El mito del andrógino
Introducción
El conocido mito del andrógino que Platón pone
en boca de Aristófanes en el Banquete, tiene
importancia desde una perspectiva psicoanalítica porque
ilustra un modo mitológico de dar cuenta de la génesis del
psiquismo humano a partir de una operación ejemplar y divina
efectuada por el mismísimo Zeus, a saber, el corte (*tmesis)
en dos de la humanidad primitiva. También se habla allí de
otro tema crucial de la teoría psicoanalítica como lo es la
llamada elección de objeto (Objektwahl), en función de
la cual ensaya Platón una especie de tipología psicológica de
los humanos.
En el capítulo VI de Más allá del Principio
del Placer, Freud hace mención de este mito e, incluso,
presenta una traducción directa del griego de algunas líneas
del texto platónico que aluden al mencionado corte. En una
nota al pie de página, atribuye dicha traducción al gran
helenista Wilamovitz.
El contexto en el que Freud hace mención del
mito del andrógino es sumamente complejo. Luego de la Gran
Guerra de 1914-18, que pone fin a la llamada belle époque,
los proyectos metapsicológicos de Freud sufren cambios y
prefiere posponer indefinidamente la publicación de varios
textos que habían sido concebidos como un coronamiento de su
investigación teórica y clínica. El espectáculo de la masacre
de la guerra le impone nuevas direcciones a su pensamiento y
aparecen en escena la muy polémica noción de una pulsión de
muerte y la de la compulsión a la repetición (Wiederholungszwang).
Ambas nociones constituirían más adelante la base de la
comprensión de ciertos fenómenos clínicos tales como la
transferencia (negativa), la reacción terapéutica negativa,
etc.. La idea central de Freud en este texto es que la pulsión
(Trieb) siempre procura retrogradar a un estado
anterior. Ello permitiría entender la muerte biológica como un
retorno a lo inorgánico. La pulsión sexual, en cambio, no
buscaría aparentemente retrotraerse a ningún estado anterior
sino que, más bien, intentaría vanamente prolongar la vida del
individuo y de la especie. Cuando Freud presenta el mito
platónico, lo hace diciendo que se trata de una hipótesis,
bien que fantástica, que “deriva una pulsión de la necesidad
de reconstituir un estado anterior” (Sie leitet nämlich
einen Trieb ab von dem Bedürfnis nach Wiederherstellung eines
früheren Zustandes). El mito del andrógino, entonces, es
presentado por Freud como una suerte de justificación de que
también en el caso de la pulsión sexual se
trataría de reconstruir un estado anterior. El corte
practicado por Zeus a los seres humanos dobles primitivos hace
que las mitades resultantes se busquen incansablemente con el
deseo de fusionarse y restaurar la unidad original.
Vamos a ocuparnos en primer lugar de la famosa
cita que Freud hace del texto platónico para pasar luego a
considerar el mito mismo, tratando de destacar su relevancia
en relación a la teoría psicoanalítica del sujeto humano.
La cita freudiana
El texto alemán del pasaje del Banquete
de Platón citado por Freud en el capítulo VI de Más allá
del Principio del Placer en la Edición Studien
Ausgabe, Band III, p. 266 (ver Biblioteca Nueva,
Tomo VII, p. 2538) es el siguiente:
“Unser Leib war nämlich
zuerst gar nicht ebenso gebildet wie jetzt; er war ganz anders.
Erstens gab es drei Geschlechter; nicht blob wie jetzt
männlich und weiblich, sondern noch ein drittes, das die
beiden vereinigte....das Mannweibliche...”
Alles an diesen Menschen war aber doppelt, sie hatten also
vier Hände und vier Fübe, zwei Gesichter, doppelte Schamteile,
usw. Da lieb sich Zeus bewegen, jeden Menschen in zwei Teile
zu teilen, “wie man die Quitten zum
Einmachen durchschneidet...Weil nun das ganze Wesen
entzweigeschnitten war, trieb die Sehnsucht die beiden Häften
zusammen: sie umschlagen sich mit den Händen, verflochten sich
ineinander im Verschlagen, zusammenzuwachsen...”
Nuestra traducción de este pasaje es la
siguiente:
“Nuestro cuerpo no estaba al comienzo [de
los tiempos] construido del mismo modo que ahora: era
completamente de otra manera. En primer lugar había tres
sexos, no meramente masculino y femenino como ahora, sino aún
un tercero, que reunía (vereinigte) ambos...el
andrógino...”Todo en estos hombres era, pues, doble, ellos
tenían también cuatro manos y cuatro pies, dos rostros, partes
pudendas dobles, etc.. Allí Zeus se decidió a partir cada [uno
de estos] hombre[s] en dos partes “como se corta los
membrillos para hacer conservas (einmachen
significa también cocer y aún esterilizar). Una vez que
todo el ser (Wesen) estuvo dividido
impulsó/congregó (zusammentrieb) el anhelo (Sehnsucht)
en ambas mitades: ellas se abrazan con las manos, se
entrelazan una en/con otra en el deseo/afán (Verschlagen)
de adherirse/fusionarse”.
Tanto en el texto alemán cuanto en la
traducción al castellano, hemos resaltado con negrita lo que
es traducción directa de Freud del texto platónico. Ya
señalamos que, en una nota al texto, Freud anuncia que la
traducción que presenta la ha tomado de la traducción directa
del griego hecha por el gran helenista Wilamowitz. En relación
al texto original griego (tengo delante la económica versión
greco-italiana de BUR), lo que llama la atención es que Freud-Wilamowitz
hayan traducido el término griego *physis por Leib
(cuerpo). En todas las traducciones al castellano que hemos
tenido a nuestro alcance (Austral, Omeba, que distan de ser
brillantes) se lee “naturaleza”, traducción habitual de *physis,
que es, digámoslo, el nomen actionis (sustantivo de
acción) del verbo *phúo que significa brotar, producir,
surgir, etc., cuya raíz indoeuropea *phu aparece
también en el tema de perfecto del verbo latino esse
(ser, estar) y, de éste, en nuestra propia lengua tanto en el
verbo ser (fuimos, futuro, etc.) cuanto, por
préstamo, en el paradigma del verbo ir. Cabe destacar que
tanto Ballesteros como Etcheverry traducen “naturaleza”, tal
como si hubiesen consultado el original griego y corrigiesen
el Leib de Freud-Wilamowitz, que en ningún caso puede
ser traducido por “naturaleza”. Si se acude a algún
diccionario griego (el greco-francés de Bailly, por ejemplo)
se encuentra en el artículo *physis que, en tercera
acepción, tal término puede ser entendido como “naturaleza o
forma del cuerpo” que es lo más aproximado al Leib que
encontramos en Freud.
A modo de simple argumentación, hay que
reconocer que nada dice Platón de ningún corte de almas:
debemos, pues, asumir que los seres dobles primitivos tenían
dos cuerpos fusionados formando una unidad y dos almas más o
menos diferenciadas d’emblée. Otro punto destacable es
que, luego del corte, son necesarias una serie de
modificaciones corporales- de las que nos ocuparemos con
cierto detalle más abajo- mientras que no hubo necesidad
alguna de “retocar” las almas de los seres simples resultantes
de la partición, esto es, los humanos actuales. De modo que,
entonces, debe admitirse que la *physis aludida en 189
d 8 se refiere primariamente a la naturaleza corporal más que
a la psíquica o al conjunto alma-cuerpo. No obstante, traducir
*physis por Leib supone un salto tan grande que
es mejor descartar dicha traducción y reemplazarla por la más
cauta “naturaleza” o bien, con más precisión, por “naturaleza
o forma del cuerpo”. Que el magistrorum magister von
Wilamowitz nos perdone.
La causa del corte
Cuando Aristófanes describe cómo era esta
humanidad primitiva se detiene en la cuestión de la duplicidad
corporal y, curiosamente, detalla cómo se desplazaban girando
sobre sus cuatro manos y cuatro pies. “Y caminaban erectos,
como ahora, pero cuando se ponían a correr (...) sobre sus
ocho miembros, como los saltimbanquis...” Eran veloces, esto
es importante puesto que la rapidez e inquietud se revelan
como una manifestación visible de sus ambiciones. En 190 b, se
dice que podrían atacar a los dioses, tal como dice Homero de
Oto y Efialtes (Odisea, XI, 307/20) (vide infra). Los
humanos dobles primitivos representan una amenaza potencial
para los dioses y Zeus previene esta contingencia mediante el
corte. En el conciliábulo de los dioses se descarta
fulminarlos como a los gigantes debido a que, de hacerlo,
cesarían los sacrificios y honores que los humanos les
tributan. El corte reporta incluso alguna ventaja: al doblar
la cantidad de adoradores, duplícanse consecuentemente las
ofrendas.
Esta movilidad de los humanos primitivos es la
causa del recelo de los dioses y de la separación que Zeus les
impone “por no querer estarse quietos”. Reposo, quietud se
dice en griego *hesyjía (translitero como mejor puedo)
y es un término equivalente a los latinos quies y aún
tranquilitas. Son conceptos que se emplean tanto en
física cuanto en teoría política, comparando el orden del
mundo físico y la ordenación del mundo social humano. El
paralelismo cosmos-polis es, como se ve, de vieja data y
constituirá más tarde, en el Medioevo y la Modernidad
postrenacentista, un tópico del pensamiento político. Si bien
lo que llamamos lato sensu Modernidad comienza en la
Grecia clásica- una muestra de ello es, precisamente, la
filosofía como búsqueda de un saber consistente y demostrable-
los griegos tenían un muy desarrollado sentido de las
proporciones y de la armonía que les hacían ver que había algo
exagerado e indebido en el fondo del alma humana que debía ser
domeñado. En Sófocles aparece como *tolme, osadía que
impulsa al hombre siempre más allá de toda medida. El
Cristianismo continuará esta línea, viendo el pecado par
excellence en la soberbia, esto es, el creer o querer ser
más de lo que se es. Se trata siempre de lo mismo: los hombres
pretenden igualarse y aún superar a los dioses. Esta
característica humana enfrenta fatalmente a dioses y hombres.
En la Grecia clásica, todavía ganaban los dioses, pero, a
partir de Descartes, el ímpetu moderno se intensifica y la
religiosidad es relegada al ámbito de lo muy íntimo y
personal. Dios es desterrado del mundo científico, así como
del mundo social y político. El famoso “Dios ha muerto” que
Nietszche toma de Hegel da comienzo a esta consumación del
nuevo estado de cosas, a saber, la completa laicización de la
vida política. La religiosidad queda marginada, a disposición
de aquellos que por un motivo u otro no son capaces de
soportar la angustia (falta de un fundamento trascendente de
la verdad) que impone la vida moderna.
De acuerdo con lo que venimos diciendo, el mito
del andrógino no resulta ser, pues, sino uno de las tantos
construcciones destinadas a asegurar la existencia y
supremacía de lo trascendente y del orden (*taxis) que
de él procede y en quien encuentra su completa justificación.
El problema- filosóficamente hablando- es que lo trascendente
es presentado aquí como un Sujeto (Zeus, los dioses en
general) que, por más poderoso y sabio que sea, no deja por
ello de ser un sujeto y de ser portador, por tanto, de un
punto de vista y de un interés propio. Aristófanes dice
claramente que los humanos primitivos representan un peligro a
los intereses de los olímpicos: cuestionan su poder y amenazan
con suplantarlos. En el Cristianismo, la rivalidad entre los
humanos y Dios queda enmascarada por la idea de una divinidad
amorosa que no cesa de prodigar sus dones sobre los hombres.
Pero, en el relato bíblico de la expulsión de Adán y Eva del
paraíso queda clarísimo que ambos han sobrepasado un límite:
la interdicción de comer el fruto del árbol del conocimiento.
Este relato tiene un punto común con otro mito previo: el de
la rebelión de Lucifer. En ambos, los seres inferiores
intentan igualarse con la Divinidad y son castigados por su
soberbia y audacia. En el mito platónico, los dioses
consideran todavía una segunda partición, en caso de que los
hombres no cejen en su demasía.
El castigo bíblico que acarrea la caída del
paraíso es la necesidad y la obligación de trabajar. El amor,
en cambio, es el castigo que trae consigo la partición que
Zeus impone a los humanos primitivos. No deja de ser curioso
que la capacidad para amar y trabajar sean los requisitos que
Freud exigía para poder dar por terminado un análisis. Asoma
aquí el espíritu clásico de Freud al plantear la necesidad
para cada cual de reconciliarse con su pertenencia. En otro
lugar, nos ocupamos de las importantes nociones freudianas de
reconciliación (Versöhnung) y pertenencia (Zugehörigkeit)
en relación al fin de análisis. Aquí simplemente señalaremos
que la propia palabra alemana Versöhnung procede de
Sohn, hijo, y significaría literalmente “hacerse o
volverse hijo”; en calve psicoanalítica, debe entenderse como
aceptación de la filiación y capacidad para ocupar el lugar de
hijo. Pertenencia (Zugehörigkeit, que a su vez proviene
de hören, oír y, de allí, obedecer) es, en principio,
pertenencia- y sumisión- a un tótem, tal como lo desarrolla
Freud en Tótem y Tabú (1912). La reconcilición del
sujeto con su pertenencia (tótem, dioses, autoridad paterna en
general), su aceptación de la filiación, termina el conflicto
y restablece el buen orden.
La refacción corporal posterior al
corte
Reconocimiento y relación sexual
Consumada la partición, Aristófanes relata que
se hizo necesaria la intervención de Apolo a fin de cerrar la
enorme herida que dejó tras de sí la separación. El dios
estira y cose la piel, quedando el ombligo y algunos pliegues
como resto de dicha sutura y como permanente recordatorio del
castigo divino. Sin embargo, lo más relevante de este
fragmento del discurso es que Zeus le ordena a Apolo girar la
cara de su anterior posición, a fin de que los hombres
pudiesen contemplar las consecuencias de su soberbia. Se
sobrentiende que los seres dobles tenían sus caras en
oposición y que no se conocían entre sí, estando, entonces,
fusionados pero ignorantes uno del otro. El mutuo
reconocimiento facial es, pues, una novedosa necesidad que
impone la partición.
Sigue Aristófanes su relato: una vez efectuada
la cruenta separación, cada mitad trataba de encontrar a la
otra mitad y, si lo hacía, se abrazaba a ella con tal fuerza
que resultaba imposible separarlas y perecían de inanición una
en brazos de la otra. Tan grande era el deseo de volver a
reconstituir la unión originaria que la raza comenzaba a
extinguirse. Aquí interviene Zeus, movido por la pena, y lleva
a cabo, él mismo, una segunda modificación en el cuerpo:
cambia de lugar los genitales y los pone adelante,
posibilitando con ello la relación sexual y la generación de
hijos. De esto, ha de deducirse que, no habiendo generación
entre los primitivos hombres dobles, debían ser, por fuerza,
inmortales. De cualquier modo, hay una estrecha conexión entre
relación sexual y mortalidad. La relación sexual es
importante, además, porque incluye la saciedad y, por ella, la
posibilidad de ocuparse de otras necesidades de la vida.
Platón utiliza en este pasaje (191 c 8) el verbo *epimeleo,
cuidar, que remite al importante concepto de *epiméleia,
cuidado, especialmente el cuidado de sí, de la propia alma,
que es uno de los fines que promueve la actividad filosófica.
Y puesto que Platón también concibe a la filosofía como
preparación para la muerte, quedan como entretejidas las
nociones de cuidado de sí, filosofía y mortalidad. Y todo ello
a partir de la relación sexual. Antes de ella, sólo hay
necedad, soberbia e inmortalidad, entendida ésta como
ignorancia de la muerte y no preparación para ella.
Un detalle interesante es que está intervención
de Zeus que permite la relación sexual, es producto de su
ingenio. Es una *mejané (véase 191 b 6) esto es, un
artificio, de lo cual se deduce que la relación sexual no es
“natural” sino artificiosa, un producto del ingenio. *Mejanéus,
ingenioso, es uno de los epítetos con que suele elogiarse a
Zeus. Por otro lado, la relación sexual apacigua y extingue
aunque sea momentáneamente este insaciable deseo de unión de
las mitades. De esa extinción pasajera del deseo surge la
posibilidad de atender a “otras necesidades” relacionadas con
la *epiméleia (el cuidado), esto es, con el desarrollo
de la cultura. Nada dice Aristófanes de la cultura o sociedad
de los seres dobles primitivos.
En síntesis, la relación sexual está del lado
del padre Zeus, es artificial y, si cuadra, puede llegar a ser
artística, por lo cual está plenamente justificada la
necesidad de un ars amandi. En cambio, la fusión de dos
en un único ser vendría por fuerza a situarse del lado de la
madre, representando un estado inicial “natural” del ser
humano de unión con un objeto primitivo al que se ha de añorar
por siempre una vez que la separación se verifique. Agreguemos
que esta añoranza (amor) no tiene un verdadero remedio. Sobre
esto volveremos más adelante.
La clasificación de Aristófanes
La variedad de los seres dobles originales
implica una clasificación de los seres humanos actuales, sus
mitades. Puesto que cada mitad busca la mitad perdida, es por
ello que habrá, entonces, tres tipos de personas simples: los
varones y mujeres que estuvieron antaño unidos a un individuo
de diferente sexo al propio; los varones que estuvieron unidos
a otro varón y las mujeres que lo estuvieron a otra mujer. Se
explica de esta manera la elección de objeto homo o
heterosexual.
De esta clasificación resulta asimismo una
tipología psicológica: los que provienen de un andrógino
(mitad hombre y mitad mujer) son dados al exceso sexual y
formarán la mayor parte de los adúlteros y libertinos, valga
el anacronismo. Apenas menciona Aristófanes a las mujeres que
provienen de una doble mujer primitiva y sólo dice de ellas
que prefieren a otras mujeres. En cambio, se detiene en los
hombres que provienen de un hombre doble y hace una defensa de
los mismos. No deben ser criticados ni tomados por lascivos
por preferir la compañía de los jóvenes. Más aún, cuando un
hombre encuentra otro hombre, la saciedad sobreviene
rápidamente y pueden entonces dedicarse a “las otras
necesidades de la vida” (Véase el pasaje ya citado en 191 c 5
y ss). La lascivia de los heterosexuales se debería, pues, a
la falta de saciedad. La relación sexual (coito heterosexual)
resulta ser por un lado un recaudo contra la extinción de la
especie, pero, por otro, un severo inconveniente a los fines
del desarrollo de la cultura. El coito heterosexual viene a
ser tan soberanamente deleitoso que no produce saciedad y los
que lo buscan quedan atrapados en él como cautivos de un
encantamiento irresistible que no cesa ni decae. De allí que
los homosexuales masculinos- de las lesbianas poco y nada se
dice- vienen a representar la parte progresista de la
sociedad. Y la virtuosa, además.
Desde luego, estas declaraciones de Platón no
deben ser vistas a través de nuestra óptica de sujetos
hipermodernos. La pederastia era una institución en la Grecia
clásica conforme a la cual una vez que un muchacho llegaba a
la adolescencia (*ephebía) era usual que pasase a estar
bajo la supervisión de un adulto varón que actuaba como
educador y mentor del joven. En otro diálogo, el Eutidemo,
Critón le pide consejo a Sócrates respecto de la educación que
ha de brindar a su hijo y el resto del texto evalúa las
ventajas de una educación filosófica respecto de la enseñanza
que proporcionaban los sofistas (Eutidemo y su hermano
Dionisodoro).
Pero la pederastia misma debe ser entendida
como una pervivencia de la ritualización de la homosexualidad
en las culturas tradicionales. En estas, la mujer suele estar
tabuada y el acercamiento a ella es limitado por un estricto
ritual. Ello se debe a que se supone que la mujer es peligrosa
porque debilita la masculinidad del hombre. No es menester
remitirse a las tribus sudamericanas o africanas: cuando
Hesíodo relata la aparición de la mujer, la bella Pandora, la
presenta como un zángano que vive a expensas del hombre, lo
aguarda en casa mientras él trabaja en los campos y le sorbe
las energías cuando regresa. Es todo un tópico el que la
sexualidad sea el medio por el cual la mujer domina y agota al
hombre. Por otra parte, la masculinidad no es vista como
natural y todo joven varón debe adquirirla de otro hombre ya
adulto. La pederastia es, en definitiva, la forma que en la
Grecia clásica adquiría la trasmisión de la masculinidad
(fuerza física, bravura, fertilidad, etc.) de una generación a
otra. Y dicha trasmisión puede- debe- incluir algún tipo de
actividad decididamente sexual de incorporación ritualizada de
esperma. Por ello es que Platón insiste en que no se trata de
una pura lascivia que tiene a los jovenzuelos por objeto. Las
“otras necesidades de la vida” son lo que está en juego, esto
es, la cultura misma. Por lo demás, la rígida separación entre
los sexos es vital cuando se trata de sociedades que deben
producir guerreros de los cuales dependen para su seguridad y
continuidad. Esa masculinidad purificada y reconcentrada suena
exagerada si se la considera desde nuestra propia época
unisex, en la que la guerra se parece más a una batalla de
videogame que a la lucha cuerpo a cuerpo de otrora, la
cual exigía una gran dosis de coraje y éste debía ser
inculcado en forma compulsiva.
A principios del siglo XX, Otto Weininger hace
un encendida y casi wagneriana defensa de esta masculinidad
típica de las sociedades tradicionales guerreras en su texto
Sexo y carácter, que ha sido objeto de multitud de
estudios recientes. La mujer no es más que un síntoma del
hombre, síntoma y a la vez causa de su debilidad. Desde esta
óptica, la llamada liberación femenina es un peligro y una
amenaza al orden social fundado en la autoridad del padre. El
varón debe, pues, purificar su deseo y liberarse de las redes
de la debilitante seducción femenina. El ideal social pasa a
ser el de un cenobio masculino al tipo de la Castalia de la
novela de Hermann Hesse.
Conclusión
El relato platónico nos presenta, pues, una
versión mítica del momento culminante del nacimiento de la
subjetividad: la intervención paterna que produce un corte en
el sincicio madre-hijo e introduce al sujeto en los
desencuentros del amor. Salida penosa del narcisismo, de su
soberbia y de su desconocimiento, que impone la necesidad del
cuidado de sí y la certeza en cuanto a la propia muerte. El
corte de Zeus va acompañado de la reforma corporal que permite
la relación sexual, que tiene un doble valor: por un lado,
salva de la extinción a la especie y, por otro, es un deliquio
extremo que amenaza el desarrollo de la cultura. Una muestra
de que Platón y sus contemporáneos no eran homosexuales al
estilo de los que solemos ver en nuestros días es que,
justamente, describe al coito heterosexual como deleitoso y no
horroroso como sí lo hacen los perversos de nuestra propia
época.
Hay que admitir que el mito platónico es
optimista por cuanto el corte asegura que cada cual tiene su
cara mitad y el problema se reduce a armarse de paciencia y
buscar hasta encontrarla. Una cuestión de suerte. Para que
aparezca el tema de la falta es menester esperar el discurso
de Sócrates, quien revela que Eros es hijo de Penía (la falta)
y de Poro (el “rebusque”). En el mito del andrógino, la
búsqueda del objeto perdido puede tener un desenlace feliz,
mientras que en Freud el objeto de la mítica
Befriedigungserlebnis (experiencia de satisfacción) está
irremediablemente perdido y sólo es recuperado en forma
ilusoria en ciertas experiencias como el enamoramiento (Verliebtheit)
y la sugestión. De allí que la ilusión, esto es, la esperanza
de reencontrar el objeto perdido, sea tan necesaria en la vida
de la gente. Y tan nociva. No hay vuelta atrás del corte
operado por el padre Zeus. Si el corte ha sido bien hecho la
nostalgia por el objeto se convertirá en materia poética y
liberará energías a favor del desarrollo cultural. Pero si
esto no ocurre, el recuerdo del objeto se convertirá en el
retorno ominoso de un objeto terrorífico e indeseado, tal como
lo vemos en los pacientes psicóticos y, veladamente, en los
sujetos perversos.
Apéndice para lectores exquisitos
En el texto de Platón encontramos mencionados a
dos personajes mitológicos- Oto y Efialtes- con quienes son
comparados los seres dobles primitivos. ¿Porqué esta
comparación? Ambos eran hijos bastardos de Efimedea quien,
enamorada de Poseidón, los concibió por un medio singular:
recogía olas marinas y las derramaba sobre su seno (Véase en
la Biblioteca I 7 4 de Apolodoro y la Fábula 28
de Higinio entre otros testimonios de la Antigüedad) y tomaron
el nombre de Alóadas por su padre putativo Aloeo, también hijo
de Poseidón y de Cánace. Estos niños crecían cada año un codo
en anchura y una braza en altura y cuando cumplieron 9 años- y
con respetables 17 metros de alto y 4 de ancho- resolvieron
desafiar a los dioses: amenazaron con escalar el Olimpo y, a
tal efecto, acumularon montes unos sobre otros, apresaron a
Ares en una vasija de bronce, anunciaron su intención de secar
los mares con los montes e inundar las tierras y declararon
que poseerían Efialtes a Hera y Oto a Artemisa. Tamañas
bravuconadas terminaron por irritar a los dioses, quienes
decidieron su perdición. En algunas versiones, Zeus los
fulmina directamente, y, en otras es Artemisa metamorfoseada
en cierva quien se interpone entre ellos y hace que ambos se
maten mutuamente con sus jabalinas, cumpliendo con la profecía
de que no podían ser muertos ni por los hombres ni por los
dioses.
No intentaremos aquí una interpretación formal
del mito de los Alóadas (Véase en R. Graves Los mitos
griegos, I, pág. 166 y ss), aunque haremos referencia a
algunos elementos que nos parecen sugestivos y conectados con
lo que hemos ya dicho acerca del mito de los andróginos. En
primer lugar, está la cuestión de su concepción, en la que
falta la relación sexual y, luego, el crecimiento portentoso
de los niños, manifestación visible de su inflación
narcisista. Saberse hijo de un padre y una madre que han
sostenido una relación sexual es aquello que frena el
envanecimiento narcisista y pone al niño bajo la autoridad
paterna. La posición subjetiva infantil y perversa se
patentiza en su anuncio de que anegarían las tierras y
secarían los mares: por tal medio subvierten el orden cósmico
existente impuesto por los dioses y se igualan a ellos como
creadores. El deseo de crear un mundo o una sociedad ordenada
justamente al revés del mundo existente es un rasgo típico de
muchos perversos, tal como lo señala J. Chasseguet-Smirgel en
su texto Ética y Estética en la perversión. Por medio
de tal reordenación mundana, el perverso se coloca en el lugar
de un Amo absoluto y afirma su yo frente todo otro yo que se
le oponga. Está claro que los dos hermanos son niños de nueve
años.
A todo esto hay que agregar la nota
específicamente incestuosa: Oto y Efialtes se juramentan para
poseer a Hera y Artemisa. Aparece, por fin, la relación
sexual, aunque desligada de la función genésica y como mero
medio de mancillar y corromper la serenidad y majestad del
padre Zeus. Ya señalamos antes que la inmortalidad-
condicionada, en este caso- es simple ignorancia de la muerte
y falta de toda preparación para ella, fin éste de la
filosofía según Platón.
En suma, este relato mítico que tiene por
protagonistas a Oto y Efialtes viene, como el mito del
andrógino- a ejemplificar el fracaso necesario de las
rebeliones contra el orden que los olímpicos han instaurado y
mantienen en el mundo. Los griegos ven ese orden como justo y
superior, mientras que los rebeldes siempre tienen la
característica común de tratarse de seres monstruosos,
excesivos, turbulentos e injustos, esto es, infantiles. Justo
al revés que nosotros, tan mal instalados en la Modernidad
final de nuestros días. Lo común en nuestra época es sentir
que todo el orden social es injusto y debe ser permanentemente
corregido o de algún modo cambiado. Pero éste ya es otro
asunto y debe ser investigado por separado.