Psicopatía, psicópatas y complementarios

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Artículo

 

Madoff y la incomprensión

Hugo Marietan, marzo 2009

 

Como lo he expresado en otro escrito (Estafador serial…”) este tipo de psicópatas tiene un perfil definido y establece con las personas objeto de su estafa un tipo de relación complementaria donde el cebo es la ambición. Aquí no hay “víctimas”. La víctima, señores, es un ser que se topa con lo dañino sin aportar nada de sí para que el daño se produzca. Todo aquel que participe de alguna manera en el hecho dañino no puede ser considerado una víctima. En este caso de estafa, por ejemplo, el que le entregó el dinero a Madoff (o al cualquiera de estos psicópatas financieros) lo hizo a conciencia de que sería una operación de alto riesgo, riesgo que asume (cual un jugador) movido por su ambición de ganar por sobre los márgenes comunes de inversiones similares. Jugaron y perdieron. Luego lloran y juzgan, pero…

Veámoslo desde la perspectiva lúdica: ¿qué simpatía nos despierta un jugador que apuesta y pierde? Ninguna. Es consecuencia previsible del hecho de jugar.

Pero, dirán, Madoff mintió, engañó: sí, de acuerdo, él es el psicópata. Que le hacha de la justicia caiga sobre él.

Mas, los que participaron de este juego de ganar más allá de lo estándar, los que arriesgaron, codiciosos, su dinero ilusionados con una buena tajada: a estos golosos los vamos a llamar “víctimas”. No, señores, estos son partícipes necesarios de esta estafa: si ellos no participan la “estafa” no se configura.

Algunos apresurados pensarán que estoy “justificando a Madoff, nada más lejos de esto. Lo que sí estoy haciendo es desenmascarando a lo que los medios llaman víctimas. Madoff es un estafador, sí, pero los mal llamados “víctimas” no son angelitos caídos del cielo.

Recordemos la etimología de la palabra estafa (ya colocada en otros trabajos). Viene del italiano “staffa”, que significa estribo. Y está relacionado con los viejos cuentos del tío que se hacían, en aquellos tiempos, a los poseedores de caballos para que se lo “presten” por un rato a sabiendas que no se lo iban a devolver. Es decir, pedir prestado sin la intención de devolverlo. Este cuento del tío le servía al vivillo para llegar al “estribo” (staffa) del caballo del hombre que se lo prestaba de buena fe.

En la estafa pura, entonces, se necesita un estafador (Madoff), alguien que engaña a sabiendas del daño a producir, y un “engañado”, alguien que cree de buena fe en un acto común (como es el hecho de prestar, solidariamente y para seguir el ejemplo, un caballo). “Entré como un caballo” suelen decir los estafados, cuando se dan cuenta de la estafa pura.

Pero, cuando lo que ofrece el estafador está más allá de la ganancia común, ya no podemos decir que el depositante de dinero está obrando “de buena fe” como exige la ecuación de la estafa pura. Lo que está haciendo el inversor es “apostar”, es decir dejar un porcentaje del devenir al azar. En consecuencia es arriesgar (de riesgo, del árabe rizq “lo que depara la providencia”), poner en peligro su inversión. Ganan, festejan; pierden, lloran.

En exceso, digo que el tendal que dejó Madoff (o aquí Curatola), fue un tendal de apostadores, de jugadores llenos de la adrenalina que da la ilusión de una ganancia desproporcionada ejecutada por un psicópata.

 

Haré algunos comentarios sobre el artículo del diario El mundo, de España, colocado más abajo, sobre este mismo tema.

El psicópata es difícil de identificar si no está accionando como psicópata (y este accionar es, a su vez macabro o estrambótico), así para el peluquero de Madoff éste «Solíamos bromear sobre mujeres o charlar del tiempo. Cuando la Bolsa iba bien sonreía; cuando iba mal, sacudía la cabeza»: era un rico como otros.

Cuando Gregg O. McCrary dice que los psicópatas “juegan a ser Dios” sospecho que Gregg no se ha detenido a profundizar sobre estas mentes y confunde el medio con el fin. Las conductas observables  del psicópata deben servir para inferir la necesidad especial que motoriza al psicópata: el asesino serial no está “jugando” a ser Dios (como un chico) cuando ejecuta a sus víctimas siguiendo un estilo de ejecución; está mucho más profunda la raíz: necesita matar, y matar de “esa manera”. Algún día encontraremos la explicación de esto, pero estoy seguro que estará lejos de un simple e ingenuo “jugar a ser Dios”.

El abogado Antonio Manuel Núñez-Polo nada también en la superficie al detenerse en el disfraz del psicópata, en el vestuario para la puesta en escena: “Viven a todo trapo y son muy escrupulosos con su imagen y con quedar bien ante los demás”. Los psicópatas son actores natos, engañadores de alta profesionalidad, y, desde luego, que son cuidadosos con todo el entorno necesario a su accionar psicopático. ¿Adónde hubiese llegado Madoff vestido y con los hábitos de un oficinista de tercera? Los psicópatas trabajan generando imágenes e ilusiones en la mente de las otras personas. Y las imágenes entran por lo sensoperceptivo, y ellos deben “tener una imagen” acorde con lo que quieren conseguir. A ello le sigue el arte de ilusionar a la persona. A la imagen le siguen las palabras: el arte de qué y el cómo decir para amasar en la mente del otro la ilusión, la esperanza de que conseguirá lo que tanto anhela y que, antes del psicópata, parecía imposible. Arte que conlleva el uso de los silencios, de las frases inconclusas, de los puntos suspensivos, para que la persona complete con su propia imaginación qué vestido llevará la realización de su deseo. Arte de gestos mínimos, de esperas, que van generando la expectativa armoniosa y el gozo anticipado del sueño realizado y que tiene como partícipe imprescindible al psicópata. Adueñarse del generador de sueños de la mente del otro: ese es el objetivo del psicópata, para que ese generador funciones con los deseos del psicópata y la persona crea que esos son sus propios sueños.

José Antonio García-Andrade usa una vieja fórmula freudiana cuando dice: «A menudo, la exploración psiquiátrica de estos individuos revela una rivalidad con el padre no superada». Este razonamiento constituye una vía muerta para la investigación de estos temas, y confunde a aquellos que recién se acercan al problema. Y el periodista ironiza: “Resulta difícil calibrar la influencia de la figura paterna en la actuación de Bernard Madoff, porque apenas se sabe nada de él”.

 

En la investigación de los casos de estafa hay que ser meticuloso en sopesar los compontes de este negocio, muy relacionado con lo lúdico. Ver un solo miembro de la ecuación y demonizarlo (Madoff) es fácil y obvio; esforzarnos por ver con claridad al otro miembro que completa la ecuación nos hará entender en todas sus aristas el antiquísimo juego de la estafa.

 

 

 

 

 

 

 

En la mente de Bernard Madoff y otros «psicópatas» financieros

Fuente:

http://www.elmundo.es/suplementos/magazine/2009/492/1235651979.html

 

Narcisismo, frialdad, capacidad manipuladora, ausencia de remordimientos, insensibilidad hacia la víctima... No es el perfil de un asesino en serie sino el del mayor timador de la Historia. Psiquiatras y criminólogos llevan años constatando que entre delincuentes de cuello blanco y psicópatas hay inquietantes similitudes.

 

Por Víctor Rodríguez

 

Para Senio Figgliozi, Bernard Madoff era «un gentleman». Propietario de la barbería de Palm Beach (Florida) a la que el autor confeso del mayor timo de la Historia solía ir a cortarse el pelo, afeitarse y hacerse la pedicura, Figgliozi asegura que su cliente era un tipo generoso y educado.

«Solíamos bromear sobre mujeres o charlar del tiempo. Cuando la Bolsa iba bien sonreía; cuando iba mal, sacudía la cabeza», comentaba tras la detención del financiero, apenas 15 días después de haberle cortado el pelo por última vez.

Para el ex agente del FBI Gregg O. McCrary, especialista en la elaboración de perfiles criminales, Madoff está, en cambio, más cerca de un asesino en serie.

«A los asesinos en serie les gusta tener el control sobre la vida y la muerte de la gente», aseguraba recientemente el investigador, citado en un artículo del New York Times, con el sugerente título de El talento de Mr. Madoff, en referencia al inquietante protagonista de la novela de Patricia Highsmith El talento de Mr. Ripley. «Juegan a ser Dios. Es la megalomanía en estado máximo. Madoff hace lo mismo. Al arruinar a tanta gente está jugando a ser una especie de dios de las finanzas». Probablemente, los dos tienen razón.

Desde que, en 1939, el sociólogo Edwin Sutherland acuñara la expresión delincuencia de cuello blanco, la criminología se ha aplicado en trazar el perfil psicológico del estafador. Y en el retrato emergen muchos rasgos que se ven también en el psicópata de libro: narcisismo, capacidad para mentir y manipular, frialdad de ánimo, ausencia de remordimiento...

«En general, son personajes con alto poder adquisitivo cuyo valor supremo es la obtención del máximo beneficio económico sin importar cómo», explica Antonio Manuel Núñez-Polo, abogado y miembro de la Sociedad Española de Investigación Criminológica especializado en delitos de cuello blanco y corrupción.

«Moverse entre las más altas esferas», prosigue, «les hace creer que pueden actuar impunemente, que tienen patente de corso. Suelen ser muy narcisistas y manipuladores. Viven a todo trapo y son muy escrupulosos con su imagen y con quedar bien ante los demás».

El criminólogo recuerda a personajes como Mario Conde o el fundador de Gescartera, Antonio Camacho, quien presumía de tener 100 armanis. Nombres más recientes como el de Francisco Correa, investigado por sus relaciones presuntamente corruptas con gobiernos autonómicos del PP y aficionado a la navegación hasta el extremo de poseer tres yates, también saltan a la memoria. Pero la descripción le sienta particularmente bien a Bernard Madoff. Tan bien como los trajes que se hacía confeccionar en la londinense calle de Savile Row.

Puros Davidoff; ático de dos pisos en Manhattan, casa en los Hamptons y chalecito de 9,5 millones de dólares (7,5 millones de euros) en Palm Beach; yate de 16 metros de eslora... Sin duda, Madoff se sentía con derecho a vivir bien y cuidaba su imagen al milímetro. Coleccionaba relojes y tenía dos alianzas, una de oro y otra de platino, que se ponía en función del reloj que eligiera para ese día.

«A menudo, la exploración psiquiátrica de estos individuos revela una rivalidad con el padre no superada», explica el psiquiatra y forense José Antonio García-Andrade, que dedicó un capítulo de su libro Psiquiatría criminal y forense a los delincuentes de cuello blanco. «Esa rivalidad le lleva a querer siempre más, a pretender superar al padre incesantemente».

Resulta difícil calibrar la influencia de la figura paterna en la actuación de Bernard Madoff, porque apenas se sabe nada de él. Sí se tiene constancia de que el futuro estafador creció en un barrio judío de clase media baja del distrito neoyorquino de Queens y el nombre de su madre, Sylvia Madoff, aparece en una investigación de la Stock Exchange Comission (el equivalente estadounidense a la Comisión Nacional del Mercado de Valores) de 1963, pero para entonces Bernard Madoff, nacido en 1938, ya tenía 25 años y volaba solo.

VIGILANTE DE LA PLAYA. No fue buen estudiante. Destacaba en natación, y de hecho, sus primeros ahorros los logró como socorrista y con un negocio de aspersores. Se matriculó en Derecho, pero no terminó la carrera. Fundó Bernard L. Madoff Investment Securities y aterrizó en Wall Street, donde no tardó en hacerse respetar.

Cómo conseguía beneficios anuales de entre el 8% y el 12% incluso cuando peor iba la Bolsa era un misterio. Hoy se ha sabido que no era más que el viejo –y aún eficaz, por lo que se ve– fraude piramidal: con el dinero de los nuevos inversores iba pagando los beneficios de los más antiguos. El problema llegó cuando, en una situación de estrangulamiento financiero mundial, todos quieren rescatar su capital y no entran nuevos ahorradores.

Pero hasta ese momento, muy pocos se hicieron preguntas. Las cifras eran tentadoras. Y los que conocían a Madoff sucumbían a sus encantos en el campo de golf del Country Club de Palm Beach, donde el financiero ahora bajo arresto domiciliario paseaba su handicap 9,8 entre hoyo y hoyo mientras cerraba negocios.

Es otro rasgo que relaciona al delincuente de cuello blanco con el psicópata, la capacidad de mentir y manipular. Muchos cazados en el chiringuito de Gescartera nunca llegaron a sospechar de aquel joven inteligente llamado José Antonio Camacho a quien incluso instituciones eclesiásticas habían confiado su dinero.

Algo parecido sucedía con Madoff. Organizaciones benéficas, celebrities como Steven Spielberg, y hasta sus hijos y su hermana le habían dado su dinero. ¿Cómo iba a engañar a su propios hijos? Engañándolos. «El delincuente de cuello blanco es un tipo frío sin ningún remordimiento», explica el doctor García-Andrade. «Para él no hay hijos, ni amigos ni nadie. Sólo repara en el éxito, en el dominio sobre los demás. Es una peligrosa patología del poder. Esa frialdad, esa ausencia de remordimiento, esa insensibilidad hacia las víctimas son propias de un psicópata, de una persona con una estructura disarmónica de la personalidad».

El criminólogo Núñez-Polo cree que hay algo más. «Según Robert Hare, el canadiense que desarrolló los PCL [herramientas de detección de psicopatías utilizadas universalmente], hay dos rasgos muy bien definidos en la personalidad de los delincuentes violentos: la búsqueda de sensaciones y la impulsividad», opina. «A mi juicio, esto se observa también en los delincuentes de cuello blanco». Su actuación, pues, no estaría sólo motivada por la necesidad de riqueza y éxito, sino también por la búsqueda de experiencias.

PRESIÓN FAVORABLE. En cualquier caso, para explicar una estafa de 50.000 millones de dólares (unos 39.000 millones de euros) como la de Madoff, no basta la personalidad megalómana y psicopática del estafador. Por mucha inteligencia y muy pocos escrúpulos que tenga un timador, sin víctimas no hay estafa.

Lo sabe bien Stephen Greenspan. Profesor de Psiquiatría de la Universidad de Colorado, lleva años explicando los mecanismos de la credulidad. Paradójicamente, invirtió (y ha perdido) un tercio del dinero que tenía ahorrado para su jubilación en un fondo vinculado a Madoff. El artículo que publicó en el Wall Street Journal aplicando su teoría de la credulidad a su experiencia personal es una de las mejores y más entretenidas piezas que se han escrito al hilo del escándalo.

«Madoff era un artista de la estafa», explica a Magazine. «No sé lo suficiente de él como para aventurar sus motivos. Es obvio que tiene una moral bastante laxa. ¿Un sociópata? Probablemente. Pero yo creo que lo que llevó a la gente a invertir no fue tanto la personalidad de Madoff como el hecho de que, aparentemente, su fórmula hubiera tenido éxito durante años. Eso y la presión favorable que ejercían los que ya habían invertido».

Tal vez tenga razón. Algunos analistas (pocos, la verdad) ya habían advertido contra el honorable Bernie Madoff. Pero, aunque los acaudalados vecinos de Palm Beach que le habían dado millones de dólares vieron muchas veces sus barbas pelar a 40 dólares el afeitado en la barbería de Senio Figgliozi, a ninguno se le pasó por la cabeza poner las suyas a remojar.

+ En el libro de josé antonio garcía-andrade «psiquiatría criminal y forense» (ed. centro de estudios ramón areces) y en la web www.stephen-greenspan.com

 

EL PERFIL

 

MANIPULADOR

Hábil manejando la seducción y la mentira. “Hacía creer a cualquier novato que era Tiger Woods”, han dicho sus compañeros de golf.

CODICIOSO

El motor de su vida es la acumulación de riquezas. El fraude de Madoff (50.000 millones de dólares) es la mayor estafa de la Historia.

INSENSIBLE

Entre las víctimas de Madoff hay ONG, su hermana o sus hijos. En la cabeza del delincuente de cuello blanco sólo existen el éxito y el yo.

MEGALOMANÍA

Para el ex agente del FBI Gregg O. McCrary, “al arruinar a tanta gente, Madoff jugaba a ser una especie de dios de las finanzas”.

INTELIGENTE

García-Andrade apunta que en este tipo de delincuentes “es frecuente encontrar buen nivel de inteligencia práctica pero escasa cultura”.

NARCISISTA

Se hacía los trajes a medida en sastrerías inglesas, coleccionaba relojes de lujo y gastaba 39 euros en hacerse la pedicura.

SIN REMORDIMIENTOS

El único perdón que ha pedido ha sido una nota a sus vecinos rogando disculparan la presencia de reporteros en la calle tras su detención.

IMPUNE

O eso cree. A menudo, esa sensación de tener derecho a todo sin pagar las consecuencias es lo que hace caer a estos delincuentes.


 

 

 

 



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