamente
relacionado a la erótica feminizante. El arco de
posibilidades es también muy amplio: están quienes adoptan
la identidad de género femenina a tiempo completo, pero que
no quieren operarse, no tienen vida sexual, trabajan en
ocupaciones típicamente femeninas; también aquellos varones
feminizantes que llevan una vida satisfactoria como varón y
que periódicamente se visten de mujer pero no adoptan
amaneramientos femeninos (trasvestistas ocultos); en el
medio, entre ambos, están quienes sienten agrado por actuar
según un rol estereotipado femenino. Las combinaciones para
el género feminizante son infinitas a juicio de Ekins.
Sobre la base de estas formas, Ekins
señala cinco fases del proceso ti -pico ideal de varón
feminizante, orientadas hacia la consolidación definitiva de
lo femenino.
La fase 1, que llama “el comenzar de
la feminización”, se inicia con un episodio en el que el
individuo se viste de mujer; episodio del que, según el
autor mencionado, pueden tenerse diversos grados de
conciencia. En términos de interrelaciones entre sexo,
sexualidad y género, la principal característica en esta
fase es la indiferenciación, (algo temporal) En lo que
respecta a las relaciones entre constitución del yo y el
mundo como algo sexuado, sexualizado y asociado a un género,
tras el incidente puede volverse a la normalidad.
En la fase 2, denominada “fantasear
sobre la feminización” el interés recae en la
elaboración de fantasías que se relacionan con la
feminización. En términos de sexo, sexualidad y género, y
sus interrelaciones, se da un gran número de posibilidades:
--fantasías nada ambiguas de ser una
mujer (se fantasea sobre la feminización corporal);
--fantasías sobre la feminización del
género (hay más bien fantasías románticas como vestidos de
ensueño, juegos de muñecas)
--fantasía masturbatoria basada en
vestirse de mujer.
Puede por tanto tener una esencia
corporal, genérica o erótico-sexual.
En lo que respecta a las relaciones
entre constitución del yo y el mundo como algo sexuado,
sexualizado y asociado a un género, lo que se encuentra, en
general, es una construcción dual del mundo (entre lo normal
y la feminización).
La fase 3, “realizar la
feminización”, conlleva el vestirse de mujer de manera
más seria y representar aspectos de las fantasías sobre la
feminización corporal:
Quien feminiza su cuerpo puede
depilarse periódicamente, trucarse sus genitales y elaborar
una imitación de la vulva.
Quien feminiza su género puede ir
formando colecciones privadas de ropa y utilizar
maquillajes, joyas y demás accesorios. Todo ello puede ser
usado para elaborar rutinas de masturbación (la erótica
feminizante) que pueden hacerse más prolongadas.
En términos de sexo, sexualidad, género
y sus interrelaciones, es como si el varón feminizante
estuviera desarrollando determinados hábitos sin saber
realmente lo que está haciendo.
Con referencia a las relaciones yo y
mundo como algo sexuado, sexualizado y de género, es
probable que esté en el período de mayor confusión y
vacilación personal. Hay una marcada tendencia a buscar una
explicación de lo que le pasa.
La fase 4 o “constituir la
feminización” el varón feminizante puede comprender
quién es y qué significan para él los objetos como algo
sexuado, sexualizado y relacionado con el género de diversas
maneras.
En la última de las fases, “consolidar
la feminización”, se establece la constitución más firme
del yo y el mundo de la feminización.
La consolidación puede estar centrada
en la feminización corpórea, en la erótica o en la genérica.
En cuanto a la feminización corpórea es
probable que la persona se involucre en programas apropiados
para esa feminización del cuerpo.
Si está centrada en una feminización
genérica, la persona desarrolla su estilo personal de forma
muy similar a como lo habría hecho una muchacha genérica,
sólo que más tarde y con más prisa.
En cuanto a su sexualidad, según
prosigue su tratamiento hormonal, el pierde la sexualidad
masculina que aún tenga y, en realidad, está desexualizando
su antigua sexualidad a la vez que se construye un nuevo
sexo y una nueva sexualidad.
9. ¿Es el
travestismo la expresión de un tercer género?
El travestismo se
lo describe como expresión de uno de los dos roles de
géneros disponibles en nuestra sociedad: masculino o
femenino, aún cuando éste alterne entre uno u otro género
según determinadas situaciones de interacción social
(Barreda, 1993) o se mueva en un continuum de roles
masculinos y femeninos (Ekins, 1998).
Las antropológas
M. Kay Martin y Bárbara Voorhies (1978) han analizado el
travestismo como una tercera posibilidad del rol de género,
un tercer status sexual, lo que se ha dado en llamar el
tercer género. En igual dirección ubicamos a autores
como Roscoe (1996), Habychain (1995), Bolin (1996), entre
otros autores. Esta categoría, al igual que la equivalente
biológica de intersexo, agrupa al conjunto de individuos de
género confuso. En algunas ocasiones se toma como criterio
clasificatorio el desplazamiento entre género y sexo; en
otras se repara en la orientación sexual (homosexual,
heterosexual, bisexual).
Finalmente, hay
quienes estiman que la característica más destacada del
travestismo es impugnar el paradigma de género binario
poniendo al descubierto el carácter ficcional que vincula el
sexo al género. Así por ejemplo, Marjorie Garber (1992)
utiliza la categoría tercer género pero en un sentido muy
lejano al dado en las etnografías ya referidas. Garber
dice que tercer género no quiere decir género borroso, no es
otro sexo sino un modo de articulación, una manera de
describir un espacio de posiblidad, un desafío a la noción
de binariedad, poniendo en cuestión las categorías de
masculino y femenino, ya sean éstas consideradas esenciales
o construidas, biológicas o culturales.
Una gama muy
amplia de estudios antropológicos ha investigado el
travestismo a partir de la hipótesis de que éste debía ser
interpretado como expresión de un tercer género. Estas
discusiones sobre las etnografías ocupadas en estudiar
fenómenos que han sido tomados como explicación
transcultural del travestismo.
Estos individuos
son agrupados en categorías ontológicas, identidades,
tareas, roles, prácticas e instituciones divergentes que han
resultado en más que dos tipos de personas; esto es, lo que
los occidentales clasificarían como dos sexos (macho y
hembra) y dos géneros (masculino y femenino).
Uno de los
ejemplos más citados en la bibliografía orientada a defender
la hipótesis de un tercer género son los berdache de
Norte América. Berdache fue originalmente un término
árabe y persa que nombraba a la pareja más joven en
una relación homosexual. Usado originalmente en Norte
América desde el siglo XVII, el término no fue adoptado
hasta el siglo XIX y solamente en el ámbito de los
antropólogos norteamericanos. Documentado por Kroeber en los
años 40 como individuos que se creía adoptaban papeles
pasivos en la actividad homosexual, que se vestían como
mujeres y actuaban como tales, el rol berdache será
reevaluado en la década del 70.
Como resultado de una diversidad de
contribuciones que se dan en esa década y en parte de la
siguiente, entre ellas las provenientes del feminismo, se
llega a un relativo consenso respecto a que los rasgos más
destacados del berdache son tanto de carácter
religioso y económico como una variación de género. En
relación con este último rasgo, el uso de ropas del sexo
contrario fue el marcador más común y visible, aún cuando
muchos observadores señalaron que al tiempo que muchos
berdaches llevaban ropas del sexo opuesto, otros usaban
prendas que no pertenecían ni a uno ni a otro sexo y algunos
llevaban ropas del sexo opuesto sólo en determinadas
ocasiones. Igual variación se observó con relación a la
orientación sexual. Algunos tenían su pareja no berdache
del mismo sexo, otros parecían ser heterosexuales y otros
bisexuales.
El transgénero abriga un gran
potencial sea para desactivar al género o para crear en el
futuro la posibilidad de géneros supernumerarios como
categorías sociales que no están basadas ya en la biología.
La emergencia de la transgeneridad
enfatiza, de alguna manera, la valoración del género como
producido socialmente y no dependiente de la biología, con
lo cual también la vinculación entre género y orientación
sexual ha sido alterada. La posibilidad de que existan
mujeres sociales con pene erosiona la coherencia de la
heterosexualidad y el sexo biológico
El sistema binario de género es
impugnado por un desplazamiento entre sexo y género o entre
género y orientación sexual, y la solución a ello propuesta
es la de géneros supernumerarios o géneros múltiples.
10. Implicancias médico legales
Las parafilias no constituyen "per-se"
delitos, ya que el CPA no los tipifica como delito, por lo
tanto no debe considerarse a los trasvestistas como
delincuentes por el solo hecho de ser tales. Muchos de ellos
presentan conductas delictivas, ejercen la prostitución, o
son detenidos por transgresiones a las normas jurídicas,
pero no por su conducta sexual si es ejercida en privado o
su comportamiento es ejercido de acuerdo a lo que se espera
o se exige para un no parafilico.
No obstante ello, los trasvestistas
explícitos suelen presentar conflictos en relación a su
vinculación social y a su integración en la comunidad. Tales
dificultades surgían sobre todo en lo relacionado con los
edictos policiales.
En el año 1997
estallan en la Ciudad de Buenos Aires los debates en torno a
la derogación de los Edictos Policiales.
Los edictos,
comprendidos en el llamado Código de Faltas, son facultades
ejercidas por la policía para reprimir actos no previstos
por las leyes del Código Penal de la Nación. Cuando se
otorga la autonomía a la Ciudad de Buenos Aires, los edictos
caducaron y la nueva Legislatura porteña elaboró una norma
que los reemplazó
En marzo de 1998
se sanciona el Código Convivencia Urbana en el que
desaparecen figuras tales como la prostitución, vagancia y
mendicidad y las detenciones preventivas en materia
contravencional.
La aprobación de
este código generó serias polémicas en el interior de la
sociedad, la discusión se polarizó entre quienes lo apoyaban
y quienes sostenían la necesidad de continuar con las penas
otorgadas por los edictos, sobre todo las referidas a la
prostitución.
Es en ese contexto
que integrantes de las organizaciones travestistas,
reivindicaron el derecho a usar prendas del sexo
contrario en lugares públicos y ejercer la
prostitución callejera. Además algunos movimientos
sociales, especialmente el movimiento gay, lésbico, travesti,
transexual y bisexual, asociaciones de derechos humanos y
otras del movimiento feminista, se manifestaran públicamente
en contra de cualquier modificación al nuevo código.
Los debates sobre la derogación de los
Edictos Policiales primero y sobre el Código de Convivencia
Urbana luego, tuvieron al travestismo organizado como
protagonista.
Con la
introducción de la diferencia entre sexo y el rol de
género como el significado cultural que el cuerpo sexuado
asume en un momento dado, fue puesto en cuestión por el
travestismo.
En efecto, éste
parecía decir a la sociedad que, aún admitiendo la
existencia de un sexo binario natural, el travestismo
aparece como una interpretación del sexo biológico diferente
a lo esperado.
En nuestra
experiencia médico forense hemos observado que las
actividades exploratorias centrales en el proceso de
construcción de la identidad travestista deben considerarse
en el ámbito familiar y en el trabajo prostibular.
La familia, la escuela y la calle –
esta última como lugar de ejercicio de la prostitución –
definen espacios sociales centrales para la comprensión de
los procesos de construcción de la identidad travestista.
Estas identidades, progresivamente,
irán incorporándose en los travestistas a través de un
paciente y minucioso trabajo sobre sí mismos. Los cuerpos
travestistas son producidos y trabajados para actuar en el
escenario en el que se recrea, noche tras noche, el
espectáculo donde el erotismo, los géneros y los sexos se
viven de maneras diversas según quién sea el actor y quien
el público. El mundo del travestismo prostibular, contrasta
con el de otras formas de prostitución
El travestismo se vincula a violencia
y crimen y serán puestos en cuestión tanto como ver en la
prostitución la única alternativa abierta a sus vidas.
A diferencia de lo que ocurre con la
prostitución femenina, cuyo estudio hemos analizado en
profundidad en otras investigaciones realizadas, la
prostitución travestista es un fenómeno que comienza a ser
estudiado en América Latina en la década de los '80 y, en
la mayor parte de los casos, se integra como un capítulo en
los trabajos sobre ejercicio prostibular de varones.
En casi todos los casos la prostitución
encuentra sus motivos más fuertes en considerarla como un
espacio en el que es posible desplegar la propia identidad
sin los cuestionamientos y los rechazos que habían
caracterizado la vida familiar y la escolar, como ya hemos
analizado.
El pasaje de la
familia a la calle se hará siguiendo una modalidad
organizativa que los travestistas llaman pupilaje.
El pupilaje
constituye una manera de regular las relaciones entre los
travestistas en el ámbito de trabajo y es el espacio a
través del cual se socializa a los más jóvenes en cuestiones
relativas a la prostitución.
Intervienen en el pupilaje dos actores,
“las pupilas y la madre” que las tiene a
cargo. Las pupilas buscan en la madre protección callejera y
buscan también modelos de identificación y pautas culturales
para moverse en el escenario prostibular. Pupila y madre
tienen una importante diferencia de edad y, sobre todo, de
experiencia en la prostitución. Ser pupila de “una madre”
travestista garantiza a la primera tranquilidad para
trabajar. La marginalidad, así como las exigencias derivadas
de la misma situación de trabajo, conduce muchas veces a los
travestistas al consumo excesivo de drogas y alcohol que
ellas explican como una manera de resistir ese tipo de
trabajo con coraje y durante largas horas.
Si estos jóvenes “son pupilas”, el sólo
hecho de convocar el nombre de su "madre", será razón
suficiente para no ser molestada ni desprovista de los
recursos por ella obtenidos a través de la prostitución
callejera.
De la misma manera
funciona la madre con relación a la distribución de las
esquinas y calles donde circular durante la noche de
trabajo. Si ella habilita un lugar (una parada) en su zona
de trabajo para la pupila a cargo, entonces, nadie podrá
opinar en contra; pero esta habilitación implica dinero que
la pupila tendrá que pagar a su superiora.
Muchas veces,
pupilas y madre comparten la vivienda; en este caso, las
primeras darán parte del dinero ganado a la segunda, quien
les procurará un cuarto donde descansar y el alimento
necesario. Este lado del pupilaje, sin embargo, ha ido
desapareciendo de la prostitución travestista de la Capital,
y existe aún con frecuencia en el interior del país, adonde
las condiciones de vida de sus compañeras son mucho más
duras que las de la Ciudad de Buenos Aires y adonde, además,
no hay organizaciones travestistas
Las madres aconsejan a sus pupilas,
muchas recién llegadas del interior del país, sobre los
lugares donde pueden vivir, donde pueden trabajar, cómo
deben hacerlo, cómo son los clientes y cómo deben conducirse
con ellos. Asimismo, las pupilas aprenden de sus madres las
maneras de vestirse, de maquillarse y transformar su
cuerpo.
A diferencia de
las mujeres en prostitución, los travestistas invierten
todos sus esfuerzos en el ritual de preparación, en
proyectar en la calle los signos de una femineidad elegida
pero que no puede expresarse en otros sitios que no sean los
vinculados al comercio sexual; femineidad, por otro lado,
cuya fachada – o dotación expresiva – será armada con los
signos disponibles en ese medio geográfico y generados tanto
sobre la base del estereotipo de prostituta existente, como
de otros travestistas insertos ya en el trabajo prostibular.
Asi observamos que hay distintos tipos
de clientes. La mayoría de los clientes son bisexuales, pero
ellos dicen que son heterosexuales porque no salen con
varón, “salen con mujer”, con un travestista. Su visión de
la sexualidad es que son heterosexuales, no se aceptan
bisexuales.
Salir con un
travestista puede “confundir” al cliente en lo que respecta
a su preferencia sexual pero no a él. La imagen femenina
del travestista es suficiente para que el cliente ponga a
buen resguardo su heterosexualidad
Al tiempo que la
apariencia femenina de los travestistas permite al cliente
presentarse a sí mismo como heterosexual, el comportamiento
del trasvestita hace posible que el ejercicio de prácticas
sexo-eróticas se lo confirmen. El travestismo aparece
entonces como una alternativa única para los clientes que,
teniendo una práctica habitualmente heterosexual, encuentran
en él la oportunidad de atender a una supuesta parte
homosexual sin riesgos de ser tachados como tales. .
Pero no sólo el
travestismo prostibular es presentado como un espacio en el
que los varones bisexuales encuentran un lugar donde dar
rienda suelta a deseos homosexuales frecuentemente negados.
También hay lugar en él para heterosexuales que buscan otro
tipo de prácticas sexuales.
En todo
caso, el travestismo prostibular es construido en el
discurso de sus practicantes como un ámbito en el que los
cuerpos, el género y el sexo pueden ser combinados según el
consumidor y sus gustos sexuales; combinación que, sin
embargo, no hace olvidar a los travestistas de su
genitalidad masculina a la hora de atribuir una determina
orientación sexual a sus clientes. Dicha genitalidad
participa en los intercambios sexuales como principio
ordenador y nombra bisexuales a aquellos clientes que la
buscan o con la que se relacionan, dejando la etiqueta de
heterosexuales para los que tratan de negarla vinculándose
en cambio con otras partes del cuerpo.
Ahora bien, el
travestismo no solamente hace posible el acceso a diversas
prácticas sexuales que comprometen la preferencia sexual y
que habilitan placeres corrientemente vedados, también la
exhibición y la búsqueda de una escucha tienen su lugar.
Nuevamente,
la imagen femenina ligada a la prostitución que el
travestista proporciona al cliente se halla comprometida en
la elección; el cliente encuentra en dicha imagen una
excusa para asumir un comportamiento sexual pasivo o, lo que
es lo mismo, demandar actividad al travestista. Sin
embargo, participa también en esa misma elección, de manera
comparativa, la imagen femenina de una mujer prostituta. La
representación que de sí misma hace el travestista se halla
marcada con signos de una libertad que el cliente no tomaría
si el sujeto del intercambio sexual fuera una mujer;
libertad que encuentra su fundamento en el “machismo”
masculino.
Aún cuando el
cliente “descubre” que la imagen y el cuerpo travestista no
se corresponden, elige quedarse con éste precisamente por
sus dobles atributos sexuales y por la posibilidad que ellos
ofrecen de asumir tanto un comportamiento sexual activo como
uno pasivo
La mirada
de los clientes, a la luz de la interpretación que los
travestistas hacen de la misma, recorre el cuerpo
travestista en dos de sus partes: “pene” y “tetas”.
En ese recorrido, ellos se presentan tanto como mujeres
o como varones sin interesar la contiguidad que ambos
géneros guarden con su sexo – o genitalidad – macho o
hembra. En otras palabras, si el género objeto de la mirada
clientelar es femenino, no importa su sexo – no importa su
genitalidad –, el cliente escogerá como sitio corporal con
el que establecer la relación sexo-erótica su propio pene y
demandará pasividad al travestista. Si ahora el género
atribuido al travestista es masculino, otra vez no importa
que el cuerpo travestista lleve pechos femeninos, el cliente
abandona su pene como órgano de la relación sexual y
solicitará actividad sexual al travestista. En otros
términos, el género se impone sobre el sexo del travestista
olvidando las evidencias corporales: siempre que el cliente
vea en el travestista una mujer, la requerirá pasiva y toda
vez que vea un varón le demandará un rol activo.
Una cosa es
hablar de comportamiento sexual generizado y otra muy
diferente definir un género como masculino o femenino según
el comportamiento sexual escogido y/o requerido y
desplegado. Y esto lo saben muy bien los travestistas,
quienes, en todo caso, se presentan ante los clientes con
atributos corporales que permiten tanto pasividad como
actividad.
Travestistas y
clientes se encuentran en un territorio erótico común del
que están excluidas las mujeres en prostitución, un habitus
generizado reúne a ambos en el mercado de los cuerpos y los
deseos.
11. Reflexiones finales
Se ha intentado un análisis de la
observación de la problemática del trasvestismo en la
Argentina a través de muchos años de experiencia en el área
de la sexológica, la psiquiatría y la medicina legal.
De dicha experiencia surgen algunas
conclusiones:
1) El trasvestismo desde el punto de
vista psicosexual esta establecido como una perturbación
sexual cualitativa denominada dentro del campo de las
parafilias (DSM IV de la APA) o de las desviaciones sexuales
(CIE 10 de la OMS). Es una manifestación frecuente en los
varones y rara en las mujeres.
2) Las variantes de expresión o
actividad sexual de un trasvestista son múltiples, de manera
tal que se debe investigar cada caso en particular. Se debe
distinguir tres formas fundamentales de feminización: a) si
es solamente la feminización del rol género en forma
ostentosa (manifestación de una conducta social en
búsqueda de un beneficio secundario, ya sea motivacional,
artístico o prostibulario, etc); b) si se acompaña además de
una erótica feminizante en forma por lo general
oculta (compromiso que tiene como intención o como efecto
despertar el deseo sexual o la excitación en si mismo o con
el otro independientemente de la orientación sexual que
establezca) siendo por lo general una manifestación de un
trasvestismo genuino; c) el focalizar los deseos y
prácticas femeninas para feminizar su cuerpo. Ellos
pueden incluir cambios deseados, efectivos o simulados,
tanto de las características primarias como secundarias del
sexo, que van desde el transgenerismo a la transexualidad.
Recordar que el trasvestista no quiere modicar sus genitales
a los que utiliza como fuente de placer erótica, mientras
que el transexual rechaza sus genitales (renuncia al
erotismo)
3) Dicha perturbación sexual en el area
asistencial médica se encuentra subordinada al interés del
trasvestista a ser asistido o no de acuerdo a su conducta
sexual la viva como egosintónica o egodistónica.
4) Desde lo médico legal el accionar
del perito dependerá de que el actor haya violentado alguna
norma legal y sea requerido por la Justicia para su
investigación a los fines de dar respuesta al interrogante
que plantee un magistrado.
5) Las parafilias en general no son
conductas delictivas, razón por la cual son patrimonio de la
vida privada de cada individuo en tanto en cuanto su
comportamiento sea similar al exigido por la sociedad a un
no parafílico.
6) La evolución histórica de la
experiencia de los travestistas en Argentina, está signada
por distintos avatares que van desde la prisión, siguiendo
por el consultorio y terminando en la calle, como una
sucesión genealógica del travestismo, y que continúa
estructurando el mundo en el que los travestistas viven aún
en la actualidad.
REFERENCIAS
BIBLIOGRAFÍCAS
1.
Barreda, Victoria. Cuando lo femenino está en
otra parte. Revista de Antropología Publicar, Año 2,
Nº3. 1993.
2. Bolin, Anne,
Transcending and Transgendering:
Male to Female Transsexuals, Dichotomy and Diversity.
En: Gilbert Herdt (edit.) Third Sex, Third Gender. Beyond
Sexual Dimorphism in Culture and History.
New York, Zone
Books, 1996.
3.
Bourdieu. Pierre y Loïc J. D. Wacquant.
Respuestas. Por una Antropología Reflexiva.
Grijalbo, México, 1995.
4.
Ekins, Richard. Sobre el varón feminizante: una
aproximación de la “teoría razonada” sobre el hecho de
vestirse de mujer y el cambio de sexo. En: José
Antonio Nieto (comp.) Transexualidad, transgenerismo y
cultura. Antropología, identidad y género. Madrid, Talasa,
1998.
5.
Foucault, Michel.
Historia de
la Sexualidad (I).
Buenos Aires, Siglo XXI, 1976.
6.
Garaizabal, Cristina. La transgresión del género.
Transexualidades, un reto apasionante. En: José
Antonio Nieto (comp.) Transexualidad, transgenerismo y
cultura. Antropología, identidad y género.
Madrid, Talasa,
1998.
7. Garber,
Marjorie.
Vested Interest. Cross-dressing and Cultural Anxiety.
New York, Routledge,
1992.
8. Gómez
Eusebio.
La mala vida en
Buenos Aires. Buenos Aires,
Juan Roldán, 1908.
9.
Goffman, Erving.
La presentación de la persona en la vida cotidiana.
Buenos
Aires, Amorrortu, 1981.
10. Grosz,
Elisabeth.
Sexual Difference and the Problem of Essencialism.
En: Volatile Bodies: Toward a Corporeal Feminism.
Bloomington, ndiana
University Press, 1994.
11.
Guy, Donna.
El sexo peligroso. La prostitución legal en Buenos Aires:
1875-1955. Buenos Aires, Sudamericana, 1991.
12.
Habychain, Hilda.
¿Los géneros, son solo dos? Actas del V
Congreso Nacional de Antropología Social, Olavarría, 1995.
13.
King, David. Confusiones de género: concepciones
psicológicas y psiquiátricas sobre el travestismo y la
transexualidad.
En: José Antonio Nieto (comp.) Transexualidad,
transgenerismo y cultura. Antropología, identidad y género.
Madrid,
Talasa, 1998.
14.
Lamas, Marta.
Usos, dificultades y posibilidades de la categoría género.
En: Marta Lamas (comp.) El género: La construcción
Cultural de la
Diferencia Sexual.
PUEG,
México, 1995.
15.
Laqueur, Thomas.
La construcción del sexo. Cuerpo y género desde los
griegos hasta Freud. Madrid, Cátedra, 1994.
16.
Perlongher, Nestor.
La prostitución masculina. Buenos Aires, La
Urraca, 1993.
17. Romi, J. C.
Delimitación Conceptual de las Perturbaciones Sexuales
Tesis de Doctorado. Facultad de Medicina, UBA, Buenos
Aires, 1980.
18. Romi, J. C.
Las Perturbaciones Sexuales: Reflexiones sobre su
delimitación conceptual. Rev. Neuropsiquiatría y
Salud Mental, 13. (3): 61-64, 1982.
19. Romi,
J. C. Curva de Auto evaluación Sexológica.
Su aplicación en Sexología Forense. Rev. Alcmeón 2
(2):241-266,1992. .
20. Romi, J. C.
Las Parafilias. Su delimitación conceptual.
Rev. Argentina de Psiquiatría Forense Sexología y Praxis,
1(1): 45-49, 1994.
21. Romi, J. C. Reflexiones sobre la conducta sexual
delictiva.
Rev. Argentina de Psiquiatría Forense Sexología y Praxis. 2
(2): 117-130,1995.
22. Romi, J. C. y Bruno, A. Importancia de la
semiología delictiva en la peritación psiquiátrico-forense
penal. Rev.
Argentina de Psiquiatría Forense, Sexología y Praxis,2(2):
82-91,1995.
23. Romi, J. C. El agresor sexual y el Código Penal
Argentino .
La Prensa Médica Argentina. 83(4):304-313,1995
24. Romi, J. C. Las parafilias: Importancia médico
legal.
Rev. de Psiquiatría Forense Sexología y
Praxis,3(1):96-111,1997.
25.
Romi J C Vicisitudes del proceso de sexuación: Importancia
médico-legal
Publicado en la Revista de Psiquiatría Forense Sexología
y Praxis de la
AAP
Año 4
Vol. 2 Nº 2 (6) Pág. 159-178 octubre 1997.
26. Romi, J. C. Sexología médico-legal.
En Segú, H. y col. “Conductas sexuales
inadecuadas”, pág. 253-282, Ed. Lunen-Humanitas, Buenos
Aires, 1996.
27.
Romi, J.C. Ley 25087/99. Modificación de los delitos
sexuales
Publicado en la Revista
de Psiquiatría Forense, Sexología y Praxis de la AAP
Año 7
Vol. 4 N° 1 (12) pág 61-83 junio 2000
28.
Romi, J.C. Investigación Psiquiátrica Forense de Abuso
Sexual
Publicado en la Revista
de Psiquiatría Forense, Sexología y Praxis de la AAP
Año 8
Vol. 4 Nº 1 (13) pág 53-79 marzo 2001
En
colaboración con Graciela Eleta, Lorenzo García Samartino,
Marta Gaziglia y Carlos Gatti
29.
Romi, J.C. Experiencia psiquiátrico-sexológica en el CMF en
peritaciones de adultos sobre casos de presunto abuso sexual
infantil
Publicado en “Estudios y comunicaciones
2000-2001”,
publicación científica del Centro Interdisciplinario de
Investigaciones Forenses de la Academia Nacional de Ciencias
de Buenos Aires. Director Prof. Dr. Mariano N Castex. Libro
43 Diciembre 2001 pág 111-118
30.
Romi, J.C. Los delitos contra la integridad sexual.
Consideraciones médico legales.
Publicado en “Cuadernos de Medicina
Forense” del Cuerpo Médico Forense de la Corte Suprema
de Justicia. Año 1 N° 1 junio 2002
En
colaboración con los Dres Lorenzo García Samartino y Víctor
L Poggi
31.
Romi, J.C. La sexualidad frente al consumo de drogas,
fármacos y alcohol. Su importancia médico-legal
Publicado en la Revista de Psiquiatría Forense, Sexología
y Praxis de la
AAP
Año 9
Vol. 4 N° 2 (14) pág 24-39 septiembre 2002
En
colaboración con el Prof. Dr. Roberto Lazcano
32.
Romi, J. C. Los delitos sexuales. Factores de riesgo de
índole sexual.
Publicado en “Algo más sobre le daño psíquico y otros
temas forenses”, publicación científica del
Centro Interdisciplinario de Investigaciones Forenses de la
Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires. Director
Prof. Dr. Mariano N Castex. Libro 49 Diciembre 2002 pág.
35-53
33. Romi, J.C. Nomenclatura de las manifestaciones sexuales
Publicado ALCMEON Revista Argentina de Cínica
Neuropsiquiátrica órgano de difusión de la FCCN (Fundación
Argentina de Clínica Neuropsiquiátrica) y de la AAP Año XIV,
Vol.,11, N° 2, pág 101-126, abril 2004
34.
Romi, J C, Casullo, M,
Garcia Samartino L, Godoy R L M. “La evaluación psicológica
en materia forense”
Premio
“Josë Ingenieros” 2004 de la Academia Nacional de Ciencias
de Buenos Aires
Editado
por Editorial Ad-Hoc Buenos Aires febrero 2006 Monografías
de Derecho Médico-legal
35.Roscoe,
Will.
How to Become a Berdache: Toward a Unified Analysis of
Gender Diversity. En Gilbert Herdt (edit.) Third
Sex, Third Gender. Beyond Sexual Dimorphism in Culture and
History. New York, Zone Books, 1996.
36.
Salessi, Jorge.
Médicos, maleantes y maricas. Higiene, criminología y
homosexualidad en la construcción de
la Nación Argentina (Buenos
Aires: 1871-1914).
Rosario, Beatriz Viterbo, 1995.
37.
Sebreli, Juan José.
Escritos sobre escritos, ciudades bajo ciudades.
Buenos
Aires, Sudamericana, 1997.
38- Stoller,
Robert.
Sex and Gender: On the Development of Masculinity and
Feminity.
Science House, New
York, 1968.
39.
Verón, Eliseo.
El discurso político. Lenguajes y acontecimientos.
Buenos Aires,
Hachette, 1987.
40.
Voorhies, B. y Kay Martin.
Sexos Supernumerarios. En: La mujer: un
enfoque antropológico.
Madrid,
Anagrama, 1978.
41. Whoodhause,
Annie.
Fantastic Woman. Sex, Gender and Travestism.
London,
Mcmillan Education, 1989.
42 Sirlin, L.
Diccionario sexológico. Ed. Caymi, Buenos
Aires, 1973.
|