Psicopatía, psicópatas y complementarios

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Carta comentada:


Más allá de la muerte

Estimado doctor Marietan:
Antes de empezar a escribirle, dudo respecto de cómo empezar. Podría decir: hace poco más de un año ya le consulté, nos entrevistamos una vez -previo envío del cuestionario sobre psicópatas que afirmaba que yo estaba con uno-, usted me explicó un poco como debía trabajarse en estos casos, yo no estaba dispuesta a aplicar el contacto cero -él estaba enfermo, era adicto, estaba en medio de una recaída, yo quería re-internarlo, cosa que hice, etcéteras...- y entonces no había posibilidad de tratamiento para mí. O también podría decirle: yo no pude iniciar un tratamiento en aquel momento, porque me sentía responsable por él, hice lo posible, pasamos otra vez, mis hijos y yo, por un psiquiátrico y una comunidad de rehabilitación -idéntico derrotero habíamos seguido en 2007 para, luego de 10 meses de abstinencia, que él recayera a la vuelta de las vacaciones-, lo acompañamos, hizo tratamiento, lo sostuvimos, durmió en casa, lo acompañé todo lo que se puede acompañar a alguien -con matices, el tema sexual estaba por mí casi interrumpido-, fue menos entusiasmante y más triste que la vez anterior, pero intenté tener algo parecido a una pareja con él, era imposible, por primera vez en mi vida lo engañé (es decir, mantenía una relación secreta con una señor que, a la sazón, él me había presentado, lo cual me hacía sentir horrible muchas veces y me hacía vivir ese romance como imposible porque JAMÁS iba a decirle a él que estaba con ese hombre), hicimos hasta terapia de pareja, y finalmente recayó en verano nuevamente, dejó la comunidad terapéutica, lo eché de casa, vivió una semana solo en la suya y murió de una hemorragia digestiva alta por rotura de várice esofágica. Yo lo acompañé en la ambulancia, lo interné, no pensé que iba a morir-en ese momento parecía estable-, y luego todo empeoró: dolor, hematemesis, me sacaron de la habitación donde estaba, y fue a terapia, y ya sólo lo vi en coma, con respirador, y los partes eran peores cada vez. Murió en menos de 24 hs. Yo sabía que eso podía suceder, se lo había dicho hasta el cansancio, pero su muerte me agarró completamente en pelotas (usted me entiende) Fue terrible.
Terrible. Tengo con él un hijo de 9 años, y otros 2 de mi primer matrimonio. Después de un tiempo de parálisis mental retomé mi romance con el señor ya mencionado -sigue siendo semi secreto porque obviamente no es momento de traer a nadie a casa, y por otras razones más-, muchas veces me siento feliz, enamorada de él (es complicado todo, pero claramente los problemas no son los de la psicopatía) ,y otras me apeno tanto, o me enojo tanto con que se haya muerto que nada más parece muy importante. Creo que algo de mí no lo acepta.
Entonces pasé por Letra Viva y vi su libro 'El complementario y su psicópata' -casi un oxímoron, no, porque la inversa sería más obvia y menos inteligente- y me acordé, de pronto, que en nuestra única entrevista usted me había dicho 'él ya está muerto'. Y compré el libro y decidí escribirle, a la vez que reescribí mi caso-historia con él, por si a ud le resultara útil y porque a mí me hacía bien escribirla. No sé. Me agradaría conversar con usted, saber si es posible que, aún muerto él, yo todavía necesite un tratamiento de complementaria o si sólo pensarlo es disparatado. Hago el duelo por su muerte, voy al cementerio una vez por mes, muchas veces lo echo de menos y me da enorme dolor que se haya muerto. Si racionalizo no sé bien qué extraño, porque él era torturante, había pocos momentos buenos y muchos muy tensos, y además era tan egoísta, tan poco considerado -cuando volvió a consumir, una vez más, también fue desconsiderado. Se cagó en todo-, pero no sé, me apena, me parece que fue tan infeliz, que sufrió tanto la vida, que no pudo aferrarse...Entonces, aunque veo a un psicoanalista y a un psiquiatra, igual pensé en usted, en que quizá me hace falta todavía darle vueltas a este tema.
Extrañarlo o pensar en que está muerto también en los momentos más insólitos (en la cama con mi pareja, por ejemplo) me parece algo morboso, o culpógeno, o no sé qué. Y esa certeza de que fue el amor de mi vida, de que 'no habrá ninguno igual, no habrá ninguno', aunque tenga proyectos, y felicidad de a ratos...¿no es enfermiza? ¿Uno puede amar a un psicópata, y, peor, uno que soltó la vida, que eligió morir? ¿o no lo sería en verdad, y sería, no sé, asocial, paranoide, adicto, con desórdenes de personalidad, todo eso que parece que -también- era? En su momento usted me dijo que sí, que era un psicópata. ¿Puedo seguir enganchada en algo de su recuerdo que me hace mal, más allá de lo que es lógico de la pérdida, del duelo de mi hijo y demás?
Bueno, disculpe lo largo de este mail. Si tiene algún momento para responderme, se lo agradezco, así como si a usted le parece que sería bueno para mí volver a entrevistarme con ud.
Saludos cordiales, Romie

Romie
Como he dicho muchas veces, el psicópata penetra como un virus y se queda en la mente del complementario. El complementario, desde luego, lo aloja cuidadosamente, a pesar de que se queje de sus brutalidades y de los martirios psicológicos que le propine. Una satisfacción inefable lo sostiene vigorosamente en la psiquis del complementario.
Bajo protesta de la propia complementaria, de su parte lógica que lucha por conseguir el antivirus que lo destruya, mientras su otra parte, la esclava boicotea la acción de la lógica. Así, la batalla por la recuperación se da en la propia cabeza de la complementaria: entre la lógica y la esclava. A mayor tiempo de convivencia con el psicópata, más fuerte se hace la esclava. Se le envicia la cabeza de psicopatía, de sumisión irracional, de placeres indefinidos, de tensiones que traspasan el sufrimiento y tocan allí, en "ese extraño oasis" donde el animalito se sienta a beber a sus anchas.
Tanta tensión, tanta desconsideración, tan cruel, y sin embargo es entrañable. Pero la complementaria no sabe qué extraña del psicópata. Toda su lógica repasa la historia de la relación y solo encuentra espinas y dolor. Es que el rastrillo de la Lógica tiene dientes muy separados para poder rastrear la sutileza embriagante del lo irracional. Solo puede arrastrar lo más grueso, lo que sabemos todo: el maltrato, las infidelidades, las caídas, los golpes. Pero la esclava se queda con su preciado y secreto tesoro. Ella sabe porqué le debe obediencia al psicópata. Y porqué, ahora que está muerto, lo va a visitar a su tumba, una vez por mes, ante el azoramiento de lo la lógica que no sabe qué hace frente a esa lápida y que espera que sea lo suficientemente gruesa para evitar cualquier posible retorno al mundo de los vivos.
La esclava no siente así, ella es la que está ahí, parada, esperando por el milagro. En su mundo irracional, todo es posible y, tal vez, tenga algo de placer con tan solo acercarse a ese cuerpo idolatrado, un metro ochenta más abajo.
Nosotros, sumisos a lo racional, nunca entenderemos esto. Lo declararemos incomprensible y cerraremos el paquete y… ¡al archivo!
Pero ella, la esclava, no. Ella seguirá por un tiempo a llorarlo a la tumba, hasta que su apetito insatisfecho obligue a buscar "aquellas" emociones, las oscuras, las que se filtraban a través de las amplias fisuras de lo convencional y la hacían tan feliz. No lo conseguirá, lo sabemos, y quedará ese hueco, compañero triste que se arrastrará a su lado hasta el día final.
Mientras tanto, la lógica rearmará su vida, y tendrá sus placeres, sus armonías, sus bellas ecuaciones simétricas, la consideración de los otros. Y la paz, esa paz tanto tiempo perdida. Todas sus cuentas darán bien.
Pero, una vez al año o cada dos años, sin saber cómo ni por qué, se encontrará contemplando la lápida, y tal vez le saque algunos pastitos rebeldes que se empeñan en taparla.
Dr. Hugo Marietan, abril 2009


 

 

 

 



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