Los
pasos del lobo
Hugo Marietan, 14 de
junio de 2009
El abusador sexual tiene el vicio del
abuso. Y, como todo vicioso, sabe que está mal
lo que hace y aún así repite: su carga instintiva
es más fuerte que la traba moral. Dejar que un
pedófilo deambule entre niños es como dejar
a un lobo que ronde a las ovejas. El abusador, al igual
que el violador, se considera con el derecho a quebrar
la libertad sexual del otro. Es más, muchos creen
que el otro quiere ser abusado o violado. Dentro de su
lógica, distinta a la del común, sus acciones
armonizan con sus actos. Analizados desde una mente normal
la conducta se ve aberrante, criminal; pero, desde la
mente del violador sólo está respondiendo
a sus necesidades especiales.
Una necesidad insatisfecha, el hambre por ejemplo, atenaza,
inquieta y empuja a la acción para conseguir el
alimento. Una vez satisfecha, cesa la inquietud. Y luego,
con el tiempo, reaparece y se repite el circuito.
La necesidad especial: abusar, violar, matar, tiene el
mismo circuito. Esa es la causa por la que el violador
reincide. El reproche, el castigo, el encierro no pueden
mitigar la necesidad, es por eso que, puesto en libertad,
repite la misma acción que lo llevó a la
cárcel. Es su naturaleza de depredador. A un lobo
no le interesan los derechos a la vida de la oveja, sólo
ve un bocado apetitoso que saciará su voracidad
,
por el momento.
Las leyes que no consideren esto seguirán cometiendo
el mismo error de dejar libre al pedófilo, al violador,
al asesino reincidente
que, inquietos y hambrientos,
deambularán disfrazados buscando su próxima
víctima.