Psicopatía y psicópatas

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Psicópatas de Novela


“Al este del Paraíso”, de  John Steimbeck


Por Liliana Ponte, porfesora de Literatura


Hay seres de sexo incierto, a los que la vida martiriza. Seres que están dispuestos a todo y asqueados de todo, apenas transpuestos los umbrales de la adolescencia. Llevan dentro de ellos un enorme bloque de vida dura. Son atormentados y atormentan, causan un daño definitivo en sus víctimas, casi sin reparación.
La Literatura ha dado maravillosos ejemplos de ellos, como casos de manual.
El místico asesino de “Crimen y castigo”; la promiscua y degradada “Nana’; la desdichada “Ana Karenina”, la atormentada personalidad de “Madame Bovary”, etc...
Hoy es del caso analizar el personaje de Kathy Ames, la protagonista de una novela que fuera llevada al cine, en la década del 50, por el gran director que fue Elia Kazán. Director también de “Un tranvía llamado deseo”, si bien su protagonista, Blanch Du Bois, pertenece a otra categoría de personajes, más vulnerables seguramente, superados por una realidad con la que no pueden convivir, como ciegos abriéndose paso en la neblina.
Creo firmemente que Kathy Ames nació con las tendencias _ o la falta de ellas _ que habrían de acompañarla firmemente durante toda su vida.
Alguna ruedecilla estaba rota en su interior; algún engranaje, fuera de proporción. Ella no era como los demás, era diferente, y usó esa diferencia en crear un doloroso desasosiego en el mundo que la rodeaba.
De niña ya, tenía la cualidad de ser mirada por todos cada vez que aparecía. Algo en ella llamaba poderosamente la atención, tal vez por la fijeza de su mirada, tal vez por ese ensimismamiento sombrío que la envolvía. Sus ojos miraban sin ver, como mirando sólo para adentro.
Los otros niños se sentían intimidados por ella, hasta que terminaban por evitarla como a un peligro sin nombre.
Kathy mentía; mentía permanentemente, pero a diferencia de los demás, sus mentiras nunca eran inocentes. No había nada de inocente en ellas.
La naturaleza, a veces, tiende sus trampas; detrás de su cara perfecta, de sus ojos enormes y sus cejas arqueadas que le enmarcaban el óvalo atrapante del rostro, se ocultaba alguien que era maestra en utilizar los impulsos de los demás en su propio beneficio.
Al reflexionar sobre ella, uno se pregunta si el mal que la hostigaba internamente fue el resultado de la naturaleza o de la crianza. Sin embargo, su casa paterna no parece haber sido un lugar probable para fomentar su ira, su desprecio por todo y por todos ni su intolerable repulsión hacia muestra alguna de humanidad, de afecto o piedad por los demás.
Devenida adolescente precoz, más inteligente que el común de las jóvenes del lugar, ya trataba temas de adultos de igual a igual, y no tardó en experimentar sus saberes al acosar a su profesor de historia hasta el extremo de llevarlo al suicidio, ante la sospecha de ser expuesto su desliz frente a la comunidad docente.
Ante el escándalo, sus padres la reprenden y deciden restringir su libertad. Pero, incidentalmente, la casa paterna es consumida por el fuego, con los padres adentro, y Kathy también, supuestamente. Pero no fue así: ella logró escapar, y de ese modo pudo hacerle “amen” a su pasado.
Nunca se supo qué originó el fuego, no explícitamente, lo cierto es que eso le permitió a la joven iniciar una vida totalmente nueva.
Involucrada con un hombre casado al que seduce y somete a un tormento emocional, termina siendo abandonada por él, tras recibir de su parte una tremenda golpiza que la deja medio muerta.
Es allí cuando aparece en su vida, paradójicamente, la mismísima encarnación del bien.
Un hombre que la rescata, la cura, la lleva a su casa y le dedica todos sus afanes.
Un destino promisorio parece darle a Kathy todo lo bueno que la vida tiene: se casará con Alan y será madre de mellizos.
Pero su naturaleza pertenecía al mundo de los dioses del averno: era una fuerza maligna de la naturaleza, y obedecía a su ominoso sentir.
Sucumbe al estrago, una vez más, y abandona su casa marital harta de una vida que aborrecía y le repugnaba profundamente.
Demuestra hasta el estrago la inexistencia del instinto maternal, sólo hay madres que aman, y hay madres que odian.
Sola y libre una vez más, deambula por la vida interesada en obtener poder: ansía seguir teniendo otros destinos humanos a sus pies, aunque más no sea para destruirlos.
Y para ello orientará sus últimos años de juventud hacia un exitoso burdel, del que comenzará como “pupila protegida” de la madama para terminar eliminándola, y así ocupar su lugar.
Allí irá a verla uno de sus hijos, el que no creyó la piadosa historia paterna sobre la muerte de la madre cuando ellos eran pequeños, quien más se le parece, y sabe de su rumbosa vida desde siempre y dónde termino’.
“Kathy lo “reconoce” : él es el heredero del mal, a diferencia de su otro hijo, que tiene la bondad y la inocencia del padre., éste se planta con su misma prepotencia, con su misma repugnancia ante la vida y toda forma de amor.
Y es a este hijo a quien terminará dejándole sus bienes, cuando decide poner fin a su vida, ya hastiada de todo y de haberlo vivido todo. Todo menos el amor.
Habiendo vivido siempre… al este del paraíso.


 

 

 

 

 

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